"Cada vez que me compro una planta, quiero tener otra más, es como una adicción". Mi rincón verde: Liliana Loyola

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Como nací en Viña, la naturaleza, la playa y los espacios al aire libre siempre formaron parte de mi infancia y adolescencia. Para mí era completamente normal estar rodeada de ese tipo de cosas. Y cuando me instalé en Santiago, a mis 24 años, me pasó lo que le debe suceder a todo provinciano: me sentí asfixiada. Fue en ese intento por tratar de rescatar mi estilo de vida que empecé a armar mi rincón verde.

Me traje muchas plantas de la casa de mi mamá, un lugar pequeño, pero con un jardín repleto de flores y árboles. Ese espacio era mi lugar favorito y también el de mis tres hermanos. Nos encantaba ver cómo evolucionaba según cada época. En mayo podábamos las rosas, en diciembre cortábamos los gladiolos para ponerlos en jarrones para Navidad, y en primavera esperábamos ansiosos que naciera la flor del cactus. Era un espectáculo porque duraba solo un día y mi mamá corría con la cámara análoga para tomarle fotos.

Casi todo lo que aprendí sobre el tema -porque también una gran parte fue a prueba y error- fue gracias a ella. De verdad que es una experta. Lo que siembra, brota. De hecho, su apodo es 'Flora'. Me enseñó que cada planta tiene un riego distinto y que es un error proponerse tener uno o dos días a la semana para hacerlo, ya que siempre hay que estar atento. También me decía que hay que hablarles para que crezcan. Me acuerdo que tenía una rosa a la que siempre retaba por no florecer, y cada vez que lo hacía, tenía buenos resultados.

De a poco fui creando esta jungla urbana con el fin de atesorar todas esas sensaciones y para que mi hijo Pedro pudiese vivir algo similar. Me gusta involucrarlo con el tema del cuidado y del respeto. Él nunca las ha destrozado porque está acostumbrado a verme tratándolas como un ser vivo más. Él, mi marido, nuestro gato 'Rayito', las plantas y yo somos igual de importantes en este lugar. En total, debo tener más de cincuenta. Y creo que la mayoría son rescatadas de las manos de amigos a los que no les ha ido el bien con ellas. Me quedo con algunas y otras solo las devuelvo cuando veo que están mejor. Es que este rincón verde también sirve como centro de rehabilitación. Mis colegas también abusan de mis dotes y me llenan mi escritorio de plantas para salvarlas.

Las plantas me transmiten tranquilidad y obsesión. Cada vez que me compro una, quiero tener otra más, es como una adicción. Todos los días en las mañanas las saludo, y cuando me voy, me despido. En la tarde las rocío, ya que como la mayoría son tropicales, necesitan sentir humedad. Y el agua, sumado al calor de este departamento, genera un ambiente muy caribeño, y eso les encanta. Los fines de semana las meto a la ducha. Son tres turnos porque no me caben todas de una.

Me da mucha tristeza ir a una casa y ver que hay personas que solo tienen plantas por un tema de estética. O que prefieren tener pocas. Ellas se dan mucho mejor cuando están acompañadas. Lo sé porque lo he visto con mis propios ojos. A veces, cuando quiero probar a alguna en una esquina, si no está cerca de otra, se me seca. Pese a que no sean un ser humano, también generan un vínculo muy importante entre ellas, y además, son súper sensibles y perceptivas. Por lo mismo, siempre me preocupo de que se sienta una buena energía en mi hogar.

Mi planta favorita es la Tradescantia porque me fascina su cambio de tonalidades. Primero es verde y después se le suma el blanco y morado. Y la flor que da se parece una violeta y esas también me encantan porque me recuerdan mucho a mi abuela. A otra que le tengo mucho cariño es la Monstera albina porque la rescaté de la casa de mi tía, ya que estaba en muy mal estado. Todavía sigue en recuperación, pero está llena de brotes nuevos. Revivirla me emociona mucho.

Otra de las cosas que más me gusta de este mundo 'natural', es que es muy colaborativo. A la gente le gusta compartir sus datos y experiencias porque al final, lo único que importa, es que las plantas estén bien en su espacio. Siento que no existe esa competencia por tener más que el resto, sino que todos remamos para el mismo lado.

Liliana Loyola tiene 36 años y es periodista. Actualmente trabaja como coordinadora de equipo de gestión territorial en la Dirección de Educación Pública.

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