Un año viajando en familia

A fines de 2012 Edgardo Songer y Giovanna Raineri renunciaron a sus trabajos, sacaron del colegio a sus dos hijos, echaron mano a sus ahorros y cargaron un jeep con carpas, sacos de dormir, cocina, ropa y comida. Querían vivir como familia la experiencia de explorar profundamente Chile, de punta a cabo. Hoy, un año después, cuentan lo que han aprendido en esta aventura próxima a llegar a su fin.




Paula 1138. Sábado 18 de enero de 2014.

Desierto de Atacama. En el parador de CONAF de un sendero de trekking del Parque Nacional Pan de Azúcar, una hormiga arrastra el cadáver de una mosca. La mueve unos milímetros y descansa. Es la única vida en esas montañas escarpadas y áridas bajo el sol castigador de la III Región. Más unos pocos cactos y un arbusto (lechero) cuyo principal atractivo parece ser producir alergia. De pronto, a lo lejos, interrumpe la postal un hombre caminando con una enorme mochila y la cabeza envuelta como un beduino. Edgardo Songer (45), su hijo Cristián de 10 años, yo y hasta la hormiga desviamos la vista hacia el intruso que se dibuja lentamente en el horizonte abrasador.

Una lagartija aprovecha el lapsus y le arrebata la presa a la hormiga.

–Gola– saluda el intruso, un mochilero con acento alemán.  –Soy Anselm–, dice saludando a Edgardo y a su hijo Cristián.

El veinteañero turista alemán responde todas las preguntas. De dónde viene, qué hace, para adónde va. Hasta que llega el momento de inquirir a él.

–¿Y ustedes de dónde son?– le pregunta al padre y a su hijo.

Y Edgardo, como la hormiga, duda un segundo. Mira a su hijo que juega con sus sandalias y dice por fin:

–¡De ninguna parte! Jajajá.

Bueno. No es tan así. Edgardo y su familia hoy día no pertenecen a ningún lugar. Son una familia en viaje. Nómadas.

En esta última semana estuvieron en el Valle de Elqui. Un lugar que los atrapó por un poco más de una semana. Recorrieron Montegrande, Cochiguaz, Alcohuaz. La semana anterior, la zona de Olmué, Limache y Granizo, donde cruzaron ese como jardín jurásico que es la Reserva de Palma Chilena de Cerro La Campana. Antes estuvieron en Pichilemu y Santa Cruz. Y mucho antes: recorrieron cada rincón de la Patagonia y Tierra del Fuego. Llegaron hasta la Isla Navarino, donde está Puerto Williams.

A fines de 2012 Edgardo Songer y su mujer, Giovanna Raineri (41), renunciaron al trabajo como guías que tuvieron por 18 años en los Hoteles Explora, sacaron del colegio a sus dos hijos Sebastián (13) y Cristián, echaron mano a sus ahorros y cargaron un jeep Land Rover con carpas, colchonetas, sacos de dormir, cocina, ropa y comida. Querían vivir como familia la experiencia de explorar profundamente Chile, visitando rincones amenazados de sufrir cambios y aprender juntos, padres e hijos, de la tierra y su gente.

"Desprendernos. Llevar lo indispensable. Trabajar en equipo. Entender que lo inesperado puede ser maravilloso. Y, sobre todo, no abandonar los sueños", es el decálogo que guía el viaje de los Songer Raineri.

"Desprendernos. Llevar lo indispensable. Trabajar en equipo. Entender que lo inesperado puede ser maravilloso. Y, sobre todo, no abandonar los sueños", colocaron como decálogo en el blog en el que comenzaron a registrar esta aventura y en la portada de su página de facebook. Y partieron.

El viaje comenzó por el sitio más austral al que puede llegar un chileno: Puerto Williams, en Isla Navarino. Un pueblo perdido en un laberinto geográfico con apenas 1.600 habitantes y que recibe turistas 99,9% extranjeros. Arribaron ahí en enero de 2013, poco después del Año Nuevo.

–Nos tomó 30 horas de navegación en ferry desde Punta Arenas. Por los canales, cruzando glaciares, fiordos– dice Edgardo. El ferry llega hasta el Canal Beagle, en cuyo extremo oriental están las famosas islas Picton, Nueva y Lennox que casi nos cuestan una guerra campal en 1978.

Ahí conocieron a Cristina Calderón, la última yagana. Cristina ha salido en documentales, fue reconocida como tesoro humano vivo por el Consejo de Monumentos Nacionales. En enero pasado venía llegando de un encuentro de ancianos indígenas en San Pedro de Atacama.

–¡La señora tiene más de ochenta pero una energía única! Viaja para donde la inviten– cuenta Giovanna. –¿Qué nos dejó ese encuentro? No lo sé. Supongo que se irá decantando. Pero cuando a los niños en el colegio le pasen los pueblos de la Patagonia van a poder decir: "yo estuve con la última yagana". Y no es que lo hayan visto en un libro. ¡Estuvieron con ella!

Le trato de sonsacar a Sebastián (el hijo de 13 años) una frase sobre ese encuentro tan trascendente para su vida y me dice ordenando su larga melena y levantando la cabeza del celular:

–Era bien callada la señora.

Ahí en Isla Navarino recorrieron los bosques en miniatura (de hongos) del Parque Omora, y fueron hasta Villa Ukeka, donde viven los descendientes yaganes.

Después subieron a Tierra del Fuego y recorrieron la Cordillera de Darwin, Pampa Guanaco, Yendegaia y llegaron hasta Puerto Yartou, frente a Isla Dawson. Enrique Couve, un ornitólogo que hace observación de aves en Yendegaia, en la Estancia Cameron, les dio el dato pero no les advirtió lo difícil que era. Al regresar les dijo:

–¡Llegaron! Deben ser uno de los pocos chilenos que han ido hasta allá.

Sin saber cruzaron un río por el que entra la marea y deja aislados a muchos turistas.

–No me acuerdo dónde era eso– interrumpe Cristián de 10 años.

–Donde vimos el huillín.

–Ahhh… sí.

–Vimos una especie de nutria y la buscamos en el libro –una guía de flora y fauna chilena que llevan en la guantera del auto– dice Giovanna.

Hoy esta familia es especialista en flora y fauna nativa. Y en geografía. Llegaron hasta el Monte Tarn, que ascendió Darwin, la última montaña de Chile continental.

Después, cuando recorrieron la Patagonia, llegaron hasta el último punto de la Carretera Austral, Candelario Mansilla. Y en Chaitén ascendieron al cráter del volcán. Y recorrieron el Parque Pumalín. Les han pasado un sinfín de cosas. La más grave, un accidente de Edgardo en la montaña, que sufrió fracturas en la columna mientras descendía en snowboard en el Volcán Villarrica. Si no fuera porque iba con un par de deportistas experimentados en primeros auxilios, no la cuenta.

–La kinesióloga con que me rehabilitaba en Villarrica –donde tuvieron que parar un mes y medio– me dijo que el viaje llegaba hasta aquí. Y yo le respondía: "no, el viaje empieza cuando te pasan cosas".

Una vez recuperado, retomaron el viaje. Con más calma, pero siguieron. Cuando los encontré en el Parque Nacional Pan de Azúcar, Edgardo recién había vuelto a trotar.

24 HORAS AL DÍA JUNTOS

En noviembre de 2012 los Songer-Raineri estaban invitados a un bautizo en Rapa Nui, donde vivieron 8 años. Se les hacía tarde. Edgardo y Giovanna apuraban las tareas del hotel Explora para no salir tan tarde. La nana debía partir. El hijo mayor no quería ir. Cristián, el menor, empezó una pataleta.

Edgardo visualizó con terror el viaje que se habían propuesto para el año siguiente:

–¿¡24 horas al día, 365 días, soportando a estos cabros!?–, pensó entonces.

Pero ahora, casi completando el año desde que partieron, la reflexión es otra:

–Yo creo –dice Edgardo poniéndose serio– que no conocía realmente a mis hijos. ¡No como ahora! Les conozco las mañas, los detalles del humor. ¡Los conozco como personas, no solo como hijos!

Casi todas las familias consumen la mayor parte de su tiempo en el trabajo y el colegio. Ellos, no. A lo más se pueden cambiar de carpa: tienen dos, una para los padres y otra para los hijos aunque a veces se intercambian y duermen padres con hijos. Además, tampoco tienen la presión de hacer rodar los engranajes de ninguna maquinaria.

–Si a alguno le da por hacer berrinche lo dejamos, hasta que se le pase –dice Giovanna–. Porque gran parte del estrés de las pataletas es que hay que seguir funcionando. Que vas a llegar tarde al colegio, que se atrasa el almuerzo, que hay que lavar la ropa, que hay que salir… acá nosotros no tenemos ningún apuro.

Hay una curiosa distensión en esta familia. Veo a los dos hijos metidos en el mar hasta las ocho de la tarde, haciendo bodyboard y no escucho ningún grito de "vengan a comer" o "ándate a duchar que se atrasa la comida". De hecho, los dos adolescentes están en la edad que no son muy amantes de la ducha. Y sus padres los dejan. Porque, además, eso elimina el rollo de tener que lavar ropa permanentemente. Cosa que siendo una familia nómada es bastante problemática.

Giovanna cree que se ha hecho mejor mamá en este viaje.

–Antes sabía cocinar solo cosas básicas. Mi mundo era el trabajo. Coordinar con la nana. Ahora aprendí a hacer cosas ricas, recetas con quínoa, y a disfrutarlo.

Aunque Sebastián, el hijo mayor, cuando oye el nombre del ingrediente aimara arruga la frente.

Giovanna es vegetariana. Y Edgardo dejó el azúcar y la sal refinada. No son fanáticos de nada: ni ecologistas, ni veganos, ni anticristos, ni buscadores de ninguna verdad.

Los niños, menos. Cada vez que llegan a una cabaña o alojan en un centro urbano Cristián pregunta si hay tv cable y Sebastián si tienen wifi.

Este último, si tiene suerte, se comunica con sus amigos por skype, actualiza su facebook y se conecta a la sala de multijuegos on line de Mind Freak. Ahí chatea con sus contrincantes. Hace poco a un adolescente argentino le contó que estaba de viaje por un año con sus padres.

–¿Y no vas al colegio?– fue la primera pregunta de su rival virtual.

–No. Me sacaron por todo este año.

–Ooohhh– le dijo el niño argentino a Sebastián– te deben querer mucho tus papás.

"Queríamos enseñarles a los niños el Chile profundo, pero nunca pensamos que en todos lados veríamos letreros que dicen: No a la represa tanto; No a tal hidroeléctrica. O sea, por suerte hicimos este viaje ahora. Porque en unos años más muchos de estos lugares habrán cambiado o no estarán", dice Edgardo.

LAS MOTIVACIONES

Edgardo es profesor de Educación Física. Giovanna es traductora de inglés. Nacieron en Santiago, pero se conocieron y se casaron hace 18 años mientras vivían en las Torres del Paine, cuando trabajaban como guías en el primer Hotel Explora. Era su primer trabajo. Ahí vivieron 4 años.

Luego se fueron a abrir el Explora de San Pedro de Atacama donde vivieron otros 6 años. Ahí tuvieron a su primer hijo, Sebastián. Y los últimos 8 años los pasaron trabajando en el Explora de Rapa Nui, donde nació su segundo hijo Cristián.

Los adolescentes son prácticamente pascuenses. Cada tanto se les salen palabras rapa nui para distintas cosas: hoa, uta, otea. Incluso Edgardo, el padre, fue adquiriendo el fenotipo pascuense. Y cuando le da por imitar el tono imperativo del rapa nui (que carece de los términos por favor y gracias) le sale perfecto y los que están cerca, obedecen corriendo.

Edgardo se hizo conocido en ciertos círculos deportivos, porque organizó con un grupo de guías "rapa" la primera ascensión al volcán Licancabur en 2010 donde por primera vez en la historia la bandera rapa nui se clavó en una montaña de los Andes. Todo un evento deportivo para los pascuenses.

Sin embargo, ninguno de ellos logró echar raíces en la isla y decidieron volver. Sebastián lo explica mejor:

–Pascua es una etapa. Yo volvería a la isla a ver a mis amigos. Pero ahí no sé, no me veo creciendo. Uno necesita algo más.

–¿Qué?– le pregunto.

–No sé.

Es curiosa la sensación que transmiten ellos de mirar a este largo país desde un punto al medio del mar. Quizás por eso viajan ahora por Chile, para encontrar su lugar en el mundo.

Además, una serie de sucesos los fueron empujando al aeropuerto de Mataveri.

Todo empezó con el accidente del avión de la Fach, en Juan Fernández. Ellos trabajaban codo a codo con Marcela Sigall la madre de Felipe Cubillos, el líder de Desafío Levantemos Chile que murió en ese accidente.

–Como él había dado la vuelta al mundo en velero –dice Giovanna– quisimos ir a verlo para que nos explicara cómo lo hizo. Teníamos concertado un almuerzo.

De hecho, cuando aún no aparecía el avión llamaron a la señora Marcela y ella, con su humor negro que tiene, les dijo: "parece que no va la reunión con Felipe".

Además, en el avión iba Jorge Palma, un ingeniero que conocieron en los trabajos de Explora en la Patagonia y en San Pedro de Atacama.

Y se murió otra amiga de Giovanna en Rapa Nui. Y una _leucemia repentina atacó al padre de Edgardo. Duró 7 meses.

Todo eso en un año.

–De una manera u otra todas esas tragedias nos decían: ¡La vida hay que vivirla ahora!– dicen.

Echaron el guante a casi todos sus ahorros y solo se quedaron con un departamento en Villarrica que pusieron en arriendo. En vez de invertir en un negocio o una propiedad decidieron comprarse una experiencia inolvidable. Buscaron posibles auspiciadores y partieron. Un año al vacío. Hoy tienen 938 seguidores en facebook y hasta un logo, pegado en la ventana del jeep, que les diseñó un amigo en Punta Arenas y en el que se lee: Nómades2013.

Les han pasado un sinfín de cosas. La más grave, un accidente en la montaña de Edgardo, que sufrió fracturas en la columna mientras descendía en snowboard en el volcán Villarrica. "La kinesióloga con que me rehabilitaba me dijo que el viaje llegaba hasta aquí. Y yo le respondía: "al revés, el viaje empieza cuando te pasan cosas".

LA LIBERTAD

Los Songer Raineri no viajan con un plan preconcebido. Si en algún sitio algo los atrae se quedan más días. Si no están a gusto, se largan pronto. En medio del viaje se dieron cuenta que venían las elecciones presidenciales y ellos estaban totalmente colgados.

–Así que nos desviamos a Chillán para oír a Sfeir– dice Giovanna. Y nos gustó tanto que nos pegamos el viaje (en avión) a San Pedro de Atacama (donde están inscritos) a votar por él.

Cuando pasaban por Concepción vieron un seminario de "Educación en casa" que les llamó la atención. Y dijeron ¿Por qué no? Estuvieron dos semanas en eso.

El tema de la educación lo tienen entre cejas. Durante un almuerzo comentan que se enteraron por facebook que el gobierno eliminó Geografía de los contenidos básicos de la educación primaria.

–¡Geografía! –dice Edgardo, que es profesor de profesión aunque nunca ejerció –¡La mayoría de los chilenos no sabe dónde está parado!

En el almuerzo comemos aceitunas de Huasco, aceite de oliva de Elqui, una carne ahumada de Capitán Pastene, un merquén de Lago Budi, sal de mar de Maicolpué.

–¿Cuántos niños pueden decir que a los 13 o 10 años han recorrido Chile entero?– le pregunto a Cristián. Él sólo se ríe.

Con su padre está leyendo Perico trepa por Chile, de Marcela Paz y Alicia Morel. Después se preguntan dónde está tal cordillera o tal isla descrita en el libro. Qué cosas han cambiado en el paisaje.

–Y justamente Perico empieza su viaje en Lago de los Cisnes en Porvenir, más o menos por donde empezamos nosotros– dice Giovanna.

Claro que Perico relata una Tierra del Fuego solo habitada por ovejas, huillines y guanacos.

–Nosotros vimos un castor– dice Cristián. Refiriéndose al enorme roedor de árboles introducido por peleteros en la Patagonia y que produce un enorme daño. Diezma bosques, embanca ríos, desplaza la fauna nativa. Lo vieron recorriendo Caruquinca (una gran reserva de la Wildlife Conservation Society en Tierra del Fuego donde hay 100.000 castores).

–¡Era enorme! –dice Cristián– Guatón, con el poto bien grande. Y tenía tremendos dientes. Los perros arrancaban de él.

Estos niños se han formado en la práctica. Después de un año de viaje para ambos los pájaros ahora son aves. Los árboles tienen nombre. En Pan de Azúcar vemos un pajarito llegar a comer las sobras en el camping y los niños le dicen a Giovanna:

–¿Mamá? Mira vino de nuevo el "cometocino" pero ¿ese es el macho o la hembra?

Después entre todos confirman en la guía de aves que era la hembra. Y creen que en la playa hay una bandada de "rayaditos" una especie de pequeño tucán migratorio.

Giovanna cree que se ha hecho mejor mamá en este viaje. "Antes mi mundo era el trabajo. Coordinar con la nana. Apenas sabía cocinar. Ahora aprendí a hacer cosas ricas, y a disfrutarlo. Y he llegado a conocer profundamente a mis hijos".

En el Norte no hay mucho árbol que ver, pero reconocen las lengas, los arrayanes, los tepuales. Y distinguen perfectamente el bosque nativo de un yermo bosque de pinos sembrados.

–Queríamos enseñarles a los niños lo que es Chile –dice Edgardo– pero nunca pensamos que en todos lados veríamos "No a la represa tanto", "no a la hidroeléctrica no sé cuánto". O sea por suerte lo hicimos ahora. Porque en unos años más va a estar todo más cambiado.

–En Lago Budi por casualidad nos topamos con una mapuche con su traje típico– cuenta Giovanna– ¡Oh! dijimos, cuando paramos. ¡Y resulta que estaba esperando a unos turistas! Se veía tan sola, tan distinta, no sé, tan…

–Al final eso es lo que va quedando: el turismo– remata Edgardo.

En esta etapa desértica del viaje recorrerán el Parque Nacional Lauca, San Pedro de Atacama y de ahí subirán hasta al Parque Isluga, al remoto Socaire y terminarán en el Lago Chungará donde piensan llegar en febrero aproximadamente.

–En marzo los niños van a entrar al colegio donde sea– dice Giovanna– Lo tenemos medio visto. Siempre pensamos que íbamos a terminar viviendo en Villarrica, donde tenemos el departamento. Pero aún no está claro: todo puede ser.

–Por último este viaje es un amortiguador– dice Edgardo– dejamos la Isla de Pascua después de 8 años. Y no es cosa de salir e instalarnos en otra ciudad. Quizás pasemos un tiempo en Villarrica, o postulemos a una beca a Nueva Zelanda o qué se yo. O quizás qué sorpresas nos toque. A eso estamos abiertos.

–Lo único que sé es que no me gustaría vivir en una ciudad– dice Sebastián el mayor de los hijos. Los dos adolescentes, chascones y quemados por el sol, después de un año de viaje ya parecen criados por lobos.

Para esta etapa del desierto Edgardo está releyendo Las Enseñanzas de Don Juan de Carlos Castaneda, aquel libro donde un antropólogo se hace aprendiz de brujo en el desierto mexicano ybajo los efectos del mezcal, persigue un coyote que despide rayos de luz y le susurra: "encuentra tu lugar en el mundo".

Cuando van dejando Pan de Azúcar rumbo a Taltal por un camino costero del demonio, un zorrito (el símil de coyote en Sudamérica) los sale a despedir al jeep. Pensé que les diría un sabio mensaje para el viaje; pero no, solo buscaba sobras.

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