El Sensei de Gendarmería

El chileno Carlos González dicta clases de Defensa Penal Penitenciaria, o artes marciales para quienes trabajan en cárceles. Una disciplina única en su tipo creada por este hombre de 54 años y que empieza a llegar a otras partes del mundo.




Una escopeta Flemington apunta directo a la nuca del Sensei Carlos González en el pasillo de la Penitenciaria de Santiago. Tiene el pelo cortado al cero, lentes, está sereno y mantiene los brazos en alto. Entonces gira rápido y aparta el cañón con su palma derecha. Queda fuera de la línea de tiro. Con la izquierda toma la culata, da un paso atrás y golpea con ella a su agresor con un movimiento corto.

No es una acción de riesgo, es uno de los entrenamientos diarios del grupo de reacción de Gendarmería que trabaja en el viejo edificio de calle Pedro Montt.

La clase es una charla de menos de media hora donde se repiten las instrucciones una y otra vez para internalizar los movimientos. Por si alguna vez les toca estar de rehenes con una escopeta recortada apuntándoles en la nuca. Repetición constante. Ya saben, encerar, pulir.

Es la Defensa Penal Penitenciaria, o artes marciales para quienes trabajan en cárceles. Una disciplina única en su tipo creada por este hombre de 54 años y que empieza a llegar a otras partes del mundo.

Pero, como en toda historia de artes marciales, el inicio viene de hace muchos años atrás. Cuando el Sensei era un niño de seis años y conoció a su maestro.

"Empecé porque me pegaban en el colegio -recuerda Carlos González- Entonces mi papá, que era carabinero, me llevó a la Escuela de Suboficiales para que un chino me enseñara karate. Pero en verdad era un japonés y me enseñó judo". Su nombre era Toshiharu Kobayashi, uno de los más insignes maestro de judo del país. Una eminencia que lo formó y le enseñó a mirar la vida de otro modo, como todo gran maestro en una historia de artes marciales.

Así, al mismo tiempo que ganaba campeonatos infantiles y luego juveniles, el maestro Kobayashi le contaba pequeñas reflexiones al final de cada clase. "Una vez me dijo que la base de una montaña son piedras pequeñas. Una historia que he ido interpretando de maneras distintas a lo largo de los años". No cuenta qué interpretación le da ahora, porque son personales. Él también hace lo mismo con sus alumnos gendarmes.

La llave de la ley

Claro que como maestro, Carlos González empezó en Arica. Hasta que, nuevamente su Miyagi personal lo llamó para que fuera su secretario en Santiago. Una vez ahí, el año 1986 lo llamaron de Gendarmería para que les enseñara a los aspirantes a gendarmes. Partió en la escuela y luego en la Penitenciaría.

"En un procedimiento me di cuenta que no era lo mismo pensar y actuar cuando una persona está en una clase que cuando está adentro. Donde las personas están alteradas, donde hay un olor, hay un ambiente que es muy fuerte. Pueden haber disparos, gases lacrimógenos, humo, entonces las condiciones cambian totalmente".

Viendo videos vio que el judo era muy brusco. Que necesitaba herramientas de otras artes marciales. "Tomamos cosas del Karate, del Aikido, del Kendo. Al final nos dimos cuenta que teníamos una técnica nueva, la Defensa Personal Penitenciaria". ¿Cómo la define? Como un método de defensa sin agresión. Dónde lo que importa es inmovilizar al oponente y no noquearlo.

Con orgullo cuenta que han hecho demostraciones en Inglaterra, Australia, Colombia, Brasil y Ecuador. Y que han viajado guías para esos países para internacionalizar la disciplina.

Mística espiral

Algunos alumnos no distinguen su mano derecha de su izquierda o se les olvida dar un paso atrás al quitar la escopeta. El Sensei vuelve sobre el ejercicio mientras los oficiales de mayor graduación lo miran de lejos. Al final los pone en fila y les cuenta una historia sobre el amor. De ahí la veintena de gendarmes, todos jóvenes, tienen que pasar las próximas horas en los techos del edificio. Uno de los del grupo cuenta que algunos internos los molestan durante los turnos. Que los agraden tirándoles cosas. Que a veces pasa a mayores. Entonces ellos recuerdan sus rostros por si les toca topárselos cuando bajan del techo, "me he encontrado con alguno en el horario de visitas. Frente a frente. Y ahí eres tú o él. Ahí es dónde uno aplica los que te enseñan en las clases".

Al Sensei le ha tocado entrar a rescatar gente en incendios autoprovocados. Y "reducir" a más de alguno. También cuenta que los internos más ociosos estudian los movimientos de los gendarmes para poder responderles. Y que, por lo mismo, ellos deben mejorar sus técnicas cada vez. Cuenta pocas historias de violencia. Muchas de valor, respeto y responsabilidad.

Otro de los gendarmes dice que, aunque a veces no entienden las historias que cuenta al final de cada clase, a ellos les sirve de motivación. "El Sensei tiene una mística que te da ánimo acá. La mayoría somos de provincia y estamos lejos de la familia, y uno se 'sicosea' (sic) con eso, y el Sensei te sube la moral. Nos dice que somos un pilar fundamental de la institución. Y eso un jefe no te lo dice".

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