La vida al revés de Isabel Parra

La cantautora, hija de la genial Violeta Parra, mira hoy a su generación y a su país con distancia, pensando que ha vivido desfasada. El lanzamiento de una nueva colección de discos la devuelve en estos días a su condición de creadora, luego de años dedicados al resguardo del legado de su madre. Aquí, una conversación con una grande.




Isabel Parra vino a encontrarse hace poco con una vieja filmación de familia registrada en París en los años sesenta. Allí están ella y su madre, Violeta, sus dos hermanos (Ángel y Carmen Luisa, fallecida hace dos años) y su hija Tita. Brillan en el blanco y negro sus risas: expresiones espontáneas y vivas de alegría que la cantautora dice que ya no reconoce en ella ni en ninguno de quienes hoy la rodean.

-Me sorprendió mucho cómo nos reíamos en esa filmación. Me pareció que era otra familia y que yo era otra persona", comenta, sin amargura. "Me acordé de lo viva que solía ser mi casa, siempre llena de gente brillante, y pensé que ya no existen lugares así. No hablaría de nostalgia, sino que de pérdida. Y perder es perder: no recuperas. Debes cobijarte en algo que te alimente para que, de cierta manera, esa atmósfera que viviste te acompañe".

El cobijo de Isabel Parra es la rutina en extremo sencilla de una cantautora que mantiene casi las mismas directrices creativas desde hace décadas: la escritura solitaria a papel y lápiz sobre una mesa pequeña o en su dormitorio; el cuatro venezolano sobre el cual va improvisando acordes, el registro en un viejo radiocassette, y la entonación de una voz que, no por curtida, deja de parecer una de las más hermosas del país.

Su madre la subió por primera vez a un escenario para que cantara con ella coplas españolas. Hay fotos de Isabel vestida de andaluza improvisando un zapateo con poco más de un metro de altura. El nuevo disco doble Isabel canta a Violeta (editado recién por Oveja Negra, ya disponible en disquerías) registra algunos de esos excepcionales duetos, y el contrapunto entre la frescura de su voz juvenil y la cautivadora aspereza que hasta hoy conmueve en la mujer de Volver a los 17. Se trata de descubrimientos recientes, gestionados a través de un coleccionista argentino que mantenía viejas grabaciones de los años cincuenta atribuidas erróneamente a las hermanas Parra, en las que Isabel no tardó en reconocer su voz de adolescente. "Ni yo me acordaba que existían", advierte.

-Mi mamá siempre me dijo: "Tienes que cantar, tienes muy linda voz". Ahora me alegro de haberle hecho caso; uno tiene que aprovechar lo poco y nada que trae a este mundo [se ríe]. Por eso el canto fue para mí algo muy natural: integrado a mi educación y al ambiente musical que siempre hubo en mi casa. Miro atrás, y creo que entonces no era muy distinta a lo que soy ahora: rigurosa, seria, solitaria, independiente. La autonomía me la he ganado por la vida que he tenido, pero también nace de saber que lo que más me gusta es cantar y hacer canciones. Dar con ese aliento, ese suspirito, esa frase que hasta hace cinco minutos no estaba… eso a mí me emociona porque lo considero un regalo. Con eso, soy feliz.

En tus fotos de joven, o esos retratos junto a tu madre, pareces mayor de lo que eras. Y ahora te ves más joven.

[Se ríe] Para nada, no creo. Sí era silenciosa. La que hablaba era mi mamá, que era el centro de la atención y con toda justicia, porque ella era avasalladora y encantadora. La Violeta decía que yo era muy severa, porque me vestía de negro. Íbamos al centro

y a mí me daba vergüenza que ella anduviera con medias rojas y abrigo blanco, y que toda la gente la mirara, aunque a ella no le importaba nada.

Tu niñez sí fue bien poco infantil.

¡Nada de infantil! Yo, como que he vivido desfasada: de chica, cantando en lugares de adultos, trabajando. Luego, cuando debería haber estado de novia, ya tenía una hija. Toda mi vida ha sido al revés. Pero creo que he tenido una vida bien entretenida, aunque fuera de toda lógica y normalidad, eso lo tengo más claro que el agua. A veces pienso que una vida más convencional me habría permitido ordenar de mejor modo este legado familiar con el que me ha tocado batallar. Pero una vida más convencional me habría hecho perderme de muchas cosas fantásticas.

Una vez que Isabel se animó a componer sus propias canciones, en los años sesenta, el ímpetu creativo coincidió con la fuerza aún inigualada de la Nueva Canción Chilena, movimiento de ideas, causas y nuevas propuestas musicales en el que ella se alzó como la más destacada figura femenina, tanto por sus discos solistas como por el trabajo con su hermano Ángel, en un dúo y en el legendario espacio de La Peña de los Parra. Isabel recuerda esa época como un tiempo de lucha y fervor, de frenesí y de multitudes: "Teníamos afinidades, empatías, y andábamos pegados unos de otros. Vivíamos achoclonados", se ríe. Ya entonces, dice, buscaba espacios de soledad.

–Me gustaba estar en mi casa sola, y mi madre siempre estaba en otra: ella tenía miles de cosas que hacer. Es cierto que la mía es una familia muy numerosa, pero también muy separatista. Ese mito del clan Parra, con todos almorzando en el jardín, nunca ha sido así. Yo conozco a mucha gente, me relaciono bien con las personas, pero soy poco sociable. Hace miles de años me salí de eso de cómo tengo que vivir y con quién tengo que vivir. Entonces, por elección y vocación, me siento la más solitaria de las chilenas. Incluso hay gente que cree que me morí o que vivo fuera. "¿Y dónde estás viviendo?", me preguntan cuando me los encuentro. "En Providencia", les respondo, y no lo pueden creer.

Ese retiro doméstico le sirve a Isabel para ocuparse de los muchos proyectos vinculados a la Fundación Violeta Parra, que preside desde que regresó de catorce años de exilio. Sólo en el último par de años, ha sido la principal coordinadora de Violeta Parra: obra visual (que por primera vez catalogó su obra plástica: arpilleras, óleos y figuras en papel maché), El libro mayor de Violeta Parra (narración biográfica de recuerdos y testitmonios sobre la artista) y la muestra de arpilleras que se exhibe en el Centro Cultural Palacio La Moneda por un acuerdo de comodato. Gracias a la gestión directa de la ex Presidenta Michelle Bachelet, el Museo Violeta Parra es una realidad en marcha que se inaugurará este año a pasos de Plaza Italia, luego de una asombrosa seguidilla de promesas incumplidas que en las últimas décadas enredó al legado de su madre con gente como Jaime Ravinet, Joaquín Lavín y Carlos Cardoen.

–Sé que me muevo contra la corriente, en un mundo súper adverso. Y sé que esta lucha me ha costado que mucha gente no me quiera, que me pelen, que me encuentren antipática… cuestión que me importa un rábano. Yo entiendo que lo que me toca es resguardar a la Violeta de fuerzas peligrosas, que han venido siempre y siguen viniendo, porque vivimos en un país de sinvergüenzas, donde te miran con el signo peso en los ojos.

En general, la gente que se acerca a la Violeta lo hace para conseguir negocitos privados o para hacer obras que no tienen una real categoría, pero así es cómo está el mundo ahora. Por otro lado, el universo creativo de ella fue tan grande que es estimulante y me da fuerza.

¿De qué, exactamente, debes defender el legado de tu madre?

Me ha tocado ser protectora de abusos que tienen que ver con el alma de la Violeta, con la más profunda entrega que ella tenía por el país y con la decisión que hemos hecho de no lucrar con eso. En Chile, con este tipo de cosas uno no puede ser optimista ni bajar la guardia. No me ha quedado otra que desarrollar a una Chabela que defienda esta cuestión, porque yo no tengo ninguna duda de que el patrimonio se defiende, que la vida de los padres se defiende, que las obras de arte se defienden. Por supuesto que a veces le digo a la Violeta que la corte conmigo, que me dé un respiro, porque vivo en un país de hombres, en el que no gusta que una mujer saque la voz, que los increpe. Y yo, con mi metro 54, he tenido que enfrentarme a muchos hombres de poder que, para peor, son todos grandotes.

Indiferencia e ignorancia

Este año, al fin, se inaugurará ese museo por el que peleas hace más de quince años.

Es la casa que Violeta merece. Casa que, por lo demás, ella nunca tuvo ni quiso tener. Tendremos allí su obra plástica, su música, sus fotografías, sus textos. Habrá un directorio al que, bueno, le bastará escuchar una de sus canciones para saber qué es lo que no tiene que hacer [sonríe]. En un país con otro tipo de voluntad, otro tipo de mirada, esto del museo habría estado resuelto hace rato, y podríamos habernos ahorrado todas estas amarguras y humillaciones, y todo el desgaste que significó estar en un país con este patrimonio, con este valor que tiene la obra de la Violeta y tenerlo poco menos que en la casa con llave. Ésa es la realidad.

¿Cómo te explicas algo tan insensato?

La indiferencia viene de la ignorancia: de no conocerla, de no profundizar en la persona, y de no tener conciencia de que hay un valor tremendo en esta mujer que está mucho más valorada fuera de Chile que aquí. ¿Por qué? No puedo contestar esa pregunta. ¿Será la mezquindad que tenemos los chilenos, la poca visión, la frivolidad, la banalidad que nos cubre? Serán miles de cosas que nos tienen convertidos en una sociedad antipática, una sociedad sin identidad, una sociedad mezquina, conservadora. Afortunadamente, hemos avanzado. Yo sé que fuera de los círculos de poder se adora a la Violeta en Chile, y fuera de esos círculos funcionará este museo.

Selectiva curiosidad

Unos versos del ex líder de la banda argentina Soda Stereo, Gustavo Cerati, introducen El libro mayor de Violeta Parra, una colección de cartas, recuerdos y testimonios que Isabel completó y publicó el año pasado. La cantante, admiradora hace años del argentino, quiso hacerle llegar hace un tiempo el volumen, y preparó un paquete de regalo –que decía Para Gustavo y familia– con libros, discos y otros recuerdos de Violeta y su creativa descendencia. Por ahí está ahora la caja, cerrada, e Isabel no se resigna a que quizás ya no haya modo de que el cantante llegue a verla.

"Todos los días me arrepiento de no haberme acercado a él cuando pude hacerlo. Qué error más grande, pienso. Y entonces me pongo en el computador a ver los videos… y más pena me da. Sus canciones son preciosas".

Habrá quienes se sorprendan del amplio gusto musical de Isabel Parra, pero el desprejuicio y la curiosidad han marcado su trayectoria. Sus discos parten de referentes variados, y nunca se han confinado a un solo género. Trabajó con Silvio Rodríguez incluso antes de que el cubano grabara su primer álbum, y a su discografía la avivan colaboraciones tan importantes como diversas: Víctor Jara, Los Jaivas, Luis Advis, León Gieco, Gustavo Santaolalla. "Tengo mucha curiosidad y también soy muy selectiva", explica.

"He vivido topándome con grandes músicos, pero que no me tocan nada. Y también me ha sucedido acercarme a una persona y quedarme ahí. Fue lo que me pasó con Silvio, con Víctor. Es algo muy difícil de explicar, muy emocional, que pasa muy pocas veces en la vida".

¿Por qué sigues componiendo? Muchos de tu generación sólo interpretan viejos éxitos. 

La nostalgia es rica, pero no es la idea atosigarse con ella, menos cuando las canciones te siguen apareciendo solas. Yo no me siento dotada de poesía ni estoy dispuesta a vivir del autobombo, porque me daría una vergüenza terrible. Lo mío es casi bruto, diría: la música es una piedra que está ahí y que puedo agarrar, apretar y de la que salen cosas sin que la piedra se deshaga. Componer te revuelve fuertemente el organismo y el espíritu; me produce a la vez sufrimiento y satisfacción. De repente me ha pasado que estoy haciendo una melodía y me pongo a llorar. Y eso tiene que ver con mi propia debilidad, con mi propia fragilidad… soy un ser vulnerable y de pronto hay una notita que me da pena. Y eso lo tengo que respetar, no puedo estarle poniendo trancas a lo que siento. También soy excesiva, y cuando me salen los excesos no me gusta y los saco, porque soy la dueña de esta pelotita que es la escritura, el lápiz y el papel.

Te acostumbraste a componer en una época de grandes causas y movimientos. Debe ser difícil hacerlo en una sociedad más individualista, como la de hoy.

Bueno, en este momento, en eso que llaman patria yo no me reconozco. No sé qué sea, pero me siento distante. Ese amor por Chile que yo tenía antes y durante el exilio… se diluyó en el tiempo. Es simple: hicimos un camino, levantamos cosas, pero eso se acabó; y lo que vino después es una lata. Viví ese momento a concho, y luego, desde el exilio, sentí un amor loco por Chile… Pero se sabe que los amores locos no te llevan a ninguna parte. Lo que hoy siento es que hay algo aquí que no alimenta el alma, y que debes buscar por otro lado.

Pese a esto, en tu último disco, Continuación, cantas desde la soledad mas no desde lo lastimero. Es un disco luminoso. 

Espero no convertirme jamás en una vieja tremebunda. No canto para quejarme, tal como tampoco jamás he querido cantar ese tipo de canciones despechadas, como "¿Por qué no me amas", porque, bueno: el que te quiere te quiere [se ríe]. Por otro lado, es cierto que cada vez me siento menos acompañada por gente que le interese lo que a mí. Eso indudablemente te va llevando a la soledad. Con los años tus exigencias suben, no quieres perder el tiempo, quieres estar tranquila. De un lado, la vida se te va achicando, y de otro se te va haciendo enorme. Por último, si hay dos personas que se dan cuenta de qué ha pasado en mis discos… ¿qué más quiero? Yo no quiero nada más.

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