La vida deshilachada de Pancho Mouat

Francisco Mouat es un amante de la palabra: la busca, la sigue, la lee, la marca, la dice, la escribe y la vuelve a leer. Su mundo gira en torno a ella. Lo seduce, lo obsesiona. Pero también lo libera. Hoy, a sus 46 años, está retirado del periodismo casi en su totalidad y se dedica a hacer lo que más le gusta: leer, escribir y conversar.




Conversar con Francisco Mouat puede producir dos cosas: que el tiempo pase muy rápido y que eventualmente uno de los dos conversadores en cuestión tenga que irse, lo que es una lástima, sobre todo si es uno el que tiene que partir y no Pancho. O que cualquier tema del que se esté hablando termine derivando en alguna anécdota, personaje, libro o escritor. Lo que pasa es que Pancho es un come-libros, no los lee simplemente, los devora; y con tal hambre, que muchas veces los vuelve a devorar. Para él los libros son sus amigos, sus confidentes, su refugio y su pasión. Además de escribir, claro. Pero por lo general las dos cosas suelen ir de la mano. O por lo menos para él. "Con el tiempo me he dado cuenta que lo que más quería hacer era leer y escribir. Pero que para escribir había que leer mucho y conversar mucho. Y también estar en silencio y viajar y moverse. Pero yo sospechaba -y creo no haberme equivocado- de que lo que más quería en la vida era estar cerca de la escritura y de los libros. Y lo he hecho".

Es un avezado lector y escritor. De hecho, ésa es la excusa que nos reúne en un pequeño café cerca de su oficina: hablar de su último libro, La vida deshilachada, un compilado de cien crónicas publicadas en Tiro Libre, la columna que tiene en la revista Sábado del diario El Mercurio, entre los años 2005 y 2008.

¿Por qué La vida deshilachada como título?

Es que me parece que este género, en mi caso, que escribo sobre lo que me ocupa, sobre mis circunstancias, es muy fragmentario. Una crónica es apenas un fragmento, una mirada, una escena, un momento, y creo que la imagen que usa Roberto Merino en La vida deshilachada (una de las crónicas al interior del libro) de estos amigos suyos que se mueren y de esas vidas que se apagan, y él diciendo "así se deshilacha la vida", me pareció que de pronto en este conjunto de crónicas podía haber algo de eso: una vida que se deshilacha y que se muestra a partir de pequeñas hilachas solamente, de pequeños fragmentos, de pequeños bocetos. Cada una de ellas no es más que un pedazo de polvo suspendido por ahí. Y no pretende ser mucho más que eso tampoco.

¿Es tu vida deshilachada?

Un poquito, porque siento que recibo estímulos de muchas fuentes, de muchas matrices y armonizar todo eso no es fácil. Uno trata en general de hacer cosas que le gusten. Yo por lo menos me muevo un poco en esa frecuencia y he pasado por momentos de mi vida que he hecho hartas cosas que no me gustan mucho y eso no me pone nada bien, es decir, me incomoda. Creo que en este momento estoy más enfocado en lo que me apasiona, que en otros períodos de mi vida.

¿Más que nunca?

Sí, yo creo que más que nunca.

Vuelta en U

La primera vez que estuve con Pancho fue en una conferencia que dio en mi universidad. Era el "célebre" editor de la Revista del Domingo, también de El Mercurio, cargo que cualquier periodista que conocía hubiese hecho lo que fuera por conseguir. Yo no aspiraba a tanto, sólo quería saber qué tenía que hacer para trabajar ahí. Mal que mal, creo que el periodismo de viaje fue una de las razones por las cuales entré a estudiar periodismo. Así que se lo pregunté y me contestó que la rotación en la revista era mínima y que el staff de periodistas estaba completo. Pero lejos de desanimarme, me instó a cumplir un sueño: publicar un artículo en tan prestigiosa revista. Y lo hice. Y ahí fue cuando conocí la despiadada faceta de editor de este personaje.

Año 2006, diciembre. Venía llegando del sur de Chile con viáticos que me había dado el diario y tenía que escribir un reportaje sobre las mejores playas del sur. Todo esto gracias a una oportunidad que se me había dado por pertenecer al laboratorio de revistas que organizaba El Mercurio en ese entonces. Estaba en cuarto año de universidad. Le entregué el texto a Pancho y empezamos a corregirlo juntos. Su cara poco a poco comenzó a desfigurarse, hasta que simplemente no aguantó más y sentenció: "Esto está muy por debajo de lo que esperaba".

Él no lo supo hasta hace poco tiempo, pero mi autoestima en ese minuto cayó en picada, siendo mi polola de ese entonces la única capaz de ayudarme a recogerla. El mayor referente del periodismo nacional que tenía, me había fustigado con sus palabras. Pero también me dijo que lo mejorara, y así lo hice. Finalmente salió publicado (¡y con portada!) el 24 de diciembre de ese año. En los próximos días, Pancho dejaría el cargo de editor a disposición. Estaba cansado, agotado. Reventado. Quería dedicarse a lo que más le gustaba: leer, escribir y conversar. Pero había un problema: había que mantener a la familia de alguna forma. En una conversación improvisada, un fotógrafo del diario le lanzó la siguiente interrogante "¿Por qué no haces talleres literarios". Y a Pancho le cambió la vida.

Hoy hace tres talleres (lunes, martes y jueves de 19:00 a 22:00 hrs.), tiene un programa de radio sobre fútbol de una hora diaria, escribe sus ultra leídas columnas para la revista Sábado y los fines de semana comenta algún partido. Es la única dosis de periodismo que su corazón resiste. Más, sería viciar su nuevo estilo de vida. Un lujo que Pancho no se daría ni aunque le pagaran lo que le pagaran.

¿Qué cosas no volverías a hacer?

No estoy dispuesto a volver a trabajar en una oficina ocho horas diarias con un empleador demasiado reconocido que pueda disponer de mí y llamarme a la hora que quiera y darme instrucciones y yo tenga que obedecerlas.

¿Qué cosas te gustaría seguir haciendo?

Los talleres literarios que hago. Me gusta la oportunidad única de encontrarme con los ciudadanos de este país: hombres, mujeres, viejos, chicos, jóvenes, que necesitan, igual que uno, a los otros para darle sentido a sus vidas. En ese espacio yo me siento muy realizado. No sé en qué otro lugar y de qué otra manera podría vivir lo que ahí experimento. Es casi irreproducible de otra manera y me encanta que sean los libros el pretexto para que nos encontremos. Es una experiencia intelectual, espiritual, humana única y no quisiera que se terminara jamás. Aunque fuéramos cinco, los que fuéramos, que persistiéramos en el tiempo y que nos acompañáramos hasta el fin de los tiempos. Yo no los voy a interrumpir. Que se interrumpan de forma natural.

En tus talleres has hablado y leído sobre la muerte, sobre todo la de Gonzalo Millán y su "Veneno del escorpión azul", al que incluso le dedicas una crónica al interior del libro ¿cómo te gustaría que fuera tu muerte?

Me gustaría vivirla con cierta naturalidad, de la manera menos dolorosa posible. Ojalá con un espacio de tiempo vivo para despedirme de quien corresponda, como corresponda. No quiero que un cura que yo no conozca se haga cargo de las últimas palabras. Quiero que ese espacio lo ocupen los protagonistas de mi vida y, por último, si no tienen nada que decir, que ese silencio sea un silencio ocupado por el cariño, por el amor, la cercanía y no un momento ocupado por ritos que para mí no significan nada. Mi mujer me dice "pero es que tú ya no vas a estar, entonces piensa en nosotros". Yo le digo "está bien, pienso en ustedes, yo no lo voy a resolver". No es un tema del que me voy a ocupar, porque tampoco me voy a comprar una tumba. Es un problema que se lo voy a endosar a los demás. No tengo plata para comprarme una y si tuviera, no me la gastaría en eso. Seguro que no faltará quien lo haga.

No tengo ninguna duda que así será. Lo que tiene Pancho con la gente es una conexión única, ya sean los que lo leen en la revista, sus talleristas o las personas que lo rodean. Con él sienten un vínculo de cercanía tan real, tan palpable, que pese a que no lo conozcan o sólo hayan cruzado alguna vez una palabra con él, saben que su forma de relacionarse con la gente es tan genuina, que lo valoran inmensamente. Es por eso que pone su mail debajo de sus columnas, para responderle a quien le escriba. Como el caso de Verónica Quezada, una niña de doce años con la que ha intercambiado numerosos correos electrónicos y con la cual le encantaría hacer un libro algún día. Es por eso que los que lo conocen, aunque sea sólo un poco, se sienten especiales. Porque consideran a Pancho Mouat uno de sus amigos.

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