Feminismo y reggaetón: Estamos vivas y perreando

reggaeton-hor



El reggaetón porta prejuicios. Molesta que sea música de clase baja, de expresión flaite, racializada. Sumemos que se le acusa de machismo —¿acaso no comparte esto con todos los géneros musicales?— y el flow violento provoca un rechazo tal, que los medios responsabilizan a sus estrellas de los vicios y carencias circundantes.

Ese menosprecio se amplifica cuando las reggaetoneras entran a escena: bailarinas, coristas, djs, productoras, managers, periodistas, pero ante todo, cantantes. La reina del ritmo —como lo dice su nombre— es Ivy Queen: la Diva, la Caballota, la Mamá de los Pollitos y una larga lista de nicknames. Con más de 25 años sonando y un background callejero devenido del rapeo en The Noise, ha hecho de su discografía una obra legible en clave feminista. En ella vemos cómo ha avanzado el feminismo en el género urbano: cómo cambió la lírica, los símbolos y la identidad de la puertoriqueña.

¿Feminista y reggaetonera? ¡Qué contradicción! Eso nos espetan fiesta tras fiesta. ¿Por luchar por nuestros derechos no podemos perrear? Lo que hay bajo ese juicio es que una mujer fuerte no debiera gozar, ni menos darse placer. No ser placer para otro, sino que para sí misma. Y eso le aterra al patriarcado: no necesitarlo. Así nos volvemos blanco de violencia para la moral conservadora, fascista y católica de la región.

Conocidas son las canciones que hablan de nosotras como un objeto sexual despreciable: nos podrían violar, golpear y azotar, pues una estaría siempre presta al placer masculino. Se nos sataniza: la fácil-puta-zorra-guarra, la otra, la que pide la bofetada, accede al sexo sin condón y folla a la primera cita. Pero la historia de las mujeres latinoamericanas nos dice justamente lo contrario. Nuestra memoria indígena mantuvo el derecho sobre el cuerpo propio y su goce en manos de las mismas mujeres políticamente capaces y poderosas de sí. Ha sido la conquista de Occidente y el capitalismo lo que nos hizo perder el eje de nuestro cuerpo gozoso y, por tanto, la sumisión en estereotipos y binarismos como lo activo/pasivo, fuerte/débil, lleno/vacío, bueno/malo, civilizado/bárbaro, siendo las primeras cualidades masculinas y de poder invasivo; mientras que las segundas, cualidades relativas a lo femenino, al ser "llenadas", conquistadas.

El perreo intenso subvierte esos valores, pues retoma la titularidad del goce. Las mujeres deseamos, lo decimos en palabras y bailando. Puedo perrear a otra mujer, a un hombre o sola, si quiero. No nos debemos ni definimos en oposición a otro. Los cuerpos del reggaetón no pertenecen a la élite; las caderas, nalgas y tetas generosas no caben en los estándares de la alta moda o bellas artes, pero sí en los recovecos más sabrosos del placer.

Ivy Queen, Karol G, Farina, La Insuperable, Melymel, Becky G o Natti Natasha son ejemplos de que las reggaetoneras no son un agregado del género musical. Torta Golosa, Chocolate Remix, Bad Gyal, Ms Nina, Jedet y Tremenda Jauría llegan más allá: tensionan el flow desde una mirada lúdica y crítica. Son conscientes y protagonistas de su historia, así como también de la responsabilidad que cargan: pertenecen a un colectivo oprimido que tiene aspiraciones sobre el futuro, pues vienen de un presente esquivo de oportunidades. Son buscadas y, al mismo tiempo, discriminadas por la industria, porque el público juzga su cuerpo antes que su trabajo, porque se les dice una y otra vez que no son suficientes. Y ellas, así como quienes perreamos sus hits, se resisten a este sistema de minusvalía y amordazamiento continuo, que nos dice cómo debemos ser, qué espacio ocupar, cómo amar o bailar.

¿Perrear me hace mejor o peor persona? ¿Si perreo dejo de ser feminista? Son preguntas que aparecen en los conversatorios sobre feminismo y reggaetón que realizo en universidades y colegios. La respuesta colectiva es NO. Resistir a la muerte bailando nos fortalece, nos coordina en un diálogo horizontal y corporal que nos permite enfrentar la calle, la casa, trabajos, doctores, la tienda de ropa e internet. Bailando resistimos colectivamente al patriarcado, nos apoderamos de aquello que nos han quitado: la boca, el idioma, el nombre, el cuerpo y su goce. La vida. Perrear es un acto profundamente feminista.

Andrea Ocampo Cea (33) es escritora y comunicadora feminista. Colabora en Noisey en Español y publica semanalmente su columna llamada #GataFiera en Es Mi Fiesta Mag. En las redes es @andreiii.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.