Michelle Bachelet: recargada

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María Elena Wood, realizadora del documental La hija del general, se reencuentra con la Presidenta a diez años de haber asumido su primer mandato. En esta entrevista, al regreso de sus vacaciones, Michelle Bachelet se muestra de muy buen ánimo y hace una reflexión íntima sobre el poder, y los efectos que este tiene sobre las relaciones y los vínculos personales. Pero confiesa: "He llorado menos de lo que debería".




Paula 1195. Sábado 12 de marzo de 2016.

"Voy altiro", dice mientras baja ágil la escala del segundo al primer piso. En una mano lleva una caja y en otra algo de ropa. Pareciera que está ordenando. Son las ocho de la mañana y para esta entrevista me ha citado en su casa de La Reina. "No son muchos los periodistas que han entrado aquí", advertirá más tarde. "Y no es secretismo, es tratar de tener un espacio sin la máxima exhibición".

Al llegar, nada indica que ese es el lugar donde habita la Presidenta de la República. Se abre el portón y aparece una casa sin lujo ni estilo definido, enmarcada en un jardín de rosas blancas, mirtos, lavandas y laureles en flor. Estaciono el auto detrás de otro más pequeño y empolvado. Debe ser el de Sofía Henríquez Bachelet (23, sicóloga), la menor de los tres hijos de Michelle Bachelet Jeria (64) y la única que aún vive con ella. Francisca (32, antropóloga) está en Buenos Aires desde hace varios años donde ha estudiado dos posgrados y trabaja en la universidad. Sebastián (37, cientista político), el hijo mayor y único hombre, vive muy cerca, también en La Reina, con su mujer, Natalia Compagnon, y los dos nietos de la Presidenta: Damián y Lucas.

En la puerta reciben Laica, la cocker spaniel cuyo nombre está inspirado en el perro soviético que se convirtió en el primer ser vivo en orbitar la Tierra, y Rosita, quien lleva 17 años acompañando a Bachelet y su familia en sus ires y venires y que no se guarda cariño ni admiración.

–Soy parte de la familia–, cuenta con su rostro amable enmarcado en un corte de pelo estilo Michelle.

¿Y cómo está la señora Ángela? – pregunto por la otra mujer pilar de la familia, Ángela Jeria Gómez, quien este año cumplirá 90.

Mejor que todas nosotras. Muy vital.

Las cuatro mujeres –abuela, madre e hijas– pasaron juntas las vacaciones de febrero en el lago Caburgua. La Presidenta no lo dice, pero esta vez no estaba Sebastián. Michelle cocinó para ellas y sus amigos. "Es lo que me encanta". Leyó novelas. Nadó con Ángela. Y descansó. "Pero conectada", puntualiza con humor: "Este año fui premunida de todo tipo de alternativas de comunicación".

Fue el aprendizaje del verano negro de 2015, donde la sucesión de hechos relacionados a las audacias comerciales de su nuera y la obligada renuncia de su hijo Sebastián Dávalos Bachelet a su puesto en el gobierno empañaron logros importantes para su gobierno, como el fin al binominal y el avance en las reformas que comprometió en su candidatura. A eso se sumó la caída de sus ministros clave –Interior y Hacienda– , el estancamiento económico y la consistente baja en su popularidad y credibilidad. Se rumoreó que estaba deprimida, que quería renunciar.

"Rodrigo (Peñailillo) es una de las personas a la que le tengo tremendo cariño y respeto. No he tenido la ocasión de encontrarme nuevamente con él, pero espero encontrármelo en algún momento y retomar esa relación de afecto, de confianza y de amistad".

¿Está 2015 entre los años más duros de su vida?

Fue un año difícil, no tiene sentido negarlo. Pero hay que poner las cosas en perspectiva. Claramente desde el 73 en adelante fueron los más duros; la pérdida de mi padre y muchos seres queridos, la angustia permanente, la fractura familiar con la polarización de la sociedad chilena, el exilio, fueron mucho más duros.

Ahora estamos comenzando su tercer año, del segundo tiempo. Y por como se ha visto en escena, bailando con el intendente Orrego, respondiendo entrevistas sin defenderse, caminando sonriente, es como si quisiera volver a sacar alas, a recuperar la conexión con sus audiencias y, por qué no, con ella misma.

Michelle Bachelet ingresa al living de su casa –arrendada por cuatro años para la jefa de gobierno– y se sienta en un sillón café de corte moderno que compró en su estadía en Estados Unidos. Se ve distendida, descansada, incluso, más delgada. Las vacaciones parecen haber marcado un cambio de página para la Presidenta, al menos en su estado de ánimo.

Pese a la avalancha de críticas, a la dificultad para remontar en las encuestas y a la frustración colectiva que ello refleja, Bachelet no se detiene. Reforma tributaria, educacional, laboral, acuerdo de unión civil, causales para el aborto y, en ciernes, el cambio constitucional. Bajo la nube negra de la desconfianza en las instituciones y de los débiles resultados económicos, todos se mojan, incluida la Presidenta, pero ella no para en su afán de cambiar este país. Cuando se le pone algo en la cabeza no ceja. Y Bachelet está convencida de que Chile requiere las reformas que su gobierno está impulsando.

Si tuviera que resumir en una frase lo que usted quiera proyectar en 2016, ¿cuál sería?

Presidenta y gobierno trabajando con energía por mejorar la calidad de vida de nuestros compatriotas.

Rosita sirve té en tazas de porcelana fina. Es la única oportunidad en que veo a la Presidenta dejarse atender. A Michelle Bachelet le gusta hacer ella las cosas: no está acostumbrada a que la sirvan. Y en eso, sigue siendo la misma que conocí siendo ministra de Defensa y a quien luego seguí como candidata para hacer el documental La hija del general.

La última imagen de esa película es Verónica Michelle Bachelet Jeria vestida de blanco, con la banda presidencial, haciendo el saludo militar y entrando a paso firme al Palacio de La Moneda como la primera mujer Presidenta en la historia de Chile. 10 de marzo de 2006. Terminado su mandato, partió a Nueva York, como directora ejecutiva de ONU Mujeres, para volver a la campaña que la llevaría nuevamente a la presidencia. Sin respiro.

En esta vorágine de responsabilidades, ¿qué añora usted?

Añoro… –y se queda unos segundos pensativa como buscando algo perdido–. Añoro el tener la libertad de cuando uno es responsable solo de lo que uno dice o hace, y no es responsable de todo un país. Cuando uno tiene un rol que va más allá de lo individual, un rol colectivo importante, donde lo que le pase a mucha gente depende de uno, no puedes darte gustitos personales. Tienes que siempre pensar en el país. Y eso hace que uno tenga que limitarse en determinadas expresiones, en determinadas formas de relacionarse con los otros. Y eso, a veces genera que uno sienta que algo le falta. De repente añoro un poquito la vida de todas las personas. El tener un poco más de tiempo.

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¿Tiempo para qué?

Tiempo para poder compartir con la familia y los amigos. Tiempo hasta para ordenar la casa. Si usted mira para allá, –apunta a la chimenea atiborrada de cajas, libros, discos–, hay un montón de cosas que quedaron ahí y que no he podido ordenar porque no he tenido tiempo. Pero también es mi culpa, porque soy trabajólica.

Hay regalos por ordenar en el living, en el comedor, y en el hall de entrada. "Y hay unos más bonitos que otros", dice divertida. La suya es una casa como de familia en tránsito. Con excepción de los muebles, "son todos míos", pocas cosas personales y no se ve ninguna foto. En la terraza que da al jardín de atrás, hay un pino que aún tiene una borla dorada de Navidad sujeta de una rama. En el suelo, la pelota y el hueso plástico con que juegan los perros. De la reja de la piscina cuelga una toalla y un traje de baño negro. Unas poltronas blancas al medio del pasto esperan por alguien que quiera tomar el sol. "No es casa de revista de decoración. Siempre he preferido tener casas que se vivan y no para fotos", comenta sin dejo de complicación.

Laica se aproxima a sus pies y ella la acaricia. Está sentada en el borde del sillón, cómoda pero alerta. Le recuerdo que en su primera campaña presidencial, cuando como documentalista la seguía insistentemente, cada vez que llegaba a su casa en calle Manquehue una perrita igual a Laica salía a recibirla dando saltos acrobáticos.

Era Mara –dice entre risas–, la madre de Laica. Se alegraba tanto cuando yo llegaba que saltaba altísimo, altísimo. De hecho, siendo ministra de Defensa, eché una broma: "Te juro que cuando vea a un hombre hacer lo mismo que la Mara, alegrarse tanto al verme llegar, yo me emparejo". Varios amigos, bromeando, se ponían a saltar.

En la casa presidencial también hay una labradora de dos años, Tica, que mientras transcurre la entrevista está en la pieza con Sofía, pero que durante la sesión fotográfica entrará a desordenar la escena. "Además, tenemos una ovejera alemana que estaba de la casa cuando llegamos. O sea, me gustan los perros", y se ríe mientras despeina a Laica.

He visto un cambio en usted entre el primer y el segundo tiempo presidencial. Al comienzo se movía con más libertad pública. ¿Sintió que su espontaneidad, su capacidad de acercarse a la gente, echar la talla, podía tener un costo político?

En terreno sigo siendo igual de espontánea que siempre, echando la talla, bailando cuando se dan las circunstancias. Lo que ha cambiado es que ahora son puras selfies y antes eran fotos. Entro a las casa de la gente, ellos son cariñosos conmigo, y yo con ellos. En eso no he cambiado nada. Lo que sí, primero, estoy más vieja, todos estamos más viejos; segundo, he tenido otras experiencias en el intertanto. Lo de Naciones Unidas tuvo por un lado un impacto positivo, aprendí muchas cosas, pero el mundo de las relaciones internacionales es más formal y lo más probable es que generó cierta manera de aproximarse a los temas, ciertos protocolos, que puede ser un poco distinto de antes.

"Siempre se ha dicho de mí que soy desconfiada. Y yo digo: no soy desconfiada, lo que pasa es que soy realista. Y tengo una alta capacidad de percibir a las personas. Sé en quién puedo confiar y quiénes van a actuar de ciertas formas y uno solo tiene que saber que eso es así y tiene que estar preparada".

Y la idea del secretismo, ¿por qué cree usted que se instaló?

No soy secretista. Lo que sucede es que yo no filtro. No busco favores entregando información. La información que es abierta es abierta y la que requiere ciertos grados de reserva porque tiene impacto a nivel del Estado, la guardo. El hecho de que yo no cuente cosas "antes de" a algunos les parece que es secretismo, como por ejemplo, los nombres antes de un cambio de gabinete.

Michelle Bachelet se ve más segura que en su primera presidencia, más cómoda en su rol y menos preocupada de las reacciones que generan sus acciones y decires. Lo que sí, sigue defendiendo como puede su privacidad. Y anota en su memoria cada gesto que siente como amenaza a ese espacio de intimidad.

"Una vez que invité a almorzar a alguien y dos horas después se había publicado el menú en el diario de la tarde. La única posibilidad era que la persona se hubiera metido al baño y hubiera tuiteado. En el mundo actual es cada vez más difícil mantener algo reservado".

La palabra traición resuena en la vida de Michelle Bachelet. Después del golpe militar, su padre, el general de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, fue abandonado por sus amigos y compañeros de armas, muriendo por falta de atención médica mientras estaba preso en la cárcel pública de Santiago. Michelle y su madre estuvieron detenidas en Villa Grimaldi y posteriormente partieron obligadas al exilio. Ambas trabajaron –fuera y dentro de Chile– en grupos de oposición a la dictadura donde la reserva y la capacidad de mantener un secreto podían ser asuntos de vida o muerte. Varios de sus compañeros de las juventudes socialistas fueron secuestrados, torturados, desaparecidos porque alguien habló de más. De su pareja, el dirigente socialista Jaime López, no hay certeza si fue o no delator. Solo se sabe que desapareció.

Siempre se ha dicho de mí que soy desconfiada. Y yo digo: no soy desconfiada, lo que pasa es que soy realista. Y tengo una alta capacidad de percibir a las personas. Sé en quién puedo confiar y quiénes van a actuar de ciertas formas y uno solo tiene que saber que eso es así y tiene que estar preparada.

Si tuviera la posibilidad de conversar hoy con la candidata Bachelet que hace más de una década recorría Chile, casi sin apoyo de los partidos políticos de la Concertación, en un auto 4x4, ¿qué le aconsejaría a esa candidata?

Le diría lo mismo que me dije en su momento: piensa siempre primero en las personas; coloca al centro de tus decisiones a las personas. Y trabaja en pos de lo que crees. Tal vez, otra recomendación que le daría a esa y a esta Michelle Bachelet es elige buenos equipos. Delega todas las funciones que son delegables. Y trabaja atentamente para asegurar que los equipos estén funcionando bajo la misma lógica de poner al centro a las personas.

Ninguna de las tres personas que la acompañaron en ese primer viaje por Chile como candidata está cerca suyo. Francisco Mouat, quien la cuidaba y hacía de chofer, falleció. La periodista Marta Hansen trabajó un tiempo con usted como jefa de prensa en su primer gobierno y partió. Rodrigo Peñailillo permaneció mucho tiempo a su lado, llegó a ser su ministro del interior. ¿Qué pasa con esas personas que van quedando en el camino? ¿Cómo vive usted eso?

Muchas veces la vida te lleva a que los destinos no vayan en la misma dirección. Las relaciones que usted señala son de amistad y afecto, pero también de un proyecto político. Tal como decías, Panchito Mouat se nos fue, murió, pero estuvimos con él hasta el último momento, aún siendo Presidenta. Marta buscó otros caminos, nos hemos encontrado de vez en cuando y nos saludamos con enorme cariño. Y Rodrigo, claro, el haber asumido como ministro del Interior y haber vivido todo lo que vivimos… (se emociona). Bueno, es una de las personas a la que le tengo tremendo cariño y respeto. No he tenido la ocasión de encontrarme nuevamente con él, pero espero encontrármelo en algún momento y retomar esa relación de afecto, de confianza y de amistad.

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¿En algún momento se sintió decepcionada o dolida de él?

Todos quienes han sido parte de mi gobierno son, y eso incluye al ex ministro Peñailillo, muy importantes para los logros que hemos alcanzado. En este tipo de trabajo se requiere mucho compromiso y entrega, y es algo por lo que seguiré agradecida siempre.

Hace una pausa y sigue: "Tengo amistades de personas que jugaron roles cuando fui ministra y siguen escribiéndome, mandándome sus opiniones, sus consejos, riéndonos de cosas que nos tocó vivir; porque el humor sigue siendo una herramienta fundamental de las personas con gran responsabilidad. Cuando uno tiene que tomar una decisión dolorosa, es súper doloroso, porque a mí me importa lo que les pasa a las personas. Me importa la angustia, el dolor que le puede generar a la persona el que uno decida que no sigue en un cargo. Cuando, además, es una persona con la que has trabajado, hecho un viaje en la vida, es más doloroso. Pero también es cierto que los presidentes tenemos que tomar las decisiones que hay que tomar. Y tenemos que vivir con esas decisiones".

¿Cuántas veces ha llorado en estos diez años?

Probablemente menos de las que debería...

¿Quién la contiene a usted?

Ah, yo misma (se ríe). No tengo ninguna contención especial. Depende del ámbito. Por ejemplo, en el trabajo hay análisis compartido con los equipos, y las decisiones se toman no solo bajo un prisma individual único. Y también uno siempre tiene un grupo de amigos, pequeño, porque creo que los buenos amigos no son demasiados, que cada vez que hay alguna situación donde ellos sienten que tienen que estar presentes, me whatsappean, "aquí estamos para lo que necesites" y que de alguna manera muestra que hay gente querida, que hay gente amiga, y que también hay gente querida y amiga que te va a decir si uno se equivocó.

¿Le dicen sus amigos cuando se equivoca, Presidenta?

A Michelle Bachelet le sonríen los ojos: "Los amigos están ahí, con uno; aunque uno tenga o no tenga la razón, están ahí, si es un momento difícil, doloroso, están ahí. Y también son capaces de conversar las cosas, de preguntarle a uno y, en algunos casos, la gente de más confianza, aunque sean elegantes para decirlo… nadie te va a decir de manera directa, brutal "¡te equivocaste!", pero hay gente que es capaz de decirle a uno que hay otros elementos que tienes que tomar en cuenta".

¿Puede mencionar una vez que un amigo la haya hecho ver un error?

No echaré al agua a nadie, pero mis amigos saben que jamás he esperado de ellos que sean yesman o yeswomen, por el contrario creo que la verdadera lealtad significa hablar con claridad y honestidad.

¿Cómo se toma los chistes sobre usted? ¿Es capaz de reírse?

Como figura pública uno tiene que aceptar que se rían de uno. Es lo que corresponde en democracia y soy la primera en defender la función que cumple el humor en cualquier sociedad. Ahora, yo en lo personal prefiero el humor de calidad, el que es creativo para hacer reír, no tanto el recurso fácil del insulto y la descalificación.

El año pasado fue movido para todos: catástrofes naturales, escándalos políticos y usted enfrentó situaciones personales muy complejas.

El año pasado pasaron cosas muy complejas naturales y políticas para todos, incluida la Presidenta. Aunque el estado de irritación con el mundo de la política viene desde antes, situaciones como las que acaecieron el año pasado hicieron aumentar esa irritación. La distancia y la tensión que hubo entre el mundo civil y militar, que ya pasó, hoy la percibo entre el mundo político y la sociedad civil. Se ha perdido amistad cívica al interior del mundo político. Y eso es un problema que tiene la democracia chilena y tenemos que trabajar para que esto no siga así. "Los chilenos están mucho más conscientes de sus derechos, y menos disponibles para aceptar privilegios, para qué decir abuso, y con mucha falta de credibilidad en quienes los representan. El mundo político tiene que acostumbrarse a que esta es una sociedad abierta, donde la gente quiere más información, más transparencia. Pero eso también tiene que llevar de la mano la responsabilidad con la información, el chequearla, que sea cierta, porque lo que tenemos que construir son ciudadanos empoderados y no solamente enrabiados. Hay una agresividad que excede".

¿Usted ha sentido esa agresividad?

He leído declaraciones de personas de oposición, y a veces no de oposición, muy duros, más que duros algo agresivos… Y después uno se encuentra con esas personas y te hablan de amor eterno, de "nosotros que te queremos tanto" de "tú, que eres tan espectacular". Entonces uno dice, ¿hello? ¿a ver? Y te dicen, "ah no, si no es nada personal, es la política". Entender la política como una guerra de guerrillas, "tratemos de destruir al otro para salir nosotros adelante", no es como creo que deba ser la política ni como ejerzo la política. Para mí, la política es buscar los acuerdos que permitan que la gente pueda vivir bien, que Chile sea más digno para todos. Eso es lo que a mí me gratifica, eso es lo que a mí me hace seguir adelante con fuerza, diciendo que cualquiera sean las cosas que uno tenga que pasar siendo Presidente de la República no importan si finalmente eso se logra".

Sobre el supuesto financiamiento de SQM a parte de su equipo dice: "Primero, fue una gran sorpresa. Porque yo siempre trabajé en lo programático en las campañas previas de la Concertación, y siempre lo hice fuera de mis horas de trabajo. Y gratis. Por lo tanto, no tenía información de esa situación".

¿Qué les diría a los que opinan que usted no fue lo suficientemente dura con su hijo en condenarlo públicamente?

Sonríe, como haciéndose de paciencia: "Como siempre, hay gente que dice que actué como madre y otros, que actué como Presidenta, lo cual demuestra que nunca se puede dejar feliz a todos. Como persona, puedo decir que ha sido muy doloroso, pero no tengo mucho más que decir".

¿Cómo se sintió cuando vio en los periódicos del mundo, como The New York Times, por ejemplo, la noticia de su nuera formalizada?

Lo más importante es, primero que todo, que la justicia funciona en este país –lo estoy diciendo como Presidenta de la República–, que acá no hay nadie por sobre la justicia, y creo que esas personas formalizadas, podrán hacer la defensa pertinente para hacer sus planteamientos.

¿Usted ve a sus nietos?

Los veo con menos frecuencia de lo que quisiera.

¿Por qué quedó resentida la relación con su nuera y su hijo?

Es porque dedico al trabajo mucho de mi tiempo. Espero poder compensarlos al término de mi mandato.

Cuando se enteró de que Julio Ponce, el yerno de Pinochet, a través de Soquimich, era una de las personas que había financiado a parte de su equipo de confianza, ¿sintió rabia, vergüenza?

Michelle Bachelet mira al frente y se queda en silencio. "Yo creo que ya me referí bastante a estos temas, María Elena". Y cuando todo parece indicar que no habrá respuesta, sigue adelante, pasando de la incomodidad a la emoción: Primero, fue una gran sorpresa. Porque yo siempre trabajé en lo programático en las campañas previas de la Concertación, y siempre lo hice fuera de mis horas de trabajo. Y gratis. (Silencio). Por lo tanto, no tenía información de esa situación. (Silencio). Yo aspiro, y así espero que sea en el futuro, gracias a los cambios en la legislación que estamos proponiendo, a que ninguna empresa, sea quien sea quien la dirija, financie a ningún grupo político. Creo que eso es lo que la política de calidad merece. Y para eso estamos trabajando.

No se ve fácil el camino, 2016 también se ve áspero.

Soy optimista, y no porque no haya dificultades, sino porque como país hemos demostrado que, a pesar de las dificultades, tenemos las capacidades y el manejo para superarnos y para dar forma a un país más justo y más solidario. A veces nos cuesta ver lo bueno que tenemos.

En 2010 terminó su mandato con una popularidad altísima. ¿Teme ahora irse de manera distinta?

Es muy difícil comparar porque son momentos históricos totalmente diferentes, pero nunca he asumido una responsabilidad pensando en ser popular. No lo hice antes, no lo hago ahora. Lo que me importa es que al término de mi mandato, Chile sea un mejor país para todos y no solo para unos pocos.

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