El pasionario

En su cargo de Presidente de los subcontratistas de Codelco, en un año convirtió los derechos laborales en asunto político de primera importancia. Los empresarios le temen. Los trabajadores le piden auxilio. Cristián Cuevas es, ante todo, un ser humano sorprendente. Aquí habla de los hitos que han marcado su vida y enfrenta -con recelo, pero sin titubeos- el tabú de su identidad sexual.




El mes pasado Cristián Cuevas (39) viajó por primera vez fuera de Chile. Fue a Cuba, donde el presidente del Partido Comunista de Chile, Jorge Teillier, le presentó a las autoridades del gobierno, justo antes de que Fidel Castro escribiera la carta de renuncia. El día que regresó a Santiago Cristián fue solo al Cine Arte Alameda a ver el documental chileno La ciudad de los fotógrafos. Había cuatro personas viéndolo. Las imágenes de las protestas contra la dictadura de Pinochet en los años 80 le provocaron impotencia y rabia. A la salida, caminando por la Alameda, sintió una enorme desolación. Pensaba en el mundo que soñó posible en su adolescencia y que aún no llega. Llamó a dos de sus mejores amigas buscando contención para esas desbordantes emociones, cuya fuerza lo ha convertido en uno de los dirigentes sindicales más efectivos en el Chile actual.

En 2007, Cuevas, en su papel de presidente de la Confederación de Trabajadores del Cobre, condujo una huelga no autorizada de unos 20.000 trabajadores subcontratistas de la minera estatal Codelco. El movimiento motivó la intervención de la Iglesia Católica y el llamado del obispo Alejandro Goic a fijar un salario ético. Así, los derechos laborales se convirtieron en tema de primera importancia política.

Para Cristián, militante del PC, ese triunfo fue sólo un escalón en su meta de que los trabajadores sean los protagonistas de las decisiones públicas. "Para eso estoy trabajando. En el centenario del natalicio de Allende, mi aspiración máxima es que los trabajadores vuelvan al poder", afirma.

En los últimos meses ha recorrido el país apoyando las demandas de los trabajadores forestales, agrícolas y mineros. Ha estado con los mapuches y las temporeras. Después de ver La ciudad de los fotógrafos, viajó 12 horas en bus a Puerto Montt para reunirse, por un día, con trabajadoras de la salmonera Aguas Claras, quienes le relataron entre lágrimas que habían sido vejadas en una detención policial.

"Eso es lo que los empresarios ven como instigación", asegura. Él no instiga, dice. Les transmite a los demás sus convicciones e intenta ser coherente con su biografía. En una historia que poco calza con el estereotipo de luchador social, Cristián no hace concesiones a la hora de enfrentar la verdad. Ni siquiera cuando se trata de sí mismo, y aquí habla sobre su identidad sexual. "Lo hago por primera y última vez, porque estoy cansado de la amenaza constante de parte de quienes quieren hacerme daño. La verdad libera", afirma.

De la mano de Benicia

Cristián es hijo de Eleodoro Cuevas y Benicia Zambrano, y nació en la pobre Coronel, en los tiempos en que casi todo el mundo vivía de las minas del carbón.

Benicia era viuda y ya tenía cinco hijos cuando se casó con Eleodoro. Con él tuvo otros seis, de los cuales Cristián es de los menores. De aquella infancia, el sindicalista recuerda a sus padres bailando tango en la casa, junto a una radio portátil, mientras él y sus hermanos se les pegaban en las piernas. También tiene grabados la falda negra y el chaleco rojo que Benicia lucía el día que lo llevó a conocer a la alcaldesa comunista de Coronel.

"Mi mamá era una mujer socialista, muy activa. También era evangélica. Murió de cáncer a los 39 años. Yo tenía cuatro. Yo iba al Centro de Madres pensando que allí la iba a encontrar. Hasta ahora la busco", cuenta con una sonrisa triste y reconoce que aún hoy le produce desgarro separarse de las personas que ama.

Cristián recuerda que, tras la muerte de su madre, Eleodoro se entregó a su papel de proveedor para los 11 chiquillos y no volvió a casarse. Los hermanos mayores –Manuel, Víctor Hugo y Humberto– se hicieron cargo de los chicos, cocinando, cuidando los escasos recursos y administrando por igual afecto y disciplina.

"Cuando yo era niño me sentía muy vulnerable y andaba buscando afecto. Lo encontré en una de mis profesoras, Alba Jiménez. Ella nos preguntaba en clases: '¿Quién era el Presidente de Chile antes de este régimen?'. '¡Allende!', gritábamos. Ella me puso bajo su alero y me instó a meterme en clases de teatro. Ahí me di cuenta de que tenía una fortaleza que me permitía superar la timidez", relata.

Cristián soñaba con ser artista, pero esa no era una vocación que en Coronel se considerara apta para un varón, así que desarrolló otras aptitudes."En cuarto básico me eligieron presidente de curso, ¡y me gustó!", narra. Cuando cumplió 14 años fue reclutado por uno de sus hermanos mayores para militar en una de las facciones más radicales del Partido Socialista. Al poco tiempo, ya se elevaba como dirigente estudiantil de la zona del carbón. En 1988 participó en una huelga de hambre que lo dejó en los huesos. "Yo siempre fui disciplinado. Asumí desde el primer día la responsabilidad y el compromiso con la causa política. Nunca me relajaba. Además, no era de muchos amigos ni de mucha calle. Me sentía distinto al resto", relata.

Poco después de sair del liceo, a principios de los 90, aún con la ambición de cambiar el mundo, Cristián trabajó en ONG sureñas de defensa de los derechos humanos, de protección a niños y a víctimas de violencia intrafamiliar. "Seguí en la lucha contra el andamiaje de la dictadura, pues, en mi opinión, todo seguía más o menos igual con esta democracia", dice.

La liberación de Cristián

En 1996, Cristián se hastió. Tenía 26 años y sentía que muchos de quienes se opusieron a la dictadura se habían rendido o se habían acomodado en puestos de gobierno. La agrupación socialista en la que militaba se había desperdigado.

Cuevas pensaba que los mineros de Lota aceptaron, sin dar mucha pelea, que se cerrara la mina y él no tenía fuerzas para impedirlo. "Yo, que vivía en Cerro Corcovado, una población con muchas necesidades, ese año me dije: 'Si quieren estar metidos en el barro toda su vida y no quieren luchar, es su problema. No es el mío'. Hace como un mes estuve en Lota y los mismos dirigentes que se entregaron a un acuerdo que no dio protección a nadie y que provocó la actual cesantía seguían lamentando el cierre de la mina. Yo les dije: '¡Hasta cuándo lloran. Por qué no luchan!'".

En esa misma época, Cuevas vivía un cisma personal. Llevaba tres años pololeando con Fely Caro, pero sabía que se estaba mintiendo. "Podría haberme casado y tenido hijos, pero ella no se lo merecía, y yo tampoco. Me alejé y, después de un tiempo, le expliqué por qué. Hoy somos grandes amigos, aún la quiero mucho".

Una película cubana que se exhibió en ese tiempo, Fresa y Chocolate, marcó sus decisiones. "Descubrí que ser revolucionario y tener una orientación sexual distinta a la mayoría no era contradictorio", dice.

Poco después acudió a un panel sobre Diversidad y Tolerancia, en Concepción. Tras escuchar varios discursos sobre la discriminación a las minorías sexuales, Cristián, sin pensarlo demasiado, caminó con paso firme hacia el pódium y habló ante el micrófono: "Soy Cristián Cuevas, socialista, y nunca me he sentido discriminado por mi orientación sexual". Ante una atónita audiencia, planteó una postura que ha sido permanente en su vida: los derechos no hay que pedirlos, hay que tomárselos. El público lo ovacionó. Cuando salió del recinto le temblaban las piernas. "Muchos de mis amigos dejaron de hablarme. Pero los que no me dieron la espalda son hasta hoy mis amigos", comenta. "Antes de ese momento yo vivía oculto, con miedo. A partir de entonces me sentí más libre y feliz".

El próximo paso de Cristián fue contarles a sus hermanos su verdad. Después se fue a vivir a Los Andes, con su hermano Víctor Hugo.

Nace un líder

Cuando llegó a Los Andes, Cristián tenía el firme propósito de dedicarse sólo a trabajar y a sus asuntos, sin involucrarse en batallas sociales. Su hermano le consiguió trabajo en la empresa contratista Sodexho, que daba servicios de alimentación a Codelco en la zona. Partió lavando platos.

"Fue muy golpeador. En Coronel veía problemas, pero no discriminación. En Los Andes, en cambio, había grandes diferencias entre los trabajadores de planta y los contratistas. Cualquier obrero que trabajaba para Codelco te trataba en forma déspota, como si fuera el patrón. Te miraban en menos", relata.

Un día, Cristián escribió en el baño la consigna "Abuso laboral" y al día siguiente el baño amaneció plagado de rayados de sus compañeros, imitándolo. En 1997 participó en la formación del primer sindicato de esa empresa. Cristián no quiso postular como candidato a dirigirlo. "Me daba miedo el mundo sindical, lo sentía desconocido y machista", admite. Sin embargo, sucumbió a la presión de sus compañeros y fue elegido dirigente, iniciando un camino del que ya no se apartaría más.

En 1998, tras la detención de Pinochet en Londres, Cristián se cruzó casualmente, en una marcha por los derechos humanos, con Gladys Marín, la ex líder del PC, quien la encabezaba. "Los pacos tenían a la gente acorralada frente a La Moneda. Yo vi cuando la Gladys levantó el brazo de uno de los pacos y, a la fuerza, rompió el cerco y se tomó la calle. Ahí pensé: '¿Y ninguno de los hombres que anda con ella se atreve a hacer eso?' Me puse a su lado y, aun sin conocerla, me dije: 'Así quiero ser. No quiero doblegarme ante el temor'". Cristián decidió entrar al PC y simplemente se presentó a la sede de la colectividad en Los Andes.

¿No fue el PC el que te ordenó que entraras a Sodexho para organizar a los contratistas?

No. Son mitos. Para mí, militar en el partido de Recabarren es un honor y una responsabilidad enorme. Nunca me he sentido instrumentalizado. El PC no me ha dado órdenes. Yo he asumido la militancia con total entrega y he influido en las decisiones del partido, por ejemplo, en el tema laboral. Yo creo que hay que abrir el PC a la diversidad. Gladys intentó hacerlo en sus últimos años. Hablaba de crear el movimiento de los movimientos. Aperró con eso y por eso su funeral fue grandioso. El pueblo la veía como a una líder. Yo promuevo la participación de las mujeres en la lucha sindical. Les digo a las compañeras que se rebelen, que no esperen a que los hombres les digan qué hacer. Soy un admirador de las mujeres progresistas, de Simone de Beauvoir, Frida Kahlo, Gabriela Mistral, Violeta Parra, las dirigentes de los familiares de detenidos desaparecidos. Ellas marcan la historia, sin desmerecer lo que han hecho también grandes hombres.

Vocación y soledad

Cristián Cuevas pasa poco tiempo en su casa en Los Andes, donde vive solo. Hace diez años que no toma vacaciones y ahora vive de bus en bus, de avión en avión, de discurso en discurso. No duerme más de cuatro horas y lo primero que hace en la mañana es leer la prensa, desde El Mercurio a las noticias de farándula. "Para estar en contacto con la gente, tengo que estar informado de todo", explica.

Cristián vibra con la danza y la ópera. También disfruta ir a un bar con sus amigas a hablar de la vida y del amor, y le encanta la música de Compay Segundo, Ana Belén y Chavela Vargas. Sin embargo, casi no tiene tiempo ni plata para brindarse esos placeres. La mayor de sus alegrías personales es que está a punto de retomar sus estudios de Trabajo Social en la Universidad Arcis, gracias a una beca.

Cristián asegura que su vida ya no le pertenece sólo a él. "Aunque quiero mucho a mi familia, llevo más de un año tratando de ir a ver a mi padre, que tiene 81 años. Puede sonar arrogante, pero siento que pertenezco al pueblo. Me nutro del cariño de los trabajadores y trabajadoras. Sin ellos, sin mis compañeros de la Confederación, no soy nada".

El sindicalista más temido por los empresarios es un hombre sensible, que se emociona con facilidad, pero no por eso se siente débil. "Me mantengo alerta y fuerte, porque estoy bajo amenaza permanente. Hay gente que me quiere hacer daño con mi vida personal. Pero cuando no tienes nada oculto, puedes mirar a la gente a los ojos. Lo único que hace libre al ser humano es la verdad. El que vive con miedo, con temor, oculto, engañando, no es libre".

¿Cómo llevas tu vida personal en el presente?

No es fácil encontrar pareja. Estoy muy expuesto.

¿Cuándo fue la última vez que tuviste una?

En diciembre de 2006. Todavía, cuando me acuerdo de esa ruptura, siento dolor, ausencia. Yo he sufrido mucho por amor, cuando me enamoro me entrego con todo.

¿Tienes miedo de que se use tu identidad sexual para debilitar tu liderazgo?

Yo me siento parte de un sector minoritario de este país. Que me critiquen por mi sexualidad, no me da miedo, porque la asumo y no tengo por qué ocultarla. Los trabajadores han sido respetuosos frente a este tema, porque mi capacidad de liderazgo no se mide por mi orientación sexual. Los que me han querido hacer daño con eso perdieron la batalla.

La podrían haber ganado si te hubieras ocultado.

Absolutamente. Pero como ya no es un tema en el mundo de los trabajadores, quizás eso le duela al enemigo. Lo que sí veo es un doble estándar, porque a los empresarios nadie les pregunta por sus dobles conductas ni por sus dobles vidas. Yo no debato sobre mi sexualidad en la arena pública. Esta es la primera y última vez que me referiré al tema, pero tampoco tengo nada que ocultar.

Eso te hace parte de otras luchas.

Sí, porque genera una lucha de géneros, de alianzas. El mundo sindical es un mundo más o menos cerrado, que a veces sostiene la discriminación. El mundo político también, porque lo que se dice muchas veces no coincide con la práctica. Ahí tenemos que construir un proyecto de liberalización, que significa el respeto a las distintas identidades culturales, políticas, religiosas, sexuales. Yo veo en la CUT una apertura que no se veía 20 años atrás. Pero es un proceso. A la propia izquierda le ha costado ser coherente en esta materia. De todos modos, no estoy de acuerdo con asumir el papel de víctima discriminada que anda sufriendo por la vida. Yo creo que hay que luchar. Y tener una posición política amplia, que unifique los temas. Si yo, como dirigente sindical, me he elevado a donde estoy, cargando con todas mis mochilas, es porque me he ganado el afecto y la legitimidad de los trabajadores. Y voy a seguir donde estoy hasta que ellos lo quieran. Ni un día más".

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