No me voy al cielo, me voy a la ciencia

Ni funeral ni cremación. Cuando Nancy Arévalo (77) muera quiere que su cuerpo sea útil. En vez de estar en un ataúd o recibir coronas de flores su cuerpo irá directamente a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, para que los futuros médicos aprendan anatomía. Sólo bastó su firma en una declaración legal para que su cuerpo fuera donado antes de que pase a mejor vida.




“Falta de cádaveres para investigar complica la docencia médica” titulaba una de las páginas del diario que Nancy Arévalo leyó una mañana de marzo hace un par de años. Recortó el artículo y de inmediato llamó a Miguel Soto, el director del programa de Anatomía de la Universidad de Chile, para preguntarle cuáles eran los trámites para donar su cuerpo al estudio científico. El doctor le explicó que debía realizar una declaración legal en una notaría y que el único requisito era estar en plena conciencia. Nancy no lo dudó. Haría todos los trámites posible y ella sería la primera donante.

"¿Estás segura de qué quieres hacer esto?", le preguntó intranquilo su esposo Ramiro Castillo, antes de que bajara del auto. "Sí, quiero firmar. Sé que con esto voy a poder ayudar a otros", y se encaminó segura hacia una notaría en Providencia. Así, el 8 de junio de 2004, la señora Nancy Arévalo entregó oficialmente su cuerpo para la formación de los alumnos de medicina.

Han pasado cuatro años desde que firmó la declaración legal que acreditaba la concesión de su cuerpo. Y hoy, Nancy recuerda aquel día a propósito de Bodies: The exhibition, la exposición que muestra la anatomía humana a través de cadáveres reales, conservados gracias a un proceso llamado polimeración. El mismo al que su cuerpo será sometido cuando fallezca. "Iré a verla junto con los otros 26 donantes del programa de la Universidad de Chile. Así sabremos qué harán con nosotros después de que ya no estemos aquí", cuenta.

Paso uno: decidir

"Para qué se va a perder mi cuerpo cuando muera, si puedo servirle a los estudiantes de medicina", dice imperturbable la señora Nancy, mientras limpia sus anteojos con su falda café. Sonríe y rodea con la mirada el living de su departamento de la calle Pedro de Valdivia. Allí vive con Ramiro Castillo, su marido, que es diez años menor que ella. Se enrojece cuando habla de él. "Me casé por segunda vez cuando tenía 50 años porque mi esposo murió y Ramiro no quería que me quedara sola", dice justificándose. Acto seguido, se toma la mitad de su vaso de Coca-Cola. "Tengo el síndrome de Sgögren, una enfermedad que le va quitando la humedad a mi cuerpo".

"Al principio no le conté nada a Ramiro, ya que él le tiene repudio a los hospitales y a todo lo que tenga que ver con ellos", cuenta. "No quería que supiera mi decisión por algunos días, para poder hacerle diferentes comentarios sobre el artículo de la donación de cuerpos, y de lo buena que me parecía esta iniciativa". Una vez que logró flexibilizar las opiniones de su marido con respecto al tema, le contó e hizo los trámites legales.

Con sus hijos sucedió algo parecido. No supieron de la noticia después de varios meses porque tampoco aprobaban la idea. "Los consuelo diciéndoles que igual habrá una instancia en la que me podrán velar si es que así lo desean. Como estoy inscrita en el programa de donantes, la facultad corre con la mayoría de los gastos", explica.

-¿No le da miedo lo que pase con su cuerpo?

-¿Para qué voy a tener miedo? ¡Si no voy a sentir nada! No creo en la sepultura cristiana, no soy católica. Si mi cuerpo sirve de ayuda una vez que yo muera, yo feliz.

Paso dos: motivación

Nancy Arévalo siempre estuvo interesada en la medicina y en los estudios científicos. Trabajó durante seis años en los labarotorios de Bayer y después se casó. Quedó embarazada. Tuvo hijos y se dedicó por completo a su familia. Sin embargo, debido a la enfermedad que la aqueja, no puede salir mucho de su casa.

No obstante, desde que se inscribió en el programa de donantes, su vida cambió. Se transformó en la principal colaboradora del programa, que ya suma 26 donantes en cuatro años. La idea es que esas 26 personas corran la voz entre sus familiares y amigos para aumentar la suma de los donantes. La mayoría ha confirmado su participación gracias a que Nancy los incentiva, diciéndoles que ayudarán a los futuros médicos y con ello, a la sociedad. En el caso de quienes quieran recibir más información acerca del programa, pueden visitar la Facultad y hablar con los alumnos para que les expliquen cómo estudiarán sus cuerpos y cómo los conservarán.

Para la principal colaboradora del programa de donantes, no ha sido fácil que acepten su decisión. En un comienzo sólo recibió opiniones negativas, tanto de su familia como la de amigos. Nadie podía creer lo que estaba haciendo con su cuerpo, por lo que tuvo que dejar de lado aquellas amistades que le dieron la espalda por la determinación que tomó. Para ella su opción sigue siendo un orgullo."Es cosa de ver como están los cementerios, llenos y llenos de gente. Los cuerpos podrían ser un bien social, pero acá los ven como algo morboso, a diferencia de los países desarrollados donde el tema de la muerte y los cadáveres no es algo tabú", dice Nancy.

Paso tres: funeral imaginario

Saca los recortes de prensa -en los que ha salido por ser la primera mujer donante- y muestra una de las fotos en las que sale junto a un matrimonio joven, al que convenció para que se unieran al programa de donantes. "Esto fue después de unas de las misas que realizamos todos los años para conmemorar a los donantes en forma de agradecimiento".

-¿Dónde se realizan las misas?

En la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Los profesores, los doctores, alumnos y familiares de los donantes -vivos y muertos- van para conmemorarlos.

-Entonces a usted también le va a tocar un homenaje.

Sí, pero a mí nunca me ha interesado el tema. No me gustan los cementerios ni tampoco lo que tenga que ver con ellos. No me importa que mis hijos vayan a dejarme flores a mi lápida cuando este muerta, me importa mucho más que me visiten ahora que estoy viva. Encuentro que esta misa es la manera perfecta para velarme. Algo preciso, con mis familiares, uno que otro amigo, sin procesiones ni funeral. Al menos, así me lo imagino.

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