The summer is magic oh oh oh, the summer is magic

playa final

Columna de María Paz Rodríguez (@soylaro), autora de la novela Mala Madre y El gran hotel. Aquí, anotaciones sobre su vida adulta.




Paula.cl

El verano es un tiempo especial para mí. Más allá del calor —cada año más excesivo— y de las relativas vacaciones que a veces me tomo, el verano es como un tiempo neutro. Un puente entre el fin de año y esa zona oscura llena de monstruos llamada marzo; enero y febrero es como un momento de pausa donde pienso y tiendo a proyectar lo que se viene. Cuento esto porque a fines del 2016 empecé una breve terapia para cerrar varios procesos personales. Entre estos, cumplir eso que me prometo cada año que voy a cambiar, y que nunca cambio: conductas, inseguridades, miedo al futuro. De hecho varias de mis amigas me cuentan que para ellas, el año pasado estuvo definido por los cambios. Eso que antes las definía o que constituía parte de su identidad, hoy, ya no es, o está en vías de extinción.

¿Por qué siempre repetimos eso que nos molesta de nosotros mismos, perpetuando en el tiempo los malos hábitos o conductas dañinas? ¿Siempre estamos plagiando patrones sicológicos ya sea heredados, imitados o imaginados? Hasta cierto punto, no existe la libertad. Y digo "hasta cierto punto" porque cuando me vi a mí misma frente al terapeuta hablando de estos procesos, me di cuenta de lo abusiva, crítica y escéptica que me he puesto con los años.

Afirmar que uno es de determinada manera es complicado, sobre todo si asumimos que somos entes cambiantes en constante fluctuación. Que todo nos permea y que una experiencia marcadora puede cambiarnos desde los cimientos. Esa imagen del futuro que decimos con palabras se cumple como sentencia. Las palabras crean realidad, dicen por ahí, pero es más que eso: las palabras son nuestro modo de poner en símbolos la realidad misma. Entonces, eso que yo digo del otro, como un espejeo, me lo digo a mí. Eso que yo digo de mí, es. Eso que hablo, de algún modo pasa. Y no es magia ni esoterismo, es simplemente que, en el inconsciente buscamos eso que decimos. Por algo está ahí. Por algo también las fijaciones, los miedos y las repeticiones. En lo que enfoco mi atención va tomando fuerza y espacio interior.

Y aquí viene una de mis primera tareas con respecto a este proceso de cambiar. Lo primero que decidí fue reorganizar mis rutinas, mi deseo y mi voluntad que equivale a la reorganización de la mente y sus múltiples jerarquías. Para qué, para no tener que cargar con lo que no me gusta. Eso que me escucho decir frente a mi terapeuta y que después de años —de ciclos y más ciclos— no logro erradicar de mi psiquis.

Empecé con pequeños gestos. Sacar redes sociales de mi teléfono fue la primera medida. Dejar de ver series por la noche (sí, Netflix se robó ese tiempo sagrado de lectura antes de apagar la luz) intento, intentaré, en estos meses veraniegos, leer todo lo que me quedó pendiente del año pasado. Salir de mi casa para trabajar en el café de la esquina. Durante años he trabajado desde mi escritorio y la verdad, siempre hay otra prioridad que me obliga a sacar la vuelta, además de que trabajar con aire acondicionado hace más productiva la neurona (escribo esto mientras afuera hacen 35 grados). Escucharme hablar. De nuevo, escucharme hablar y tener cuidado con lo que digo; cuidado con lo que proyecto con mis palabras. Resumen: estar más atenta con lo que estoy construyendo. Vamos a ver como me va con los cambios. Por ahora lo que saco en limpio es que mi nuevo libro avanza y que tengo más tiempo que nunca para organizar todo lo que se viene este 2017. Probablemente, una parte de esa mochila mental llena de rollos que, a ratos me juega malas pasadas, está empezando a vaciarse con el calor y con los cambios.

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