Inocencia interrumpida

El profesor de Música Julio Lorca estuvo en la cárcel un año y medio acusado de uno de los más horrendos crímenes de los que se pueda culpar a alguien: violar a una adolescente con síndrome de Down. Al fin, la justicia reconoció su inocencia. Aquí, cuenta su viaje a las mazmorras y cómo recuperó la libertad, pero no el candor.




Paula 1161. Sábado 22 de noviembre de 2014.

Julio Lorca (41) pasa los días en su casa en Maipú. Sale muy poco, para hacer algún trámite o ir a las sesiones de terapia sicológica. Le diagnosticaron síndrome de estrés post traumático y estar con mucha gente le causa ansiedad. En su casa, cerca de su hija de 2 años y rodeado de los juguetes que le hizo mientras estuvo preso, se siente mejor.

Jennifer, su esposa, piensa que todavía, a cuatro meses de haber recuperado la libertad, Julio no toca fondo. Relata que antes de ir a la cárcel, su marido, como buen músico, "era un hombre sensible, que lloraba hasta con los comerciales. Pero ahora la sicóloga le dio como tarea que llore, porque no ha podido hacerlo. Su mecanismo de defensa ha sido racionalizar todo".

Es la tabla a la que se ha aferrado para enfrentar lo que viene: una cuenta de 13 millones de pesos que consiguió prestados para pagar los gastos de su defensa y resolver qué hacer con su futuro, una palabra que, por el momento, ha perdido para esta pareja todo brillo y sabor.

La lógica dice que tendría que estar contento. Hasta mediados de 2014 estaba preso, como sospechoso del más estigmatizante de los delitos: haber violado a una niña de 13 años con síndrome de Down en el colegio Altamira, donde trabajaba. La justicia declaró finalmente su inocencia y lo absolvió de todo cargo, después de haber pasado un año y medio en la cárcel.

Sin embargo, Julio siente pocas ganas de celebrar. "Siempre fui consciente de las injusticias, pero ahora las conozco en carne propia. Crucé a la otra orilla, estuve allí. Es difícil pensar en otra cosa".

FANTASÍA DE INVIERNO

Julio Lorca Vásquez es el hijo mayor de un taxista y de una profesora de Matemáticas y se crió en Macul. Estudió en un Colegio Salesiano y se recuerda como un niño quitado de bulla, que estaba entre las mejores notas de su curso. Era lo que sus padres querían de él.

"Era ñoño, ordenado", relata. De niño, tomaba clases de piano, con una vecina, que se interrumpieron cuando ella murió de cáncer. Julio tenía 7 años y experimentaba la sensación de que tenía talento musical, pero no insistió ante sus padres que esperaban que fuera ingeniero.

"Entré a Ingeniería en la Usach, pero en la universidad me metía en los talleres de Teatro y Literatura. Les preguntaba a mis compañeros: ¿a dónde vamos? Y ellos me decían que soñaban con tener una casa en El Arrayán y casarse con una mujer bonita. No eran cosas que a mí me movieran...".

"Me siento hiper consciente de lo que me ha pasado y me carga. Me ofrecieron volver al trabajo en las mismas condiciones que antes, pero me pregunto: ¿cómo voy a reaccionar si un apoderado me insulta?", dice Julio.

Cuando tenía 19 años su abuelo le regaló una guitarra a un hermano menor y él se la apropió. En tercer año de Ingeniería, dejó la carrera y se inscribió en secreto en cursos que daba la Sociedad Chilena del Derecho de Autor. Cuando les contó a sus padres, se desató una tragedia familiar, pero al final aceptaron que diera la prueba de nuevo y estudiara Pedagogía en Música. Julio pensó que así podría recibir un sueldo por hacer lo que le gustaba y porque, además, tenía vocación docente: desde joven siempre hizo clases particulares.

Con 750 puntos en la prueba de admisión entró como el primer alumno a la carrera en el Pedagógico y así pudo estudiar becado. En 2004, recibió su título. Pero desde antes, ya trabajaba como parte de la Compañía de Teatro Trashumante, que creaba obras musicalizadas espontáneas.

En 2008, una amiga le ofreció unas horas para dictar un taller de música en un colegio diferencial en Cerro Navia.

–Se trataba de un grupo de 9 alumnos, de entre 10 y 18 años, con diagnósticos que iban desde síndrome de Down hasta Asperger. Niños que no estaban en condiciones de memorizar, ni leer una partitura. Así que lo que hacía era desensamblar una obra y a cada cual enseñarle un fragmento simple. A fin de año, para Navidad, hicimos una presentación de villancicos. Resultó tan espectacular, que después nos pedían para los actos de la Municipalidad.

Poco después, en el invierno de 2009, lo invitaron a trabajar al colegio Altamira, a la unidad "cuidado por la vida". Se trataba de un trabajo de mediación y su rol era ser una mezcla de

inspector y orientador que imponía las normas de convivencia.

Sin embargo, no pudo dejar de lado su faceta creativa y al poco tiempo estaba componiendo himnos para los "hitos" –especies de retiro– que se realizan en el colegio. En 2010 ya dictaba clases de Música a los quintos y sextos básicos, y hacía mediación para séptimos y octavos.

En 2012, le pidieron que se hiciera cargo de organizar la presentación de Fiestas Patrias. Se le ocurrió crear una orquesta. Con la ayuda de profesores de Música, montó la interpretación de Arriba quemando el sol, de Violeta Parra, en ritmo de jazz y reggaetón, en la que participaron 50 alumnos. Julio se sentía orgulloso. En lo personal también tenía razones para celebrar. En mayo de ese año había nacido su primera hija y su relación con Jennifer, también profesora, lo hacía feliz.

SUEÑO ROTO

El año estaba terminando y le correspondía tomar exámenes finales. Dado el proyecto educativo inclusivo del Altamira, el nivel de aprendizaje entre sus alumnos era diverso. Había entre ellos algunos con necesidades especiales, como I.J.C.M., de 14 años, que tiene síndrome de Down. El lunes 3 de diciembre de 2012, tomó el examen, que era un trabajo en grupo y, al terminar la clase, a las 16.00 horas –dice Julio– se fue del colegio.

–Días después, una profesora me pidió que hiciera una bitácora sobre cómo vi a I.J.C.M. el lunes. "¿Qué pasó?", le pregunté. "Es que vino la PDI porque se presentó una denuncia sobre probable abuso sexual".

La profesora le contó que la niña quedó un rato sola ese lunes, a partir de las 16 horas, porque se suspendió una clase de danza que tenía y sus padres solo pudieron mandar a buscarla a las 18:30. El colegio les aseguró que en ese lapso había estado debidamente acompañada, pero hubo una media hora en que no se pudo dar cuenta de dónde estuvo.

Los profesores no lo sabían aún, pero esa tarde al regresar a su casa, la niña se quejó de dolor "en el poto" y, al desvestirla para bañarla, su madre descubrió que tenía erosiones como rasguños que iban de la vagina al ano. Al día siguiente la llevó a una pediatra que le dijo que sospechaba de un abuso sexual y le aconsejó hacer la denuncia de inmediato. A la niña se le practicaron exámenes en el Servicio Médico Legal, donde se les señaló que además de las lesiones externas, tenía otras internas que podrían corresponder a penetración vaginal y anal.

Los padres hicieron la denuncia sin tener claro quién podría ser el autor, pero con la convicción de que si algo le había ocurrido a su hija, había pasado esa tarde en el colegio. Su madre no tenía dudas porque decía que al bañarla el domingo previo, no tenía nada.

–Cuando su profesora jefe me pidió el informe, altiro me puse a pensar en quién podría haber sido. Todos los que le hicimos clases o la vimos ese día hicimos un reporte y no volvimos a escuchar del caso, hasta un mes después.

En ese lapso, la familia de la niña contrató los servicios del abogado, periodista y ex candidato a diputado Mario Schilling, quien a esa fecha había presentado casi 80 querellas por las familias del jardín infantil Hijitus, caso en que el único imputado fue posteriormente absuelto al formarse el tribunal la convicción de que las denuncias eran infundadas y que los relatos de los niños habían sido manipulados.

Pese a que inicialmente I.J.C.M. no logró confirmar ante un perito judicial que había sido atacada, ni por quién, el 13 de diciembre la madre prestó una declaración en la fiscalía y dijo que había logrado extraerle una revelación: que había sido violada por el profesor de Música, el tío Julio.

A fines de enero de 2013, el abogado Mario Schilling hizo el anuncio por televisión.

– Alguien me llamó y me dijo: "Mira la tele". Ahí vi a Schilling contando que I.J.C.M. había sido violada el 3 de diciembre y que había sido un profesor, alguien con antecedentes penales, que era el sospechoso. La directora, que venía llegando de sus vacaciones, nos citó. Nos juntamos todos en el colegio para analizar qué podíamos hacer. Ninguno de nosotros tenía antecedentes penales, pero ella nos hizo ver que había solo dos profesores varones en ese ciclo: un colega y yo. Ahí pensé que era obvio que nos citaran a declarar. Yo estaba dispuesto–, dice Julio.

Julio quedó en prisión preventiva, a la espera de que comenzara el juicio. Cuando llevaba seis meses preso, empezó a perder las esperanzas. Para matar el tiempo, se metió a un taller de carpintería, donde hizo estos juguetes para su hija de 2 años.

Con dudas sobre si era conveniente o no, Julio, su mujer y su hija de 9 meses se fueron de vacaciones a la playa. Ahí estaban cuando en una nueva declaración, el abogado Schilling dijo que el profesor estaba identificado.

–Schilling dijo: "En este momento está en la playa con sus hijos". Me preocupé–, dice Julio.

Poco después, mientras preparaba un asado, alguien tocó a la puerta vestido de civil.

–¿Usted es Julio Lorca?–, preguntó el desconocido.

–Sí, soy yo.

–¿Está enterado de una acusación de abuso sexual en el colegio Altamira? Tiene que acompañarnos porque hay una orden de detención en su contra.

Julio le avisó a su esposa, se cambió los shorts por pantalones largos y se fue confiado.

–Siempre tuve la seguridad de que si me tocaba declarar se iba a aclarar de inmediato la confusión–, dice.

VIAJE AL AVERNO

Julio fue trasladado esposado. Los carabineros que lo llevaban pasaron a Cartagena a almorzar y lo dejaron en el calabozo de una comisaría con un hombre ebrio. El viaje terminó en la comisaría especializada en delitos sexuales, ubicada en Avenida Italia, en Santiago.

–Llamé a mis padres que poco después llegaron a verme. Conversamos con la carabinera a cargo, a quien le pareció raro que el procedimiento no viniera con orden de investigar. Nos explicó que esto solo ocurre cuando hay pruebas contundentes en contra como, por ejemplo, cuando alguien es sorprendido en delito flagrante.

Se hizo tarde y los padres de Julio tuvieron que irse. El profesor pasó la noche solo, durmiendo sentado, en el calabozo. A la mañana siguiente, se presentaron gendarmes para trasladarlo, esposado y engrillado, al Centro de Justicia para la audiencia de formalización. Lo dejaron en los calabozos que están en el tercer nivel del edificio.

–Era como una sala de espera en el Servipag. Todos los imputados esperan ser llamados a unas cabinas donde están los abogados defensores. A mí me tocó Patricio Soto, quien me dijo: "Es muy complicado, porque en estos casos de violación lo más probable es que te dejen en prisión preventiva". Me puse a reclamar: "¿Cómo me van a dejar preso? ¡Soy inocente! ¡Tiene que hacer algo!", le respondí desesperado.

Los antecedentes que la fiscalía había entregado para formalizarlo como presunto autor del delito de violación –recuerda– constaban en apenas una hoja. Solo al pasar a la audiencia, su abogado pudo revisar una carpeta que, según calcula Julio, debe haber tenido unas cien páginas. Soto comenzó a leer y a hacer anotaciones. Pasaron quince minutos que se hicieron insuficientes y el abogado logró que se postergara el trámite un par de horas más, para leer el contenido.

"Me ofrecieron sacarme de inmediato y considerar la pena cumplida si me declaraba culpable. Me preguntaba por la ética de ese fiscal. "¿Por qué no admite que soy inocente? ¿O me va a decir que está liberando a un culpable, profesor más encima, para que siga atacando a los niños?", le pregunté. Rechacé la oferta. Para mí era importante demostrar mi inocencia".

–Me mandaron al calabozo y allá me fue a ver el abogado. Le rogué que me sacara. "Si es necesario practicar cualquier test, lo que me pida, lo hago". Por primera vez me miró a los ojos y me dijo: "Vamos a hacer todo lo posible".

Al retomar la audiencia, Mario Schilling acusó a Julio de ser un seductor que había acosado todo el año a la víctima hasta perpetrar su crimen. Como prueba, mencionó que Julio tenía demasiados amigos en facebook, entre ellos algunos ex alumnos, y aseguró que flirteaba con una mujer joven en su cuenta de twitter, calificando su conducta como "pedófila".

El abogado defensor puso el acento en las contradicciones en los testimonios que contenía el legajo: el padre no apuntaba a ningún sospechoso en particular y en el peritaje policial la niña había dicho que las rasmilladuras se debían a una caída.

La jueza de garantía les hizo a la fiscal Claudia Barraza y al abogado querellante un par de preguntas incómodas: ¿Era Julio Lorca el único hombre en el colegio ese día? ¿Dónde está el empadronamiento de las personas que estaban a esa hora en el lugar? ¿Se ha hecho un test de credibilidad al testimonio de la menor? ¿Se trata de un delito flagrante?

Como las respuestas fueron negativas, rechazó la petición de dejar a Julio en prisión preventiva y advirtió a los abogados que si querían llegar al juicio deberían esmerarse en conseguir pruebas más sólidas. Los querellantes apelaron y, por ese hecho, Julio fue trasladado al penal de Santiago Uno, a la espera de que se resolviera el recurso en la Corte de Apelaciones. La ley en Chile dispone que mientras el tribunal superior se pronuncia sobre la medida cautelar, el acusado debe esperar en prisión.

–Estaba en shock. No entendía qué había pasado. ¿Por qué si la jueza estimaba que no había méritos para mandarme preso, tenía que ir igual? Me llevaron al módulo 12. Al llegar a la pieza vi a dos hombres con el torso desnudo. Me aterroricé, pensé que me iban a violar. Pero me saludaron con amabilidad. "Hermanito", me dijeron. Eran evangélicos.

El 13 de febrero de 2013 la Corte de Apelaciones resolvió que Julio siguiera con arresto domiciliario total y no en la cárcel a la espera del juicio. Volvió a su casa y dedicó el tiempo a cuidar de su hija, mientras su esposa trabajaba. Y a organizar su defensa. Desechó al defensor público, pensando que un abogado particular podría dedicarle más atención a su caso.

Poco después, el abogado querellante, Mario Schilling, pidió al tribunal oral que revisara la medida de arresto domiciliario y que enviara a Julio de vuelta a la cárcel. El tribunal oral descartó la medida, pero Schilling apeló y la decisión tuvo que ser vista por la Corte de Apelaciones que, el 27 de abril de 2013, revocó la decisión anterior y aceptó la petición del abogado.

–Ahí quedé mal. Otra vez nos cayó la prensa encima. La Jenny y mi familia lloraban de impotencia. Yo me hacía el duro y les decía: "Vamos a salir de esto".

DESESPERADA ESPERA

Al regresar a Santiago Uno, le tocó compartir celda con un preso antiguo, que le mostró las cicatrices que tenía por cortes con cuchillo en el cuerpo. Le correspondió dormir los primeros días en el piso de la celda, junto a otros cuatro prisioneros. Los días pasaban lentos, inmerso en las preocupaciones cotidianas de los presos: la comida, la seguridad, los trámites judiciales.

Julio suponía que en cualquier momento enfrentaría el juicio. Le habían dicho que ocurriría en cosa de semanas. Cuando mucho, tres meses. Para despejar la mente, se involucró con el grupo de presos evangélicos, que tenían guitarra, pero luego se arrimó a los católicos. En su juventud había participado en la Iglesia, tocaba en el coro y fue catequista, así que se sentía más cómodo con ellos.

Jennifer afuera convencía a la familia de que era necesario cambiar de abogado y dar por perdidos los 3 millones de pesos que les había cobrado el anterior. Asumió el caso Gustavo Menares, quien de inmediato comenzó a pedir diligencias que despejaran las sospechas sobre su cliente.

Y comenzó la rutina de las visitas: martes y domingo. El primer cumpleaños de su hija, en mayo de 2013, lo celebró preso.

Julio intentaba cultivar la paciencia en talleres de manualidades: tomó clases de tallado en cuero y carpintería, donde hizo juguetes para su hija. Cuando cumplía seis meses en la cárcel, comenzó a resignarse, a desprenderse de toda expectativa.

–Para asegurar mi integridad física, cultivé buenas relaciones con los presos que la llevaban y con los gendarmes jodidos.

Jennifer trataba de mantener la casa a flote. Su madre renunció al trabajo que tenía y se fue a vivir con ella para cuidar de su hija. La niña, que aprendió a hablar cuando su padre estaba preso, decía cuando lo visitaban que iban "a la casa del papá".

Al fin, se anunció la fecha para el juicio: 8 de julio de 2014. Ese día se debía determinar su inocencia o culpabilidad. La distancia entre salir de la cárcel o quedarse en ella por 15 años.

El informe final del servicio médico legal señaló que las lesiones internas en la zona genital sí eran compatibles con penetración, pero habrían ocurrido ocho o diez días antes del 3 de diciembre. La presidenta del tribunal criticó que la fiscalía no investigó en el entorno de la niña ni otras posibilidades para determinar si el abuso ocurrió ni quién lo cometió.

–Que una persona sea inocente, no garantiza que la justicia lo considere como tal–, explica Menares, el abogado de Julio. –En mi experiencia (12 años litigando este tipo de juicios, 20 casos al año) existe 50 por ciento de posibilidades de que un inocente sea declarado culpable. Depende del tribunal que le toque, del ambiente que se ha creado en la prensa, de los prejuicios de los jueces. Aunque se les critica por garantistas, en este tipo de delitos son muy pocos los jueces que recuerdan que se debe despejar toda duda razonable antes de condenar.

Julio relata que en dos ocasiones rechazó la oferta de la fiscalía de obtener una rebaja de pena a cambio de declararse culpable. Es lo que se llama juicio abreviado.

–Me ofrecieron sacarme de inmediato y considerar la pena cumplida si me declaraba culpable. Me preguntaba por la ética de ese fiscal, porque si me ofrecía sacarme libre es porque no creía en mi culpabilidad. "¿Por qué no admite que soy inocente? ¿O me va a decir que cree que está liberando a un culpable, profesor además, para que siga atacando a los niños?", le pregunté. Rechacé la oferta. Para mí era fundamental demostrar mi inocencia.

EL JUICIO FINAL

El día del juicio, Julio siguió una rutina de ejercicios y meditación. Vistió sus mejores prendas y se dejó conducir al tribunal.

Schilling y la fiscalía se presentaron por la parte acusadora. Gustavo Menares por la defensa.

La denunciante fue llamada al estrado y le preguntaron sobre lo que había pasado. Respondió con monosílabos y divagaciones, hasta que en el momento crucial dijo: "Mi papá me dijo que (el tío Julio) me tocó todo el cuerpo, la vagina con el pene".

La parte acusadora no pudo presentar testigos que confirmaran el ataque sexual a la menor, ni menos que lograran vincular al imputado con ella en la hora en que supuestamente habría ocurrido. Pero el informe final del Servicio Médico Legal fue fulminante: decía que las lesiones externas en la zona genital de la niña correspondían a una dermatitis o a una infección probablemente por mala higiene con data previa a la fecha del supuesto ataque y no eran compatibles con abuso sexual. Las lesiones internas sí eran compatibles con penetración anal y vaginal con "objeto contundente", pero éstas habrían ocurrido al menos 8 o 10 días antes del 3 de diciembre. Es decir, la versión de la fiscalía y los padres era imposible. Tampoco en las muestras que se le tomaron inmediatamente después de la denuncia, se encontró semen.

El Séptimo Tribunal Oral en lo Penal de Santiago decretó que se absolvía a Julio Lorca Vásquez de todos los cargos. Al leer el fallo, la presidenta del tribunal destacó que la fiscalía no investigó en el entorno familiar de la niña ni otras posibilidades para determinar si el abuso ocurrió ni quién, en ese caso, lo cometió. Gracias a la prueba, dijo, "solo sabemos cuándo 'no' se produjo": el 3 de diciembre y eso echó por tierra las sospechas que se habían levantado contra el profesor de música. El tribunal condenó a la fiscalía a pagar la mitad de los costos legales de la defensa.

Julio reflexiona ahora:

–Hoy creo que la verdad no existe en los tribunales. El colegio donde trabajaba siempre me apoyó y me pagó el sueldo. Mi familia estuvo a mi lado y, aunque no somos ricos, pudimos endeudarnos para enfrentar el juicio. Así y todo me costó un año y medio demostrar mi inocencia. Durante la investigación, nunca fui interrogado. ¿Cuántos inocentes hay en la cárcel que no tienen una red de apoyo para defenderse? Creo que conocí a varios.

Los denunciantes no apelaron al veredicto. La noche que salió de la cárcel, había unas sesenta personas esperando a Julio. Tal era la algarabía que los gendarmes creían que salía un jefe narco. Pero Julio solo quería irse a la casa a dormir. Pronto se sumergió en la depresión en que se encuentra hasta ahora.

–Me siento hiper consciente de lo que me ha pasado y me carga. Me ofrecieron volver al trabajo en las mismas condiciones que antes, pero me pregunto: ¿cómo voy a reaccionar si un apoderado me insulta? La familia denunciante sacó a la niña del colegio, pero mantuvo a su hermano mayor. ¿Me llamarán algún día para pedirme disculpas? No lo creo. Probablemente, están viviendo su propio infierno–, dice Julio.

Jennifer agrega que Julio volvió a la casa, pero la confianza y el optimismo que sentían antes, no.

–El amor sigue igual, pero estamos cansados. Ojalá que nadie inocente pasara por esto. A mí me cambió la forma de pensar. Antes era como esas personas que demandan aumento de penas para este delito o el otro. Ahora me doy cuenta de que quienes piden eso, no se dan cuenta de lo que significa un año en prisión. Solo los presos y sus familias saben lo que es. Cuando me entero que a alguien lo condenan a cinco años, pienso: "Dios mío, nosotros apenas toleramos un año y medio"–, dice Jennifer.•

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