La conciencia de Andrés

Se le acusa de ser un tecnócrata. Pero, si un día Andrés Velasco llegó a los números, fue porque se dio cuenta de que necesitaba de ellos para defender convicciones. En esta entrevista el ex ministro y precandidato presidencial se revela como un hombre al que primero le apasionó la política y, mucho después, la economía.




El año pasado, Andrés Velasco sorprendió con su aspiración presidencial. Sin esperar el ungimiento de los partidos de la Concertación, cambió la comodidad y el buen pasar de las aulas de Harvard, por las emporcadas arenas de la refriega política, y se lanzó a hacer campaña en las ferias libres del país. Argumenta que en su ADN estuvo siempre la preocupación por el destino de un país por elque varias generaciones de parientes, y en particular su padre, el abogado Eugenio Velasco, se jugaron el pellejo.

Así que tu interés por la política viene desde chico…

Mi abuelo materno, Raúl Brañes, fue diputado radical por varios períodos, presidente de la Cámara de Diputados durante el gobierno de González Videla. Mi papá militaba en el Partido Radical desde la universidad. Participó activamente en la elección de Pedro Aguirre Cerda y la noche en que este ganó, mi abuelo lo echó de la casa por haber contribuido al fin de la civilización. Así es que en mi familia, el tema de conversación al almuerzo y a la hora de comida siempre fue la vida pública. La segunda fuente es la época que me tocó vivir. Yo tenía 13 años para el Golpe y mi toma de conciencia coincidió con la violencia de entonces, con los asesinatos, los desaparecidos y, particularmente en el caso de mi familia, con el exilio. Para alguien de esa edad era imposible no preguntarse: ¿Por qué pasó esto en mi país? y ¿qué podemos hacer para que no ocurra de nuevo?

¿Qué recuerdos tienes del Golpe?

Vivíamos en Alberto Risopatrón, en Providencia. La primera imagen que tengo de esa mañana son los aviones pasando a baja altura, los disparos, el rumor del combate en la CCU, que estaba cruzando el río. Colindante con nuestro patio vivía Hugo Miranda, quien entonces era senador radical por Coquimbo y La Serena y cercano colaborador de Allende. Si uno prendía la radio en la mañana, oía su nombre entre las personas que los bandos llamaban a entregarse. Con mi padre pusimos una escalera en la pandereta, saltamos por arriba y fuimos a verlo. Mi papá le preguntó: "Hugo, ¿qué vas a hacer?, te andan buscando". Y él le respondió: "No he hecho nada malo. Me voy a presentar, me imagino que volveré en la tarde". Se presentó y estuvo preso varios años. Mi tío Raúl, el hermano menor de mi madre, muy activo en la política universitaria y muy cercano a Volodia, se asiló porque, como se decía en ese tiempo, era "requerido". También recuerdo el temor permanente que teníamos, en especial mi madre, a que nuestra casa fuera allanada.

¿Tenías amigos del colegio partidarios del Golpe?

Estaba en el Grange, un colegio momio, en el que los que no éramos partidarios del Golpe nos contábamos con los dedos de una mano: Pablo Halpern, que es un gran amigo hasta el día de hoy; Claudio Edwards, hermano menor del economista Sebastián Edwards, que estaba en mi curso, y yo. Probablemente en las casas de la inmensa mayoría de mis compañeros se descorchó champaña.

¿Sufriste bullying por eso?

Bullying no, pero había gente que arqueaba las cejas. Gané el premio al mejor alumno del curso en tercero medio, en 1975, cuando a mi viejo ya lo habían expulsado del país y nosotros nos quedamos hasta terminar el año escolar. Cuando el rector anunció en la ceremonia de fin de año que yo había ganado el premio, un apoderado con una voz muy fuerte, nunca supe quién, gritó: "¡Cómo es posible que le den este premio al hijo de un comunista!" Sin embargo, el rector de entonces, Michael Varley, se portó muy bien. Él le sugirió a mi mamá el nombre del mejor colegio al que podía aspirar en Estados Unidos y también la beca a la que podía postular para financiar esa educación. En ese colegio estudiaron varios presidentes estadounidenses.

¿Cómo fue estar ahí?

Yo venía de un colegio privado chileno con fama de bueno, pero allí me di cuenta de que, comparado con los buenos del mundo avanzado, en realidad no lo era. A los 15 días de estar ahí, el profesor nos hizo leer una obra de teatro y nos dijo: "Escriban un paper". Al lunes siguiente, el profesor entregó todos los trabajos, menos el mío. Tímidamente, le pregunté qué había pasado. Me invitó a su oficina, abrió un cajón y sacó mi paper, que a diferencia de los otros no tenía ninguna corrección, ni comentario al margen, salvo una anotación al final que decía: "Este trabajo está tan lleno de verborrea, que cuando lo pongo sobre la mesa, se eleva. Por eso no puedo corregirlo. Escríbalo de nuevo". Así fui educado, a través de la escritura.

Tus padres, ¿cómo vivieron el exilio?

Mal. En su dormitorio había una cama grande y, en lugar de veladores, dos cajas que nunca abrieron, por si regresaban a la semana siguiente. Al principio, yo les insistía que las abrieran, pero al quinto año tiré la esponja. La experiencia del exilio para una pareja de cincuenta y tantos años es muy distinta que para su hijo de quince o para mi hermana, que tenía diez. Pero que te echen de tu país a una edad madura sin saber si vas a volver… Mi papá tenía hijos grandes, mis medio hermanos. En el exilio tuvo cinco o seis nietos que solo pudo conocer mucho tiempo después. No podía ejercer su profesión. Las frustraciones eran muchas. La comunidad chilena en Washington, como la de México y Venezuela, era de largas comidas y de mucha tristeza.

De la filosofía a los números

Partiste estudiando Filosofía en la Universidad. ¿Cómo imaginabas tu futuro en ese entonces?

No sé si me imaginaba mucho qué iba a hacer. Lo que quería era entender por qué a los países les pasa lo que les pasa. Leí mucho a Marx, a Hegel, a John Stuart Mill, a los liberales británicos, a Hume. De ahí transité a la Ciencia Política y, al final, llegué a la Economía. Si abordas las tres ramas con un criterio histórico, descubres que tienen un origen muy parecido. Los dos fundadores de la economía moderna, Marx por un lado y Adam Smith por el otro, eran filósofos antes de ser economistas. De hecho, economía pura y dura, no aprendí sino hasta mucho más viejo, en el posgrado.

¿Y qué te tiró a los números?

Querer pasar de la teoría a la acción. Yo entré al posgrado entre el 82 y el 83, el año en que se desató la crisis de la deuda en América Latina. Me gané una beca para ir por un verano a México, que había entrado en moratoria, a estudiar esa crisis. Y no podía hacerlo solo desde la Filosofía. La otra persona que incidió en mi decisión fue mi mentor: Carlos Díaz Alejandro, un economista cubano, probablemente el gran historiador económico de América Latina de los últimos 50 años. En 1983 él venía llegando de Chile y, conociendo mis intenciones de regresar, me dijo: "En Chile vi un debate televisivo entre un economista de la dictadura, educado en Chicago, y un político más de centro. En un momento, el Chicago Boy le dijo al otro señor: 'Usted no entiende nada. Usted es un gásfiter'". Entonces, Carlos me dijo: "No aceptes nunca que te digan gásfiter. Estudia Economía".

Regreso al horrendo Chile

¿Cuándo decidiste volver a Chile?

Apenas pude, pero fue de a poco. La primera vez que vine, por tres semanas, fue en 1982. Mi papá tenía la "L" en su pasaporte y tenía prohibido regresar, pero yo no. Cuando terminé el college, junté mis pesitos trabajando de mozo en una heladería y me alcanzaron justo para el pasaje. Vine en ese invierno duro, con inundaciones y protestas, contra la voluntad de mi familia, que temía por mi seguridad.

¿Qué imágenes mantienes de ese primer regreso?

Recuerdo una ciudad lúgubre, oscura. Llovía sin parar. Hubo un detalle que me chocó profundamente. Fui a una comida en el barrio alto con parientes y conocidos, todos de extrema derecha. Después de la comida, los invitados se dividieron en dos grupos. Los señores por acá, hablando de fútbol, y las señoras por allá, conversando de no sé qué. Lo encontré tan chocante, tan poco moderno. Me costó un tiempo entender que esa era la norma en Chile y en ese mundo. Después no volví sino hasta el 87, en que me vine a Chile, en parte a buscar datos para mi tesis doctoral, y en parte a trabajar en la campaña del No. Mi padre volvió en 1988 y, de hecho, fue precandidato presidencial por el Partido Socialdemócrata, antes de que Patricio Aylwin fuera nominado como el candidato de la Concertación. Yo lo ayudé a preparar discursos y documentos.

¿Sientes que él te heredó su aspiración presidencial?

No, para nada. Lo que me traspasó mi padre, tal vez de modo inconsciente, fue su sentido del deber. Él hizo algo que hasta el día de hoy yo admiro: siendo un profesional que tenía una vida cómoda, que podría haber sido el abogado de las grandes empresas y vivir tranquilo, tiró todo por la borda y, a partir del 12 de septiembre de 1973, se dedicó a la causa de los Derechos Humanos. A pesar de que era un hombre más bien de centro y de que había estado en la oposición a Allende, no vaciló, corrió riesgos personales tremendos, estuvo preso un par de veces y, al final, sufrió la apaleadura y el exilio.

Tú también pudiste tener una vida cómoda, quedarte en Estados Unidos como académico ¿Por qué te estás metiendo en las arideces del mundo político?

No sabría contestar por qué. Pero no me podría haber quedado buscando datos en una biblioteca cuando en Chile se estaba disputando el Sí y el No. Todo lo que ha pasado después ha sido muy parecido. Cuando me llamó Alejandro Foxley yme pidió que fuera su jefe de gabinete en el Ministerio de Hacienda, le dije que sí, aunque a esas alturas ya era profesor de la Universidad de Nueva York (NYU) y tuve que dar difíciles explicaciones al decano. En 2005, pensaba quedarme en la casa, con nuestra hija y escribiendo un libro, mientras mi mujer, Consuelo, asumía como conductora en TVN, pero un amigo me presentó a la doctora Bachelet, le escribí una minuta, luego otra y una tercera, y al cabo de un mes, estaba instalado en el comando.

La fórmula Velasco

¿Podrías recordar el momento en que cristalizó en ti la idea de postularte como candidato presidencial y por qué?

Recuerdo el momento en que –por tercera o cuarta vez– escuché a un político tradicional, que en público exigía el fin del sistema binominal, decir en privado que de ningún modo permitiría que le cambiaran las reglas del juego para ser reelecto. También me choqueó lo que hizo este gobierno con los directivos públicos nombrados por concurso: echó a más de la mitad. Y en regiones, los partidos de gobierno se han disputado con dientes y muelas los cargos para poner ahí a su gente. Es decir, han hecho exactamente lo que en algún momento le atribuían a la Concertación. Estos incidentes reforzaron en mí la convicción de que necesitamos una renovación de fondo de la política y que personas como yo, que no venimos de los partidos, tenemos la obligación de salir a competir y tratar de cambiar el estado actual de las cosas.

La Concertación dice que no tiene un Plan B a Bachelet. ¿Tú tienes un plan B si ella postula?

Yo tengo un plan A, que es aportar con ideas y salir a la vida pública. Escribí un libro con Cristóbal Huneeus, tratando de darle una mirada distinta al problema de la desigualdad. Una cosa que constatamos, es que la desigualdad tiene mucho que ver con la desigualdad en el acceso al trabajo. Los más perjudicados son los jóvenes y las mujeres que, además, hasta ahora, estaban fuera del sistema electoral.

Con el voto voluntario tampoco se puede garantizar que voten.

Absolutamente. Por eso siempre estuve a favor de la inscripción automática y el voto obligatorio. Pero precisamente porque la mayoría de estos jóvenes no estaban inscritos, no eran fuente de interés para el mundo político. Por eso nos pareció con Cristóbal que poner este tema en el centro del tapete era importante. No podemos dejarle el tema del empleo a la derecha. No hay algo más propio del progresismo que el empleo. En el gobierno en que yo participé se tomaron algunas medidas que ayudan: hubo un avance tremendo en el cuidado infantil. Se construyeron más salas cuna en cuatro años que en los 40 precedentes.

No obstante, un estudio sobre el impacto de esa medida en la fuerza laboral demostró que fue cercano a cero.

Es pequeño. Tiene que ver con que a pesar del gran incremento en salas cuna, aún solo el 30 por ciento de los niños tiene acceso a sala cuna. Y lo otro es que hay problemas relativamente fáciles de resolver, como los horarios. A una mamá que toma la micro temprano para llegar a la pega, no le sirve que la sala cuna abra a las 8.

Cuando sacaste tu libro, Larroulet dijo: "Qué bueno que pensamos lo mismo". Siempre ronda en torno a tu persona la idea de que eres uno de los más derechistas representantes del pensamiento concertacionista. Sin embargo, te declaras de centroizquierda ¿Qué hay de izquierdista en ti?

Ser de izquierda tiene que ver con no aceptar el mundo tal como es. Con tener la certeza de que puede ser mejor y que,para eso, las acciones de los seres humanos son claves. El espíritu de la derecha es de conformismo, de complacencia y ese no es el espíritu que me anima. Por lo demás, si ser de izquierda consiste en centrarse en los más desvalidos, en aquellos que tienen menos bienes, menos voz y menos poder, es un deber de la centroizquierda ser los voceros y los intérpretes de esos jóvenes y esas mujeres que no votan, que no están en la política, que no tienen sindicato, ni trabajo, ni nadie que los represente.

En tu discurso se oye constantemente la preocupación por impulsar políticas serias, correctas yno populistas. Sin embargo, un candidato presidencial también tiene que lograr una comunicación no solo racional, sino que emotiva con el electorado. ¿Cómo pretendes seducirlo?

La política que hoy Chile quiere es gente que se presente tal como es. Yo fui muy vilipendiado en un momento por seguir ciertas políticas y lo hice porque, junto a la Presidenta, tenía la convicción de que eran correctas. Eso me enseñó que la buena política es la de las convicciones. El énfasis que pongo en hacer las cosas bien no viene de un cálculo técnico, sino que de una cierta lectura de nuestra historia. Mi maestro Carlos Díaz Alejandro, solía decir que el gran desastre de América Latina en el siglo XIX había sido el populismo. Chile es un país serio y creo que, haciendo las cosas así, se forja un vínculo con la gente que va mucho más allá de las sabidurías técnicas. Porque, además, la política de clanes y redes hoy en Chile está desprestigiada.

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