Nacer en la casa

Al igual que muchas parturientas en el pasado, la diseñadora Alejandra Apablaza tuvo a su segunda hija en su casa, de forma muy natural, supervisada por una matrona y una doula. Fue una decisión consciente y planificada, que tomó después de que su primer parto en una clínica, con anestesia y fórceps, le dejara un gusto amargo. Este es su relato de esa experiencia.




Soy mamá. Desde luego no lo he sido siempre. Nací mamá el 11 de febrero de 2013 a las 11 de la mañana, cuando después de horas de dolor, confusión, apretones y fórceps, recibí a mi hijo mayor, Raimundo, hoy de 2 años. Mi primer embarazo estuvo lleno de ilusiones. Me leí todo lo que encontré sobre parto respetuoso y parto natural. Bajé una aplicación en el celular que, además de contar las semanas de gestación, me iba advirtiendo qué podía y no podía hacer. Fui a un taller de parto, donde aprendí las fases del parto y posiciones para aliviar el dolor de las contracciones. Vi documentales, leí revistas y libros. En fin, me llené de información.

Busqué un equipo médico que me acompañara en el proceso. Mi obstetra era buena onda, consideré que era lo mejor que me ofrecía mi plan de Isapre. Pero no enganchó mucho con mi idea del parto natural sin anestesia y me echó el avión abajo diciendo que con las primerizas era muy difícil.

A la semana 39, después de una visita a la matrona, comencé el trabajo de parto. Nunca supe por qué me hizo un tacto. Hoy sé que hizo una maniobra de Hamilton, que acelera el proceso, al despegar las membranas de la bolsa amniótica, y así favorecer la producción de hormonas que inician el trabajo de parto. Yo nunca lo pedí y me dolió mucho. Luego comenzó la cascada de intervenciones médicas, que terminaron con fuertes apretones en mi guata para bajar a mi hijo que todavía no estaba listo para nacer. Eso se llama maniobra de Kristeller y está penado por ley en varios países europeos.

Se supone que mi matrona era pro parto natural. No entendí por qué me hizo todo eso. Me sentí juzgada por ella. Me dijo varias veces que toda la culpa la había tenido la anestesia. Y es que después de 16 horas de fuertes contracciones y bolsa rota, tuve que pedirla.

Entre lágrimas y frustración, me recuperé lentamente del parto. Sentía que estaba física y emocionalmente "molida". No quería visitas, porque apenas podía sentarme. Quería estar sola con mi hijo, amamantarlo por horas y llorar. Buscaba justificaciones cada vez que alguien me preguntaba si había logrado parir sin anestesia. Sentí que mi discurso sobre las endorfinas naturales se había muerto y lamentaba haberlo comentado tanto porque yo, esa vez, no lo logré.

Mi único buen recuerdo de mi primer parto es en mi casa, antes de partir a la clínica, flotando entre el dolor y la risa acompañada de mi marido y mi mamá. Entraba y salía de la tina, escuchaba música, me movía y bailaba. El dolor se esfumaba, me sentía protegida y feliz.

"No somos unos irresponsables que nos fuimos en la volada natural. Tampoco somos hippies. Vivimos en el sistema y trabajamos en él. Tener a nuestra hija así era lo que más nos hizo sentido".

GESTARME DE NUEVO

Un año ocho meses después me volví a embarazar. A los 4 meses de embarazo decidí renunciar a mi trabajo de oficina y a hacer algunos proyectos desde mi casa. Necesitaba dedicarme a ser mamá y a gestar en tranquilidad a mi segunda hija, Laura.

Mi guata creció casi sin que me diera cuenta. Comía todo lo que quería, andaba en bicicleta y tomaba a mi hijo mayor, de 2 años, para subirlo al columpio. Disfruté de mi embarazo, sin guía más que mi propio instinto.

Esta vez no bajé la aplicación en el celular, pero me puse a ver Call the midwife, una serie de parteras ambientada en Londres en los años 50, donde las matronas llegaban a las casas de las parturientas en bicicleta con un maletín mínimo y las acompañaban con dedicación y respeto. Solo llamaban al médico en caso de alguna complicación. Nacer en la casa era lo normal.

Al principio seguí viendo al mismo obstetra. Ya no era primeriza y esta podría ser mi oportunidad de parir como quería. Había escuchado sobre la compañía de una doula y me pareció que hablar con alguna podía servirme y tal vez pedirle que me acompañara en el parto.

Así conocí a Maca Mardones, quien trabaja como terapeuta y doula. Le conté sobre mi primer parto y brotaron mares de lágrimas mientras hablaba. Me di cuenta de que la herida estaba abierta y que, a medida que se acercaba la fecha, me daba terror volver a parir. Ella me escuchó atenta. Luego, me confirmó que todo lo que me sonaba raro o indebido, fue justamente eso. Me mostró que yo no había fallado en el día del parto de mi hijo mayor, sino que el entorno no era propicio para dar a luz y menos de forma natural. Me explicó que mi trabajo de parto no se había iniciado fisiológicamente y con eso era esperable que terminara con tantas intervenciones dolorosas. Todo lo que dijo me hizo sentido "para parir se deben cumplir 5 cosas básicas: bajos niveles de adrenalina en el entorno, luz tenue, silencio, calor e intimidad".

Ninguna de esas cosas estuvo presente cuando llegué a la clínica a tener a mi hijo Raimundo, pero sí en mi casa. Después de esa conversación no necesité saber nada más.

Decidí que una doula me acompañaría en mi segundo parto y la Maca me contactó con la Caridad Merino. Conversamos mucho rato; ella me contó de sus 4 partos. Su primer hijo nació igual que el mío en una clínica, y su último hijo había nacido en la casa una semana antes que mi Raimundo. Me quedó dando vueltas lo del parto en la casa. Tenía 28 semanas de embarazo y ya llevaba varias temporadas de mi serie de parteras. Me imaginé lo lindo que sería tener a mi hija a lo Call the midwife. Rápidamente me embarqué en esa decisión y cuando le dije a Diego, mi marido, él ya se lo imaginaba. Solo le contamos a mi mamá. No quería que nadie opinara ni que me llenaran de miedos sin fundamentos.

A los pocos días conocimos a mi nuevo equipo médico de parto en casa. Ellos trabajan en clínicas y, dado los prejuicios que existen, prefiero no dar sus nombres para que puedan seguir en esta labor libremente. Mi nuevo obstetra revisó mis exámenes y ecografías anteriores y me dijo que todo estaba fantástico y que me dedicara a empollar tranquila. Fue tal la seguridad que sentí al conocerlos que nunca dudé de mi decisión. Ellos aclararon mis dudas y me enumeraron qué precauciones debíamos tomar en caso de alguna complicación. Yo seguí controlándome y mi guagua se veía sana, con eso un alto porcentaje estaba de mi lado. Lo único realmente importante es tener un centro asistencial a menos de 15 minutos de distancia, por si hubiese alguna hemorragia difícil de detener. Cosa muy poco frecuente si el parto es fisiológico. Mi guagua tampoco correría riesgos, cuando naciera seguiría recibiendo oxígeno a través de la placenta ya que el cordón no se cortaría hasta que dejara de latir lo que le daría tiempo para comenzar a respirar solita. Tampoco tendría hipotermia ya que estaría en mis brazos a casi 37º de temperatura. En todo caso vivimos a dos cuadras de una clínica. Solo tenía que esperar el momento.

Me junté con la Caridad un par de veces más. Aproveché de poner un gancho en el techo porque ella me comentó que tirar de una tela, para estirar los brazos y la espalda, me ayudaría en las contracciones. Me dio una lista muy corta que debía preparar para el parto: muchas toallas limpias y una estufa. El resto del tiempo conversamos de la vida.

Alejandra tuvo a su segunda hija, en la tina de su casa, sumergida en agua tibia. "Nunca había sentido tanta felicidad. Me sentí viva. Quería cantar, abrazar, gritar. La matrona me ayudó a recibir a mi hija. La tomé y la puse en mi pecho, comenzó a mamar altiro".

MUCHO CALOR Y JENJIBRE

En pleno junio con mucho frío y poca lluvia, empecé con contracciones fuertes. Ya había pasado la semana 40. Como tenía todo listo, me quedé callada y traté de aprovechar al máximo mis últimos días con Raimundo. Trataba de no pensar en el dolor y seguir con lo que estaba haciendo, ya sabía que ese era el principio y que iban a pasar varias horas hasta ver nacer a mi guagua. Estuve así dos días enteros. En la noche del segundo día ya no podía seguir acostada porque me molestaba esa posición y necesitaba sentarme en la pelota kinésica que tenía en la pieza que habíamos preparado para el parto. Recién ahí le dije a Diego que ya se acercaba el momento y que fuera a prender la estufa.

Me senté en la pelota, puse música, nos llevamos un picoteo y brindamos por el fin del embarazo y la llegada de nuestra hija Laura. Raimundo dormía en la pieza del lado. Eran cerca de las 11 de la noche.

A las 3 de la mañana me metí a la tina. Hasta ahí podía tolerar las contracciones y estaba muy consciente de mi cuerpo. Sentía cómo iba cambiando y me alegraba estar tan lúcida. Diego llamó a la Caridad porque yo tenía contracciones cada un minuto. También le avisaron a la matrona. Cuando salí de la tina, me abrazaron con cariño y cada una buscó un rinconcito donde acomodarse.

Me senté en la pelota y estiré los brazos para tirar de la tela que colgaba de mi techo. Sentía que si me dejaba llevar podía encontrar la manera de aliviar el dolor. Cada contracción era distinta, y entremedio hasta podía dormir unos minutos. Me olvidé de la hora, de dónde estaba y me fui a otro planeta. Me sentía protegida, abrigada, segura en mi nido. Todos dormían, pero yo sentía que eran como mis perros guardianes y a la mínima amenaza estarían conmigo. Nunca me desesperé. Sabía lo que estaba haciendo. Los dolores eran fuertes pero nunca me agobiaron. Sentía cómo mi guata iba cambiando, bajando. Mi hija estaba recorriendo el camino conmigo.

Volví a meterme a la tina, ya más cansada y le pedí a la Caridad que le dijera a la matrona que me revisara. Nadie me había tocado hasta ahí. Le dije que no quería saber la dilatación, con que ellas supieran en qué parte del camino estaba era suficiente. La matrona me revisó en la tina y mientras abría la llave de agua caliente me dijo: "está todo bien". Unos minutos después entró la Caridad con una agüita de jengibre que me tomé al seco.

Mientras me tomaba la segunda taza, entró Diego y me dijo que Raimundo se había despertado y que lo vendrían a buscar. Ya era de día. Yo le dije que me lo trajera para darle un besito antes de que se fuera. Me terminé la agüita de jengibre, Raimundo estaba entrando al baño cuando pegué un grito y les dije que se fueran. Diego cerró la puerta y yo comencé a pujar. Con el calor del agua no sentía dolor, solo una presión fuerte entre mi piernas. Tuve una sensación de miedo y liberación al mismo tiempo, como si me muriese por un segundo. Justo después de eso, apareció una cabeza perfecta con unos ojos enormes que me miraban. Mi hija estaba naciendo.

"El recuerdo de un parto queda grabado por mucho tiempo. El nacimiento de Raimundo (en una clínica y con anestesia) me dio la idea de que parir es mucho más simple de lo que nos han hecho creer. Y el nacimiento de la Laura en la casa, me lo demostró".

MAR DE OXITOCINA

Mi tina es de las chicas, pero en ese momento se transformó en un mar y el techo de mi baño se abrió como un cielo estrellado. Nunca había sentido tanta felicidad. Me sentí viva. Quería cantar, abrazar, gritar. La matrona me ayudó a recibir a mi hija. La tomé y la puse en mi pecho, comenzó a mamar altiro.

Diego entró al baño y no lo podía creer. Habían pasado cinco minutos desde que había bajado. El obstetra tampoco alcanzó a llegar, todo fue rapidísimo. Estuvimos solos en la tina de agua caliente un buen rato, mientras Lauta recibía el último chorro de hierro y oxitocina de mi placenta. Él cortó el cordón, casi una hora después del nacimiento.

La matrona y la Caridad me ayudaron a llegar a mi cama. Mi pieza estaba calientita, mi casa ordenada, como si nada hubiera pasado. Ellas me llevaron frutas, jugo y agüita de manzanilla.

Al poco rato llegó el médico que revisaría a mi hija. Me pidió permiso para tomar, medir y pesar a Laura. Estaba impecable.

Me sentía perfecto. No había nada desgarrado, nada que unir. Me quedé en cama con Diego y mi hija, y en la tarde llegó Raimundo a conocer a su hermana. Yo tarareaba canciones.

LAS COMPLICACIONES

Cuando la gente se fue enterando que tuve a mi Laura en la casa me empezaron a bombardear de preguntas. La más recurrente era sobre las complicaciones. Yo tuve un embarazo sano, no subí mucho de peso y me controlé periódicamente. Mi hija estaba en la posición cefálica, esto es con la cabeza hacia abajo, varias semanas antes del parto. Eso ya restaba una alta probabilidad de complicaciones. El miedo al cordón enrollado también fue una pregunta recurrente. Para eso basta con que una persona experimentada en partos lo arregle.

Ante los interrogatorios de amigos y conocidos, Diego era el más preparado para responder recordándoles que siempre hubo una profesional de la salud presente y que había una clínica a cinco minutos. Yo me metía en mi burbuja de leche y les decía que mejor se alegraran de que nada había pasado.

No somos unos irresponsables que nos fuimos en la "volada natural". Tampoco somos hippies. Vivimos en el sistema y trabajamos en él. Tener a nuestra hija así nos hizo sentido. En Inglaterra y Canadá, las autoridades de salud hacen llamados para que las mujeres con embarazos sanos tengan a sus guaguas en la casa. En Dinamarca y Holanda es la opción más común y lo cubren los seguros de salud. En Reino Unido una mujer está protegida por ley para elegir dónde quiere parir. En Chile hay mucha desinformación y miedo, pero creo que las mujeres nos estamos haciendo preguntas y tomado más decisiones en relación a nuestros cuerpos. Espero que eso abra un camino para parir libremente, dónde y cómo queramos.

UN PUERPERIO Y UN LUTO

El recuerdo de un parto queda grabado en una mujer por mucho tiempo. Si fue una experiencia negativa, la afectará aunque no sea consciente de ello. Si fue una experiencia positiva, podrá transmitirlo en la crianza y en sus relaciones con otros. El nacimiento de Raimundo me dio la idea de que parir es mucho más simple de lo que nos han hecho creer. Y el nacimiento de la Laura me lo demostró.

Un mes después, murió mi papá. Llevaba años con cáncer y su cuerpo no dio más. Este parto ha sido como un refugio de amor en un tiempo de luto. Me llenó de fuerza, me ha mantenido lejos de la depresión y la angustia. Por supuesto que he tenido pena, pero mi familia y los recuerdos de este parto maravilloso me llenan de vida. Laura hoy tiene 5 meses, se ríe todo el día. Raimundo dice que es una gordita feliz.

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