Phoenix: Rehabilitación al estilo antroposófico

¿Qué haría si su hijo cae en una adicción a las drogas y la solución que le ofrece la medicina tradicional es encerrarlo en una clínica siquiátrica y mantenerlo bajo control con sicofármacos? Dos madres se abrieron a una alternativa distinta. Internaron a sus hijos en un centro antroposófico especializado en traumas y adicciones en el que no hay enfermeras ni rejas y que en vez de antidepresivos utilizan remedios naturales. Se llama Phoenix y, según ellos, con ese método obtienen 70% de éxito en sus rehabilitaciones.




Paula 1108. Sábado 10 de noviembre 2012.

Hace ocho años la sicóloga Alicia Sauré (59 años) se vio enfrentada a la mayor angustia que ha pasado como madre: su hijo mayor, entonces de 23 años, tenía problemas serios con las drogas, al punto que ella temió por la cordura y la vida de él. "Aunque comenzó a fumar marihuana a los 15 años, al salir del colegio fue empeorando; empezó a tomar éxtasis, LSD, jarabe para la tos. Intentamos controlarlo, ponerle reglas, supervisar sus amistades. Pero nada dio resultado. Todo hizo crisis la noche en que sufrió un accidente en moto, borracho. Carabineros me despertó a las 4 de la mañana y aunque solo sufrió magullones, fue el aviso de que teníamos que hacer algo de forma más enérgica", dice. Prácticamente a la rastra, Alicia llevó a su hijo a la consulta de 3 sicólogos, 4 siquiatras y a una terapia familiar ambulatoria. Pero su hijo mentía, faltaba a las sesiones y no se tomaba los remedios que le recetaban. Su consumo se volvió descontrolado. Meses después Alicia lo encontró deambulando por la casa con la mirada errática, alucinando. "Le pregunté qué había tomado y admitió que la noche anterior tomó siete pastillas de un fármaco muy fuerte contra la epilepsia. Me aterré. Era la primera vez que lo veía tan fuera de sí, como un loco. Con su papá vimos que el riesgo de que le pasara algo en ese estado era muy alto. Así que decidimos internarlo de urgencia".

Lo llevaron a una clínica siquiátrica en Ñuñoa, donde pasó 15 días. "Fue horroroso. Me encontré en un lugar lleno de enfermeras y esquizofrénicos que arrastraban una silla todo el día, jóvenes con intentos de suicidio, gente que gritaba. El siquiatra iba una vez por semana, dejaba sus recetas y se iba, no conversaba con nosotros. No había nadie que nos diera alguna orientación como padres. Fue doloroso ver a mi hijo pasar todo el día dopado viendo tele", recuerda.

Se llevó a su hijo de vuelta a la casa, con una receta de antidepresivos y sesiones de sicoterapia todas las semanas. No funcionó. "Mi hijo estaba cada vez más ido y más triste. Lo vigilábamos, pero seguía fumando pitos a escondidas. Su hermana, que siempre había sido su yunta, estaba muy angustiada por él. Yo no podía estar las 24 horas cuidándolo y la única alternativa que me ofrecía la medicina tradicional era volver a internarlo en una clínica siquiátrica donde iba a estar todo el día dopado. No sabía qué hacer. Fue en ese momento que recibí una información caída del cielo", dice. Su hijo se encontró con su antigua parvularia de prekínder, que lo quería mucho. Ella se dio cuenta de estaba metido en drogas y le habló de un centro antroposófico especializado en jóvenes con adicciones. "Luego de escucharla, mi hijo averiguó y fue a una entrevista. Al volver a la casa, me dijo que había encontrado el lugar donde podía sanarse".

La comunidad terapéutica

Phoenix es la primera iniciativa clínica antroposófica especializada en adicciones, trauma y dolor gestada fuera de Europa. Su foco principal son los adolescentes y adultos hasta 35 años. Muchos llegan con adicción a una o a varios tipos de drogas: cocaína, alcohol, aerosoles, alucinógenos, marihuana, pastillas. Otros se tratan por adicción al juego, a internet, a las compras, o porque sufren trastornos de sueño severos, depresión y crisis de pánico. También trabajan con pacientes de todas las edades que han sufrido traumas severos como accidentes, violencia intrafamiliar, abandono, abuso sexual y pérdida de seres queridos. Como institución fundamentada en la medicina y sicología antroposófica, su visión es tratar al ser humano en forma integral y holística. "Pensamos que las adicciones, y otras enfermedades, son síntomas que están escondiendo dolores que arrastran las personas muchas veces desde su primera infancia. Nosotros trabajamos viendo el origen de la enfermedad, no el síntoma", dice Adriana Masieri, directora de Phoenix.

"Trabajamos viendo el origen de la enfermedad, no el síntoma", dice Adriana Masieri, directora de Phoenix. "Pensamos que las adicciones, depresiones y otras enfermedades son síntomas que están escondiendo dolores que arrastran las personas muchas veces desde su primera infancia", agrega.

Esta comunidad terapéutica, única en su tipo en Latinoamérica, fue fundada en 1996 por dos extranjeras radicadas en Chile: la brasileña Socorro Cordeiro, medicocirujano

general antroposófica y presidenta de la Asociación de Medicina Antroposófica de Chile, y por la sicóloga argentina de la Universidad John F. Kennedy, Adriana Masieri. Está inspirada en tres instituciones europeas antroposóficas en las que trabajó Adriana a principios de los 90. El centro para adicciones Arta, la clínica siquiátrica alemana Fachklinik Melchiorsgrund en Holanda, y la clínica Foundation La Clariere, en Suiza, para niños adictos. "De ellos aprendimos la estructura terapéutica, el trato humano y cuidado maternal al paciente y el respeto a sus familias, de no juzgar", afirma Adriana. Además, Socorro Cordeiro se formó como médico antroposófica en la clínica Tobías, de Brasil, donde aprendió la importancia de las biografías  en la sanación del paciente.

Phoenix está ubicado en una casa antigua en Ramón Cruz, Ñuñoa, con piso de parquet, habitaciones luminosas con ventanales, vista a la cordillera, un jardín grande con pasto, árboles añosos y una piscina que los pacientes pueden usar en el verano. En el segundo piso tienen capacidad para alojar hasta 6 pacientes internados. Además, atienden a unas 50 personas en forma ambulatoria. Su equipo profesional está compuesto de seis sicólogos, una medicoantroposófica, dos arteterapeutas y una masajista rítmica. En lugar de enfermeras, tienen cuidadores egresados de sicología, que hacen turnos para acompañar a los jóvenes internados.

Cada paciente recibe una propuesta terapéutica donde se integran sesiones de sicoterapia, medicamentos antroposóficos, actividades de arte y teatroterapia, masajes, ejercicios para restablecer la fuerza física, horarios definidos para dormir y para levantarse y una alimentación baja en estimulantes como café, bebidas fosfatadas, azúcar y grasas. Tampoco permiten el uso de televisión, computador, radio y celular. "Muchos jóvenes llegan con sus ritmos muy desajustados, durmiendo y comiendo a cualquier hora, hiperestimulados por un exceso de televisión e internet. Aquí generamos una estructura de sueño, vigilia y de sana alimentación, en la que ellos pueden descansar y recobrar su salud", dice la directora.

A diferencia de una clínica siquiátrica tradicional, en este centro no hacen curas de sueño, no utilizan el encierro preventivo y en lo posible, no recetan antidepresivos, tranquilizantes ni ningún tipo de sicofármacos. Por lo mismo, no reciben a pacientes que requieran ser encerrados por su seguridad. "No trabajamos con personas que estén en situación de riesgo propio ni ajeno", dice Adriana Masieri. Ella afirma que el porcentaje de éxito que han tenido en el tratamiento de adicciones con este sistema es de 70%. Esta medición incluye un seguimiento de siete años después del alta. A pesar de no tener barrotes ni muros altos, subraya que en sus 17 años de funcionamiento nunca se les ha escapado un paciente.

EL EQUIPO LO COMPONEN SEIS SICÓLOGOS, UNA MEDICOANTROPOSÓFICA, DOS ARTETERAPEUTAS Y UNA MASAJISTA RÍTMICA.

La recuperación

Alicia Sarué dice que desde su primera entrevista con la directora de Phoenix, experimentó un alivio. "Adriana me escuchó y yo exploté en llanto en su consulta. Pude soltar toda la angustia que sentía. Me dijo 'tu hijo está con mucha pena y está destruyéndose. Él entiende que está en un punto de vida o muerte y quiere sanarse'. Acepté porque era un lugar calentito, que lo acogía y lo veía como un chiquillo que estaba sufriendo y pedía ayuda. Además, había sido una decisión de él" recuerda.

El lunes siguiente, Alicia llevó a su hijo a internarse en Phoenix por tres meses. Llevaron una maleta con su ropa, sus cosas de aseo, y sin nada de colonias ni desodorantes con alcohol. Esto último, le explicaron, porque los chicos en desintoxicación podían llegar a tomárselos. Todo lo que trajeron fue revisado. "Nada se hacía en secreto y eso me gustó", dice Alicia.

Desde su entrada a Phoenix, el hijo de Alicia comenzó la abstinencia de drogas. Además, se coordinaron con su siquiatra para bajar gradualmente las dosis de antidepresivos. Para enfrentar la ansiedad por consumir que sufrió las primeras semanas de desintoxicación, le daban gotitas, cápsulas e inyecciones de medicamentos antroposóficos, de laboratorios alemanes fabricados con ingredientes naturales. "Estos medicamentos nos permiten aliviar las crisis de abstinencia sin el uso de sicofármacos. La ventaja es que no generan adicción y el paciente puede vivir su desintoxicación de manera consciente", afirma Adriana Masieri. Esto se complementaba con masajes rítmicos (los que supuestamente ayudan a desintoxicar y armonizar el organismo) y el uso de flores de Bach.

Durante esos tres meses, el hijo de Alicia siguió una rutina ordenada: se levantó a las 7 de la mañana, desayunaba, hacía ejercicios y participaba en distintas actividades terapéuticas, como música, teatro o arteterapia que le permitían recuperar sus capacidades de percepción y concentración, deterioradas con las drogas. Además, asistía a sesiones de sicoterapias grupales e individuales. Todas las semanas, Alicia iba a verlo con su abuela y sus hermanos. "El trabajo que hicieron fue cuidadoso, amoroso, con mucho respeto hacia él y a nosotros. Veía a mi hijo cada vez más presente y lúcido", afirma. Paralelamente, comenzaron las terapias familiares cada diez días. "Lo que fue aflorando fue que absorbió las situaciones traumáticas que sufrió nuestra familia cuando él era chico. Él nació en Francia, donde yo y mi ex marido vivimos exiliados cinco años. La reinserción en Chile fue muy dura. Regresamos en plena dictadura con miedo e incertidumbre y al año siguiente, nuestro matrimonio se terminó. Mi hijo, siendo chiquitito, se vivió el dolor nuestro, y esos cambios que no alcanzó a comprender. Fue liberador ver el proceso de él: de un joven que no hablaba pasó a ser un hombre que se estaba haciendo cargo de sí mismo", recuerda Alicia. La intervención fue tan exitosa, que el hijo de Alicia Sarué después de un año de tratamiento pudo rehacer su vida. Ahora, con 32 años, está casado, tiene una hija y formó una pequeña empresa de turismo en el sur. Alicia quedó tan agradecida y contenta con el modelo terapéutico de Phoenix que se integró al equipo como sicóloga. Ahora coordina las terapias familiares de personas que llegan al centro en busca de ayuda.

Sin dormir

A mediados de 2009, Renata (su nombre fue cambiado), periodista, llegó a Phoenix en una situación desesperada. Su hijo Felipe, de 16 años, sufría un trastorno de sueño severísimo, que lo hacía tener 64 apneas por noche, en las que se ahogaba cada vez que se empezaba a quedar dormido. Se dormía a las 7 de la mañana y despertaba a las 4 de tarde. Además, estaba deprimido y era agresivo con sus padres y hermanos chicos. "A Phoenix llegué después de probarlo todo. Lo había llevado a 5 siquiatras diferentes, a sicólogos, neurólogos, a dos clínicas especialistas en sueño y la medicina tradicional no me daba una solución. Internarlo me parecía una medida extrema, pero ya no quedaba otra opción. Mi hijo estaba como un ente y mi familia ya no podía más con esta situación", recuerda Renata.

Para enfrentar la ansiedad por consumir, les dan a los pacientes gotitas y cápsulas de medicamentos antroposóficos. "La ventaja es que no generan adicción y pueden vivir su desintoxicación de manera consciente", dice Adriana Masieri, sicóloga argentina y directora de Phoenix.

Felipe es el mayor de tres hermanos hombres. Desde los 8 a los 14 años vivió en Rio de Janeiro con su familia. "Allá, Felipe surfeaba y llevaba su pelo rubio bien largo. Y pasamos, de esa vida relajada, a vivir en Chile y trabajar como si no hubiera mañana", recuerda Renata. Felipe tenía 14 años y comenzó a portarse mal en el colegio, estaba rabioso. "Al año de volver a Chile nos separamos con su papá y fue feroz para todos. Felipe, que era muy sensible, veía venir esta descomposición familiar desde mucho antes y por eso estaba tan enojado. Pero yo tenía poca capacidad en ese momento para contenerlo", reconoce Renata. Llevó a todos sus niños a terapia para sobrellevar la separación, pero el que estaba más fuera de control era Felipe. Deambulaba por la casa a las 4 de la mañana, pasaba la noche entera jugando en el computador o viendo televisión. De día estaba furioso. Peleaba con su papá, insultaba a su mamá, pegaba portazos, tiraba cosas. En la mañana no despertaba. Sus hermanos volvían del colegio y él estaba recién levantándose.

"Los doctores le diagnosticaron trastornos de sueño, de personalidad, depresión y otras enfermedades de origen sicológico, por la angustia de vivir en esta familia tan descompuesta", dice Renata. Fue entonces que la siquiatra de Renata, Rosita Aguirre, le recomendó llevarlo a Phoenix. "Tengo conocimiento de pacientes jóvenes que no tuvieron buen resultado con tratamientos tradicionales que en Phoenix han tenido un buen proceso y han podido estudiar y terminar sus carreras", señala la doctora Rosita Aguirre, siquiatra de la Universidad de Chile, explicando por qué le dio este dato a Renata.

Renata pidió una entrevista con Adriana Masieri y le contó su caso. Ella le dijo "Tu hijo necesita internarse y es un tratamiento largo". A Renata le pareció demasiado radical la idea de internar a su hijo de 15 años. Durante el año siguiente Felipe estuvo medicado con antidepresivos y fármacos para ayudarlo a dormir. Estuvo una semana interno en la clínica San José de Las Condes para sacar los fármacos de su organismo y así poder monitorearlo mientras dormía. Ahí descubrieron que sufría 64 apneas de sueño por noche. Es decir, se ahogaba 64 veces cada vez que dormía y eso le daba pesadillas.

Esa semana que Felipe pasó internado fue un respiro de las peleas diarias. Pero a la madre le preocupaba no verlo mejorar. Y volvió a Phoenix. "A pesar de que me rompía el corazón separarme de Felipe, sentí que podía confiarles a mi hijo. Lo que me gustó fue la certeza que me dieron de que esto tenía solución, y Felipe podía salir del hoyo en que estaba. A los siete días de estar internado en Phoenix, me llamaron a las 8 de la mañana y me dijeron 'tu hijo está levantado, trotando en la plaza con los otros chicos'. Para mí era un milagro", dice Renata.

Fue un proceso lento, en el que Felipe estuvo un año durmiendo en Phoenix antes de estar listo para volver definitivamente a su casa. Su colegio envió a un profesor a hacerle clases particulares y gracias a eso terminó cuarto medio. Ya está tan recuperado que dio la PSU y este año entró a estudiar Periodismo. Él resume así su proceso: "Cuando entré a Phoenix estaba convertido en un ente. Me quedaba dormido parado, no podía seguir el hilo de una conversación en las terapias grupales. El primer día me hicieron levantarme a las 12, lo que para mí era algo impensado, inhumano. Y al día siguiente a las 9, y al siguiente, a las 8. Obedecí porque sabía que era eso o me moría. Teníamos que hacer el desayuno, las camas, barrer afuera, limpiar los baños, lavar los platos. Salíamos a hacer ejercicios a una plaza, cocinábamos nuestro almuerzo y en la tarde teníamos actividades: arte, teatro, música, terapias grupales e individuales. Al principio estaba tan triste y tan necesitado a aferrarme a algo para vivir, que ahí me sentí querido. Pero nunca me trataron como un pobrecito. De a poco fui hablando de las cosas que me pasaban. Y eso es difícil. A veces me daban ganas de irme, pero sabía que tenía que seguir, porque me sentía cada vez mejor. Hay que ser valiente para conocerse a uno mismo", dice.

Renata, además de recuperar la salud de su hijo, asegura que de su período de tratamiento en Phoenix también ganó herramientas para manejar mejor los límites. "Con mis hijos menores soy mucho más estricta. En mi casa a las 11 está todo desenchufado. Y, si alegan, les digo 'porque soy tu mamá y punto. A las 11 se apaga el computador, las luces y si no hacen caso, les corto la luz. Pensar que un niño de 14 años va a saber cuándo parar de jugar al video juego es una tontera. Ellos necesitan límites externos. Después cuando crecen los internalizan. Así que ahora soy bien tolerancia cero en mi casa", afirma.

Emergencias emocionales

El foco principal de Phoenix son los adolescentes, jóvenes y adultos jóvenes. Pero también tienen un servicio de internaciones breves, de una o dos semanas, para personas de todas las edades, que acaban de sufrir situaciones muy traumáticas y crisis vitales, como la pérdida de un ser querido, separaciones matrimoniales, o profesionales con "burn out". "Asistimos a las personas que están sufriendo una crisis emocional muy fuerte en su vida y que requieren de contención, cuidado y paz por un tiempo breve de manera urgente", dice Adriana Masieri. Son lo que en Phoenix llaman "emergencias emocionales".

Como el caso de Daniela, abogada de 38 años, 1 que a principio de año se internó en Phoenix durante una semana luego de separarse de su pareja. "Fue una ruptura muy inesperada y traumática, que me angustió a un nivel antes desconocido para mí", recuerda Daniela. Después de un mes de recurrentes crisis de pánico, acudió a una sesión con Socorro Cordeiro en Phoenix. "Me recomendó internarme unos días. En cualquier otro momento de mi vida lo hubiera encontrado exagerado, porque tengo un hijo, un trabajo y responsabilidades. Pero estaba tan botada, que no veía ninguna posibilidad de salir adelante sola", dice.

Durante una semana, durmió en Phoenix, cocinó y comió con los jóvenes internados, participó en las actividades artísticas, recibió dosis de medicina antroposófica y sesiones de terapia. "Fue absolutamente reparador: pude dormir bien cada noche y tuve abundantes sesiones de psicoterapia que me ayudaron a aclararme. Después de esa semana, salí mejor parada para retomar mi vida y tomar decisiones", dice.

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