Hambre humana

sexo

La sicoanalista Constanza Michelson comienza aquí una nueva columna de Paula para hablar de amor y desamor, sexo y abstinencia, y pasiones de las buenas, de las bajas y de las que rompen el corazón.




Paula 1239. Sábado 18 de noviembre de 2017. Edición aniversario 50 años.

Hay quienes, con total desenfado, hablan de sus hazañas sexuales, pero en realidad están hablando de gimnasia. El hambre humana es otra cosa. Es la pasión desesperada por otro cuerpo, que desborda nuestro ego; perder la cabeza decimos. Corriendo el riesgo de quedar fijados en ese afán; quedarnos pegados decimos.

Toma distintos nombres: empotamiento, amor pasional, adicción.

Todos son correctos, hablan de la fascinación por la dependencia.

Aunque vivirlo como una fiebre del cuerpo, como avidez de un culo loco, es bien distinto a llamarlo amor.

Si son las ellas las que viven el hambre humana de manera más demoledora, es quizás porque los ellos tienen un resquicio: el límite corporal del periodo refractario post coitum. Es decir, tienen una saciedad momentánea, tiempo suficiente para atrincherarse en los cuarteles del ego, volver a sí mismos. Mientras que las mujeres –aunque también podemos gozar como si tuviéramos esos intervalos masculinos– portamos la semilla del hambre inextinguible, por eso podemos amar al infinito, a veces a morir.

Todo un dolor de cabeza para el feminismo. Si hasta a Frida Kahlo se la expulsó de las filas por dependiente: ¡abandona a tu Diego Rivera! es un nuevo grito de guerra. Pero por más que derribemos la fantasía del príncipe o del amor romántico, el deseo amoroso, aún puede arrebatarnos del autocontrol.

Porque el hambre humana no es solo educación sentimental. Es el eco del origen, del primer cuerpo  amado, ese que conocimos por dentro. El amor más loco es una nostalgia del amor materno, aunque estemos en el espejismo del amante. Y se corre el riesgo de asfixia.

Porque volvemos a engullir (al otro) como cuando niños, cuando solo se sabe devorar lo que se desea. Este amor primitivo tiene siempre la boca abierta.

Como toda adicción, la añoranza por saciarse fracasa en su proyecto; porque irrevocablemente somos seres incompletos e insatisfechos. Y, si no nos deja devastados, en una de esas, surge el otro amor.

El que permite respirar, el que soporta quedar con hambre.

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