Liberalismo a la chilena

Miguel Yaksic (41) es licenciado en Filosofía y Teología, máster en Ética Social del Boston College, en Estados Unidos, y fue director nacional del Servicio Jesuita a Migrantes (2014-2017). Actualmente se desempeña como consultor y profesor en temas de política migratoria, derechos humanos, derechos e inclusión de niñas, niños y adolescentes en situación de exclusión y con discapacidad intelectual.




Paula.cl

Creo que pocas personas dudarían que el liberalismo político es la moral pública dominante en Occidente desde hace un buen rato. Liberalismos hay muchos, pero si hubiera que dar una definición básica y versátil, podríamos decir que hay liberalismo cuando concurren tres cosas: cuando hay separación entre la Iglesia y el Estado; cuando el Estado permanece neutral ante las preferencias sustantivas –ontológicas, éticas y estéticas– de sus ciudadanos y cuando lo que el Estado debe a sus ciudadanos y lo que los ciudadanos se deben entre sí, está limitado por los derechos. Por eso que para los liberales la idea de bien común es compleja y hasta imposible. Porque el bien es una idea sustantiva. Y el contenido que las personas en sociedades plurales le asignan a esa idea es muy diverso. Y, dado que ponerse de acuerdo en ideas sustantivas es difícil y, a veces, violento, mejor dejar esas discusiones para la esfera privada.

La neutralidad del Estado y la promoción de los derechos me parecen grandes avances de la modernidad, que no hay que desestimar. Vivimos en un ecosistema liberal, que nos facilita mucho la vida democrática en común.

Con todo, siempre me han provocado cierta curiosidad los liberales chilenos. Porque son liberales a medias. Hay un grupo de liberales chilenos que son los campeones de las libertades individuales. Es decir, son los defensores de los derechos humanos de primera generación. Esos derechos de la libertad que fueron fruto de las conquistas sociales de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX y que imponen al Estado el deber de abstenerse de vulnerar a las personas individualmente consideradas. Son el derecho a la vida, al honor, al libre tránsito, a la libertad de expresión y de credo, a la propiedad, en fin, a la igualdad ante la ley y la libertad de reunión. Es lo que consagra el artículo 5º inciso segundo de la Constitución cuando dice que la soberanía del Estado encuentra su límite en los derechos esenciales de la persona. A los liberales chilenos les gustan los derechos de un Estado contraído que permita el despliegue y la realización de la libertad individual.

Pero hay veces, demasiadas veces, en que las desventajas sociales y naturales inmerecidas –el origen, ciertas discapacidades– limitan la libertad. Hay veces en que las condiciones sociales, alguna discapacidad física, la situación de pobreza y exclusión en la que se ha nacido, el empleo precario, el hacinamiento en la vivienda, limitaciones en el acceso a la salud y en el ejercicio del derecho a la educación impiden que las personas ejerciten su libertad, impiden que las personas puedan desplegar sus proyectos de vida y que busquen ser las personas que quieren ser. La pobreza es una vulneración de la libertad y por eso es una vulneración de los derechos fundamentales. ¿Qué libertad tiene una persona que vive en situación de pobreza, hacinamiento, en la inseguridad de una población tomada por los narcos, que no puede elegir dónde y cómo vive, que no puede elegir cómo se traslada, una persona cuyo acceso a la salud y a la educación se encuentra muy limitado?

Hay muchos liberales chilenos a los que les gustan esas libertades individuales que dan todo el espacio posible para que ellos sean quienes quieren ser y tengan todo lo que quieran tener, pero que no les gustan los derechos humanos de segunda generación. Es decir, no les gustan los derechos sociales. No les gusta un Estado que asegure que todos puedan ejercitar plenamente su libertad, incluso aquellos a quienes su origen, su condición o su situación se las ha limitado dramáticamente. Si parte del liberalismo consiste en que lo que nos debemos unos a otros o lo que el Estado nos debe a todos está limitado por los derechos –porque si no sería un barril sin fondo– entonces tenemos que buscar que todas y todos puedan ejercitar su libertad. Si los liberales quieren ser consistentes con la doctrina que promueven, entonces deben propiciar las intervenciones sociales y económicas que favorezcan la justicia social como camino de liberación, en el marco del liberalismo y del capitalismo.

La libertad no es solo la abstención del Estado ante la individualidad de sus ciudadanos, sino es la posibilidad de que todas y todos dirijan su vida de acuerdo a sus convicciones y esperanzas. Es libertad para, dentro de lo posible, vivir la potencialidad de lo que somos. Por eso que la pobreza es una limitación de la libertad.

John Rawls, un clásico de la filosofía política y figura esencial del liberalismo contemporáneo, miraría de reojo a los liberales chilenos a medias. Les recordaría el principio de la libertad: que todos tienen igual derecho a las mismas libertades básicas siendo compatibles con las libertades de los demás. Pero les recordaría, sobre todo, el principio de la diferencia: las desigualdades sociales y económicas deben resolverse para que resulten en el mayor beneficio de los desaventajados de la sociedad.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.