Delfina sin fin

A Delfina Guzmán no se le agota la pila, anda como run run por todos lados viviendo a concho los segundos. Pero cree que le queda poco tiempo. Dice que se va a morir. Mientras le llega la hora, toma energizantes, fuma alucinógenos, come una sola vez al día y actúa hasta bien tarde por la noche. Delfina sin fin. Sacándole la lengua a todos.




¿Cuánta plata tengo, Perique?

–Diez mil pesos señora Delfina.

Su chofer y mayordomo desde hace 25 años le revisa la billetera.

Con un solo billete, pero muy de moda. Así dice ella que está a sus 78 años. Todos los días se levanta con un tecito de guaraná y un batido de proteínas al seco. Ya bien despierta, revisa su agenda:

10:00 horas: sesión de fotos en Ripley. Es rostro de la multitienda.

15:00 horas: leer guión de la película de Cristián Galaz. Se trata de gente de la tercera edad carreteando en las Termas de Chillán. Ella será una de los protagonistas, junto a Nelson Villagra y Nelly Meruane.

16:30 horas: hurgar en una librería para comprar algunos de los 120 regalos que hace para Navidad.

17:30 horas: buscar vestido sin basta donde la modista.

20:00 horas: ensayo escena cuatro, casa de Víctor Gutiérrez; obra Hedda Gabler, de Ibsen.

Entre medio, cada media hora llama a alguien de su parentela por si alguno le contesta.

Primera llamada, a Nicolás: "¿Aló, mijito?".

Segunda llamada, a amiga del alma: "Ya. Te mando al tiro la comida del perro".

Tercera llamada, a esposa de nieto mayor, que está a punto de parir: "¿Nació este niñito mijita?".

Cuarta llamada, a nuera, ex esposa de hijo separado: "¿Qué talla de delantal necesitas? Te lo mando con Perique".

Cuarta llamada, al hijo menor: "Yo voy a buscar a las mellizas y te las dejo en la casa. Al tiro".

Como añadido de la ruta hiperventilada, este mes se le suma a su agenda un homenaje a todo trapo que le organizó el poeta Gonzalo Rojas, su mejor amigo.

Por el centro de Santiago habrán casetas premunidas de cámaras donde la gente –quien quiera– le podrá mandar recados a Delfina, de buena o mala onda. Otro día, Alfredo Castro la entrevistará junto a Silvio Caiozzi, Amparo y Tito Noguera, Vicente Sabatini, Rodrigo Pérez y Malucha Pinto. Además, las fotos que le tomó su nieta Javiera Eyzaguirre (en camisa de fuerza y vestida de Chanel, fumando pitillos largos) colgarán en el museo de La Moneda. Mientras todo este jolgorio recorre las calles y los salones, algunas frases dichas por la actriz pasearán de mano en mano en volantes de papel, en la pantalla gigante del Paseo Ahumada y en los vagones del metro. Para rematar, el poeta culpable de tanto alboroto hará una fiesta con tutti donde leerá los poemas que le dedicó a Delfina.

–Ay, mijita linda, por Dios– dice. Tengo que ir al siquiatra para que me baje las revoluciones. Yo pienso que me voy a morir, porque, dime tú ¿a quién más sino a los que están por estirar la pata les hacen homenaje?

Sin hacerle mucho caso, vamos juntas a buscar a las mellizas, sus nietas. Mientras esperamos fuera del colegio, después del toque de campana, otras chiquilinas de delantal cuadrillé se le acercan. La profesora que las acompaña la presenta como "gran actriz de teleseries".

–¿La conocen, niñas?

–Noooooooooooooooooooooo, dicen las prepúberes.

Delfina se hace la lesa.

–¿Cómo eras tú cuando cabra chica?

–Hiperkinética, desafiante e insolente. Como éstas. A las monjas les decía Pa' tu tía y a mi mamá otras tantas que me devolvía a combo limpio. Yo no sé cómo aún tengo dientes.

–¿Qué te picaba?

–No saber. Vivía hurgueteando los cajones de mi mamá

–¿Buscando qué?

–Nada, hurgueteaba para saber qué había.

–¿Encontraste algo alguna vez?

–Una tragedia sicológica. Nosotros vivíamos en Huérfanos, en la casa de mi abuelo, donde se aglutinaba una cantidad de gente increíble. Un día un vendedor ambulante tocó el timbre y entró a la casa. Después hizo como que se fue, pero no se fue. Entró a la pieza de mi mamá y sacó varias joyas de una caja de obleas.

–¿Lo pillaron?

–No. Los detectives, que son unos frescos de raja, perdón, decían que mi mamá había jugado las joyas en el casino o que yo había tirado los anillos por el excusado.

–¿Sucedió así?

–Llegué a convencerme de que me había metido en el cajón y que después las había tirado caño abajo. Yo creo que desde ahí parten mis motivaciones artísticas. De interpretar a la "ladrona" que no era, pero que era.

–¿Qué pasó con el vendedor ambulante?

–Se esfumó. Mi mamá fue la que quedó como "jugadora empedernida", adicta al casino y a las apuestas. Y yo, en mi mente, como la ladrona de joyas.

–¿Como te crió tu madre?

–Estrictamente.

–¿Qué te pedía?

–Orden. Y ella era muy desordenada. Vivía en otro mundo, preocupada de sus cosas. Recuerdo estar acostada, y cuando llegaba con mi papá del cine, nos levantaba a todos para que ordenáramos los juguetes que estaban repartidos en el suelo.

–¿Tus papás tomaban?

–Mis abuelos tenían Viña, así es que mi mamá, antes de mandarse una copa al seco, bien al seco, decía: "hija de viñatero".

–¿Comían bien?

–Pura comida chilena: charquicán, mote, cazuela y, cuando habían grandes acontecimientos, pavo o langosta.

–Langosta. ¿Vivían con lujo?

–No, éramos de la "oligarquía austera" que no era más que "oligarquía avara". Yo siempre, mi linda, tuve tres vestidos. Uno para ir al colegio, otro para ponerme en la casa con un delantal encima y otro para salir en ocasiones especiales. Mi mamá encontraba que tener mucha ropa era una ordinariez.

–¿Al menos eran vestidos finos?

–No, era ropa que se hacía en la casa. Teníamos una costurera que iba a hacer las bastas, que nos pegaba los botones.

A propósito del tema, después de dejar a las mellizas en su casa, vamos por la basta del vestido que Delfina se compró en una multitienda. Lo lleva en una bolsa agarrado con dos alfileres en los hombros, porque le queda suelto de busto.

Al entrar a la galería la Pérgola una modista, de otro local, corre detrás de ella, gritando, ¡Matilde! ¡Matilde!

–Delfina.

–Ahh, sí, sí, sí, señora Delfina. ¿Se acuerda que le arreglé un traje de baño azul que le quedaba grande? Y le pasa una tarjeta para desaparecer en su cuchitril de hilos y telas.

–Plop– se encoge de hombros Delfina.

Al entrar a su auto, con Perique al volante, un enano estacionador le grita:

–¡Güena, señora, me encanta que diga las cosas por su nombre! Y aplaude, feliz de verla.

Delfina se va contenta. Su vestido estará listo en tres días más. Lo usará para el homenaje.

Demente

–Dime una escena de locos que hayas vivido.

–Dictadura, Christopher Reeve a Chile. Él venía a apoyar a los actores amenazados de muerte por un comando que no me acuerdo cómo se llamaba, de esas roterías que hacían antes. Se juntó tal cantidad de personas, atroz. Yo me di cuenta que andaba una mujercita de pueblo con una guagüita, y le dije: "señora, por Dios, salga de aquí que le van a matar la guagua". En mi desesperación me subí arriba del capó de un auto y comencé a gritar que saliera la gente. Dicen mis niños que de repente ven a una loca parada arriba de un auto gritando desaforada: Era yo, su madre.

–¿A quién has amado más en la vida?

–A mis hijos.

–¿Por qué tanto?

–A mí me los quitaron, porque decían que estaba incapacitada para criarlos por ser actriz. Después de la función de día domingo me venía en bus de Concepción a Santiago para verlos durante el día y devolverme en noche. De ahí que yo veo un juez y me dan ganas de vomitar.

–¿Reclamabas?

–Chillé como loca durante siete años.

–¿Qué opinión tienes de las mujeres chilenas?

–Me cargan esas mujeres que no pueden opinar nada por sí mismas. De todas las clases sociales. Ésas que dicen "qué va a decir mi esposo", con esa palabra (esposssso) yo me cortaría la oreja. Me carga la mujer sin opinión. Y las frívolas.

–¿Qué te parece Pamela Díaz?

–Es tan bonita esa niñita, soy muy pagana yo.

–¿Y Michelle?

–No tengo palabras para hablar de Michelle, simplemente la adoro. Es una mujer espectacular. Su gobierno ha sido netamente defensivo de todo el garumaje que tiene la rabia entre las piernas. Los hombres, sobre todo. No soportan su poder.

–¿La izquierda es machista?

–Sí, bah. No van a ser, perdóname.

–¿Lagos?

–Ahh no, él sí que no. Yo le digo: "mi Presidente, cada vez que lo veo es como si fuera la primera vez".

–¿Quién es tu mejor amigo aparte de Gonzalo Rojas?

–A mi segundo marido lo quiero muchísimo.

–¿Tus amigas, quiénes son?

–Hartas. Vamos al cine, al teatro, a las exposiciones, hablamos por teléfono y nos juntamos para establecer un diálogo muy profundo que va desde "no te pongas ese color que te queda pésimo," hasta "qué te parece lo que está haciendo la bestia de Bush en Irak" y mucha, pero mucha, política chilena. Estoy muy informada de lo que está pasando. De lo docto y, sobre todo, del frivolité.

–¿Le hacen a la manualidad?

–Un tiempo estuve tejiendo, ahora muevo las manos sólo para fumar. Fumo mucho. Oye, mijita, yo creo que me voy a morir. (Repite la canción).

–¿Por fumar?

–Por todo. Dime tú, con tanto homenaje ¿qué le queda a uno más que morir?

–Qué tontera. ¿Te sientes vieja, Delfina?

–No tengo problemas con mi edad y me da lo mismo decirla. Uno nunca está en una edad, los años siempre están pasando. Ligerito llega el cumpleaños y estás en otra. Es lo más efímero que hay. La juventud se pasa ligerito.

–Muy cierto. Tú, ¿cuántas cirugías estéticas llevas?

–Dos en la cara, pero ya no me hago más, porque creo que no hay caso y no quiero que me quede el ombligo en la frente. Además me da un miedo terrible la anestesia general. Oye, dime qué quieres: ¿otro tecito de guaraná o uno de coca?

Tecito con Allende

Vamos en el auto con Perique al volante y pasamos frente a La Moneda. Es inevitable volver atrás los años. Delfina suspira.

–¿Como lo pasaste en la dictadura?

–Atroz, peleando tarde, mañana y noche, lo que está en mi naturaleza. Desafiando, hablando contra los milicos en todas partes. Yo descubrí que Pinochet robaba ¡¡hace aaaaaaaños!! Nunca dudé. Este huevón ¿De dónde sacaba tanta plata? Una vez hablé con un joyero de confianza que le hizo una mano de oro a la señora… a la guatona esa de la Lucía. Una mano para poner los anillos. Gastaban y gastaban. Y nadie puede del lunes para el martes, hacerse tan rico. Además su séquito de acompañantes eran todos reconocidos ladrones, pues oye.

–¿No te dio miedo?

–No. Me llevaron presa una vez y vinieron a buscar a mis niños a la casa. Yo soy de la oligarquía chilena, siempre he sentido que este país es mío. Esto que me lo invadan con una teoría de peso cuarenta era cosa que me indignaba.

–¿Conociste a Salvador Allende?

–Cuando yo estudié Teatro en la Universidad de Chile era compañera de la Tencha. Me convidaba a tomar té a Guardia Vieja. Después trabajé como loca en todas las campañas. Cuando fue Presidente, una noche me convidaron a comer a La Moneda. Yo me acababa de separar de mi marido socialista y estaba furia porque se había ido con una señorita regia; estaba picadísima, como te podrás imaginar. Salvador me dice: "¿Cómo está Delfina?". "Pésimo, porque su camarada socialista me dejó". "¿Cómo es eso?". "Me dejó por otra huevona".

–¿Qué mas hablaban en el tecito con Salvador?

–Una de las convidadas, Marta Rivas, le dijo: "Mira Salvador, convida a todas las momias a tomar té a La Moneda, te lo van a agradecer con el alma y te van a pelar mucho menos, porque las que manejan este país son las mujeres. Dales scones, hazles té bien fino y vas a ver".

–¿Qué otras ideas salieron?

–Que fuera adonde Yarur y le pidiera tela para hacer sacos de dormir para que los niñitos no vieran tirar al papá con la mamá porque eso no les hacía bien. Además, quería que sacaran los cardenales y llenaran el país de lirios.

–¿Y todas esas cosas le importaban al Presidente?

–Era muy accesible. Uno podía acercársele y decirle: "Mira, Salvador, tengo pena". Lo mismo me pasa ahora con Michelle. Yo sé que a ella podría contarle cualquier cosa y sentirme acogida, acogida, acogida, por fin acogida. Puro útero.

–¿Qué te pasó el 11?

–El padre de mis hijos se llevó a los más chicos a su casa en La Reina y yo me fui a la casa de Nissim Sharim. Los más grandes andaban por ahí, y yo aterrada. Después me llamó una amiga, que había estado en el té ése donde hablamos de los lirios, y me dijo: "Delfina, por Dios, estos rotos mataron a Salvador".

Marihuanera

–¿Cómo ha cambiado Chile desde que eras chica?

–Para bien. Imagínate que de ser perseguida por "maldita comunista" paso a ser homenajeada. Quiere decir que la cultura que represento ha tomado vuelo. Yo, estoy contenta de este país, mijita, qué quieres que te diga. Yo a la trutruca que sólo da dos notas, ay, ay, la botaría, fíjate. Pero, por favor, no quiero polémica con los indígenas. Éste es un país tan lindo, de gente que es bien huevona, pero que también no lo es.

–¿Te cae bien la juventud?

–Me entiendo muy bien con los cabros chicos. Me entiendo mejor con mis nietos que con mis hijos.

–¿Qué te parece que usen los pantalones más abajo de los calzoncillos?

–Atroz. A los hijos de Nicolás, cuando lo iban a ver al Ministerio de Hacienda, les pedían el carné de identidad porque creían que eran delincuentes. Andaban con todos los pantalones rotos. A mí el feísmo me carga, siempre los reto por eso, pero no me hacen caso. Ese pantalón que te deja el tiro como a media pierna, en un país donde somos de pierna corta, no sienta.

–¿Qué tipo de ropa te gusta?

–Como actriz ando igual que las putas, poniéndome la ropa, sacándome la ropa todo el día. Afortunadamente me regalan ropa. Amigas mías me dicen: "¿Te importaría este vestido que lo he usado un par de veces?". Pásalo pa' acá.

–¿Qué te dice la gente en el súper cuando compras la marraqueta?

–Un señor en el Jumbo, en las bandejas del pan, me dijo: "Por Dios, usted tan inteligente y tanta grosería que habla. ¿Por qué no usa bien el idioma castellano que es tan lindo?". Yo le sugerí que leyera el Arcipreste de Hita, a Lope de Vega y a Cervantes que dicen muchas más groserías que yo.

–Cosas buenas, ¿te dicen?

–Me felicitan por mí y por mi hijo. Y yo les digo: "no me felicite por mi hijo que es un huevón pesado que no me contesta el teléfono".

–¿Te creías la muerte cuando era ministro?

–No. Yo vi el deterioro de su libertad. Fue muy acosado y perdí mucho contacto con él. Yo lo encuentro genial, pero quiero que se saque las cadenas, es Prometeo encadenado.

–Le recomendaste que se fumara un pito, ¿lo haces tú?

–He fumado un par de veces con las amigas. Hace poco llegó una y dijo: "ya, chiquillas, fumemos marihuana". Yo no había fumado nunca, pero me pareció divertido. Y le conté a los niños: "¿les cuento lo que estuve haciendo anoche? ¡Fumando marihuana!". "Pero mamá, por favor, a la edad suya, le van a decir la vieja marihuanera".

–¿Te quedó gustando?

–Si se quieren fumar 44 pitos, que lo hagan. Sólo disminuye la capacidad de recibir impactos importantes, roma la sensibilidad. Una niñita una vez me dijo: "Me fumé un coyote o peyote", ¿cómo es que se llama?, y yo le dije: "¿para qué mijita? ¿Por qué en vez de darse un vuelo hacia la muerte no se lee las Coplas de Jorge Manríquez?". A mí, una sinfonía de Mahler me desabrocha todo mi sistema, más que un pito. Switch on.

Sueño con serpientes

Delfina enciende la tele, para pasar el rato. El equipo pantalla plana lo compró también en cuotas con su tarjetita de la multitienda. Cuando fue a buscarlo, junto a uno de sus hijos, una gigantografía suya promocionaba el local. Fue como una experiencia Orwell, dijo ella. Y se sintió como frente a un espejo.

–¿Qué te pasa cuando te ves en la tele?

–Me muero de la risa, lo que es vergonzoso, porque aplaudirse de esa forma es asqueroso. Yo nací para actriz, mijita, no sé hacer nada más. Cada vez que me meto a la cocina me quemo las manos. Mira. (Me muestra un parche que le pusieron en la Clínica Alemana porque metió la mano cuando el horno hervía).

–¿No cocinas nada de nada?

–Sándwich de palta. Soy muy bestia. Pero limpio.

–¿Qué limpias?

–Todo, como condenada: soy maniática del orden. Cuando uno tiene la cabeza dando vueltas para todos lados, tiene que saber dónde están los cigarrillos y el jabón. Sería macabro que los calzoncillos estuvieran dentro de las ollas. Cuando no me la puedo, pido ayuda. Como el otro día que no me podía sacar las botas y llamé al conserje. ¿Cómo iba a dormir con las botas puestas?

–Ja ja ja. Has trabajado tanto, ¿eres millonaria?

–No mijita, pero tengo lo suficiente para vivir y regalar. No aspiro a una casa con piscina ni a tener cancha de tenis ni de fútbol que, por lo demás, me carga.

–Yo imaginaba que vivías en una casa con piscina, no en departamento.

–Ni loca. Yo de vivir así a lo grande me compraría el palacio Riesco, con veinte mozos atendiéndome: Perique como mayordomo y la Nena como maestra de cocina. (Risas de sus empleados desde la cocina). Claro, pero no en La Dehesa andando en auto tres horas de ida y tres horas de vuelta, ni cagando. Yo vivo austeramente. Encuentro brutal este departamento. Oye, chinita, me voy a tomar mi Anafrenil.

–Antes, dime tu mejor sueño.

–Lo soñé en Juana de Lestognac, donde vivía antes: Tengo unos 35 años, soy joven aún y estoy con una tenida muy sexy, un baby doll negro, como en la obra Tres noches de un sábado. Por la ventana aparece una bicha enorme. Me levanto y me tapo. La bicha pasa por los pies de la cama, preciosa, con el lomo lleno de vetas tornasoladas, divina. Y la bicha me dice: "no te preocupes, con lo único que hago daño es con la lengua". Pasa la bicha: lleva todo el vientre lleno de sangre y agrega: "me arrastro para que no me vean los dolores".

–¿Qué te dijo tu sicoanalista? ¿Qué significaba eso?

–La bicha con lengua viperina, obvio, era yo: brillante por fuera y con mucho dolor por debajo.

El celular de la que sueña con serpientes tiene seis llamadas perdidas. Me pide que le enseñe a recuperarlas. Trato. En serio que trato. Pero los botones del "Registro" y el sistema de "volver atrás" le quedan grandes. O soy mala profesora. O Delfina no tiene remedio.

Game Over.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.