Memorias de una viuda

Acaba de cumplirse un año de la muerte de Raúl Ruiz. La cineasta Valeria Sarmiento, su mujer por 43 años, aún está asimilando ese duelo. Si este fuera el diario de su ausencia, se leería así.




Paula 1103. Sábado 1 de septiembre de 2012.

"A veces me parece que Raúl anduviera de viaje. Suena el teléfono y contesto apurada, casi segura de que sí, de que es él quien está del otro lado de la línea. Era común que así sucediera cuando uno de los dos se embarcaba en el rodaje de alguna película: nos comunicábamos a distancia. Hasta que un día, él aparecía: yo estaba durmiendo y la puerta mal aceitada de nuestro departamento de Belleville, en París, volvía a crujir. 'Te cuento…', me decía él con entusiasmo, y abríamos una botella de vino para compartir las cosas que habíamos visto mientras el otro estaba ausente.

De alguna manera Raúl se quedó como un susurro en mi vida. Como lo que los franceses llaman "el espíritu de la escalera": una suerte de Pepe Grillo que aparece cuando sales de una reunión y te dice lo que olvidaste decir o hacer. Raúl ya no está, pero los diálogos que tenemos se mantienen vivos".

Trabajar para no llorar

"Tras su muerte tuve mucho trabajo. El productor portugués Paulo Branco decidió pedirme que dirigiera la película que Raúl dejó inconclusa: Las líneas de Wellington y eso me obligó a estar muy atenta al mundo exterior. Raúl murió el 19 de agosto de 2011 y en octubre de ese mismo año, yo estaba en Portugal buscando decorados para el filme y luego rodando durante siete meses. Había que responder. Sacar adelante el sueño que tenía Raúl de concretar el guión de Carlos Saboga (Misterios de Lisboa), el que dejó marcado con pequeñas indicaciones antes de partir. Yo respeté sus cambios al pie de la letra. La película es mi homenaje.

Mi forma de decirle: 'me las estoy arreglando tal cual me lo pediste'. Cuando se empezó a sentir mal me dijo: 'Valeria, vas a tener que ayudarme con esta película'. Raúl no me hubiese perdonado si, en vez de hacer la cinta, me hubiera refugiado en mi dolor. Trabajé 14 horas diarias para lograrlo. La hice indudablemente a mi manera: una película de dos horas que él habría hecho en seis. En un momento del rodaje sentí que Raúl estaba planeando, estaba volando sobre mi cabeza y diciéndome lo de siempre: 'Valeria, tú eres cineasta'. Ese era su máximo piropo".

Hablar con él

"Uno llora para dentro. El dolor público no es algo que me guste, pero uno sigue dialogando con la persona con la que ha vivido toda su vida aunque ya no esté. Seguiré haciéndolo todo el tiempo porque así nos acostumbramos a relacionarnos durante más de 40 años de matrimonio. Y porque esa es la forma que uno tiene de que los muertos no desaparezcan. Los africanos dicen que llevan a los muertos en la espalda. Así siento la presencia de Raúl".

Domingos dominicales

"Si bien Raúl era una persona que pasaba de una película a otra (hizo 115) y éramos el primer espectador del trabajo del otro, teníamos una vida completamente normal. Cocinábamos mucho, aunque nunca juntos, porque nos peleábamos. Él dejaba todo desordenado, que es típico en los hombres… Pero nos organizábamos muy bien con las labores de la casa. Él era bueno con las finanzas y yo me preocupaba de las cosas prácticas. De vez en cuando hacíamos pastel de choclo o mezclábamos recetas. A Raúl le gustaba mucho la comida oriental, la china y japonesa. Y teníamos el rito de los domingos dominicales, que es como le llamábamos a los almuerzos con los amigos. ¡A las 13 horas en punto tenían que estar en nuestra casa todos los invitados! Algunos llegaban jadeando. Entonces comenzaba el aperitivo con vino o champagne francés, y luego los diferentes platos de comida. Después de que Raúl murió he tratado de mantener estos almuerzos pero ya no son lo mismo".

La casa sin él

"Me costó convencerlo de que nos mudáramos al departamento donde finalmente vivimos por más de 30 años, en Belleville, París. Raúl no quería casa propia y recuerdo que a mí me gustó especialmente ese lugar porque tenía luz. Como había ganado el premio Donostia en el Festival de San Sebastián, puse ese dinero como pie. Volver sin él a ese departamento en París, hace un año, fue un choque. Todavía queda ropa suya, pero de a poco he tratado de regalarla porque no es sano quedarse con ella: cada uno de sus amigos tiene una corbata de Raúl como recuerdo, por ejemplo. Y yo me quedé con los sombreros, los guantes, el bastón que tuvo que usar en el último momento, sus anteojos.

Venir ahora a Santiago y entrar al departamento de Huelén –que fue de sus padres– también fue difícil. Aquí Raúl vivió desde los 17 años y su presencia está en todos lados. Es doloroso porque cuando abro la puerta vuelven indudablemente muchos recuerdos. Al mismo tiempo siento que entro en una casa llena de secretos: abro un libro y me encuentro con un telegrama de Raúl, abro un cajón y encuentro una foto. Aún así he querido mantener los espíritus de ambas casas".

Guardar sus cosas

"Después del funeral de Raúl, organicé una parte de sus papeles. Llamé a mi hermana y, entre las dos, armamos 50 cajas que partieron a una gran biblioteca que ahora guarda todos los guiones de Raúl. Estoy trabajando como una hormiguita en el rescate de su legado porque así, si me pasa algo, evito que todo eso vaya a la calle. Todavía me queda otra parte que ordenar: sus cosas más íntimas; cuadernos, novelas y piezas de teatro, pero eso lo haré más lentamente. Algunos de esos cuadernos me atreví a abrirlos: están llenos de proyectos, fórmulas matemáticas, resúmenes de futuros guiones o reflexiones de los libros que estaba leyendo. De alguna manera estoy haciendo lo de siempre: Raúl era muy desordenado y cada vez que terminaba una película era yo la que trataba de meter sus cosas en carpetas. Él solía tener todo amontonado porque creía que el caos era vida y el orden muerte. Ahora que todo está quieto en la casa, creo que tenía mucha razón…".

Sin preparación

"Dicen que siempre hay un momento en que las mujeres intuimos que las cosas van a ir mal. Pero la verdad es que uno no quiere pensar en esas cosas. Yo sabía que Raúl estaba frágil. Y, sin duda, uno de los momentos más difíciles fue cuando se internó en Portugal a fines del 2009 por un cáncer hepático. Ahí los médicos llegaron a la conclusión de que habían dos alternativas para su salud: o le hacían el trasplante de hígado o se moría. Y, gracias al trasplante que le hicieron en 2010, se salvó. Recuerdo que entraba con mascarilla a verlo a una de las piezas compartidas. Al principio lo vi muy cansado y sin fuerza para conversar. Pero después, a la semana, ¡Raúl encontraba tan rica la comida del hospital! Se fue recuperando. Gracias a los portugueses, tuvo un último año de vida muy feliz".

El año feliz

"Después del trasplante Raúl estaba dichoso. Vino a Chile, engordó, veía películas e invitaba a sus amigos a comer, hizo la obra Amledi, el tonto y filmó La noche de enfrente. Yo soy más cobarde, pero Raúl tenía una actitud excepcional frente a la enfermedad; se notaba que quería vivir. Durante ese año, también supo expresar mucho mejor sus sentimientos. Era más cariñoso con la gente, tenía menos vergüenza de mostrar sus emociones. Por nuestra parte, estábamos muy juntos. Era más dulce, como si en esa etapa le hubiera nacido especialmente su amor por vivir y por la gente que quería. Recuerdo que le dio por ver unas películas muy malas: americanas y musicales con Al Jolson, que le traían recuerdos de su infancia. También había descubierto hace poco la física cuántica y se hacía esquemas en la cabeza. Tenía algo de científico, pero a la vez una sensibilidad muy grande de artista. De vuelta en París, en la última época compró libros antiguos carísimos. Hay una colección linda en la casa, que quedó intacta".

La infección pulmonar

"A veces pienso que Raúl hubiera vivido un poco más si se hubiera cuidado más. Pero él no quería estar encerrado ni usar mascarilla en los aviones y trenes. Las mismas pastillas para no rechazar el hígado fueron las que le bajaron las defensas. La última infección pulmonar no la pudo controlar. A comienzos de agosto de 2011, los médicos me dijeron que Raúl estaba desahuciado y lo pasaron a la UCI. Fue muy duro porque él no quería saber que iba a morir, y yo no se lo dije tampoco. Es mentira que se muere sin sufrir, y en su caso fue doloroso porque se le acababa el aire. Cómo habrá sido la pena que Copita, la gata que se nos aguachó en Huelén, murió al poco tiempo de que se fue Raúl. Un mundo entero desapareció con él: El Parrón, su restorán favorito cerró, y el Cine BF de Huérfanos, donde inauguraron una sala con su nombre, también".

El último cumpleaños

"Él decía que quería llegar hasta los 80 años por lo menos, pero no llegó sino a los 70. El día de su último cumpleaños, el 25 de julio 2011, ya no se sentía muy bien. Estaba con un poco de fiebre, se levantó, hicimos un almuerzo con amigos, recibió sus regalos y al rato se fue a acostar. Yo le regalé un gato, pero no uno de verdad sino una figura que tenía un pescado naranja bajo el brazo, igual al que aparece en La noche de enfrente. '.¡Ohh, es Rododendro!', me dijo cuando lo vio. A él también le gustaba hacer regalos. Estos anillos y esta pulsera de jade que llevo puestas me las dio él.

Al día siguiente del cumpleaños entró al hospital. Tenían que hacerle exámenes y la fiebre no le bajaba con paracetamol. Entonces lo llevaron a la cama número 11, que era la que estaba disponible. Por suerte no se dio cuenta que lo pusieron en esa cama. Raúl era muy supersticioso; para él todos los 11 eran fatídicos. Ahora pienso que fue mala onda de mi parte meterlo en esa cama".

Un año sin él

"No sé si creo que a los seres queridos hay que ir a verlos necesariamente al cementerio, pero a un año de su muerte me pareció importante ese gesto y por eso me vine a Chile. Fui al cementerio cuando llegué y también ahora para el aniversario del 19 de agosto. Él está ahí cerca de sus padres como acordamos. Ha sido un viaje necesario. Él lo está viendo, supongo. De lejos me da vuelo. No sé cuánto tarda uno en asimilar la muerte, pero él sabe que estoy en eso".

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.