Escalona: Su mundo privado

No fue a la universidad. A cambio, construyó por más de 40 años una carrera política que hoy lo tiene presidiendo el Senado, donde está en su salsa. A Camilo Escalona (57) su padre no le enseñó a amasar, porque no quería que fuese panadero como él, pero le heredó las dos características que lo definen: ser socialista y no mostrar su corazón.




Puede hablar largamente de los mejores historiadores del sitio a Stalingrado, pero no le entusiasma la poesía. Tiene clarito cuáles son las falencias del gobierno de Piñera y los errores de la opsición, pero no se atreve a especular si después de la muerte todo se acaba o hay algo más allá. Es capaz de relatar la lucha por los derechos de las mujeres desde que las primeras osadas exigieron derecho a voto en 1874 en La Serena, pero ocupa solo cinco palabras para hablar de su relación con su única hija.

Es claro que Camilo Escalona Medina se siente más a gusto en lo racional que con los sentimientos, los que prefiere guardar para sí, aunque tiene la risa fácil y le brillan los ojos cuando se le ocurre algo ingenioso para decir. Ha sido elegido tres veces diputado y una vez senador; sumará 20 años en el Congreso cuando concluya su mandato, pero se puede decir que acumula 41 años de carrera política porque a los 16 fue elegido presidente del centro de alumnos del Liceo 6 de Hombres de San Miguel y no paró más. No tiene una profesión, o habría que decir que su profesión es la política y, aunque nunca ha ocupado los primeros lugares en las encuestas, ha logrado hacerse un sitial entre los políticos respetados, incluso por sus adversarios.

Hoy es presidente del Senado, el cargo más relevante de su historia, que asumió con el peso simbólico de ser el primer socialista en ocuparlo en 46 años. Le preocupa el país, la desigualdad, el inmovilismo institucional, la educación, los abusos. Anhela que la sociedad siga democratizándose. Y en su cargo actual –dirigiendo los debates donde se deciden los grandes y pequeños cambios para el Chile de pasado mañana– se siente como pez en el agua. "No he tenido posibilidad de aburrirme", resume. ¿Qué le queda hacia delante? Preparar el desembarco de Michelle Bachelet, dicen los que lo conocen y, tal vez, ser ministro en su gobierno. Él insiste en que no es su vocero, sino un amigo que la apoya irrestrictamente. Y pasa un mensaje a la Concertación: "Creo que los partidos, con el grado de discrepancia que tienen, no pueden poner condiciones a Bachelet".

¿Es difícil presidir el Senado?

No me ha costado. Me ayudaron mis cuatro años como presidente del Partido Socialista. Eran más tumultuosos los plenos del comité central del partido –en realidad eran una odisea– que las sesiones del Senado.

¿Qué lo motiva a seguir en la política?

Aportar al proceso de reimplantación de la democracia en Chile: es mucho lo que tenemos que avanzar aún en derechos sociales, en libertades políticas. Sí, la transición terminó, pero ello no significa que valores importantes, como que la gente no sea atropellada en su dignidad humana, se hayan instalado. Han pasado 20 años, pero este es un proceso más largo, porque las conquistas que se destruyeron en el periodo de furia de la dictadura se habían demorado más de cien años en lograrse.

Vivimos un momento de desprestigio de la política. Ni la oposición ni el gobierno logran el respaldo de la gente. ¿Solo se necesita un cambio de gobierno o se requiere algo más?

Más que eso. El año pasado se activaron millones de personas en torno a la demanda de educación pública. Mi convicción es que esta sociedad no se quiere disolver en la globalización. No puede ser que se crea que la tarea país sea asegurar la libre circulación de mercancías que posibiliten que tengamos a tiempo el último aparato electrónico o el vehículo de mejor rendimiento. Se ha confundido el hecho de que seamos parte de la economía global con que en Chile se disuelva lo público, la pertenencia a la nación. La demanda en las calles tenía un mensaje de demandar la revalorización de lo público y este gobierno no solo no lo comprendió, sino que lo despreció. Pienso que el mayor déficit de la administración de Piñera es que el país perdió el rumbo. Chile está sin brújula. Tenemos cifras y números, pero lo que se hace no tiene corazón.

"Me entretiene leer e ir al cine, tengo una bicicleta estática en la que todos los días hago 40 minutos, aunque me acueste tarde. Y soy buen asador. Soy, lo que se dice, un tenedor combatiente.

¿Hay adversarios políticos a los que respete?

Sí, claro. Allamand, por ejemplo. El hecho que en un momento él estuviera dispuesto a jugársela por el reconocimiento del "No" y evitar un fraude, no fue una cosa puntual, sino que habla de una convicción democrática valiosa. Así es que yo le tengo reconocimiento. Y también a Joaquín Lavín. Creo que siente de verdad la necesidad de superar la pobreza, pero discrepo de él en el tema de la Casen.

¿Fue un exceso, en 2006, haber calificado de "chupasangres y explotadores" a los empresarios que se beneficiarían de un cambio en la ley de subcontratación?

(Risotada)¡Pero de que hay chupasangres, los hay! A ver, hay que entender la frase en su contexto: si el abuso de poder hacia los trabajadores no hubiese existido, no hubiese usado ese término. Entiendo que las personas se hayan enojado, pero no se pueden cometer tantos abusos.

No quiero jubilarlo anticipadamente pero, ¿en algún minuto usted se ve retirándose de la política o más bien se ve, como los duros del Oeste, muriendo con las botas puestas?

No. Hay que retirarse. Pero yo no me pienso jubilar todavía.

En el nombre del padre

De su padre heredó no solo el carácter sino la que sería la pasión más constante de su vida: ser socialista. Empezó a militar a los 13 años y rápidamente fue asumiendo cargos políticos, al tiempo que devoraba libros y la prensa de izquierda que compraba su padre. "Él era panadero y siempre hizo el turno de noche, de modo que llegaba como a las 8 de la mañana a la casa con el diario, pero se iba a dormir. Yo me ponía a leer y cuando él se levantaba teníamos grandes conversaciones. Así fui formando un sentido en mi vida, un sentido político", explica.

Los 70 fueron tiempos politizados, pero también la época de los hippies, la marihuana y el amor libre. ¿Cómo veía todo eso?

Debo reconocer que yo formaba parte de una generación de jóvenes que nos tomábamos las cosas muy a pecho. Corriendo el riesgo de que me malinterpreten, teníamos rasgos fundamentalistas. En esos años pensaba que esto de la marihuana y los hippies era simplemente algo del imperialismo para promover la enajenación cultural y desviar a los jóvenes del camino de la liberación. Usé pantalones pata de elefante, pero tomé distancia de la marihuana y de la música sicodélica desde chiquitito. Incluso cuando se hizo el festival de Piedra Roja, que era la copia de Woodstock, no fui porque consideraba que eso nos llevaba por el mal camino (ríe), que la senda correcta era la lucha popular.

¿Tanto así?

Bueno, en música me gustaban Sandro, Rafael, Adamo, lo que de alguna manera implicaba cierta desviación.

¿Y ha cambiado su mirada? Se lo pregunto a propósito de lo que propuso el senador Rossi sobre despenalizar el consumo de marihuana.

Creo que las secuelas del tráfico de drogas son muy duras, es cosa de mirar la tragedia en México. Entonces, en esta materia no hay que darse ningún tipo de lujo ni de gustos.

¿Su familia lo apoyó en esto de la política?

Sí, sobre todo mi mamá: era mi pilar. Con ella tenía más confianza porque las relaciones en la casa eran bien tradicionales. Y en alguna mañana de invierno cuando yo estuve resfriado y no fui al liceo, me contó más de sus dolores y penas de mujer de campo. Ella fue capaz de abrirme su corazón. Mi papá no, él era muy hermético y duro. Era de los que se creen a firme la teoría que los hombres no lloran. Comparto mucho eso. Me gusta la imagen de mi padre así, fuerte.

¿Él lo regaloneaba, le decía que lo quería?

No, eso no se decía. La máxima muestra de cariño que él tenía era un gesto que hacía en la cara, donde apretaba el cachete con los dos dedos. Esa era su afectividad mayor. Cuando él hacía eso era porque estaba súper contento.

¿Aprendió a hacer pan?

No, él nunca quiso que aprendiera. Él quería que yo fuera por otro camino, que estudiara, que fuera médico. Se tuvo que ir al exilio bastante joven. ¿Fue duro estar solo? No tuve alternativa porque a los 18 años era miembro del comité central de la JS, era dirigente estudiantil y la dictadura me incluyó en la lista de requeridos. Fueron a allanar mi casa al día siguiente del golpe. Era muy joven y eso me ayudó, porque en el exilio las familias ya formadas y los mayores entraban en agudas depresiones, se enfermaban de nostalgia. Yo aguanté mejor.

Vivió en Cuba, Alemania, Rusia, España. ¿No se interesó por quedarse, por estudiar?

No (tajante). Me fui con el único compromiso de seguir en la pelea, de no desertar. Cuando estuve en Moscú o en Berlín podía haber seguido una carrera en la universidad, pero no quise echar raíces en otra parte. A los 23 o 24 años pedí venirme clandestinamente a Chile. Entré el 82. Mis papás no sabían que estaba aquí. De lo que más me cuidaba era de que ellos no supieran porque no iban a estar tranquilos.

¿Y no le daban ganas de ir a verlos?

Bueno, pasaba por mi casa. En esa época había un recorrido de micro que daba la vuelta prácticamente por todo Santiago; se llamaba Renca-Ñuñoa, y se iba leeeento, carreteando. Yo, pasando un poquito por encima de las medidas de seguridad, me subía a esa micro y pasaba frente a mi casa, un segundo. Y me daba un ataque de nostalgia. Una vez vi a mi mamá que estaba barriendo la vereda.

Recién se pudo reencontrar con ella en 1988, cuando lo autorizaron a volver. Salió a Argentina y allí tomó el avión del regreso. Su mamá lo fue a esperar al aeropuerto. "El reencuentro fue muy emocionante, pero como todavía estaba Pinochet ella estaba muy nerviosa", recuerda. Nunca le dijo que había estado ya seis años dando vueltas por Santiago. Al que no volvió a ver fue a su padre: murió en el 87, cuando todavía estaba clandestino. No pudo ir a su funeral.

Para eso escribo

Quienes lo conocen dicen que aunque es una persona cálida, no muestra sus sentimientos.

Puede ser. Me considero una persona reservada pero afectiva. No me gusta el exhibicionismo, exagerar, la grandilocuencia que no da cuenta de afectos o sentimientos reales. Pero si hay alguien a quien yo aprecio, no tengo problema en decirlo.

¿Le cuesta reconocer sus errores?

Sí, me cuesta. Pero lo hago.

¿Qué le cuesta? ¿La paciencia? ¿Trabajar con otros?

No. Tengo la capacidad de trabajar en grupo, delegar responsabilidades. Me achacan que soy autoritario, pero las veces que dirigí el PS siempre hice directivas donde estaban todos representados, nunca dirigí una mesa monocolor. Y trabajando de senador tengo un equipo donde todos tienen amplia libertad. Me gusta que la gente opine y aporte. Pero lo que pasa es que hoy uno se encuentra muchas veces con personas que hablan mucho, pero saben poco. Yo trato de cumplir con la tarea que tengo, pero observo que a veces mis colegas llegan sin prepararse, sin hacer el esfuerzo. Ahí se me agota la paciencia, es verdad. Ese es un punto débil.

Y cuando se enoja, ¿se le pasa rápido o es de los que marcan ciertos nombres en la cacha de la pistola?

Se me pasa rápido, pero tengo el siguiente problema: cuando me enojo se me nota demasiado. Pero no tengo ningún nombre en la cacha de la pistola, primero, porque no tengo pistola, pero tampoco en ninguna libreta ni en la memoria. No soy rencoroso. Todos los ataques personales se me pasan. No acumulo odios.

"Mi madre me contó más de alguna vez sus dolores y sus penas de mujer de campo. Fue capaz de abrirme su corazón. Mi papá no. Él era hermético, duro. Su máxima muestra de cariño era apretarme el cachete con los dedos. Esa era su afectividad mayor. Cuando hacía eso era porque estaba súper contento".

¿Cómo procesa la rabia por las cosas más duras que le pasaron y por los traumas que vivió el país?

Para eso escribo. Para que no se olviden las cosas trágicas que pasaron de las que fui testigo. Pienso en estos jóvenes futbolistas, en Alexis Sánchez, que seguramente para el No era una guagua, o en la gran revelación futbolística de este año, Ángelo Henríquez, que seguramente cuando nació ya había gobierno civil. Uno no les puede pedir que sepan lo que no vivieron. Me angustia que estas cosas se olviden. No con el ánimo de la venganza sino de que no vuelvan a ocurrir.

Ya ha publicado cuatro libros de literatura y tres de análisis político, incluido el reciente De Allende a Bachelet. ¿De dónde saca tiempo para escribir?

Me hago el tiempo. En el avión, en el aeropuerto o cuando voy de Puerto Montt o Quellón a una reunión (son cinco horas de viaje).

Usted ha dicho que tiene fama de ateo, pero que no lo era. ¿Va a misa o habla con Dios de hombre a hombre?

Aunque mi papá era socialista todos los días se persignaba y mamá, que era muy católica, siempre iba a la iglesia. Esa es la cultura que viví en mi casa. Y no por ser socialista hay que ser ateo, no es así. Pero si frente a una decisión políticamente importante me sentara y dijera: "Dios, ilumíname", me parecería incorrecto. Soy de los que sienten que los desafíos son indelegables. No se puede uno cobijar en la apelación a Dios.

¿Qué hace para entretenerse?

Leo de todo, incluyendo los mamotretos de los proyectos, pero mi predilección es la historia, la novela histórica y la literatura. Y trato de ser disciplinado: todos los días hago bicicleta estática, sin falta, aunque me acueste tarde. Me levanto y hago unos 40 minutos. Y me hace bien, me siento saludable.

¿Cómo es su relación con la tecnología?

La uso muy limitadamente. Por ejemplo, escribo artículos y los mando por mail. Las columnas de opinión las hago en la blackberry y las envío. Pero no mucho más. Ahí se notan los 57 años que tengo. Cuando salí de la secundaria la televisión era todavía en blanco y negro.

Entonces para qué le pregunto de las redes sociales, de facebook…

Bueno, algo de curiosidad me producen. Me parecen bien para la farándula, para las personas que les gusta ventilar sus asuntos. O también, en el caso de facebook, para redes personales y grupos de personas que comparten intereses. ¿Pero redes sociales para la política? No soy de esa camada. Veo que muchas veces mis amigos políticos cometen graves errores, porque el twitter es una tentación y después tienen que andar dando explicaciones. Yo me abstengo.

Puertas adentro

Tiene una hija. ¿La regalonea mucho o es más de poner reglas?

Mmm.. está transformando esta entrevista en una especie

de consulta sicológica.

No, simplemente esto da pistas para conocerlo. ¿Ha sido con ella como su papá fue con usted?

Nooo, en el mundo de hoy sería imposible imponer la autoridad que mi padre tenía en la casa. Por ejemplo, yo aprendí a cocinar en el exilio, porque en la mentalidad de mi padre no entraba que los hombres cocinaran o lavaran la ropa.

¿Y cómo es, entonces, su relación con su hija?

Tenemos una relación bien cariñosa.

¿Tiene nietos?

No.

¿Y le da vuelta el anhelo de tenerlos?

No tanto, porque ella es muy independiente y como es sumamente categórica en ese tema –en el sentido de que la maternidad no está en su horizonte– no me he sentido atacado por ese anhelo.

¿Es de muchos o pocos amigos?

Tiendo más bien a un número escaso, mayoritariamente del mundo de la política o del servicio público. Me pueden gustar los boleros de Roberto Carlos, pero no tengo un millón de amigos.

Usted se casó hace poco…

Sí, pero tuvimos un buen periodo de conocimiento previo porque convivimos como 8 o 9 años.

¿Y por qué no seguir viviendo juntos?

Es que todavía la sociedad chilena tiene una mirada de cierto menoscabo hacia la mujer que vive en pareja, pero al hombre en la misma situación se lo ve como un tipo macanudo. Mi mujer, en más de una oportunidad sintió esa mirada displicente, eso de decir: "Ah, pero usted es la pareja de Escalona, no la señora". Casarnos fue una muestra de cariño hacia ella.

Su mujer trabaja con usted, ¿cómo es vivir y trabajar juntos?

Ella está a cargo de mi trabajo parlamentario en la región, coordina las actividades en Puerto Montt y alrededores. Imagínese que en la próxima elección parlamentaria corresponderán 30 comunas, así que no es un trabajo fácil. Pero si tuviéramos otro esquema, en que ella estuviera en sus cosas y yo en las mías, prácticamente no coincidiríamos nunca.

¿Qué les gusta hacer juntos?

El cine. Vamos a ver de todo. Y tenemos una afición común por la lectura. Hacemos esfuerzos por sacar el debate político de la casa. Por eso, salvo situaciones muy excepcionales, hace ya más de 10 años que no leo la prensa del domingo. Y soy un buen hacedor de asados: me gusta hacerme cargo de la parrilla, le pego a esa parte. Claro, no hago las ensaladas, pero podría hacerlas si fuera necesario. No soy nada mañoso, como de todo. Soy, lo que se dice, de tenedor combatiente.

¿Y es de salir a comer con su mujer, a bailar?

A comer, sí. A bailar... bueno, no me considero un trompo, pero hago el esfuerzo.

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