Reinventada

Se fue de Chile hace 11 años y en Roma formó familia, aprendió a agachar el moño, a bordar y cocinar. Ahora la actriz y ex agregada cultural piensa en italiano, al punto que a veces no le resulta fácil encontrar la palabra precisa en español. Recién llegada al país para pasar un par de meses, aquí habla de su renovación y de sus próximos proyectos en el teatro y el cine.




Paula 1112. Sábado 5 de enero de 2013.

Los que tienen treinta y más saben muy bien quién es. Los más jóvenes no. Entonces, a pesar de que para muchos sea una obviedad presentarla, sus once años radicada en Italia lo ameritan, aunque sea en modo Wikipedia: nació en 1964 como hija de Javier Rivadeneira y Carmen María Ruiz- Tagle, en una familia de derecha. Estudió en Las Ursulinas y otros colegios católicos de barrio alto y luego Teatro en la Escuela de Fernando González. En los 80, años crudos de la dictadura, formó parte del colectivo Las Cleopatras junto a Cecilia Aguayo (tecladista de Los Prisioneros), Jacqueline Fresard y Tahía Gómez. Fue varias veces dirigida por Vicente Ruiz, en lo que se denominaba "teatroperformance", y Alejandro Goic. También estuvo en doce teleseries, la mayoría de TVN.

Pero lo más recordado de la carrera de Patricia Rivadeneira ocurrió hace casi 21 años, cuando en febrero de 1992 apareció crucificada y envuelta en la bandera chilena en un acto en el Museo de Bellas Artes. Un escándalo para la época, una "performance" para denunciar la discriminación a las minorías, entre ellas las sexuales. Un hito santiaguino mencionado cada vez que se escribe de ella junto a otro infaltable: "musa de la vanguardia".

Después de participar en la campaña presidencial de Ricardo Lagos, en 2001 partió a Roma como agregada cultural hasta 2006. Un año después, y hasta 2011, fue secretaria cultural del Instituto Ítalo Latinoamericano. En la capital italiana se instaló junto a su único hijo, Adriano García, entonces un adolescente de no más de 15 que hoy estudia Historia y Ciencias Políticas, y conoció a su pareja, el arquitecto Andrea Orsini. Junto a ellos y el hijo de Orsini formó familia y dejó de ser chilena. "Ahora soy una ítalo-chilena", dice. Y no es exageración ni snobismo. A veces se le olvida la palabra precisa en español, se queda en blanco por unos segundos y suelta unos inventos como "egoico" y "caracterial". Aclara que piensa en italiano, aunque sueña en chileno, con este país siempre como escenario de distintas tramas. Aunque la ola gigante, el tsunami que durante años se le aparecía una y otra vez, es etapa superada.

"En Italia me puse exigente en la comida, porque se come bien y mi pareja cocina bien. Durante un tiempo él era el único que cocinaba, hasta que me dio un ultimátum. Ahora voy a la feria y cocino. Todo ese lado femenino que tuve castigado, lo estoy sacando ahora".

Llegó hace unas semanas a Santiago para quedarse durante dos meses. "Semanas antes de tomarme el avión me pongo muy ansiosa. Debo reescuchar (otra palabra de su creación) lo que me pasa afectivamente respecto de mi familia y amigos después de no verlos durante tanto tiempo. Ese esfuerzo sicofísico es muy intenso", explica. Pero, además, movida por una "nostalgia tan grande de Chile", Rivadeneira vino a tantear terreno para "trabajar aquí en 2013, y lo digo con todas sus letras, aunque me muera de miedo. Quiero actuar, soy una actriz, desde 2005 que ya tengo ganas y ahora es una lombriz solitaria".

Proyectos hay: en septiembre tiene planificado hacer en el GAM La contadora de películas, obra basada en la novela de Hernán Rivera Letelier que montó en Roma bajo el mando de una compañía italiana con ella como única actriz. El plan incluye una itinerancia en el Norte y una temporada en Santiago en 2014. Otro proyecto es transformarse en Miriam Contreras Bell, la Payita, en Allende, la película cuyo rodaje, sin fecha aún, alista el uruguayo Adrián Caetano.

Mientras se aclimata, comenta que de las cosas que más le impresionan después de aterrizar en suelo chileno son los noticieros, "un shock por lo malos y feos que son. También me sorprende la gente, incluso amigos, que están llenos de plata y hablan de eso. Último, espantoso. Ese exitismo chileno no lo entiendo. Sí me gustan los centros culturales y los parques que se han abierto y ver a la gente ocupando esos lugares y a los ciclistas usando las calles".

Más allá de la pega, ¿por qué te fuiste de Chile?

Sentía que este país me había quedado chico.

¿Chile te quedó chico? Qué fuerte.

Bueno, soy bastante narcisa. Me refiero a que necesitaba urgentemente tener una experiencia de vida distinta, en un lugar donde fuera anónima, donde pudiera reinventarme. Que nadie me reconociera en la calle ya era interesante para mí. Ser nadie, sin currículo, a pesar del cargo, y así poder rehacerme en lo profesional y en lo personal.

Para lograr esa reinvención, ¿qué tuviste que desechar de ti o qué tuviste que aprender?

Aprendí a agachar el moño en distintos aspectos de la vida. Aprendí lo que significa la autoridad, no solo respecto del ambiente diplomático en que me moví durante mis primeros años en Italia, sino también en la pareja y lograr decir "yo me inclino hacia ti y todo lo que representas, el hombre, que también se inclina hacia mí". Eso, antes, para mí era impensable y mis relaciones eran tremendas, porque eran competitivas. Antes de irme de Chile era muy adolescente. Digamos que me fui a Italia a madurar, no sé si habría podido hacerlo acá.

¿Qué te ha enseñado Italia para lograr eso?

Italia me ha ayudado mucho en esto de aprender a agachar el moño, porque es un país lleno de maestros, maestrías y personas que crearon toda esta civilización maravillosa a la que pertenecemos. En lo cultural, me di cuenta de lo tremendamente inculta que era y sigo siendo. Me enfrenté a unos vacíos astronómicos que tengo en ese plano y reconocerlo, abrirme a la curiosidad sin complejos, me ha permitido ser más feliz.

¿Pudiste en Italia escapar del título "la musa de la vanguardia chilena" que tanto te ha perseguido?

Yo creo que sí y en Chile no se me daba, probablemente porque todos tenemos ciertas fijaciones caracteriales y porque jugaba un rol que también era una prisión. Pero no solo ha sido Italia lo que ha ayudado a madurar. He tenido la enorme fortuna de encontrarme con mi maestro Claudio Naranjo, siquiatra chileno radicado en Berkeley y uno de los más importantes conocedores del eneagrama.

Entiendo que eres bien de terapias.

Sí, desde los 20 años que he pasado por distintas etapas y encuentros. He hecho sicoterapia, sicoanálisis, trabajos de grupo. Es un vicio. Pero ya no me interesa escarbar en el hoyo de "mi mamá me dijo y yo le dije, y él me dijo"; ese proceso súper egoico y egoísta que es inconducente. Estoy en una etapa metafísica y tribal. Me interesan los caminos que te allanan el encuentro con otros que también están en esa búsqueda. En esto, la educación afectiva es tan importante para evolucionar, profundizar en lo que somos y en lo que significan las relaciones. También hago yoga hace veinte años.

En twitter escribiste hace poco "una vez creí que estaba loca".

Me he sentido loca o cercana a la locura cuando he pensado en la imposibilidad de sostener el sufrimiento, y ahí aparece desde la dictadura hasta lo personal. Durante años sentí que no tenía posibilidad alguna de ser feliz. Siempre estaba buscando algo que no sabía qué era. Siempre con un hambre que se ha ido serenando en Italia y con los encuentros notables con estos maestros de los que te he hablado.

"Igual encuentro que el matrimonio es una lata tremenda, que la rutina es una lata y me sigo considerando una persona esencialmente polígama, entonces, no me es fácil, pero he aprendido".

LA PAREJA, BORDAR Y COCINAR

En Italia también formaste una nueva familia.

Sí, yo no tenía por dónde en Chile. No estaba lista. Igual encuentro que el matrimonio es una lata tremenda, que la rutina es una lata y me sigo considerando esencialmente polígama, entonces, no me es fácil, pero he aprendido. Hoy tengo una vida familiar muy rica, una vida que me costó tener.

Tienen dos departamentos: el hogar y otro para escapar.

Sí, tenemos un departamento donde vivimos todos y él tiene su garçonnière (pequeño departamento tipo estudio), del que tengo llaves, para que todas sepan.

Una fórmula para que cada uno tenga su espacio.

Sí, es que nos encontramos ya grandes, cada uno con sus ritmos. Él siempre me dice que si está antipático para qué va a ir a contaminar mi lecho. Toda la razón, si está antipático que duerma en otro lado. Creemos en esa libertad.

Ya, pero si te dice "hoy no llego", ¿no te bajan los rollos?

Me encanta pegotearme, pero también leo cuando el pegoteo es nocivo, cansador y que no tiene nada de erótico. Ya tirar con el marido es una cuestión complicada, entonces es un espacio que hay que tratar de cuidar. La Lola Hoffman hablaba de "la almendra" como ese único espacio común con el otro y que es el orgasmo. Pretender más es la ruina total, el mal amor.

¿Qué tal ser pareja de alguien que no es de tu país, que no comparte un pasado común, ni esas típicas referencias tan chilenas como el apellido, el colegio, etc?

Todo eso de tener un pasado en común, bastante obvio por el hecho de pertenecer a la burguesía chilena, me tenía harta. No tener una historia en común para mí ha sido un alivio. El Chile burgués es súper endogámico, lo mismo que la tribu artística. Todos se han acostado con todos.

En 2001 Rivadeneira se instaló en la capital italiana junto a su único hijo. Allá conoció a su actual pareja, el arquitecto Andrea Orsini, y con los hijos de ambos formaron una familia. Entonces, asegura, dejó de ser chilena. "Ahora soy una ítalo-chilena", dice.

¿Es importante para ti la femineidad?

Siempre me sentí más bien masculina, acaballada, incluso ahombrada. Quizás en eso me he ido refinando. Creía que la dulzura o la femineidad podían ser armas usadas en mi contra, vistas como una debilidad en el mundo patriarcal. Cuando fui agregada cultural me preocupé de mostrarme fría, no dar ninguna señal que pudiese interpretarse como debilidad o un gesto de coqueteo. Más que femenina o sensual, durante harto rato me sentí como la señorita Rottenmeier, la institutriz de Heidi.

¿Cómo te llevas con las labores domésticas?

En Chile era una pésima dueña de casa, mal educada por las nanas. Soy tan antigua que encontraba que la cuestión doméstica significaba sumisión. Yo quería ser una profesional, no una dueña de casa. Eso también ha ido cambiando. Estoy bordando. Bordar es como una meditación. Así como los hombres juegan con camiones, las mujeres tenemos en nuestro ADN la manualidad y veo que hay una recuperación de eso. El año pasado fui al Festival de Cannes y estábamos todas las mujeres de gala en la sala donde se exhibía la película ganadora y entraron dos francesas de lo más chic tejiendo. Ahí estaba la otra reivindicación de la mujer.

¿Cocinas?

Sí, ahora sí. En Italia me he puesto muy exigente en la comida, porque se come muy bien y mi pareja cocina muy bien. Durante harto tiempo era él el único que lo hacía en la casa y como se cocina dos veces al día, ya que no consumimos nada congelado porque él cree en que los alimentos deben conservar su energía vital, me dio un ultimátum. Y me he puesto a cocinar y a encontrarle el gusto. Voy a la feria a elegir la verdura, al puesto de la carne, al de los pescados. Estoy haciendo todo esto después de que un lado femenino mío estuvo por largo tiempo castigado.

Harto cambio. Harta reeducación.

Estoy en una etapa de menos prejuicios. De menos "no". En muchas cosas y temas fui muy radical. Ahora estoy más taoísta: como una vara de bambú que cuando no hay viento se erecta y con el viento se dobla. Estoy más flexible.

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