Sarika Rodrik

Partió como operaria de una tienda en Turquía y lleva 14 años al mando de la boutique que lleva su nombre y que ofrece en exclusiva marcas como Versace y Givenchy, donde "nada es Made in China" y un vestido puede superar el millón de pesos. "No tengo noción del pecado. Es más pecado tener plata y no gastarla", dice.




Paula 1156. Sábado 13 de septiembre de 2014.

Es una tienda multimarca, pero aquí ningún precio termina en $ 990. Un par de jeans como los que usa Kate Moss puede costar desde 100 mil pesos, mientras que un vestido de alta noche puede bordear el millón o más. En los percheros cuelgan los diseños de emblemáticas casas de alta costura y prêt-à-porter: un recorrido rápido y se leen etiquetas como Versace, Alexander McQueen, Jil Sander, Givenchy, Comme des Garçons, Stella McCartney, Mary Katrantzou y Junya Watanabe.

En Isidora Goyenechea se levanta imponente el edificio de tres pisos en cuyo frontis se lee Sarika Rodrik, la empresaria turca que llegó hace treinta años a Chile para erigir su imperio del lujo y hacer de su nombre una marca asociada a la exclusividad y a ese glamour de alfombra roja.

La estética del templo de Rodrik –levantado por su marido, el arquitecto Samuel Rosenberg, con quien tiene dos hijas y tres nietos– cita a los paisajes urbanos del pintor italiano Giorgio de Chirico. Para entrar hay que tocar el timbre. Tras la puerta, Sarika recibe vestida de impecable Moschino, uno de sus predilectos por ser "creativo y comercial". Está rodeada de las recién arribadas prendas de verano de las veintiún marcas que representa en exclusiva en Chile. "Me gusta trabajar con muchas marcas, una me aburre", explica en un español con marcado acento extranjero. Y así lo ha hecho desde sus inicios, cuando en los 90 fue pionera en abrir la primera boutique que trajo al país diseños de íconos como Jean-Paul Gaultier y Valentino, en tiempos en que las pocas chilenas que vestían uno de estos modelos tenían que viajar a Europa o a Estados Unidos para conseguirlos. Más aún: es a Rodrik a quien se le atribuye llevar el lujo hecho en el Hemisferio Norte a las tímidas alfombras rojas que comenzaban a extenderse en el país, con la del Festival de Viña como su vitrina más relevante. Una suerte de empate de aquello que la televisión mostraba en la previa de los premios Oscar. Con esto, Rodrik hizo temblar el monopolio de los diseñadores chilenos, preferidos hasta ese entonces por las figuras de la tv.

"Me hice realmente conocida en 2003, cuando vestí a Myriam Hernández durante su conducción en el Festival", dice. La consolidación vino cuando asesoró a Tonka Tomicic y luego a Soledad Onetto. Acto seguido se convirtió en referente del buen vestir de políticas y empresarias (es reticente a dar nombres), además de los "rostros".

El negocio Sarika Rodrik funciona así: viaja entre dos a cuatro veces al año a Europa, en especial a París y Milán, para visitar los showrooms de las casas de alta costura y prêt-à-porter donde la ropa se vende antes que en tiendas. Allí llegan también compradores de grandes del retail como Harrods y Barneys. En esas oficinas de negocios millonarios ha conocido a Giorgio Armani y Fausto Puglisi, el director creativo de Ungaro.

En su palacio recita de memoria el inventario que acaba de llegar y sabe perfectamente qué prenda le queda bien a cada clienta. "Es un don. Miro el cuerpo, el estilo y sé altiro lo que le queda bien", dice Sarika, quien desde 2010 integra el Consejo Honorario Internacional de Fondazione AltaGamma, en Milán, dirigida por Santos Versace, y que reconoce a quienes difunden la cultura italiana.

DE OPERARIA A EMPRESARIA

Tenía 18 años cuando se bajó del avión que la trajo a Santiago desde Estambul. Vestía un traje de dos piezas rojo y tenía los pies hinchados por los tacos. "La elegancia ante todo. En esa época viajar era muy glamoroso, era todo un ritual", recuerda. Cuando le contó a su padre que quería dejar Turquía, él le respondió que debía elegir un lugar donde tuvieran familia. Sin hablar ni un poco de español, Sarika se vino a Chile y se instaló en la casa de su tía materna, la madre del pintor Samy Benmayor, en la Alameda. A unas cuadras, en calle Tarapacá con Serrano, trabajó en una fábrica de confecciones, donde hacía los modelos, elegía las telas y mandaba a hacer ropa. Un oficio que había aprendido durante su adolescencia en Estambul, cuando trabajaba en Vakko, el negocio de su tío, que comenzó como una fábrica de exclusivos sombreros y pañuelos y que hoy es la más grande y lujosa tienda de retail de Turquía. "Allí era una operaria más y de puro mirar aprendí de confección, corte y a elegir géneros", dice.

En la fábrica del centro trabajó un año y medio hasta que volvió a su país. Se reintegró al negocio de su tío, pero con una responsabilidad mayor: era la encargada de viajar a Europa para ver los desfiles de alta costura y obtener referencias. "Lo que yo quería entonces era ir a Francia y convertirme en importadora para abrir mi boutique. Pero la lealtad es importante y no podía ponerme a competir con mi tío que había sido tan generoso conmigo".

En los 80 Sarika volvió definitivamente a Chile decidida a cumplir su sueño. Por esos años Providencia era el epicentro de la moda nacional, con boutiques y ateliers de diseñadores.

El primer paso de Sarika fue obtener la representación de Fendi, firma italiana de carteras y accesorios que funcionaba en calle Las Urbinas y que luego trasladó a General Holley, tienda que cerró una vez que llegaron los bares al sector. En 1995 se trasladó al Barrio El Golf con una nueva boutique, Monte Napoleone, y que en 2000 cambió su nombre por Via Sarika. Hoy cuenta con otras dos tiendas: una en Alonso de Córdova y otra en

Zapallar.

"Que algo sea caro no es antojadizo: la calidad y el diseño se pagan. Vendo pantalones que puedes usar todo el día y cuando te los sacas no tienen ninguna arruga, que ni siquiera hay que plancharlos. Están hechos con géneros que son caros y la mano de obra europea es cara. No tengo nada Made in China".

¿Siempre quisiste trabajar en moda?

En alta moda. Jamás fue mi intención dedicarme ni a la confección, ni a traer cosas de China. Lo barato nunca. A mí me gusta el diseño, la novedad, las cosas bien hechas.

¿De dónde nace ese interés?

En Turquía la ropa es un tema: hombres y mujeres andan impecables, con buenas cosas a toda hora.

¿Por qué tanto?

Tiene que ver con que es un país muy lindo. El refinamiento de la arquitectura, sus palacios y construcciones crean un ambiente bello. La puesta de sol en el Bósforo, la luna reflejada en el mar… la gente convive con la belleza, es parte de sus vidas. Y eso se representa también en su apariencia.

Fuiste la primera en traer marcas como Valentino y Jean-Paul Gaultier.

Claro. Antes, tú veías que solo los sábados la gente que iba a la tienda Los Gobelinos se vestía bien. Detecté que en Chile había una elite que se preocupaba del buen vestir. Algo que hoy día está mucho más masivo porque hoy tú ves a muchísima gente en la calle muy bien vestida.

¿A qué crees que se debe eso?

La gente tiene más acceso, incluso la más humilde se viste mucho mejor. Ha habido una evolución tremenda, en gran parte porque hay ropa barata de marcas del retail que no es tan, tan fea, aunque sea la copia, de la copia, de la copia. Hace 30 años el buen vestir estaba relegado a personas que podían pagar para mandar a hacerse ropa. Hoy eso ya no pasa.

¿Te sientes amenazada por esta masificación?

Mis clientas jamás dirían "¿para qué voy a gastar si puedo tenerlo más barato?". Subir de nivel es fácil, pero bajar es muy difícil. Una vez que tuviste un Mercedes, un Audi o un BMW, no vas a querer comprarte un auto chino porque es más barato. Acá viene gente con feroz auto y dice: "¡ay qué caro!". Y yo les digo: "¿y tu auto?". Es todo un conjunto: si tienes una linda casa, con buenos muebles y un auto caro, entonces tienes que tener ropa exclusiva y de buen diseño.

Muchas de las marcas que vendes tienen tienda online.

Tampoco me siento amenazada. ¿Quién compra un vestido de noche de dos o tres mil dólares sin probárselo? A la gente que viene a mi tienda le gusta el servicio personalizado, ver la calidad y textura de las telas. Es una experiencia sensitiva. Uno tiene que probarse, sentir una prenda.

¿Cómo eliges lo que vendes?

Tengo buen ojo comercial. Elijo lo ponible, que no es eso que ves en los desfiles, sino lo que se muestra en los showrooms.

¿Tienes un radar para detectar quién entra a comprar y quién entra a mirar?

Uno nunca sabe, yo no discrimino a nadie. Tú dices: "esta no va a comprar nada", y termina comprando mucho. O viene gente caminando, que son de otras ciudades, y no por no venir en auto voy a pensar que no van a comprar.

En tu tienda, ¿hay facilidades de pago?

Sí, en seis cuotas precio contado.

¿Qué cambios has notado en los consumidores?

Viene mucha gente joven que hoy tiene más poder adquisitivo y está dispuesta a invertir en algo bueno. Es un fenómeno reciente y pasa porque hoy se logra éxito profesional más temprano y bueno, porque los papás también tienen más.

¿Qué aspectos se mantienen?

La mayoría viene sola. La clienta es muy discreta, no quiere venir con la amiga para no ser juzgada, para que nadie sepa cuánto gastó.

¿Y la gente se compra unos jeans por más de 100 mil pesos?

Hay gente que compra de todo y por más o esta tienda no estaría funcionando hace más de 14 años. Que algo sea caro no es antojadizo: la calidad y el diseño de vanguardia se pagan, tal como una obra de arte. Vendo pantalones que puedes usar todo el día y cuando te los sacas no tienen ninguna arruga, que ni siquiera hay que plancharlos. Están hechos con géneros que son caros y la mano de obra europea es cara. No tengo nada made in China.

Tienes vestidos de más de un millón y en Chile se discute el sueldo mínimo de 241 mil pesos. ¿Qué te pasa con eso?

Eso ocurre en todo el mundo. No tengo noción del pecado. Es más pecado tener plata y no gastarla. La avaricia va junto con el egoísmo.

¿Tienes mucha ropa?

No. Es que cuando la ropa es de calidad te dura años. Por ejemplo, esta chaqueta Moschino tiene casi seis años. Tengo seis chaquetas Moschino no más. Regalo mucha ropa a mis sobrinas y a mis hijas.

¿Y te repites tenidas?

Claro.

¿Existe alta moda en Chile?

No. Existió alguna vez con Rubén Campos, precursor de la alta moda, pero hoy no hay alta moda nacional.

¿Qué opinas de los diseñadores chilenos?

No los conozco.

¿Qué es el lujo para ti?

Irme una semana a mirar el mar en Las Tacas.

TURCA EN CHILE

¿Te sientes chilena?

Soy una turca-judía en Chile, pero me considero una mujer del mundo.

¿Cómo fue dejar Estambul para venirte a Santiago?

Duro. Inmigrar es duro. Debes dejar atrás tus costumbres, tu infancia, tu comida, tus olores. Llegar a otro país y no tener tu pasado, tus amistades. Es empezar de nuevo.

¿Y por qué querías irte?

Me sentía ahogada, confundida. A los 18 años uno no sabe bien lo que quiere, pero yo sabía que quería salir de allí.

¿Qué se esperaba de una mujer de 18 años?

Que me casara. Si tenías 20 y seguías soltera era mal visto. La mujer debía tener familia y ser dueña de casa. No se usaba esto de estudiar. Yo me casé pasados los 20 aquí en Chile.

Tú no querías seguir esa tradición.

Siempre digo que estaba adelantada a mi época, que debería haber nacido unos años después.

¿Por qué?

Es que siempre he sido independiente. A los 12 años mis padres me mandaron interna a un colegio con misas y horarios estrictos en Inglaterra. Y desde los 14 hasta los 18 años estudié en Suiza. Resulta que en Turquía hay un estándar de vida bastante alto y se usaba que las familias mandaran a sus hijos a aprender idiomas a otros países. Por ejemplo, hoy en día muchos jóvenes turcos se van a Boston a estudiar. Son tantos, que por eso le dicen Bostonbul. En cambio, acá no hace tanto la gente abc1 se empezó a ir a estudiar afuera. En ese sentido, Chile es 20 años más atrasado que Turquía.

¿Qué otras cosas te llamaron la atención de Chile?

Encuentro muy extraño que cuando nace una guagua la gente diga "¡qué linda, es rubiecita!", como si ser morena o trigueña fuese malo. O que la gente siempre diga "¡qué envidia!". Hoy me pasó: una señora me preguntó si mi collar era de perlas de verdad y cuando le dije que sí, lanzó un "¡qué envidia!". La otra vez en la tele anunciaron que una persona se ganó el Loto y la misma conductora dijo "¡qué envidia!". Yo me pregunto, ¿por qué los chilenos no se dicen buenos deseos o se alegran más cuando al otro le va bien?

"Una señora me preguntó si mi collar era de perlas de verdad y cuando le dije que sí, lanzó un '¡qué envidia!'. La otra vez en la tele anunciaron que una persona se ganó el loto y la misma conductora dijo '¡qué envidia!'. Yo me pregunto, ¿por qué los chilenos no se dicen buenos deseos o se alegran más cuando al otro le va bien?".

¿Por qué crees que somos así?

Creo que como este es un país nuevo, de inmigrantes, había mucha competencia entre los que llegaron de España, de Italia, no sé de dónde. Si a uno le iba bien y al otro no, por supuesto que se generaba mucha envidia y quedó un país de envidiosos. Pasa mucho en la tienda, por ejemplo, que llega alguien y la amiga le dice "estás demasiado flaca, te ves enferma". Y yo me doy cuenta que se lo dice de mala onda, de pura envidia, porque en realidad quiere ser flaca como ella.

¿Vas a Turquía seguido?

Menos de lo que quisiera. Ahora me da un poco de nostalgia porque estoy viendo las teleseries Las mil y una noche y Fatmagül y reconozco las calles y los lugares y por supuesto que me gustaría estar allí.

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