Gumucio en forzada situación

Rafael Gumucio no para. Escribe, opina en columnas, conversa en la radio, enseña en la Universidad Diego Portales. Y acaba de lanzar su último libro, La situación, una recopilación de artículos literarios en los que habla de autores como Parra, Tolstoi y Zambra. Lo desafiamos a ponerse también él en una forzada situación: completar un texto inamovible (las negritas son nuestras) pero con la libertad de decir lo que quisiera. Acostumbrado a escribir sin restricciones, aquí muestra cómo funciona su cabeza.




El primer libro que me obligaron a leer fue El Lazarillo de Tormes y lo agradecí mucho, es maravilloso. Me cargaba que me preguntaran por los nombres de los personajes que siempre se me olvidaban. Ahora ya no puedo leer sin recordarlos. Me encantaría decirles a todos que ese libro sirve para divertirse y pensar. Y todo el mundo lo debería leer. Por mucho tiempo leí y leí poco y hablé mucho de libros y ahora me dan vergüenza las opiniones terminantes sobre libros que apenas hojeaba. Me arrepiento de haber citado tanto a Bolaño porque me hice parte de ese culto un poco indecente a su animita que se ha convertido en un odioso lugar común.

Mi lugar favorito para leer es la cama. Tengo libros en la ducha, el escusado, en los veladores y en todos los rincones de la casa, para nunca sentirme solo sin un libro que leer. Nunca me he olvidado de la primera vez que leí Los niños terribles, de Cocteau. A mi hija le leo lo menos posible porque me gusta más ver películas con ella. Quiero que baile como Ginger Rogers para que me obligue a bailar como Fred Astaire.

La literatura para mí ha sido mi salvación. Mi mayor ídolo literario es hoy por hoy Stendhal porque escribe como piensa y piensa como escribe. Detesto a Heidegger por envenenar las cabezas de los que lo leen. Aunque sea un clásico y muchos lo alaben, nunca he podido terminar La montaña mágica, pese a que me encantó lo que alcancé a leer. Me da lata la poesía romántica alemana. Nunca le encontré la gracia a Novalis y a los poemas de las locuras de Hölderlin. Para mí, son sólo los poemas de un loco.

Los escritores chilenos son mucho más y mejores de lo que merecemos y no los conocemos ni se conocen entre ellos. Me fascina que un escritor tenga la valentía de ser él mismo pero odio cuando tiene la cobardía de ser un escritor cualquiera (Roberto Ampuero, por ejemplo). Lo que falta es coraje de decir porque sobra cobardía para callar. Si fuera un sombrero sería de paja. Quiero que llegue el fin del mundo para ver cómo casi todo queda igual.

El libro que me hizo tener ganas de escribir no fue un libro, sino los poemas de Aragón, cantados por Léo Ferré (París 1979 y siguientes) porque me gustaba el crepitar del vinilo en el pick up. Para escribir hay que pensar porque creo que para pensar también es bueno escribir. Nunca es demasiado tarde y siempre es un poco tarde. Me da miedo morir porque voy a estar muerto.

Me gusta dar mi opinión porque me interesa la opinión de los demás, escribir de otros para comprenderme a mí mismo y escribir de mí para entender mejor al otro. La voz con lo que se dice algo es más importante que lo que se dice porque la voz dice también lo que no se dice. Cada vez que escribo trato de impresionar. Cuando termino y leo lo que escribo –o no leo porque muchas veces no tengo tiempo de leerlo– veo que siempre se me olvida acentuar.

Lo que más me preocupa del Chile de hoy es el monopolio del poder. Siento que a veces la gente deja pasar el chantaje de los poderosos. Deberíamos aspirar a ser más justos y menos crueles.

La gran situación del año pasado fue la muerte de los presos en San Miguel y creo que la de éste será la Reforma Educacional. Quiero confiar en Dios. Así vamos a poder llegar al cielo.

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