El hombre al desnudo

Partió copiando el David de Miguel Ángel, el Adán de Masaccio y figuras masculinas que sacaba de revistas como Playgirl. Hoy pinta hombres desnudos, en medio de selvas o sumergidos en el agua, tiene coleccionistas que se pelean sus pinturas cargadas de erotismo y trabaja en una gran exposición que presentará en el Museo Nacional de Bellas Artes en 2016.




Paula 1175. Sábado 6 de junio de 2015.

José Pedro Godoy pinta paisajes de fantasía, selvas verdes, exuberantes, que solo existen en la naturaleza que él imagina. Pinta flores perfectas que se despliegan, con sus formas casi pornográficas y sus colores vibrantes, sobre un fondo negro, en composiciones hechizantes. En sus cuadros se aparean, todos al mismo tiempo, las cebras, los flamencos, los chitas y los patos. En sus cuadros hay hombres de cuerpos esculturales que habitan la selva en ropa interior y otros que flotan en el agua. José Pedro Godoy, 29 años, diez de carrera artística, pinta el deseo y la sensualidad homosexual todos los días de la semana, desde temprano en la mañana hasta el anochecer.

"La representación del desnudo en el hombre ha estado postergada en relación a la mujer. Hay una dinámica visual donde el hombre es siempre el portador de la mirada y la mujer es el objeto del deseo. Entonces, ¿qué pasa cuando el objeto de deseo es masculino?", pregunta bajo la misma ampolleta que lo acompaña todos los días, esa iluminación artificial que no admite los juegos de la luz natural en su taller de cielos altos y piso de madera en la calle Seminario.

¿Hay algo de activismo en esa idea?

No. O quizás sí. Una reivindicación del homo erotismo, porque en el fondo obligas a los hombres a ver a otros hombres como objetos de deseo.

A hombres que les atraen los hombres.

Y para los que no, es una situación incómoda.

¿Y por qué quieres incomodar a los heterosexuales?

No sé si quiero incomodar a los heterosexuales. Es como: "mira esto, esto es lindo, también, esto es erótico".

También tus cuadros pueden generar una tensión desde la mirada de la mujer.

Sí, claro. Pero pareciera que las mujeres tienen una erotización que no es tan visual como la de los hombres. Si ves lo que pasa con Cincuenta sombras de Grey, te aseguro que nunca un libro erótico para hombres sería un hit.

¿Cuándo deja de ser erotismo y empieza a ser pornografía?

Hacer arte pornográfico es difícil, porque la pintura media tanto el cuerpo humano que no tiene nunca esa híper realidad que sí tiene la pornografía. La pintura tamiza la sexualidad. La vuelve otra cosa. Nunca he hecho algo pornográfico. La relación sexual está sugerida o mostrada pero de una forma muy soft.

¿Hay algo de Claudio Bravo en tus retratos de hombres?

¡No, no, no, no! No me gusta Claudio Bravo.

¿Estoy ofendiéndote?

No, pero no es un artista que mire.

José Pedro Godoy empezó a pintar desde niño al lado de su abuelo quien, además de artista era joyero, relojero, gásfiter, artesano, medio maestro. "Se compraba casas, les hacía ampliaciones siempre estaba ocupado y entretenido", dice. En el colegio era el alumno talentoso para el dibujo, pero cuando entró a estudiar Arte en la Universidad Católica sufrió un duro golpe de realidad. "Te enfrentas con cien compañeros, y en comparación a ellos, yo no dibujaba bien. En los primeros cursos de Pintura era muy malo, después como que agarré ritmo".

¿Te sentiste inseguro?

Sí y no. Porque uno también se da cuenta que una cosa es el talento y otra es el trabajo.

Apenas empezó la carrera se interesó en el desnudo masculino como línea de trabajo. "A mí el arte gay, o lo que entra dentro de la categoría queer, siempre me ha interesado. Y me interesa ser parte de eso", dice. Partió copiando desnudos clásicos como el David de Miguel Ángel, el Adán de Masaccio, con otros contemporáneos que sacaba de revistas como Playgirl y que pintaba en formatos pequeñísimos a propósito, para que la gente tuviera que acercarse mucho a mirar el cuadro y se diera una relación más íntima con la obra.

¿Qué te decían en la Universidad Católica?

Nada. Nunca. Los profesores que nos tocaron eran bien liberales y si uno no hace nada que sea vistosamente contra la Iglesia no te van a molestar. Tienes que hacer algo que sea como muy obvio y como muy agresivo para que alguien te moleste. Yo no estoy de acuerdo que sea así, pero es como el costo de estar en la Católica. Tuve una profesora, la Alejandra Wolff que fue muy determinante en cómo me gustaba la pintura y en los temas que me gustaba desarrollar.

José Pedro Godoy ofrece una taza de té. Camina hacia la cocina por un largo pasillo. Al fondo puede verse el jardín amurallado, oscurecido por la sombra de una higuera añosa que le sirve de escenario para que sus modelos, casi siempre sus propios amigos, le posen desnudos. También hay una piscina para cuando las escenas son dentro del agua. "¿Te molesta que fume?", pregunta. En este estudio ha pintado también los cuadros que han servido para ilustrar las portadas de las novelas de su pareja, el escritor y fundador de Iguales, la fundación pro diversidad sexual, Pablo Simonetti, con quien vive y con quien firmará el Acuerdo de Unión Civil en un tiempo más. Han pensado en enero, cuando haya buen clima. Quizás hagan una fiesta. Quizás salgan a comer y eso sea todo. Pero será algo íntimo e informal. "Es que yo ya me siento casado con el Pablo", dice. Ya llevan cinco años juntos. "No hubo pedida de mano", dice sonriendo.

"En el fondo obligo a los hombres a ver a otros hombres como objetos de deseo", dice José Pedro sobre sus pinturas. Y aclara: "no quiero incomodar a los heterosexuales. Solo quiero decir: mira esto, es lindo también".

Bien poco romántico.

Lo romántico está en otras cosas, quizás en la decisión de hacerlo o en cómo lo vayamos a hacer o en la relación que tenemos. No me parece que te lo tengan que pedir, lo tienes que conversar, eso es más civilizado. He visto tantas amigas mías atormentadas con eso de si les van a pedir matrimonio, que es mucho mejor no tener esa presión ni estar condicionado de esa forma. Uno ya se ha liberado de tantas cosas para vivir su vida como quiere...

Con Pablo Simonetti se conocieron en una fiesta. Los presentó la artista visual Margarita Dittborn. "La Margarita es una celestina bien desprejuiciada, y de todos los intentos celestinos que hizo, Pablo fue el único que funcionó. Una vez leí que para las amigas, los amigos gay éramos como los perros". Parafrasea: "Tengo un pastor alemán. Ah, yo también. ¿Crucémoslos? La Margarita era un poco así", dice riendo.

No fue un flechazo, admite. Se vieron, se siguieron en las redes sociales, salieron. "Fue muy de a poco. Y eso lo ha hecho más estable y más confiable. Pero igual era raro", dice.

¿Por qué?

Por la diferencia de edad. Son 24 años. Para mí fue tema muy al principio, pero después se me olvidó. Tenemos ritmos de vida parecidos, rutinas que se complementan y eso es mucho más importante que otra diferencia que pudiera haber. Nos acompañamos, lo pasamos bien.

Estar en pareja con otro artista no debe ser fácil.

Ha sido fácil. Primero está el tema de que uno se quiere y se acompaña, pero, además, hay un respeto por el trabajo y el espacio del otro y es súper difícil tener a alguien que lo entienda. Con Pablo podemos compartir nuestra actividad sin tener que sacrificar lo que hacemos y eso es súper valioso.

Él te admira mucho.

Sí. Es admiración mutua.

¿Te pide opiniones?

Sí, pero cuando ya tiene listo el borrador de la novela. Y yo no opino como un editor, sino que como un pintor que lee.

Y él, ¿opina de tus cuadros?

Pablo puede llegar cuando estoy empezando un cuadro y decir "yo creo esto" y yo le digo "ándate". A mí no me gusta mucho que me opinen cuando no he pedido la opinión. La pintura tiene capas, tiene momentos, hay un momento para opinar. No es que alguien pueda entrar y opinarme un cuadro. Es muy invasivo.

A su lado, contra la ventana que da a la calle, hay un mueble de madera atiborrado de frascos con pinceles. Más allá una estantería que recuerda la estética kitsch de una vulcanización: rollos de masking tape, frascos de tinta, recortes de revistas con imágenes de hombres sin polera, una caja de remedios para la alergia, tubos de pintura, ángeles de porcelana. Pero en el centro de toda la chimuchina, hay un espacio abierto y una foto pequeña. Es un retrato de su padre, Ricky Godoy, sonriente, de barba de tres días, el pelo cano medio parado, los dedos haciendo la V de victoria con una leyenda impresa: "La vida es pasión. La pasión es vida". José Pedro Godoy perdió a su padre, un motoquero asiduo a los rallys, el año pasado en un trágico accidente en moto en Irlanda del que sobrevivió su madre. Tenía apenas 52 años. "Mi papá era muy cariñoso, muy apañador e incondicional, es una falta muy grande acostumbrarse a esa pérdida.

Cuando se te muere un papá es como si se te metiera dentro. En cierta forma empieza a estar mucho más presente".

La muerte de su padre también ha influido en que quiera firmar la Unión Civil. "Con la muerte de mi papá me di cuenta de lo necesario que es para poder tomar decisiones, poder hacerse cargo de ciertas cosas que pasan, tener ese derecho de poder ser la voz de la persona con que estás. Tener un lugar principal, no solo en la vida privada, sino que también en la vida social".

Sobre el atril hay un cuadro grande a medio terminar. Es una fantasía tropical, flores, pájaros, animales copando el espacio con sus movimientos, con sus colores. "Una naturaleza que no se vuelve en contra del hombre. Es la fantasía del hombre y la naturaleza sin amenazas", dice sobre los paisajes que le gusta pintar.

¿Y por qué eso?

Por esa idea de idealizar.

¿Quizás para darle luz a la temática gay?

Claro. Es como una homosexualidad sin culpa.

¿Tú no viviste tu homosexualidad con culpa?

No, para nada. Desde niño chico que me gustaban los hombres. Leía mucho, decían que la sexualidad se definía como a los 14 años, entonces cuando ya tenía como 13 años sabía que no había vuelta atrás y que era lo que era.

¿Era incómodo?

Sí, claro

¿En los camarines?

Es que mi colegio no tenía camarín, menos mal–, dice riendo. –A mí siempre me gustó ver hombres. En tercero o cuarto medio yo creo que ningún compañero se cambió de ropa delante mío.

¿Te molestaban?

Me molestaron mucho más antes de salir del clóset.

Salió del clóset a los 16 años. Se puso de acuerdo con una amiga lesbiana y les contaron el mismo día a sus padres. Fue una conversación larga, preparada. "Lloré mucho cuando les conté. Yo no me imagino un dolor y un peso más grande que ser niño, ser gay, no decirlo y sentirte raro. Tienes esta carga tan pesada y liberarla es súper sanador, nada vuelve a ser tan terrible. Mi sensación fue: 'cómo no lo dije antes'". Recibió el apoyo incondicional de sus padres que, si bien tuvieron su proceso de aceptación, jamás le hicieron sentir alguna incomodidad. "Yo subía a Instagram las fotos más gay que te pudieras imaginar y mi papá siempre les daba like. También tenía una profesora en el colegio que me tenía muy cachado. Me hacía leer a Manuel Puig, me introdujo a toda una cultura homosexual que me ayudó a saber que no estaba solo en el mundo. También me sirvió mucho ver MTV o algunas películas relativamente chico, como La ley del deseo o Laberinto de pasiones, de Almodóvar. Cuando uno veía que había una movida gay el 85 en España, te dabas cuenta de que el mundo iba hacia allá y que el problema era Chile como cultura y no uno como persona", dice.

¿Cómo cambiaste tú después de liberarte?

Cambié convirtiéndome en alguien más reconciliado con el mundo, más feliz, empecé a pasarlo mejor. Salí del clóset con ganas de ser mucho más gay de lo que en verdad podía. Pero seguí teniendo los mismos amigos y seguí teniendo la misma relación con mi familia y siguió todo igual. Yo nunca he tenido que dar batallas dentro de mi familia.

A sus 29 años, José Pedro Godoy, no se queja. Sus cuadros se venden entre cuatro y cinco millones. Acaba de ganarse un Fondart para montar una exposición en el museo de Bellas Artes. Dieciocho millones que dice, le alcanzará para los materiales y la producción de un catálogo, tiene coleccionistas, como Ramón Sauma y Gabriel Carvajal y también trabaja con la galerista chilena radicada en Nueva York, Yael Rosenblut quien lo ha llevado a ferias como Arco en Madrid para internacionalizar su carrera.

A los 16 les dijo a sus padres que era homosexual. "Lloré cuando les conté. No me imagino un dolor más grande que ser niño, ser gay, no decirlo y sentirte raro. Es una carga pesada".

¿Sobrevives con tu arte?

No. Yo vivo. Pero no soy una máquina de hacer cuadros.

¿Haces cuadros por encargo?

Lo hice y me cargó la experiencia. Nunca más. Pintar pensando en satisfacer el gusto de una persona específica te coarta y hace que el proceso sea más aburrido. Partes el cuadro con un desprendimiento hacia él que no es bueno. Hay que pintar pensando que ese cuadro, antes que de nadie, es tuyo.

¿De qué te arrepientes?

Siempre me arrepiento de la vida que no viví. Llevo 10 años pintando y hay un montón de cosas que no he hecho. Nunca me he ido a estudiar afuera, nunca hice intercambios. Ahora voy a cumplir 30 años y llevo prácticamente casado los últimos cinco, nunca pensé que me iba a casar tan joven. De repente dices, se me fueron los veinte. Pero uno no puede hacer todo. Siempre he sido viejo chico, es una vida que me ha gustado.

¿Tendrías un hijo?

No. No me gustan los niños y yo tampoco les gusto a los niños. No me imagino con esa vida. Además, yo entiendo que un niño es algo que te puede pasar, pero si piensas en todo lo que yo tendría que hacer para ser papá, desde buscar el vientre de alquiler. Hay que tener muchas ganas de hacerlo. No siento que me vaya a perder algo que quiera vivir. Tampoco tendría un perro. No me siento en un momento en que pueda ni siquiera postergarme tanto por alguien.

Un gatito negro se asoma en la puerta de su estudio y comienza a maullar. "¡Ándate!", le grita, pero luego sonríe y dice: "Quiere que le hagan cariño, pobrecito".

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