Ídolo

De exótica belleza beduina y gracia machísima de artista marcial, Marko Zaror (28 años) se revela en Kiltro como personaje y héroe chileno de exportación. Dirigida por su amigo de infancia Ernesto Díaz, esta sorprendente película chilena agarra por varios lados y no suelta, porque es nacida de auténtica pasión.




Nada más distante de la pedantería que Kiltro, una fábula callejera que narra la historia de Zami, chico de origen palestino bueno para la rosca que se enamora de Kim, hija de un maestro coreano de artes marciales del barrio Patronato, en Santiago. Por ella, Zami (Marko Zaror), se involucrará en un ajuste de cuentas entre pandillas opuestas que lo llevará a templar su espíritu hasta merecer a la muchacha (Caterina Jadresic) en cuestión.

El guión tiene que ver con la propia historia de Marko Zaror, descendiente de palestinos y cultor de artes marciales desde niño. Incentivado por su madre cinturón negro e instructora de karate, Zaror encontró en esa disciplina una vocación que lo llevó, tras no pocas aventuras, a concretar su empecinado sueño de seguir los pasos de Bruce Lee y, como él, hacer también películas. Fue en el Craighouse, el colegio donde se educó, donde Zaror se hizo amigo de Ernesto Díaz, el inspirado director y guionista de Kiltro, película posible gracias a la sintonía de años que los une y a la obsesión mutuamente contagiada por el cine y las artes marciales.

Las calles de Patronato, el borde costero del litoral central y el Valle de la Luna son el telón de fondo para la acción ligada al retorno de cierto villano sediento de venganza. Este papel quedó a cargo del notable Miguel Ángel de Luca, actor debutante y cultor de artes marciales que en la vida real fue maestro clave de Zaror en esas lides. La dirección de arte y la fotografía colaboran con la atmósfera cautivante de Kiltro, cinta nada de ingenua en materia de lenguaje cinematográfico pues dialoga sueltamente con los clásicos del género: la animación japonesa, los spaghetti westerns y otros filmes de culto como Kill Bill, de Tarantino.

–Leí que estuviste 10 años fuera de Chile…

–Ocho años, hace dos que volví.

–¿Y te fuiste a dónde y en busca de qué?

–A Ciudad de México, detrás de una mexicana muy linda de la que me enamoré.

–¿Qué edad tenías?

–18 años. Fue terrible, porque llegué allá y ella tenía no sé cuántos pololos.

–Duro golpe al ego.

–Totalmente. Además yo soy cabeza dura cuando me gusta una chica, totalmente obsesivo. En Chile había dejado todo botado y me había peleado con mi familia y con mis amigos porque me trataron de loco y de irresponsable, así es que como me fue mal no iba a estar volviendo para darles la razón.

–O sea que eres bien parecido al Zami de la película, que sufre por una individua que no le da boleto.

–Sí, poh, es bien parecida la historia.

–¿Y qué hiciste para quedarte y no volver con la cola entre las piernas?

–En Ciudad de México se me dio la oportunidad de trabajar como modelo y con eso empecé a ganarme la vida. Después me encontré con un amigo chileno que era artista marcial y que llevaba años haciendo "home-videos" de bajo presupuesto. Un día me llamó y me dijo: "Sabís que necesito que me reemplaces en una película porque yo no puedo ir", y después de eso me empezaron a llamar a mí también.

–Te ofrecieron también ser galán de teleserie, ¿no?

–Sí, es cierto. Me decían "Oye Marko, tenís mucho futuro en Televisa", pero a mí no me interesa ser actor sino desarrollarme como artista marcial y poner el cine al servicio de eso. Meterme a hacer teleseries hubiera sido ser deshonesto y, para mí, la honestidad con uno mismo es lo más importante y lo más difícil en la vida. Claro, en México hubiera podido hacer una carrera de actor y haber ganado mucha plata pero mi cabeza la tenía puesta en Los Angeles.

–¿Por qué allá?

–Porque allá hacen un tipo de cine que sí me iba a permitir expresarme como artista marcial, así es que rechacé la posibilidad que me ofrecía Televisa y me fui a Los Angeles con una mano por delante y la otra por detrás.

–¿Tanta era la claridad que tenías respecto de tu vocación de artista marcial?

–Sí, tanta. Es lo más difícil lograr tomar decisiones por lo que uno es y lo que uno cree, y no por lo que a uno le conviene. Ésa es la lucha constante que uno tiene en la vida, creo.

–¿Y cómo te fue en Los Angeles?

–Llegué a limpiar un gimnasio para que me dejaran entrenar, porque no tenía plata para pagarlo; lavé platos en un restorán; después fui mesero. Vivía en un barrio súper peligroso, mi vecino era narcotraficante, la chica de arriba era prostituta, pero nada de eso me importaba porque abría la ventana y tenía el letrero de Hollywood ahí en mi cara. Así es que era feliz, me sentía vivo todos los días. Después volví a las pasarelas y gané plata sin tener que ocupar todo mi tiempo. Podía entrenar como debía.

–¿Cómo siguió tu vida allá?, porque creo que fuiste stunt man, o sea doble de cuerpo de un personaje re famoso que se llama La Roca. ¿Quién es?, no tengo idea.

–Dwayne Johnson. No sé si viste El rey escorpión. Es un luchador que ahora es una estrella de cine.

–Ya ¿y qué hizo que llegaras a ese trabajo?

–Empecé a hacer exhibiciones de artes marciales y se corrió la voz de que había un latino de un metro 84 que podía moverse como una persona de un metro 50. Un día estaba entrenando y apareció Andy Chain, que es el brazo derecho de Jackie Chan y el gurú del cine de artes marciales de Hong Kong. Se me acercó y me dijo: "Marko, ¿te gustaría ser doble en una película ?". Yo, la verdad, no tenía conocimiento de lo que me estaba hablando ni nada, pero le dije que sí. Resultó que era para doblar a La Roca en El tesoro del amazonas.

–¿Eso fue importante para ti?

–Imagínate: trabajar con La Roca, recibir esa escuela durante seis meses en vivo, en grande, con una súper producción de 80 millones de dólares donde estaban todos los técnicos de las cámaras y efectos especiales de Matrix.

–¿Les preguntabas cuestiones?

–Los tenía a todos mareados, me metía donde el director a ver los monitores con lo que iban filmando y eso no se acostumbra. Pero a mí me daba lo mismo porque quería absorber lo más posible.

–Oye, ¿ y a los stunt les pagan bien?

–Es muy bien pagado, porque están constantemente al borde de la muerte con caídas de altura, choques de auto, con fuego y tienen que estar constantemente potenciando el físico para prepararse para situaciones de alto riesgo.

Mamá karateka

–Así es que fue tu mamá la que te inoculó el bicho del karate, ¿es seca ella?

–Se ponía a la par con cualquier hombre en un combate, y la técnica que tenía era muy depurada. Sigue siendo deportista, pero ahora está dedicada al yoga y a la meditación. Además es escritora.

–No te puedo creer, ¿la admiras mucho?

–Sí, de todas maneras. La admiro por cómo lleva su vida. Ahora tiene 50 años, pero es una niña, y creo que eso es lo más bonito. Ojalá uno nunca dejara de ser un niño porque los niños son espontáneos y viven en el presente. En el fondo, ellos están naturalmente en el estado zeta, que es el que también alcanzas con las artes marciales.

–El estado zeta del que se habla en la película sería como un punto de máxima conciencia, ¿cómo lo describirías?

–Como el estado de libertad que te da el poder estar en el presente en grado máximo. Por eso te hablo de los niños, porque de a poco con la vida nos vamos contaminando: nuestra memoria nos empieza a pesar, empezamos cada vez más a ser esclavos de recuerdos, del pasado, y eso tiñe todo lo que sientes y la forma en que percibes.

–Entonces alcanzar ese estado da una gran libertad…

–Claro, porque te limpia de prejuicios y te instala en el ahora, que es lo real.

–¿Qué cosas ha escrito tu mamá?

–Cuentos. Tiene dos libros, uno se llama Cómplices; el otro se me olvida en este momento. Fue alumna de Enrique Lafourcade. Es muy contenta con lo que hace.

–¿Y cómo entra a tallar tu papá en como eres tú?

–Por el lado obsesivo, de que cuando uno se propone las cosas las tiene que lograr. Eso me llevó a irme de la casa.

–Pero dices que a tus padres no les gustó nada que partieras…

–No, porque además soy el hijo mayor. Pero después, cuando vieron que me portaba serio, me empezaron a apoyar y estaban súper contentos.

Espuelas degolladoras

–¿Cómo se forjó el proyecto de Kiltro?

–Como te dije, todo el aprendizaje que hice como stunt fue fundamental. Me fui metiendo en el ambiente y llamé a Ernesto (Díaz) para que fuera asistente de dirección en una película policial. La idea era que él llegara a Los Angeles para hacer algo entre los dos y empezamos a diseñar guiones. Entre medio me dieron el premio al mejor doble del año…

–¿Te dieron ese premio a ti?

–A mí. Lo que pasa es con otro doble de La Roca, para la película Tesoro del Amazonas, hicimos una caída a un precipicio. Por esa escena nos dieron el World Stunts Awards, que es como el Oscar para dobles de la Paramount Pictures.

–¿Y?

–Es un premio bien grande, entonces teníamos esa plata y el guión de Ernesto así es que nos pusimos a tocar puertas y enganchó un productor americano, Derek Rundel. Él se arriesgó, el presupuesto creció y llegamos a Chile con el guión de Kiltro y quinientos mil dólares.

–¿Y cuál es para ti el gancho de Kiltro?

–Ser la primera película de artes marciales en Latinoamérica y abrir camino desde acá para el género de artes marciales en cine.

–Es genial el título, ¿cómo salió?

–Jugando a tirar palabras que fueran netamente chilenas, pensando en esto de la calle, del barrio, de la cruza de razas, de la mezcla de culturas. Así salió la palabra quiltro y la pusimos con ka para darle un toque. La película es bien quiltra también porque mezcla varias estéticas.

–¿A ti se te ocurrió Patronato como escenario?

–Se le ocurrió a Ernesto y me calzó bien porque tengo esa raíz árabe y en Patronato también está la colonia coreana. Por lo tanto, era el Chinatown chileno perfecto.

–¿Pero tú participaste en el guión?

–Ah, claro. Por ejemplo, la idea de ponerme esas espuelas en la pelea final fue mía.

–Las espuelas degolladoras…

–Es que quisimos exagerar la sangre que corre, como en los juegos de Mortal Kombat en que ves chorros muy estéticos. Como artista marcial tenía ganas de mostrar habilidad en los giros y en los tornillos sin tener que detenerme ni impactar a nadie. Ahí me acordé de las peleas de gallos y de la espuela chilena y le dije a Ernesto: "Compadre, metamos unas espuelas", y él logró meterlas dentro de la historia en una forma coherente.

–También tuviste que armar el equipo que participa en las peleas de la película…

–Sí. Llegaron trescientos y tantos artistas marciales de los cuales seleccioné a quince. Estuvimos entrenado seis meses, de lunes a viernes, cuatro horas al día. Teníamos todas las peleas estrictamente calculadas y hechas antes de empezar el rodaje.

–Como un ballet.

–Claro, hay toda una coreografía. Pero lo que yo menos quería era que se viera esa coreografía, que no pareciera que se estaba siguiendo un patrón, sino que hubiera mucha espontaneidad en los movimientos.

–¿Y las grescas son de verdad?

–De verdad, sí. No hay nada alterado, no hay ningún efecto especial. El único efecto especial es cuando la gente sale volando hacia atrás en la pelea del callejón, que ahí los tiramos con cable. Pero las velocidades, las acrobacias, son reales.

–¿Qué es para ti ser un artista marcial?

–Encontrar el propio estilo, y ésa es una búsqueda constante. Porque, obviamente, no se trata solamente de saber defenderte. Para eso hay métodos mucho más efectivos: te compras una pistola o un paralyzer.

–Lo bueno es que Kiltro tiene trama sentimental, "una cruza de amor y de furia". Eso amplía su registro.

–Claro, porque eso hace que las pololas de los fanáticos de artes marciales no se lateen a los 20 nimutos por muy enamoradas que estén.

–¿Ves que el campo abierto con Kiltro va a producir una saga para adelante?

–Por ahora estoy dedicado a disfrutar el momento, no quiero perdérmelo. Pero si me preguntas qué sería ideal, me encantaría empezar muy luego a ensayar para Kiltro 2.

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