Tal cual

Cecilia Morel, la esposa de Sebastián Piñera, uno de los hombres más ricos de Chile y candidato presidencial, tuvo que pelear su lugar. Era discutidora y rebelde. Los años han apaciguado sus prejuicios y su espíritu. Aunque la vida la ha llevado a ser "la mujer de Piñera", ella viene de vuelta. Ahora se siente validada y no calla su voz.




Llego a la entrevista a la una y media. Cecilia me va a buscar a la puerta y entramos a unas oficinas alfombradas de color café, enchapadas en madera, con una fotocopiadora en el hall. Todo lo que hay es funcional. En su oficina también. Ella viste de blanco con negro, con una especie de bolero que deja ver una buena cintura. Usa una cruz pequeña de oro con brillantes y un anillo similar. Es buena para conversar, salta de tema en tema, es intensa y, a veces, se nota que ha tenido que aprender a cuidar sus dichos. "La lata de la política es que todo el tiempo hay que hacer especificaciones para que no se vaya a malinterpretar", dice. Tiene una frase cómica que, imagino, intenta evitar, pero que se le escapa cada tanto: "A saltos y peos".

Almorzamos en una mesa enorme de mantel blanco en el piso 16, con vistas a El Golf. De aquí se ve parte del nuevo Chile. El Chile donde Sebastián Piñera se transformó en lo que es, y Cecilia Morel –a su pesar– en "la mujer de Piñera". Estamos frente a dos grabadoras. La de su asesora de prensa y la mía. Comemos quiche, galletitas, tomamos té, café y hablamos más de cuatro horas. "¡Ay! nos vamos a morir de hambre!", dice como hablando sola cuando ve que el postre son frutillas que vienen perfectamente ordenadas en dos pocillos blancos… "Estaré a régimen, pero…". Hasta que ve dos platos de galletas Amor. "¡Ah!, pero ahí hay unas galletitas", dice aliviada.

Cecilia Morel Montes (55) nació en una típica familia chilena de clase media acomodada. Aunque nunca faltó nada, tampoco hubo lujos, salvo cuando su padre, ingeniero eléctrico de una empresa inglesa, se ganaba alguna licitación. Su madre, dueña de casa, estudió en la Cruz Roja y se dedicó al voluntariado. Eran siete niños. Los primeros: Consuelo, Eduardo, Paulina, Marisa y ella. Siete años después nació José Luis y luego Cristián: "A él lo adoraba, él era mi amor, mi cómplice y todo. Pero se murió. Yo tenía 41 y él, 31", cuenta rápido para no emocionarse. Cecilia estudió en el colegio Jeanne D'Arc, el mismo de su madre y su abuela, y de ahí son algunas de sus mejores amigas.

De Providencia, su familia se fue a vivir a unos departamentos diseñados por el hermano de su papá, en Martín de Zamora con Américo Vespucio. "Nosotros teníamos dos departamentos en el primer piso que estaban unidos, pero sin remodelación ni nada, con una puerta de vidrio que siempre estaba abierta sin llave. El mundo, desde que yo me casé, ha cambiado mucho", dice, y nos quedamos hablando un buen rato de esos años.

En 1972 Cecilia entró a estudiar Enfermería en la Universidad Católica y se puso a pololear con Sebastián. Seis meses después él se fue becado a Harvard, en Estados Unidos, y volvió para su matrimonio, el 21 de diciembre de 1973. Cecilia tenía 19 años cuando partió a Estados Unidos por tres años. A los 5 meses se quedó embarazada de Magdalena. Sólo extrañaba estudiar. Por eso, a los ocho días de haber vuelto a Chile, se reinscribió en Enfermería y estudió y trabajó hasta que nació su segunda hija, Cecilia. Le faltó un semestre para terminar la carrera. Años después se fascinó con Orientación Familiar y estudió cuatro años y medio en el Instituto Carlos Casanueva. Entremedio tuvo a Sebastián y Cristóbal, y luego hizo un magíster en la Universidad Mayor. Desde entonces ha trabajado en el sector social y en 1989 creó la Fundación Mujer Emprende, en Renca, donde cada año hace talleres con mujeres. Éste es el único año que no ha podido; la campaña le ha restado tiempo a muchas cosas: sus cuatro nietos, sus amigas, sus siestas de fin de semana y sus mañanas leyendo el diario en cama y circulando por la casa. También extraña sus jeans.

DINERO Y CLASE

¿Cómo fue tu matrimonio?

Había toque de queda, por eso nos casamos como a las cinco de la tarde. Fue en la iglesia del Verbo Divino, que era cerca de la casa de Sebastián, donde hicimos la fiesta. Todos mis hermanos mayores, cuando se casaron, hicieron un champañazo en el salón parroquial: literalmente una copa de champaña, tapaditos y, a lo más, unos dulcecitos chilenos, lo que era una finura. Yo lo encuentro genial, debería volver a ser así.

¿Y ustedes qué hicieron?

¡Un cóctel de pie! Con sanguchitos y tapaditos. No había banqueteras, no estaba Johnson. ¡No existía esa gente!

¿Y el vestido?

Era de una prima mucho más grande que yo. Mi prima era más pechugona, pero no se pudo achicar, así que hubo que ponerle de relleno una especie de canastito de plástico, como un embudo-colador, y en la fiesta alguien me dio un abrazo y el canastito ¡plum! se hundió…

Es cierto que venías de una familia acomodada, pero me imagino que igual debe ser un cambio muy fuerte esto de tener dinero.

¿Cómo fue?

La primera casa a la que llegamos a Chile era pareada, en la calle Soria, cerca de mi mamá y mi suegra. Nunca tuvimos muebles propios, porque mi suegra nos prestó un silloncito, que esto, lo otro. Fuimos como a la plaza Egaña, a Grecia, a comprar un catre de palo quemado, horrible. Mi vida fue cambiando con la vida del país.

¿Cuándo te diste cuenta de que tenías plata?

Mucho, mucho, mucho más tarde.

¿En qué minuto?

El primer gran salto fue cuando nos cambiamos a una casa que nos construimos en Los Dominicos. Mi segunda hija tenía dos o tres años. Aunque para mí era gi-gan-tes-ca, tampoco era muy grande. Incluso estando ahí nunca tuve la sensación de ser rica.

Pero en algún momento se dio.

Va a sonar loco, pero me costó aterrizar la cantidad de plata que había. Como que, ponte tú… pero no quiero parecer… Si veía un vestido bonito y valía doscientas lucas, la gente me decía "¡Qué te importa!". Y yo encontraba tan desubicado que me dijeran esas cosas. Todas mis amigas siguen viviendo como nosotros hemos vivido. Obviamente yo soy la que tengo… (se traba y le cuesta dar con la palabra adecuada).

¿…mayor riqueza, bienes?

Sé que uno no puede hablar de ricos y pobres… Pero riqueza… O sea, soy la que tiene más dinero… como se dice… pero como que me carga…

¿Más plata?

Plata, ya. Pero yo he seguido viviendo como todas mis amigas hasta el día de hoy. ¿Sabes qué me ha cambiado más que la plata? La política. Hasta el año pasado yo era de jeans todos los días… ¿Cuándo me di cuenta? Puede haber sido… No sé. Llevo casada 36 años y cuando me impactó fue cuando los diarios empezaron a hablar de cifras estrambóticas.

Cuando uno entra al mundo de la riqueza o de la elite del dinero, ese mundo muchas veces está asociado a ser conservador, a un catolicismo…

Opus Dei, Legionario, sí…

Al mundo de los apellidos…

Yo nunca pertenecí al mundo de los apellidos, no era de la aristocracia. Mi grupo referente es ABC1, pero no son los más cuicos ni los más millonarios. Son mis amigas del colegio.

¿Y cómo es tu inserción en ese mundo?

Es que hasta el día de hoy no me siento parte de… A ver, siento que todavía hay ricos más ricos que nosotros, que no debe haber muchos. Yo nunca me sentí ni me siento parte de la aristocracia. Mis amistades son todas de familias bien, papás profesionales, muy buena situación, pero no aristócratas. Por el lado de Sebastián había una rama más cuica y ellos me decían "la comunacha", hasta el día de hoy nos reímos de eso.

ACOMODADOS DEL NO

¿Qué te violentó en un primer momento de esa elite?

No me siento parte de la clase alta… Déjame pensar bien cómo te lo digo… Como que yo sentía –ahora no, obvio– que ellos no aceptaban a Sebastián, salvo los más íntimos. Y que producíamos un rechazo por ser del No. Ése fue el principal rechazo: éramos de los pocos acomodados del No y éramos discutidores y opinantes. En la época de Pinochet yo caceroleaba y los que son mis íntimos, íntimos amigos, me gritaban "¡Éntrate!". No nos hablamos hasta como seis meses después. Además, con Sebastián pasaba algo en un grupo muy, muy chico, que estaba acostumbrado a tener el poder, al ver a este gallo que se fue haciendo rico sin hacerles ni media reverencia. Una frase típica de Sebastián es "Jamás me voy a hincar ante ningún poderoso".

¿Y la clase alta de ahora te molesta? La gente que vive en La Dehesa y que no baja, que se casan entre ellos…

A tu edad yo era híper rebelde y contestataria, pero he desarrollado mucha capacidad de aceptación. En la medida en que he ido conociendo personas de ese sector he derribado prejuicios, pero hay algo que tiene que ver con la pertenencia que es muy fuerte. No sé cómo explicártelo, pero cuando Sebastián se presentó a Senador para mí fue muy fuerte tener que hacer campaña con gente del Sí. O sea, ahora me relaciono bien con la UDI, pero en ese momento yo me sentía pollo en corral ajeno, y eso tiene que ver con la pertenencia y con el hecho de que, al principio, se mantenía la estructura: cantaban las tres estrofas de la Canción Nacional, había fotos de Pinochet y yo tenía que morderme la lengua.

¿Eras rara en ese grupo?

Era rara y no rara. Como que me miraban como ruciecita y no les parecía rasca ni nada. Lo que más les molestaba era mi parte discutidora.

Las mujeres en ese círculo no discuten.

No discuten en público. Yo no cumplía ciertas convenciones de la forma de comportamiento social.

¿Cuáles son tus diferencias políticas con Sebastián?

No es un problema de ideología, sino algo que tiene que ver con la forma. A mí me gusta sentir que las persona están conectadas consigo mismas y que tienen capacidad de contactarse contigo. Me da lata la relación formal. Ponte tú: hay un componente muy tradicional y convencional en el rol de "la señora del candidato". Tienes que acompañarlo y estar al lado mientras él habla y da el discurso. Yo trato de hacer mi campaña, de meterme en la parte social. He participado en el grupo de familia, en las propuestas de mujer, de la infancia. Ésa es la parte donde yo puedo discutir y debatir más fuertemente con Sebastián. Me da risa cuando se hacen estudios o salen conclusiones que para mí siempre fueron obvias. Me viene una rebeldía como de decir "¿Ven que no me miraban en serio con lo que decía?".

Tuviste que pelearla…

Más que pelear, me afectaba, porque necesitaba sentime validada. Cuando logré mi validación dejé de pelear.

¿Sebastián entiende más tu mundo ahora?

Sí. Lo he sentido más sensible, diciendo, viendo, comprendiendo cosas muy obvias, pero que las vive más. Y, por otro lado, no ha perdido su racionalidad.

CHILE SEGREGADO

Dices que no te gusta segregar al país entre ricos y pobres. ¿Pero cómo se integra?

Lo primero, y aunque parezca repetido y demagógico, con oportunidades. Llevamos 20 años de Concertación, que ha tenido cosas muy buenas, pero en educación se ha invertido plata y no logramos despuntar en calidad. La red de protección social que se ha creado es muy importante, pero hay que invertir y crear nuevos empleos. A mí me choca la pobreza. No me importaría si, de la clase media para arriba, existieran diferencias, incluso más que las que hay ahora. Lo que me choca, lo que considero inmoral y terrible, es la pobreza.

¿Un hombre gay puede hacer familia con otro hombre?

Tarde o temprano vamos a llegar a eso, pero no me gusta producir los cambios sociales vía leyes. Mi convicción es que lo mejor para los niños y para los adultos es la familia constituida por padre y madre. Me choca que un niño tenga dos papás o dos mamás. Sé que quizás el niño puede estar mejor cuidado que el Cisarro, pero hay casos y casos. No deslegitimo otro tipo de familias, creo que es más difícil. No estoy cerrada, pero no es el momento de Chile.

¿Vamos a tener ley de aborto?

Vamos a llegar a todo eso. Si eso es bueno o malo es donde podemos discrepar.

¿Para ti es malo?

Yo sé que hay un concepto de fondo que tiene que ver con convicciones: yo creo que la vida comienza en el momento de la concepción. Y me interesa dar una señal súper potente –en un mundo en que todo es subjetivo, individual, todo es yo, yo, yo, en que no hay ni un valor objetivo– de que el único valor importante es el respeto a la vida. Estoy a favor de la vida perfecta o imperfecta. La vida se respeta desde el momento de la concepción hasta su muerte natural.

No estás de acuerdo con la eutanasia.

No, como tampoco estoy de acuerdo con la pena de muerte.

¿Y la píldora del día después?

Tuve dudas si era abortiva o no y, antes de que saliera toda la evidencia científica, yo prefería equivocarme a favor de la vida, pero fui leyendo y cuando supe de sus componentes y cómo funcionaba, tuve evidencia de que no era abortiva.

CAMINO A LA MONEDA

¿Van a ganar esta elección?

Yo creo que sí. Está difícil, porque la Concertación es muy, muy fuerte. Aunque la Contraloría controle, hay una intervención electoral grosera. No podemos criticar nada. Tenemos una mujer Presidenta y nadie la puede criticar.

Ni tú la criticas.

Porque no es políticamente correcto.

Tú no lo eres.

No, no lo soy. Hay una conducta que me molesta, que no es de ella, sino de la Concertación, que es el sentirse superiores moralmente. Más demócratas.

¿No crees que en temas como los derechos humanos son moralmente superiores?

Los encuentro ferozmente doble estándar.¡En Europa del Este hubo dictaduras con mi-llo-nes de muertos! Vivieron en la Alemania Oriental sabiendo perfectamente lo que pasaba, sabiendo de la desigualdad, iban a Cuba y se fascinaban…

¿Realmente igualas a gente de la Concertación con muchos de la UDI y de RN?

¡Por favor! Los de la UDI han tenido que reconocer, hincarse y pedir perdón. ¿Cuándo ellos han pedido perdón? Yo me topo en la campaña con mujeres de carabineros muertos y asesinados, ¿alguien alguna vez las ha defendido como a las mujeres de los detenidos desaparecidos? Es cierto que no es lo mismo, pero nadie levanta la voz por ellas.

¿Están en una carrera desigual?

Yo valoro a la Presidenta, pero me parece éticamente reprochable que diga que no da lo mismo quién gobierne. Esa conducta es una manipulación sicológica. Todos sabemos que ella tiene una influencia emocional y moral muy fuerte en los chilenos. Yo me he sentido excluida de este gobierno cuando he visto una descalificación moral hacia nuestro sector. No siento que sea mi Presidenta. La Concertación hace una diferencia enorme y lo veo en la intervención electoral.

Si no ganan, ¿tendrás energía para otra campaña?

Yo creo que vamos a ganar, pero… No pensé que iba a tener energía para ésta y la he tenido. Me pones en una situación en la que no quiero ponerme. Es como la gente que me pregunta qué voy hacer el 18 de enero cuando Sebastián sea Presidente. Siempre digo que voy a dormir hasta más tarde porque, pase lo que pase, hay que tener un descanso. Aunque sea un día.

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