Peleas de hermanos

columna 15 enero



Creo que de las cosas que más me cansan y desaniman como mamá, son las peleas entre mis hijos. Sé que es parte de la vida, que es normal y que la mayoría que tiene hermanos, tiene mil anécdotas que contar sobre discusiones y rivalidades. Son pocas las personas que conozco que tuvieron una infancia con pocas o cero peleas. Son miles los casos en que faltaba sacarse el pelo. El tema es que mis cuatro hijos están en una etapa peak bien inaguantable. Me imagino que tiene que ver con las vacaciones y con que pasan más tiempo juntos, teniendo que negociar diferentes cosas. Las peleas no me son desconocidas. Son las mismas que tenía yo cuando chica: a quién le toca irse sentado al lado de la ventana, quién elige qué ver en la televisión, a quién le toca elegir qué canción escuchar de camino al colegio, que a uno le tocó más yogurt, que le sacaron algo de la pieza. Y suma y sigue.

A pesar de haberlo vivido, me impacta su capacidad de siempre ser capaces de encontrar un conflicto donde parecería no haberlo. Las peleas me dan pena, me desesperan y me angustian. Me frustran también. Me hacen sentir que si se tratan así es porque de alguna forma estoy haciendo algo mal, porque no puedo no preguntarme de dónde sacan este tipo de trato. ¿Lo aprenden de mí? ¿Así sentirán que les hablo yo a ellos? ¿Les hablo así? Pero la verdad es que es algo universal. Finalmente, un grupo de hermanos es un grupo de individuos a los que les tocó nacer en una misma familia, pero que pueden no parecerse en nada. Tienen intereses completamente diferentes, habilidades muy distintas y personalidades tan variadas que cuesta creer que vengan todos de las mismas dos personas y que estén bajo el mismo estilo de crianza.

Dentro de un grupo de hermanos podemos encontrar el que es súper apegado a la regla y muy estricto consigo mismo y los demás, y le sigue el que es ultra rebelde y le cuesta mucho acatar. Y si el número de hermanos es grande, más variedad de estilos y comportamientos tendremos, y habrá más cantidad de negociaciones y acuerdos a los que llegar. Diariamente. Debemos encontrar la manera en que estas peleas no lleguen a límites inaceptables de violencia ni física ni verbal ni sicológica. Y también ver cómo logramos que no nos afecte tanto a los padres. No caer en la nueva función de tener que ser árbitros de sus conflictos, como trabajo de medio tiempo.

Para entender un poco estas peleas y tratar de minimizarlas, es recomendable tratar de entender el origen del conflicto, el que se traduce en, por ejemplo, la pelea por el control remoto, pero su raíz es diferente. Quizás un niño siente que su mamá o papá tiene a un favorito. O quizás un hijo siente que, por ocupar un cierto lugar familiar, se le exige más que a los otros. Por ejemplo, mi hijo mayor, se queja de que todos los favores se los pido a él y no a sus hermanos. Y parece que es un poco verdad. He puesto atención y abuso un poco de su capacidad de ayuda y de su buena voluntad. Y él lo resiente. Se da cuenta de que al segundo le pido mucho menos, y quizás ahí está el origen de algunas de sus peleas.

Luego viene tratar de intervenir y moderar, pero sin caer en la propia trampa de convertirnos para siempre en los árbitros, porque es simplemente inviable y agotador. Pero sí enseñarles la manera a ellos de tratar de solucionar sus propios conflictos. Esto lo podemos hacer enseñándoles, como primer paso, a escuchar el punto de vista del otro, en calma, y luego exponer el punto del otro sin decirse sobrenombres o pesadeces. Explicarles también que la familia es un equipo que trabaja en conjunto, y que debemos tratar de mantener un cierto nivel de armonía y buen trato para que este equipo pueda sentirse bien.

En ocasiones, si la pelea escala, debemos intervenir y moderar la situación, ya que es bueno dejar en claro que la agresión no es aceptable en la familia. Si uno no presenció la pelea, es ideal escuchar los dos puntos de vista, las dos versiones, aunque es casi imposible poder encontrar un responsable, ya que siempre se esmeran en dejar clarísimo que la culpa es del otro. Pero a pesar de eso hay que insistir en que no importa quien empezó, o quién es más culpable. La violencia física y verbal, no se tolera ni se permite.

El respeto por otros debemos enseñarlo con los hermanos. Y se parte por enseñarles que a los hermanos no se le dicen ni sobrenombres ni adjetivos hirientes. Además debemos motivar a nuestros hijos a encontrar soluciones a sus conflictos. Ver qué proponen ellos. Dejarlos negociar sus propias reglas del juego poniendo solo de base el respeto y el buen trato.

Mientras haya más de un niño en la familia, las rivalidades de hermanos serán inevitables, pero debemos encontrar maneras para hacerlas más llevaderas para ellos y para nosotros. Y tener en cuenta en esos momentos de cuestionarse todo, que finalmente estas peleas de hermanos tienen algunos beneficios, ya que son oportunidades de aprendizajes de habilidades que usamos toda la vida.

Para nuestra propia calma, quizás es bueno dejar ir ese pensamiento medio fantasioso de una imagen de familia perfecta de comercial de jugo en que todos están felices, sonrientes y corren juntos al son de la campana que los llama a almorzar. Y amigarse con la idea de que, en la vida real, cuando los llamamos a almorzar, uno llega llorando porque el otro lo empujó, uno se queja de que no le gusta la comida, y hay uno que alegará porque le sirvieron más que al otro. Así ajustamos expectativas y la desilusión por estas peleas es menor.

María José Buttazzoni es educadora de párvulos y directora del jardín infantil Ombú. Además, es co-autora del libro "Niños, a comer", junto a la cocinera Sol Fliman, y co-fundadora de Soki, una plataforma que desarrolla cajas de juegos diseñadas para fortalecer el aprendizaje y la conexión emocional entre niños y adultos.

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