Fernando Castillo Velasco: El rey de La Reina

ENTREVISTA REALIZADA EN AGOSTO DE 2012 Tiene 93 años y, aunque su cuerpo acusa dolores que a veces lo mandan derecho a la cama, ha convertido su habitación en una oficina. Desde ahí, el Premio Nacional de Arquitectura, ex alcalde de La Reina y ex rector de la Universidad Católica, aconseja a estudiantes, diseña comunidades y lanza diatribas contra el Costanera Center. Su voz continúa intacta, como el hormigón.




Paula 1101. Sábado 4 de agosto 2012.

Lo primero que se ve al entrar a la casa de Fernando Castillo Velasco en la comuna de La Reina, es su enorme biblioteca. Miles de libros que van desde Neruda a Le Corbusier, mezclados con fotografías familiares en blanco y negro, conducen a la luminosa habitación donde el arquitecto ha montado un verdadero centro de operaciones: tiene el televisor encendido transmitiendo el noticiario, planos sobre una mesa plegable, el teléfono al alcance de la mano, y los diarios sobre el velador.

–Bienvenidos a mi oficina–, dice estirando el cubrecamas. Vestido con un impecable pijama azul, hoy el Premio Nacional de Arquitectura decide dar esta entrevista acostado. "Estoy viejito. Escucho poco y a veces me duelen las articulaciones, pero como a mi edad hay gente que no puede mover ni las pestañas, me siento afortunado", dice. El próximo 15 de agosto cumplirá 94 años.

Castillo Velasco vive en un edificio de su autoría, en un primer piso espacioso que tiene un pequeño jardín privado con una fuente de agua que amortigua el ruido de las bocinas de los autos que transitan por Simón Bolívar. "Antes vivía un poco más abajo, en la quinta que lleva por nombre el apodo de mi mamá: Michita, y que hice para que vinieran a vivir conmigo los estudiantes de la Universidad Católica que me llevaron como rector en los 60. Pero la casa se hizo demasiado grande para que viviera una pareja de 90 años", cuenta refiriéndose a la escritora de 91 años, Mónica Echeverría, la mujer que conoció siendo un colegial y con la que comparte su vida hace 68 años. Con ella tiene cuatro hijos.

Desde la década de los 50 echó a andar su motor constructor, con proyectos desafiantes y polémicos, realizados con su estudio integrado por los arquitectos Bresciani, Valdés y Huidobro, todos premios nacionales de arquitectura. Construyeron grandes conjuntos habitacionales pensados para la clase media, como las Torres de Tajamar y la Unidad Vecinal Villa Portales, obra emblemática del movimiento moderno de arquitectura en Chile. Una de las reglas de oro que ha seguido en todos sus proyectos es no darle la espalda a la cordillera. Desde 1972 ha levantado más de 50 comunidades, en las que, más allá de los nombres con que las bautice, siempre terminan siendo conocidas como "comunidades Castillo Velasco". Estas se caracterizan por compartir áreas verdes y promover la interacción y la amistad entre vecinos. Un estilo de vida en peligro de extinción que sigue defendiendo con fuerza y que han escogido José Joaquín Brunner, Manuel Antonio Garretón, Tomás Moulian, Nicolás Eyzaguirre, Carolina Tohá y el documentalista Patricio Guzmán, entre otros. Y aunque sale poco, sigue muy activo. Ahora mismo, supervisa la realización de cuatro condominios. "Desde aquí me sigo dedicando a lo que más me gusta. La cabeza me salva y menos mal, porque no tengo jubilación ni salud de ninguna especie. Nunca pensé que envejecería", cuenta con su clásica voz de cigarrillo, vicio por el que padeció de un cáncer de garganta que lo dejó prácticamente sin cuerdas vocales en 1987. Si hablamos de los nuevos hitos arquitectónicos del Chile actual

¿Qué opinión tiene sobre el recién inaugurado proyecto Costanera Center?

No estoy en contra de que se hagan edificios en altura. Hasta me parece bien que uno tenga un nuevo punto de referencia en la ciudad, como lo es la cordillera o el San Cristóbal. Pero el Costanera Center es una aberración: un monumento personal y un objeto asociado más al consumo que a la calidad de vida, que es lo que para mí mueve la arquitectura. Yo cuando hice las Torres de Tajamar pensé en un edificio escultórico que no entorpeciera la vista. Y por eso hicimos un gran hoyo en el sexto piso del edificio, para que la gente que paseara pudiera ver la montaña.

¿Qué haría usted con los recursos de las autopistas y del Costanera Center?

Una ciudad más permeable. Para eso, ampliaría las avenidas que ya existen en vez de hacer costaneras. Es imperante terminar con la sectorización de Santiago y para eso hay que seguir el ejemplo de Nueva York. Allá se está abordando la densidad poblacional con edificios en altura, pero sus calles son amplias y todas salen a la periferia. Aquí, sino es por la Alameda, quien vive en Lo Curro no conoce La Pintana.

"La vivienda es un derecho, pero solo con la participación de la gente se tiene la casa que se sueña y no la casa que se le impone".

Pero la gente necesita ahorrar tiempo, por eso existen las autopistas.

Meter vías de alta velocidad a las áreas urbanas es la tontera más grande. Mejor es procurar que el sistema de calles sea continuo y no se junte. ¿De qué sirven las autopistas si en algún momento los autos finalmente se topan con los atochamientos que te hacen perder todo el tiempo que ganaste en ir desde Lo Barnechea al centro? No acepto que se cree toda una trama de circulación subterránea de automóviles. Creo que culturalmente es perjudicial. Meterse a un túnel ya implica ponerse en otra actitud. Y eso es un esfuerzo que lesiona la fluidez de las relaciones humanas y la observación del paisaje. Dejemos la alta velocidad para ir de una ciudad a otra. Por eso digo que es mejor cruzar en ferri el Canal de Chacao y no por un puente de alta velocidad. Esos minutos, en que la familia se baja de sus autos y conversa en el transbordador, ese momento de alegría en que se conecta con el mar, vale mucho más que transitarlo a 120 kilómetros por hora.

¿No cree que Chiloé está demasiado aislado?

¿Por qué no mejoran lo que ya existe? ¿Por qué pagarle a un concesionario externo que se va a llevar la plata de todos los chilenos? No soy partidario. Creo que puede exacerbar las presiones, las violencias, las velocidades. Las pérdidas culturales van a ser muy grandes y los beneficios muy pocos.

Dentro de esa misma lógica, ¿qué le parece el mall de Castro?

A mí el mall de Castro me recuerda mucho a los castillos en las ciudades europeas. Es decir, lugares donde solo algunos están arriba y el pueblo abajo. Hemos reemplazado las plazas por los centros comerciales que se autopromocionan como puntos de encuentro. Pero lo menos que hace la gente en esos sitios es convivir. Los empresarios no quieren que la gente se distraiga mucho porque tiene que consumir.

Y en el plano habitacional, ¿cúanto ha cambiado el país con respecto a los años 60, cuando construyó Villa La Reina, uno de sus proyectos más populares en arquitectura?

No es ni la sombra. En esa época, las personas creían que había que amar el lugar donde se vivía y la participación de la gente hacía la diferencia. La idea de esta villa se gestó cuando la comuna de La Reina recién se había creado, y yo era el primer alcalde, y sin ningún peso del Estado, y en un terreno de 70 hectáreas cedido por ley construimos con los vecinos y gracias a sus propias manos, inteligencia y tesón, 1.600 viviendas, demostrando que era posible que los pobres salieran de la periferia. La vivienda es un derecho, pero solo con la participación de la gente se tiene la casa que se sueña y no la casa que se le impone. Esa fe impresionante que tenían las personas en sí mismas se lesionó con el Golpe de Estado. Se ha perdido el sentido social y de la familia.

La gente tiene cada vez más acceso a la compra, por ejemplo de una vivienda, pero a veces esta no supera los 30 m2. ¿Cuánto afecta a la familia chilena construcciones de este tipo?

Hacer departamentos reducidos o una mala casa como la que prolifera hoy, es el peor acto cultural que un país puede hacer, porque provoca dificultades familiares. Los niños se van a la calle, porque adentro no tienen espacio para desarrollar una actividad. Y así, poco a poco, el núcleo se va desintegrando.

FAMILIA Y EDUCACIÓN

A su casa llegan a veces estudiantes de arquitectura de la Universidad Católica buscando inspiración. "Más que a pedirme consejos hay chicos que vienen a conversar", afirma Castillo Velasco, que estudió en la Católica y fue rector de esa casa de estudios entre 1967 y 1973; el primer rector elegido por los estudiantes y no por las autoridades eclesiásticas. Aquella labor, según él, la enfrentó desde los valores de la Democracia Cristiana, partido que hoy lo tiene algo decepcionado, pero del que ha sido militante toda la vida y cuyos principios heredó de su hermano Jaime, quien fue ministro de Justicia de Eduardo Frei Montalva. "Yo entré al partido cuando era una fuerza irradiante de alegría, voluntad, cultura y, sobre todo, fe en la juventud. Aprendí la Democracia Cristiana de Radomiro Tomic, cuando era un verdadero Cristo Redentor y no un Cristo de castigos. El poder siempre hace mal. Ya ve usted lo mal que le hacen a la Democracia Cristiana, dichos como los de Aylwin, quien acusó a Allende de no mirar a mi partido como aliado. No es cierto que no se hizo intentos por preservar la democracia. Cuatro meses antes del Golpe de Estado, el Presidente me invitó a participar como ministro de Estado en su gobierno. La moción fue rechazada por mi propio partido".

Usted también pensaba en ese momento que había que sacar por las armas a Pinochet.

Sí. Y estaba equivocado, porque por las buenas, de a poquito, lo sacamos. No sé como hubiera sido un derrocamiento de parte del pueblo hacia Pinochet. Difícil hacerlo, porque la fuerza militar siempre estaba detrás.

Y ahora, ¿le gusta la posibilidad de que Bachelet sea reelecta?

Las mujeres debieran tomar el poder integral del mundo y dejar a los hombres pelear por sus tonteras. Un ejemplo es nuestra Violeta Parra quien fue una expresión del pueblo chileno que pocas veces se da. Yo todavía guardo un casco de los indígenas bolivianos y una carta que me escribió en un saco de cemento, en agradecimiento por el paño de tierra municipal que le conseguí en el Parque La Quintrala para que instalara su famosa carpa. Quería cantar, tocar y dar de comer, y yo me entusiasmé tanto, pero ahí murió la pobrecita.

Hablando de líderes. ¿Qué apreciación tiene del gobierno de Piñera?

Yo, con mi concepción DC, no puedo pensar bien de un gobierno como el de Piñera, pero sí creo que hace esfuerzos por buscar los vacíos que hay en 20 años de Concertación, para sacarlos a la luz y corregirlos. ¿Cómo es posible que la Concertación no lo haya hecho antes? Me pregunto cada vez que anuncia algo.

En la época que fue rector de la UC, apoyó la reforma universitaria. ¿Ve alguna relación entre el movimiento estudiantil actual y el de 1967?

Los estudiantes siempre tienen la razón y más ahora. Chile es mucho más rico que hace 50 años, y hay familias completas que viven endeudadas por pagarles la educación a los hijos, e hijos que heredan esas deudas antes de incorporarse al trabajo. El abandono del Estado y la privatización en estas materias es insostenible. La juventud solo está continuando la lucha por una educación más democrática que sus padres encabezaron en 1967.

Luego del 11 de septiembre de 1973 usted partió con su mujer a Inglaterra, mientras sus hijos Cristián y Carmen, militantes del MIR, vivieron en la clandestinidad. ¿Cómo recuerda esos tiempos?

Fueron muy duros, porque mi familia fue perseguida y este país quedó lesionado para siempre. Recuerdo que mi hermano Jaime me obligó a aceptar la invitación que recibí de parte de la Universidad de Cambridge en 1974 para ser docente. Yo me fui por mis hijos. Iba a ser mucho mejor la situación de ellos si yo estaba allá tratando de ampararlos y llevármelos como ocurrió. A Cristián estuvieron por matarlo, pero mi hermano lo sacó de las garras y lo mandó a Inglaterra. Al final, todo se me ha dado con una tremenda gracia. Allá me transformé en profesor titular de Arquitectura.

"Tal vez el único aporte importante que le quede a un viejo como yo, es arengar sobre el amor, en todas sus formas".

¿Cómo se llevaba con Miguel Enríquez, líder del MIR y pareja de su hija Carmen?

No lo conocí porque ella estaba en la clandestinidad. La Carmencita todavía recuerda a Miguel Enríquez con un profundo amor.

En 2007 se conoció que otro de sus hijos, Fernando José, integraba la secta de Pirque de Paola Olcese y usted se mostró escandalizado.

No es una secta. Es una comunidad. Hubo un tiempo que estuve muy preocupado, sí, pero he cambiado para poder juzgar un mundo que lo llena a él y a mis nietos de mucha paz y alegría. No es una secta la de Pirque. Es una comunidad compuesta por 70 personas que viven de su trabajo. Mi hijo Fernando José es ahora uno de sus líderes. Vive con mi nuera, así como con dos nietos y dos de mis bisnietos.

ESPÍRITUS Y HUMO

Hay otro hijo que Castillo Velasco solo ve en fotografías. En su habitación, la imagen en blanco y negro de Javier, fallecido en un accidente automovilístico a principios de los 70, ocupa más de tres cuartos de la pared.

¿Piensa mucho en la muerte?

Mucho. Es que ya no puedo mirar a largo plazo. Pero quiero perderle el miedo y creer que es cierto que hay otra vida y que es muy ingeniosa, mal que mal, el más allá lo inventó Dios. Un día mi hermano Jaime escribió una noche, desvelado, que uno se va a juntar con sus seres queridos en un mundo lleno de espíritus y uno de ellos sin duda será mi hijo Javier. Ese escrito lo uso como mi evangelio.

Superó varias enfermedades, entre ella un cáncer por el que lo desahuciaron hace 40 años. ¿Cómo lo hizo?

Le debo todo a la medicina. Me cortaron el cogote, me sacaron la tráquea y la cosieron. Me tajearon desde el cuello hasta la pierna, para arreglarme el corazón y el sistema digestivo. Me dijeron que me moría, pero aquí estoy todavía.

¿Fumaba mucho?

Lo máximo que se podía. Tanto así que a veces me encontraba con dos cigarrillos encendidos simultáneamente. Fumaba todo lo posible. Desde que despertaba hasta que me dormía. Es una estupidez humana. Cuando me dijeron que tenía cáncer, no volví a pensar en el cigarrillo.

Usted se casó con una mujer aguerrida. La escritora Mónica Echeverría es una feminista destacada. ¿Lo manda mucho?

Mucho. Pero yo me dejo mandar. Me gusta y, como no hemos peleado mucho, nos hemos sostenido 68 años juntos. La Mónica es un pedazo mío. No me imagino solo. Pero ella seguramente se imagina viviendo sola mucho mejor. Las viudas son todas felices. Los viudos, se vuelven a casar. Se sienten solos. Sufren. El amor es congeniar totalmente con otro ser, que ojalá sea de distinto sexo.

¿No está de acuerdo con el matrimonio homosexual?

Yo prefiero convivir con una mujer. Pero me da lo mismo, si la gente es feliz... Tal vez el único aporte importante que le quede a un viejo como yo, es arengar sobre el amor, en todas sus formas.

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