El ropero de las chilenas

El Museo Histórico Nacional resguarda la colección más importante de vestuario usado por los chilenos, especialmente por mujeres como la primera dama Gertrudis Echeñique o Alicia Cañas, la primera mujer alcaldesa del país. Son cuatro mil piezas que se han juntado con donaciones privadas y que dos diseñadoras textiles resguardan desde hace tres décadas. Vestidos, chaquetas y zapatos que relatan momentos de los últimos dos siglos de la historia de Chile.




Paula 1156. Sábado 13 septiembre de 2014.

Unos delicados zapatos talla 34, de cuero gris oscuro y adornos de seda, sin taco y terminados en punta. Podrían ser las zapatillas de ballet de una niña de hoy, pero son unos zapatos de 1820 que pertenecieron a Javiera Carrera, hermana de José Miguel, el prócer de la emancipación chilena, y quien bordó la primera bandera nacional. Este es uno de los objetos más antiguos que tiene el Departamento Textil del Museo Histórico Nacional, ubicado en la vereda norte de la Plaza de Armas, en ese edificio amarillo que fuera el de la Real Audiencia en la Colonia. La colección textil que ahí se guarda está compuesta de más de cuatro mil piezas de vestuario que han usado chilenos desde comienzos del siglo XIX hasta el año 2000.

Este departamento del museo comenzó en 1978 cuando María Elena Troncoso y Hernán Rodríguez, su entonces director, solicitaron ropa y accesorios a través de la prensa para hacer una gran exposición sobre cómo se han vestido los chilenos. La mayoría de los trajes prestados para la exhibición fueron donados finalmente al museo iniciándose con estos objetos el grueso de la colección que hoy atesora.

La novia de la fotografía, Matilde Castañeda, se casó a los 15 años, en 1914, en Huara, pueblo del norte de Chile que adquirió importancia con el boom de la industria del salitre. Para la ceremonia usó este vestido.

Solo un año después llegaron a trabajar al departamento como voluntarias las diseñadoras textiles Isabel Alvarado (58) y Fanny Espinoza (58). Eran entonces estudiantes en busca de información para su tesis sobre la indumentaria de los chilenos en el siglo XVIII y XIX. Y se quedaron. De eso han pasado 35 años, en los que han catalogado, investigado, restaurado, conservado y difundido los diversos elementos de este archivo. "Esta colección es un ejemplo de cómo se puede utilizar la cultura material como fuente de conocimiento para la historia, por eso es tan importante. El vestuario, al estar tan cerca de la vida de las personas, tiene mucho que decir acerca de los procesos que hemos vivido como sociedad", explica Isabel.

Cuando Isabel y Fanny empezaron a trabajar en el Museo Histórico, en Chile existía un desarrollo nulo en conservación textil. "No sabíamos casi nada. Estaba todo por hacer", dice Fanny. Ambas partieron a estudiar para volver con ideas. Isabel se fue a hacer una pasantía en el Museo de la Ciudad de Nueva York y Fanny viajó a Alemania, al Museo Textil de Krefeld. Fueron profesionalizando sus métodos de conservación y las técnicas para restaurar telas. Desde entonces no han parado: participan en encuentros mundiales sobre conservación textil, hacen investigaciones y exposiciones, y han formado profesionales que hoy trabajan en lugares como el Museo de la Moda.

Las diseñadoras textiles Isabel Alvarado y Fanny Espinoza trabajan hace 35 años en el Departamento Textil del Museo Histórico Nacional. Juntas han conservado, restaurado, investigado y difundido esta colección única de cuatro mil piezas que reúne una muestra significativa de vestuario que han usado los chilenos en los últimos dos siglos.

"Buscamos ilustrar toda la historia de Chile a través de estos objetos", cuenta Fanny, aunque la colección está compuesta principalmente por un vestuario representativo de mujeres de la elite chilena de los últimos dos siglos. Dentro de su archivo tienen, por ejemplo, trajes de Ester Alessandri, hija y hermana de Presidentes de la República; de la primera dama Gertrudis Echeñique, mujer de Federico Errázuriz Echaurren, y de Alicia Cañas, alcaldesa de Providencia en 1935, la primera mujer elegida para un cargo público en el país. "No es que hayamos buscado ser elitistas, sino que cuesta mucho recabar información sobre vestuario de diario, de gente del campo, de clases populares. Tenemos la ropa que los chilenos han guardado. La gente no guarda el vestido más sencillo o los zapatos que se usan hasta que se rompen. Las familias conservan el vestido de fiesta, el de novia, el de bautizo, el que significó algo en un momento especial", sostiene Isabel. Pese a que el grueso de la colección es del siglo XIX, hasta hoy Isabel y Fanny siguen recibiendo donaciones de prendas que, tras ser seleccionadas y rigurosamente conservadas, guardan en las bodegas subterráneas del museo.

Por medio de las múltiples investigaciones y exposiciones que han hecho –como la gran retrospectiva que hicieron en 2000 sobre vestuario del siglo XX o la de los disfraces que se usaron en el memorable baile en el Palacio Concha-Cazotte en 1912– Isabel y Fanny han descifrado los mensajes que la ropa y los accesorios contienen sobre diferentes momentos. Estos objetos cuentan muchas historias, más que ser testimonio de un solo hecho: cómo se acortó la brecha de la moda con Europa cuando se inauguraron en Valparaíso las primeras casas comerciales con productos extranjeros a mediados del siglo XIX; cómo en los años 20 se transformó por completo la forma de vestir de las mujeres luego de la Primera Guerra Mundial; o cómo ha cambiado el cuerpo de las chilenas aumentando sus tallas drásticamente: si en el siglo XIX era normal calzar 34 hoy es común la talla 39. "Esta colección es única. En el fondo los textiles son documentos", afirma Fanny.

1820

Mujeres de la Independencia

Después de la Independencia los mercados se abren y comienzan a llegar al país no solo productos desde España, sino por primera vez desde Inglaterra y Francia. Este hecho repercute en la manera de vestir, en ese momento, influenciada principalmente por la estética de la Revolución Francesa.

Cartera bordada a mano y zapatos de cuero gris que pertenecieron a Javiera Carrera, quien, junto a sus hermanos, participó en el proceso de Independencia de Chile.

1830

Los estilos europeos cambian en América

En esta década son típicos los vestidos con manga jamón, amplia en los hombros y estrecha entre el codo y la muñeca. Se usaban también inmensos peinetones en el pelo que en América del Sur eran notablemente más grandes respecto de los usados en Europa, moda que llevó incluso a ser motivo de caricatura en los diarios, donde se veían mujeres que no podían pasar por las puertas debido al tamaño de su accesorio.

Este vestido de 1835 perteneció a Rosario Portales de Morandé, pariente del entonces ministro Diego Portales.

1850

El azulino era el color de moda

La mayoría de los trajes de esta época fueron hechos con coloridas telas en las que predominaba el azulino, muchas veces combinado con negro y también con motivos escoceses. En este periodo, grandes casas comerciales se inauguran en Valparaíso, acortando el desfase de la moda que existía con Europa.

Este traje de 1855 perteneció a Jesús Mujica. Su volumen está dado por el uso de una enagua de crin, llamada crinolina.

1870

Un traje con múltiples propósitos

Los vestidos eran objetos valiosos, ni siquiera las mujeres más ricas tenían muchos. Por esta razón, los hacían con dos partes superiores para poder usar el mismo traje en diferentes momentos: con una chaqueta escotada para un baile y otra cerrada para ir de paseo.

Traje con dos opciones que perteneció a Gertrudis Echeñique, mujer del Presidente Federico Errázuriz Echaurren.

1880

Más lujo

Durante esta década comienza la industria del salitre. Este acontecimiento implica un aumento notable en los ingresos que entran al país, hecho que influye en el desarrollo de un vestuario más lujoso y elaborado, con bordados, mostacillas y borlas. En este periodo tiene su esplendor el polisón, estructura de alambre o cojín que daba volumen al final de la espalda, que se usaba junto a ajustadísimos corsés. Las referencias de los trajes eran sacadas de figurines que venían en las revistas que llegaban de Europa, como La moda elegante, y que luego eran imitados por la costurera de la casa o las modistas francesas que habían llegado a Chile.

Figurín de la revista La moda elegante que muestra a mujeres con polisón.

Traje que usó María Quiteria Ramírez, quien fue asistente en la Batalla de Tarapacá de la Guerra del Pacífico, donde fue capturada. Hasta los uniformes tenían una estructura que daba volumen, o polisón.

1900

Época bella

Este periodo es conocido como Belle Époque, nombre que responde en parte a una visión nostálgica que tendía a embellecer el pasado antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914. Durante esta época la ropa comenzó a ser más estilizada y sin tanto volumen como en el XIX, pero aún se utiliza el incómodo corsé, aunque el vestuario empezó a tener una faceta práctica: nacieron los trajes de dos piezas, replicando el traje sastre masculino, pero con telas livianas para los viajes o para hacer algún tipo de deporte, por ejemplo. En Santiago estaba de moda usar el término "chic" para referirse a lo que se consideraba elegante.

Traje de dos piezas para viaje.

Corpiño que fue parte del disfraz que utilizó Mercedes Villamil para el fastuoso baile en el Palacio Concha- Cazzote en 1912.

Zapatos de tela de 1914 que pertenecieron a Ester Alessandri.

La colección de vestuario del Museo Histórico Nacional se ha formado casi po completo gracias a donaciones privadas de familias chilenas.

1920

Ruptura definitiva

En los años 20 las mujeres se quitan los corsés, se cortan el pelo y acortan sus vestidos. Después de la Primera Guerra Mundial las mujeres comienzan a tener un rol en la sociedad más allá de la casa y la familia. Esto provoca una revolución en su forma de vestir determinante hasta hoy. La indumentaria femenina se simplifica: el largo de las faldas, que al comienzo de la década era sobre el tobillo, termina 40 centímetros más arriba, los brazos pueden mostrarse descubiertos y nace la "moda a lo garçonne" con pelo corto y un vestuario varonil.

En esta década existió una estética fantasiosa para el vestuario de noche, con livianos vestidos de

lentejuelas y excéntricos accesorios como abánicos de pluma.

En los años 20 la moda cambió para siempre. Las mujeres se cortaron el pelo, se sacaron el corsé y acortaron sus faldas.

1940 - 1960

Contrastes

Durante la década del 40 la moda está definida por la estrechez económica tras la Segunda Guerra Mundial. Las líneas rectas de los trajes muestran la influencia de los uniformes militares. Con el fin de la guerra, en los 50, se inicia una nueva estética que destaca las curvas femeninas, con vestidos que acentúan la "cintura de avispa", tacos altos y aguja y anchos sombreros. El New Look de Dior es el emblema hasta mediados de los 60. Pero es a fines de esa década cuando se producirá el principal cambio con la aparición de la minifalda y el bikini, prendas que harán suyas las jóvenes chilenas, que empiezan a ser llamadas "lolitas".

Traje de 1940 que usó Alicia Cañas, la primera mujer alcaldesa en Chile.

En la década del 50 el taco aguja fue parte del look femenino que buscaba resaltar la figura de las mujeres.

Minivestido de los 60 de la diseñadora londinense Mary Quant, creadora de la mini.

1970

Moda nacional

Comienzan a convivir diversidad de estilos: residuos de los 60, reminiscencias a los 30 y el hippismo. Asimismo nace una moda nacional que mira a las culturas originarias y no a Europa ni a Estados Unidos. Marco Correa es el principal exponente, con un trabajo denominado "moda autóctona" en las páginas de revista Paula de esa época.

Vestido del diseñador Marco Correa de 1972, donado y usado por María Virginia García-Huidobro.

1980

Look personal

La principal característica de este periodo es que cada persona intenta diferenciarse con un look personal como nunca antes en la historia del vestuario. Las hombreras, las faldas amplias y el tejido de punto adquieren gran importancia.

Prenda de 1985, donada y usadapor Pía Montalva, especialista en historia de la moda.

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