Padres precoces

Se supone que un padre debe proveer para sus hijos y contener a su familia. Pero en Chile nacen cada año 12 mil hijos de padres menores de 18 años, escolares. Además de su inmadurez, estos adolescentes enfrentan el conflicto de que la decisión de si su hijo nace o no, y de cómo y dónde se cría suele tomarla la madre y la familia de esta. ¿Cómo se suben al carro de ser padres -si es que se suben- en un escenario donde es tan fácil que se queden sin papel.




Papá a los 14

No toda la familia respaldó este embarazo, pero él luchó por tener esta hija. A las cinco de la tarde, cuando sale del colegio, Felipe Toledo (15) se despide de sus amigos. Mientras ellos se van a jugar fútbol a una cancha cercana, él parte a cambiar pañales y a jugar con su hija Tiare, de un año y medio. Es el compromiso que adquirió cuando Carla (16), su polola, quedó embarazada. "Había muchas presiones para que abortara, pero yo nunca quise. En la familia de ella no se lo tomaron bien. Su padre decía que éramos muy chicos y no creyó que pudiéramos hacerle frente a un hijo. Hablé a solas con mi suegro. Le dije que yo quería a la Carla y que me comprometía con él a no dejarla sola y a aperrar por nuestra hija. Después de eso, él me miró y me dio la mano. Fue como sellar un acuerdo de caballeros", cuenta Felipe, que está en segundo medio y en sus ratos libres hace trabajos esporádicos, como jardinero o pelotero en una cancha de tenis para tener plata para comprarle ropa y pañales a Tiare.

*Testimonio aportado por la Fundación SerJoven.

Embarazado en primero medio

Su polola tiene seis meses de embarazo y él todavía no se imagina cómo es ser padre. Matías Fuenzalida (16) y su polola desde hace dos años, Francisca Valenzuela (15), con él en la foto, esperan una hija que nacerá en septiembre. Ella está asustada. Él la tranquiliza diciéndole que todo saldrá bien, aunque aún no dimensiona cómo será. "No me dan tanta emoción las ecografías, como que me quedo en blanco; las que lloran al ver la guagua y escuchar los latidos son mi mamá y la mamá de la Fran, que nos acompañan. Es que me cuesta visualizarme como papá; a lo más me imagino paseando la guagua en coche", dice. Matías está en primero medio de de un colegio industrial donde estudia Mecánica. El verano pasado, al saber que sería padre, trabajó en un packing de frutas, plata que ahorró para los gastos que vienen. "Cuando mi papá supo la noticia lo único que me dijo es que no podía echarme para atrás, que respondiera, pero que no dejara los estudios. Y en eso he estado, pero me preocupa lo que se viene para adelante: todavía me quedan tres años de colegio, para la Fran va a ser más difícil seguir estudiando y vamos a necesitar de mucha ayuda de nuestros padres para seguir adelante".

Escolar en mediación familiar

Busca trabajo compatible con el colegio con el colegio para pagar la pensión alimenticia de su hija y así derecho a salir con ella.

Juan Carlos Sánchez (18) faltó al colegio ese 4 de agosto de 2010 cuando nació su hija Martina, que hoy tiene un año y nueve meses. Entonces tenía 17 años y Manuela, 16; a pesar de que ya no estaban pololeando, aún tenían una onda amorosa y compartían la intención de responder de la mejor manera a lo que estaban viviendo. Pero con el paso de los meses, él decidió alejarse de ella como pareja. "La relación no dio, pero seguía comprometido con la Martina, aunque me costaba verla como hija: era como una hermana chica más bien. Me cayó la teja que era mi hija cuando empezó a decirme papá", cuenta. Desde que se distanciaron con Manuela, todo se fue poniendo más difícil. "Ella me dejaba ver a mi hija solo en su casa. Su familia no me hablaba. La onda era mala'", dice Juan Carlos, que tiene nueva polola. Desde hace un mes asisten a una mediación por iniciativa de él, que recurrió a esa instancia para poder salir con su hija y poder llevarla a su casa, lo que consiguió. "Estoy contento, pero nervioso, porque además se fijó una pensión alimenticia. En junio tengo que dar la plata y no la tengo. He ido a varias entrevistas de trabajo y no me ha resultado, por mis horarios del colegio. En el peor de los casos mis papás podrían ayudarme, pero no con todo, porque en mi casa no sobra la plata".

Ser papá: noticia de alto pánico

Estaba en cuarto medio, tenía excelentes notas y quería estudiar medicina. Pero saber que iba a ser papá le dio un vuelco a su vida.

"Fue choqueante saber que la Cata estaba embarazada. Llevábamos un año juntos, pero era un pololeo de cabros chicos. Uno jamás conoce tanto al otro para saber qué piensa respecto al embarazo, al aborto, a criar un hijo. Fueron conversaciones que se nos vinieron encima. Por mi parte, fue de alto pánico. Yo era muy estructurado. Hijo mayor de una familia bien constituida, con buenas notas, ganas de estudiar Medicina u Odontología, en mi colegio nadie se esperaba que me mandara un condoro así. ¿Cómo iba a decírselo a mis papás? Me torturaba pensarlo", dice Nicolás Sepúlveda, hoy de 20 años, que tuvo a Darío a los 18, cuando estaba en cuarto medio. Lloraba a mares cuando se lo contó a sus padres. "¿Por qué te sientes tan mal?, me preguntó mi papá, yo dije porque pensaba que iba a desilusionarlo. 'La única forma en que me decepcionarías, es que no te hagas cargo', me respondió y me dijo que iba a apoyarme. Sentí un alivio tremendo". Nicolás está estudiando Derecho en la Universidad Católica, porque descartó Medicina, entre otras cosas, porque es una carrera demasiado larga si se tiene un hijo. Su polola estudia párvulos. Ambas familias los apoyan en lo económico para que saquen sus carreras y ellos compatibilizan sus horarios para cuidar a su hijo que en la mañana va al jardín. "Sé que sin ese apoyo todo habría sido distinto, porque así y todo es difícil. Muchas veces pensé mandar todo a la cresta de puro estresado. Pero con el tiempo me acostumbré. Con la Cata siempre nos preguntamos en qué estaríamos si no estuviera Darío. Seguramente carreteando, algo que casi no hacemos. Porque para nosotros estar con Darío es más reconfortante que una noche de juerga", dice.

Un hijo a los 15

La familia de ella lo rechazó y él se alejó hasta que su hijo cumplió 3 años. Hoy recupera el tiempo perdido.

"Tuvimos un mal comienzo", dice Manuel Oróstegui, hoy de 25 años, al referirse a su debut en la paternidad. Él tenía 15 años cuando supo que sería padre. Su polola, Daniela, también y a los dos meses de embarazo no quiso verlo más. "La familia de ella me rechazó. Su padre y hermano estaban furiosos. Yo estaba contento de ser papá, pero no supe manejar ese rechazo. Me dolía que si le llevaba cosas para la guagua no me las recibieran. Por eso dejé de ir a verla", cuenta. Sí fue a la clínica cuando nació y al primer cumpleaños de Matías, pero las visitas fueron intermitentes hasta que cumplió 3 años y el niño empezó a preguntar por su papá, lo que conmovió a su madre. "Ella se dio cuenta que mi hijo me necesitaba, por eso me llamó y me preguntó si realmente quería estar con Matías. Le dije que era lo que más quería en el mundo". Con el tiempo, Manuel volvió con Daniela, con quien se fue a vivir hace dos años y tuvieron un nuevo hijo, Diego, que tiene un año y medio, y esperan un tercero. "Lo fuerte de volver a ser papá, es que al ver a mi hijo chico crecer, veo lo que me perdí con el mayor: su primer paso, su primera palabra. Lamento no haber luchado más por él cuando era chiquitito y eso se debió a mi inmadurez. Hoy no dejaría que nada nos separe".

16 años después

Aunque en la calle alguien pueda confundirse, esta pareja son padre e hija con apenas 16 años de diferencia.

Es lunes, son las cinco de la tarde, y Claudio Cabrera (33) espera fuera del colegio San José de San Bernardo que su hija salga de clases. Aunque él tiene 33 años, no es una alumna de básica a quien espera. Sino a una joven de un metro sesenta que está en tercero medio: Javiera, que tiene 16. "No deja de emocionarme verla tan grande, tan linda, tan inteligente. Para que ella estuviera bien y sea lo que es hoy, pasamos por tantas cosas difíciles", dice Claudio, que tuvo a esta hija a los 17 años, cuando estaba en tercero medio. Su polola tenía 18 y estaba en cuarto. Y, si bien ambos tenían planes de sacar adelante una carrera, se demoraron mucho más en concretarlo porque tuvieron que cuidar a esa hija y trabajar. Empaquetador de supermercado, carpintero en una fábrica de instrumentos musicales, ayudante de topógrafo. Hizo de todo para generar ingresos y también se las arregló para estudiar Ingeniería en Informática, carrera que cursó en forma vespertina, y de la que egresó recién a los 28 años. "Cuando uno es papá adolescente está obligado a aperrar, no queda otra. Pero una vez que capeas la crisis, eso rinde frutos: te vuelves más responsable, maduras de golpe, creces. Y, si has sido persistente en estar al lado de tu hija, todo ese esfuerzo y ese cariño a la larga se te devuelve".

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