El moteleo del nuevo Chile

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Raptos para disparar la adrenalina. Paseos en helicópteros para replicar la fantasía que narra el libro Cincuenta sombras de Grey. Una aplicación de celular para rastrear el motel más cercano. Servicios de baby sitter para que los niños no sean una excusa. Piezas pulcras a prueba del ojo más exigente y habitaciones híper producidas que replican oficinas de gerentes o un night club con caño incluido. Los moteles ya no son solo un destino para amantes infieles, sino también para parejas estables que quieren romper la rutina.




Paula 1192. Sábado 30 de enero de 2016.

Son las 12 del día de un jueves de enero. Un 4x4 modelo 2015 se detiene en la entrada del motel Admiral, protegida por dos palmeras y una enorme buganvilia. Es uno de los moteles 5 estrellas de la capital y está ubicado en Recoleta, a pocos Minutos en auto de Ciudad Empresarial, Vitacura y Providencia. Lo primero que llama la atención de sus habitaciones son el blanco reluciente de las fundas de plumón y de las sábanas, los muebles de pátinas blancas estilo provenzal y las flores frescas en veladores y arrimos.

En el baño las manillas de los muebles son de cerámica floreada y en una esquina descansan dos batas blancas de algodón. La carta de bienvenida ofrece tragos como pisco sour hecho al minuto, de picoteo hay carpaccio de salmón ahumado y de res, el café es de grano, las galletas son alemanas y los chocolates son finos y de una prestigiosa marca. Aquí, una pieza con tina de hidromasaje puede costar hasta $ 55.900.

–Una pieza con jacuzzi, por favor–, pide por citófono la mujer que va al volante. No tiene más de 45 años. Lleva puestos unos enormes lentes oscuros. En el asiento trasero, va un hombre: su acompañante.

Cuando desde el citófono le asignan una pieza, el auto avanza unos metros y gira a la derecha para detenerse en un estacionamiento privado. Antes de que la pareja baje y se encuentre con la escalera que los llevará directo hasta su habitación, una persiana metálica a control remoto se cierra a espaldas del auto, sin dejar nada a la vista, asegurando la completa privacidad del modelo y su patente. La pareja solo desciende cuando está cerrada la persiana. La intimidad y el anonimato valen oro en un motel.

Una hora y media después, la mitad de las cortinas metálicas de los estacionamientos de Admiral están abajo. Enero, aseguran los empresarios del rubro, es un excelente periodo para este negocio: es el mes de los viudos y viudas de verano.

Desde 2013 existe una aplicación para celular llamada Motel Now: una suerte de mapa que reconoce la ubicación del usuario y le muestra los moteles que están más cerca de él. Permite hacer reservas online y evitar el chascarro de llegar a un motel y que no haya pieza.

MOTEL AL INSTANTE

Desde 2013 existe una aplicación llamada Motel Now que funciona como Safer Taxi: una suerte de mapa que reconoce geográficamente dónde está el usuario y muestra los moteles que están más cerca de él, rankeados por estrellas (cinco es el máximo). La App permite hacer reservas online y evitar el chascarro de ir a un motel y que no haya disponibilidad.

Un jueves a las 20:00 horas en Providencia, por ejemplo, la App marca que hay 30 moteles disponibles y el más lejano está a 15 minutos. Además, hay comentarios y tips de usuarios anónimos. Del Apolo, un 4 estrellas ubicado en Vicuña Mackenna con Marín, se lee: "He ido a este motel como 10 veces y la mayoría a una habitación nueva. Si quieren una habitación que les agrade, inviertan lucas porque las baratas no son buenas". Y este otro: "He ido muchas veces con mi polola y es limpio y cómodo. Lo único es que se escucha mucho el timbre". Del Mosqueto, en el Parque Forestal y que tiene una puntuación de 3 estrellas y media, se comenta: "Güeno, güeno" y "La relación precio-calidad se cumple a cabalidad. Lo malo es que algunas habitaciones son pequeñas y el jacuzzi también. A veces se escucha el ruido de afuera. Salvo eso, todo excelente".

Uno de los creadores de esta App es José Miguel Hurtado, de 29 años. Estudió Ingeniería Comercial y, como parte de la generación marcada por los smartphones y la tan de moda cultura del emprendimiento, salió de la universidad con la idea de pegarle con el palo al gato desarrollando una aplicación para celulares. "Aposté por la aplicación de los moteles porque vi que era una idea con potencial, porque Latinoamérica es el reino de los moteles, pero en aplicaciones no existía nada", dice sentado en su oficina, donde sigue atento el movimiento de su App que al día promedia 600 visitas. "Muchos podrían pensar que la motelería estaba de capa caída, porque hoy Chile es más liberal, más jóvenes viven solos y uno podría creer que ya no necesitan un motel. Pero, al contrario, la gente que va al motel lo hace porque quiere una experiencia que vaya más allá de lo que encuentras en tu casa. Además, hoy está la cultura del touch and go y esas parejas no llevan a su conquista de la noche a su casa".

Para desarrollar la aplicación, Hurtado salió a la calle y recorrió buena parte de los 350 moteles que hay en Santiago. Se volvió un experto en la industria. "En Chile puedes encontrar un buen motel desde 7 mil pesos, que son los que abundan en los barrios universitarios, enfocados a estudiantes. Luego viene otro rango, donde están Marín 014 o los Apolo, que cuestan entre 15 mil y 40 mil, y que apuestan por piezas cómodas y limpias, pero no tienen una cocina elaborada ni gran variedad de juguetes sexuales. Después vienen Cozumel y Admiral y, disparándose en precios, los penthouse del Ahex, en Providencia, típico de los futbolistas y la farándula, donde las piezas van desde los 80 mil para arriba. Si te vas a uno muy barato te puedes encontrar con cualquier cosa. Los que cuestan 3 mil pesos los sacamos de la aplicación, porque nos dimos cuenta de que están más enfocados a prostitutas de la calle".

Manteniendo contacto con empresarios de la industria, Hurtado también ha entendido que, para ellos, el mayor problema es que la demanda es muy fluctuante: mientras de domingo a jueves hay muchos espacios vacíos, los viernes y sábado se saturan. Las mañanas son muertas –por eso, varios moteles tienen horarios de descuento de 8 am a 2 pm–, y si bien a la hora de almuerzo hay un aumento en el flujo de clientes, no se compara con la demanda que se registra post jornada laboral, desde las 6 de la tarde en adelante. Los mejores meses son noviembre y diciembre; los días de mayor flujo suelen ser los previos a un fin de semana largo; y febrero es un mes muerto, de no ser por el 14, el Día de los Enamorados.

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La habitación más pedida de Hotel Fantasía, de La Serena, es la suite Placer Night Club, una reproducción de un club nocturno que incluye bar, caño, luces de colores y, por supuesto, una cama rodeada de espejos.

EL TERCERO PAGA EXTRA

Rebeca (su nombre ha sido cambiado) es periodista y tiene 36 años. Se declara "motelera" desde los 19. Partió frecuentándolos en su época de universitaria, cuando vivía con su mamá y hermanos, y manejaba un presupuesto escuálido. Ahora, que vive sola en su propio departamento y llega sin apremios a fin de mes, sigue yendo. Lo hace con su pareja de hace un año, y también lo hizo en su época de soltera furtiva, con los dos amantes –hombres casados– que tuvo en su minuto.

En un café, habla con soltura de sus escapes y también de por qué para ella los moteles no son exclusivos del sexo entre infieles. "El motel es un espacio que permite salir de todo lo que huele a doméstico. Es la manera de escapar del propio estrés y neurosis, enemigos máximos de la libido. Si en mi casa soy maniática del orden y voy a pararme a buscar el posavasos para que no se manche el velador, en el motel me da igual. Dejo afuera todo lo que me incomoda de mí misma. No me da pudor tomarme un par de copetes y ponerme minis, botas con taco aguja, petos, ropa sexy, y hasta media picante, que jamás usaría en la vida diaria. El motel es ideal para sacar el personaje que uno esconde de sí misma", dice.

En su oficina, Marcos Montero, administrador desde hace diez años del motel Cozumel, observa atento la pantalla de su computador. Desde ahí puede ver el estado de las 42 cabañas que se reparten en los 5 mil metros cuadrados que ocupa la sede de Vicuña Mackenna, que es tan grande como la sucursal de Américo Vespucio, en La Florida. Ahora, que son las 10:30 de la mañana, hay siete ocupadas, diez ya aseadas, pero todavía a la espera de ser chequeadas por la jefa de turno. Otras diez ya tienen su visto bueno. El resto están marcadas como "reservadas". Los precios de las habitaciones van desde $ 37.000 en horario laboral y desde $ 47.000 los fines de semana.

"Existe el mito de que los moteles son para infieles, pero acá nos dimos cuenta de que cada vez más son parejas estables las que hacen reservas. Es un nuevo nicho y apuntamos a ellos: nuestro servicio no es para quienes buscan una pieza por 30 minutos y chao", dice. El promedio de estadía en Cozumel es de seis horas. Y, asegura, llegan a las 8 mil ocupaciones mensuales entre las dos sedes.

Montero –quien antes trabajó en los hoteles Plaza San Francisco y Crowne Plaza– es el encargado de que todo funcione como reloj. Después del cierre del Hotel Valdivia, varios aseguran que Cozumel es el que ocupó su lugar. Para lograrlo, él y los dueños trazaron un plan. Primero, decidieron que no tendrían habitaciones ambientadas como en el Valdivia, pero que su fuerte sería ofrecer un servicio de lujo. Contrataron a un chef e implementaron un sistema de cocina que funciona 24/7, para preparar en el momento cualquiera de los cuarenta platos de la carta: desde cebiche afrodisiaco por $ 7.600, lomo a lo pobre por $ 8.800 o reineta con salsa margarita y papas duquesa por $ 6.800. Montero asegura que hasta ahora lo light es lo que menos se vende.

Hoy Cozumel tiene una alianza con una empresa de taxis ejecutivos que van a buscar y a dejar a las parejas, y con la tienda de juguetes sexuales Japi Jane. Y, en febrero, implementará otra con una empresa de baby sitters para que cuando un matrimonio tenga ganas de escaparse a un motel, esté resuelto el tema de quién cuida a los niños.

En estos ya diez años que lleva en el cargo, Montero ha sido testigo del cambio de comportamiento sexual en los chilenos. "Cuando empezamos, la gente venía más oculta, ahora llegan parejas juntas que no se andan tapando la cara. También se han puesto más exigentes: al principio lo más osado era pedir disfraces. Ahora si falta algo en la carta de juguetes sexuales, dejan sendos reclamos". Aunque dice que los tríos y los cuartetos ya no abundan como antes, en su motel siguen estando permitidos mientras no sean de dos hombres y una mujer, "porque ahí la estadística nos ha dicho que siempre la cosa termina en pelea". Por cada persona, eso sí, exigen 50% extra del pago de la habitación. "Pero no faltan los clientes que tratan de meter al tercero escondido en la maleta del auto", asegura.

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Jocelyn Lizana, ex seremi de Minería y hoy dueña del Hotel Fantasía, en La Serena, afirma que hoy son las mujeres quienes toman la iniciativa. "Ellas son las que reservan e incluso están dispuestas a mostrarse abiertamente como clientes del motel", dice.

LA CÁRCEL DE LA PASIÓN

Este es un servicio peculiar: unos actores disfrazados de policías visitan a uno de los miembros de la pareja a su casa o trabajo para "amenazarlo con detenerlo". El juego dura varios días hasta que ejecutan "la detención" y, ya sea el hombre o la mujer "amenazado", es trasladado hasta la suite Cárcel de Pasión del Hotel Fantasía, en La Serena. Se trata de una habitación donde la cama está rodeada de barrotes y, fuera de ellos, hay un calabozo de vidrio transparente. El traje de la policía es un conjunto de ropa interior con encajes, medias de red, tacos alto e incluye esposas. La habitación más pedida, en todo caso, es la suite Placer Night Club, una reproducción de un club nocturno que incluye bar, caño, luces de colores y, por supuesto, una cama rodeada de espejos. Otra de las favoritas es la suite 50 Sombras de Grey, que cuenta con un gran colchón king de cuero rojo, la cruz de San Andrés adosada al muro para esposar manos y pies, látigos, fustas, bolas chinas y antifases, entre otros ítems para recrear el best seller. Si se desea hacer aún más fidedigna la trama, se ofrece un paseo en helicóptero. Las piezas del Hotel Fantasía cuestan desde $ 32.000 las tres primeras horas y suben hasta $ 77.000 las 12 horas por pareja. La persona adicional cuesta $16.000 y los servicios extra (maquillaje, asesoría de vestuario, fotografía soft porno) se pagan aparte. Una fantasía completa puede llegar a costar hasta $ 500.000.

La mujer detrás de este nuevo referente en hotelería de pareja es la ingeniera civil en minas Jocelyn Lizana (35), ex alumna del Liceo Carmela Carvajal, destacada estudiante de la Universidad de Chile, ex seremi de Minería del gobierno de Sebastián Piñera y actual miembro de Evópolis. Madre de tres hijos, con pocas ganas de volver a trabajar en el sector minero cuando se aprontaba a terminar su cargo en la seremía, decidió instalar un motel a menos de una cuadra de su casa cuando se dio cuenta de que existía un nicho no explorado: las parejas estables. "Por mi propia experiencia y comentarios de amigas sé que entre el trabajo, los niños y la vida cotidiana, que te obliga a relacionarte con tu pareja principalmente a través de las obligaciones y lo que hay que resolver en una casa, queda muy poco tiempo para el sexo. Pero, además, en la casa o no hay suficiente intimidad o si ya lograste estar sola con tu pareja, la pieza te distrae porque está desordenada o hay un juguete de tu hijo tirado en la mitad. Las parejas estables necesitan un lugar y yo lo ofrezco", cuenta.

Las habitaciones del Admiral destacan por el blanco reluciente de las fundas de sus plumomes y sábanas, los muebles de pátinas blancas estilo provenzal y las flores frescas en veladores y arrimos.

La ex seremi afirma con énfasis que si algo ha aprendido en el negocio es que hoy son las mujeres quienes toman la iniciativa en materia sexual: "Son ellas quienes incitan a sus parejas, quienes reservan e incluso están dispuestas a mostrarse abiertamente como clientes de su motel". Es más, en el primer número de su revista Hotel Fantasía, que puede comprarse en los kioscos de La Serena por $ 2.500, una mujer que es cliente del hotel, aparece en portada posando muy sexy junto a su pareja: ella con orejas de conejo, baby doll, medias de red y taco alto; y él con camisa negra y corbata rosada. Ambos toman champaña sobre la barra de la habitación que replica un club nocturno.

En Santiago, Ocho Art Hotel, hizo una apuesta similar. Funciona desde hace dos años en una tranquila calle de Recoleta. Su ambientadora, la escenógrafa teatral Ximena Parra, quiso crear "cápsulas que sacaran a las parejas de su realidad y exorcizar de la palabra motel el mal olor y el estigma de lo sucio y lo clandestino", dice. Para hacerlo, investigó lo que ofrecen los art hotel que abundan en España y Alemania, y los love hotel que se multiplican en Japón. Así llegó al concepto: un motel que casi no se advierte desde la calle, al que la gente llega por dato, y que por dentro está lleno de sorpresas. "Cuando la mucama te abre la puerta, aparece la escenografía: una celda de cárcel, una habitación clínica, un set de cine porno, una pieza flúor o la de una bailarina del Bim Bam Bum. Quise que la esencia del teatro estuviera en cada habitación para que las parejas, al entrar a la pieza, se metan en un personaje y salgan de su mundo".

En la misma tecla que Hotel Fantasía, Ocho Art Hotel tiene una habitación-cárcel cuyas rejas tienes las mismas dimensiones que las de una celda real. La habitación clínica tiene paredes cubiertas de cuerina blanca en capitoné y una silla obstétrica, como la de los ginecólogos. En la pieza que imita el set de filmación de una película porno, hay una parrilla de luces y una cama que se sostiene al suelo con resortes, inspirada en las cintas de su época de gloria, en los años 70.

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UN MOTEL INFARTANTE

En el Santiago de los 80 ya se contaban 50 moteles. De hecho, fue por esos años cuando abrieron clásicos como Marín 014 y Apolo, a pocas cuadras de Plaza Italia, y Los Arbolitos en La Reina Alta. El dueño de este último, Jaime Bunster, tiene más de 80 años y excelentes recuerdos de esa época en que la motelería era grito y plata. "La Reina Alta era puros potreros, estaba la discotheque Las Brujas y no había tacos. Llegar hasta aquí era muy fácil", dice. Para la recesión del 82, cuenta, que al contrario de lo que pudiera pensarse, su motel pasaba lleno de empresarios con mucho tiempo libre que llamaban a las 9 de la mañana a reservar una pieza, llegaban con sus "novias" y almorzaban ostras, caviar y chupe de locos que les preparaba el chef que ganaba 3 mil dólares al mes.

Los Arbolitos sigue siendo un motel tradicional: en los muros de las habitaciones se ven cuadros de naturaleza muerta con marcos dorados y gigantografías de paisajes sureños. El plato más pedido es el chacarero con 250 gramos de filete y si bien venden preservativos, Bunster dice que quienes llegan no piden juguetes sexuales.

Su clientela fiel está compuesta por un buen número de hombres que superan los 60 años. "Clientes que han venido aquí toda la vida y que, podría decir, algunos ya están con achaques". Cuenta que en su larga historia motelera dos han muerto in situ, en el acto. "Una fue una mujer de 72, la secretaria de una embajada, que venía muy seguido con su amante, un gigoló que tenía menos de 30 años. Él fue al baño y cuando regresó a la cama, ella estaba muerta. El otro fue un hombre de 50 años, a quien, en compañía de su esposa, también le dio un ataque al corazón". Por eso, Bunster adelanta que, después de 36 años liderando el rubro en ese sector, y pese a que el motel sigue funcionando bien, está trabajando en una nueva oportunidad de negocio: construir en el mismo terreno, lleno de verde y con una vista privilegiada de Santiago, un hogar para la tercera edad.

Quien sí ha tenido que ponerse al día es el ingeniero comercial Héctor Silva (42), hijo del dueño de Marín 014, otro clásico. Este jueves está sentado en su escritorio atestado de papeles. "Mi padre como usuario, en su juventud, se dio cuenta de que había un tema social no resuelto: hace 30 años, era impensado que una pareja de pololos tuviera relaciones en la casa de los papás. Y entonces, salían a un motel". Para echarlo a andar, en 1988, cuando lo compró a medias con otro socio, lo primero que hizo su padre fue remodelar algunas piezas. Lo más osado por parte del decorador fue poner en un par de habitaciones unos conejitos Playboy dibujados sobre un cholguán. Su estrategia para hacerse conocido fue tener desde el principio precios accesibles y un aviso que salía todos los días en los clasificados de hoteles y moteles de La Tercera. De tener 19 habitaciones pasó a 49 y luego a 73. "Mi viejo siempre quiso que fuera una picada, un lugar donde la gente quisiera volver. Él conocía de cerca a muchos trabajadores humildes que le contaban su vida. Se dio cuenta de que todos tienen necesidades sexuales básicas que cubrir, pero que no todos tenían el espacio para hacerlo. Por eso, él quiso ofrecer una alternativa barata y accesible. Yo decidí seguir sus pasos. Aquí puedes ver estacionado un taxi y al lado un Porsche del año". En Marín 014 tienen promociones desde $12.000 por tres horas de habitación. La pieza más cara cuesta $ 40.000 el fin de semana.

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Los arbolitos, el clásico motel de La Reina alta, tiene una fiel clientela que ha envejecido y promedia los 60 años. Hoy su dueño vislumbra una nueva oportunidad de negocio: construir en el terreno del motel un hogar para la tercera edad.

Silva hijo asumió las riendas del negocio en 2000, en un Chile muy diferente al de los inicios. Para no quedar obsoleto, reemplazó los televisores antiguos por pantallas planas, el linoleo de los baños por cerámica, voló las alfombras y puso piso flotante. Tras el cierre del Hotel Valdivia en 2013, pensó que una buena estrategia sería ofrecer piezas ambientadas por artistas, arquitectos y decoradores "para un público más de nicho". Hoy existe una pieza de cómic (donde Batman atrapa a su enemiga Hiedra Venenosa) y otra de Caperucita Roja (donde los troncos de los árboles hacen al mismo tiempo de caño). "Chile ha cambiado y ha tenido una apertura en temas valóricos. Antes las parejas entraban en el mismo auto, pero la mujer entraba con el asiento reclinado para que nadie la viera. Era común que una pareja se despidiera dentro del motel y después saliera uno por un lado y otro por la otra puerta. A la hora del taco, todos salían por la puerta de atrás para que nadie los viera. Ahora la gente entra junta y sale junta. A muchos les ha empezado a dar lo mismo que los miren. Hay un relajo con el tema de la privacidad", asegura.

Silva hijo está convencido que los moteles cumplen un rol social, porque la gente está muy estresada y ayudan a romper la rutina. "Yo creo que hay que ayudar a la gente a tener una buena sexualidad. A la que tiene plata y a la que no tiene tanta, porque sus necesidades sexuales son las mismas".

A pesar del nuevo boom y de la sofisticación de la oferta, ni el sadomasoquismo planteado en Cincuenta sombras de Grey ni otras corrientes de sexo extremo se han instalado en moteles. Jocelyn Lizana, de Hotel Fantasía, asegura que hombres y mujeres siguen buscando principalmente el romanticismo y que, antes que látigos y esposas, los chilenos prefieren una pieza llena de pétalos de rosas.

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