Columna de Francisca Feuerhake: Un Cuchillo de doble filo

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Las críticas y burlas a Sebastián Eyzaguirre son más un reflejo de nuestra sociedad actual que de él mismo. La misma ingenuidad que lo traicionó permite ahora compadecerse de él y pensarlo como una víctima más de los tiempos que corren.




*Francisca Feuerhake es licenciada en Letras e ilustradora.

El fin de semana, Sebastián "Cuchillo" Eyzaguirre, el vilipendiado animador del programa "CQC", se defendió paupérrimamente de la burla periodística que le hicieron en la revista Sábado. Anunció que aclararía por sus redes sociales lo que había querido decir en la entrevista, ya que todo había sido sacado de contexto y manipulado para dejarlo a él como un pelotudo. Hasta el momento, no ha sido capaz de comprobar que el periodista haya inventado respuestas. Lo que sí, dice, es que algunas de esas opiniones acerca de él que coronaban el texto, venían de parte de gente que no lo conocía. Luego agregó que después de su rectificación y fin de la temporada de su programa, se iría "a la mierda." Pero una frase me quedó dando vueltas: "No soy para acá. No encajo."

Muchos, al leer la entrevista, se sobaron las manos con placer al ver herida la megalomanía de Cuchillo, mientras lo echaban a patadas de su fundo, ese por el que se paseaba tranquilo diciendo lo que quería cuando quería. Carlos Peña dijo en una columna reciente, dedicada a Felipe Larraín, que esta tranquilidad para desplazarse, hacer y deshacer se entiende como habitus: "disposición inconsciente a comportarse de una determinada manera, una manera que es producto de la propia posición social, la clase o el estrato donde cada uno se sitúa." Pero claro, Felipe Larraín había gastado plata del Estado para pagarse un viaje, y Cuchillo habla leseras en su programa de tele que sale una vez a la semana en la noche. Guardemos las proporciones.

Eyzaguirre, misógino dañino para algunos y payaso insignificante para otros, reveló en la entrevista que guardaba en su interior la esperanza de ser idolatrado por el hecho de decir cosas sin pelos en la lengua, por "no ser un careta", y un montón de accesorios más. No me cabe duda de que tanto la gente que lo admira como la que disfruta verlo caer, tiende a adjudicarle un carácter épico al hecho de dar una opinión personal. Pero la opinión personal es irrelevante. No debiera haber nada épico en decir lo que uno piensa. El problema es que si quien lo hace corre el riesgo de ser crucificado, el simple hecho de hablar se glorifica.

Hace unos años, Cuchillo estaba muy lejos de configurar un mártir. No era más que un lunático incansable, un chalado ladilla, pero inofensivo y con chaleco antibalas. Parecía ser que lo tendríamos para siempre dando vueltas dentro de su corral, diciendo salvajadas que a nadie herían demasiado porque no tenían la agudeza necesaria para hacerlo. Y me sorprendí de sentir decepción al leer que se retiraba para siempre, asombrado de los alcances de la "maldad" ajena. La ingenuidad y posterior victimización, muchas veces despierta animosidad. ¿Por qué ahora nos culpaba de la tumba que él mismo se había cavado? No queríamos una víctima, queríamos un malo. Pero a Cuchillo no le da para villano.

Sin sospechar lo obvio, y a pesar de que se lo advirtieron, Cuchillo se abrió cándidamente a su entrevistador, quien más tarde lo ridiculizó incisivamente. No fue valiente; fue ingenuo, y se desayunó cuando vio que era el chivo expiatorio de un sector de la elite que por estos días estaba cansado de agarrarse de las mechas entre sí. ¡Por fin alguien sacaba de las oscuridades de un canal moribundo a un cordero sacrificial, y tuvimos un hazmerreír en común para patear en el suelo por unas horas después de leer su entrevista!

"Que no venga a hacerse el ingenuo ahora" leí en un comentario de Facebook. Esperábamos, para no sentirnos culpables, que después del bullying, él saliera de nuevo a enfrentar detractores, para así reírnos y enfrentarlo por siempre. Pero la noticia de que el zorrón ridículo del curso se va del colegio, nos dejó marcando ocupado. ¿Se salió con la suya? Habrá que ver con el tiempo. Quizás nos da en el gusto y resucita con un programa aún más aburrido que CQC, o quizás no lo volvamos a ver. La misma ingenuidad que lo traicionó permite ahora compadecerse de él y pensarlo como una víctima más de los tiempos que corren.

Estamos acostumbrados a un alto grado de ingenuidad en ancianos y en los niños, mientras que pareciera ser que la gente de mediana edad tiene encendida esa luz de alerta que nos permite ir por la vida a salvo de caer en trampas y engaños. La palabra ingenuidad viene del latín ingenuus, que significa nacido libre y no esclavo, de buen linaje. También se emplea a veces con el valor de indígena, natural de un lugar. Es evidente que si tenemos la suerte de pasear por las calles de un país que no es el nuestro, tendremos los sentidos más alerta de lo normal, ya que la posibilidad de que nos vean la cara de cervatillo despistado y nos estafen aumenta. Sin embargo, madurar tiene que ver con darse cuenta de que el país de uno no tiene por qué ser el hogar acogedor que imaginamos, y que, prácticamente en todos lados, se camina pisando huevos.

En medio del centenar de mofas en twitter, brillaba una confesión, medio en serio, medio en broma: algo hay de envidiable en Cuchillo. Quizás ese twittero se refería precisamente a la libertad y desparpajo con que Cuchillo parecía moverse. ¿No es esa independencia de la opinión ajena todo lo que deseamos? ¿No estamos cansados de que las redes sociales nos obliguen a cambiar camaleónicamente nuestro discurso? Cualquiera que se sale de esa normatividad, y se atreve a caminar en el campo minado, se transforma en un héroe, y de nuevo los mismos verdugos son los que generan espacios para que nazcan mártires. Mártires de la opinión personal.

Cuchillo salió y se quemó. ¿Cómo no lo vio venir? Tal vez no se dio cuenta de que era mucho pedir que lo dejaran tranquilo hacer sus videos de CQC, jugar con sus autitos y disfrutar del sudeste asiático. Nunca sospechó que algunos veían en su habitus un espíritu dañino, poderoso, digno de acorralar y eliminar, y pensó genuinamente que podía tener una oportunidad de redimirse de su mala fama. Lamentablemente, tenemos su cadáver demasiado encima como para poder ver quiénes son realmente los poderosos a los que deberíamos apuntar.

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