Parricidio en Curicó: El duelo de los niños

Hace un mes Francisco Ramírez, uno de los pediatras más respetados de Curicó, mató a sus tres hijos adolescentes antes de suicidarse. Por qué lo hizo, aún es materia de investigación. Pero el hecho impactó profundamente a los amigos y compañeros de colegio de las víctimas, que no pueden dormir en las noches, andan temerosos, irritables. ¿Por qué un padre asesina a sus hijos? Es la dolorosa pregunta que una y otra vez formulan los niños de Curicó.




José Miguel (17 años), el mayor de los tres hermanos Ramírez Merchak, siempre se sentaba en la última fila de la sala. Para sus compañeros fue tan espantoso e inexplicable la forma en que murió, arrodillado sobre un sillón junto a sus dos hermanos, Sebastián Ignacio (13 años), y Juan José (16), asesinados a tiros por su padre, el pediatra Francisco Ramírez (50 años), que todavía no terminan de asimilarlo. Ni mucho menos aceptar que su amigo ya no está. Para mantenerlo presente, sus compañeros de segundo medio del Colegio Monseñor Manuel Larraín tienen su puesto convertido en un pequeño altar, con fotos del Cotito, –como lo llamaban–, flores, un rosario, cartitas y una vela que enciende el primero en llegar a la sala y apaga el último en irse. Fue una iniciativa que surgió de sus compañeros tras el funeral y que fue apoyada por el colegio, como una expresión del duelo de los niños. Todas las mañanas, antes de iniciar las clases, los 32 adolescentes rezan por José Miguel y dedican un rato a recordar anécdotas y momentos que compartieron con él.

Desde el primer día el curso se aferró con fuerza a los rituales y gestos simbólicos. La tarde después de asistir al masivo funeral de los tres niños Ramírez Merchak que se realizó el viernes 31 de agosto, los compañeros de curso de José Miguel, sus padres y profesores, subieron a la cima del Cerro Condell. Cada uno de los 32 alumnos llevaba un globo inflado con helio, y además un globo extra, por José Miguel. En el mismo promontorio donde el Cotito solía hacer descenso en bicicleta, sus compañeros soltaron los 33 globos al cielo, como dejándolo partir. También crearon un pequeño altar en el cerro, dedicado a su amigo. En el parque cementerio de Curicó, la lápida con los nombres de los tres hermanos es visitada frecuentemente en las tardes por escolares y la polola del hermano mayor. Les dejan flores frescas, globos en forma de corazón y cartas.

"Es lógico que los niños quieran saber por qué un papá pudo hacer una cosa así. La única respuesta posible es porque estaba muy enfermo", señala la neorisiquiatra Amanda Céspedes, que trataba al mayor de los hermanos, José Miguel.

"José Miguel era un niño muy querido, cariñoso, muy de piel, vivaracho. Los niños hablan de él en presente, esperan todavía que vuelva a la sala de clases. Incluso nos pasa a los profesores. Todo es demasiado reciente", dice Manuel Martínez, profesor de Química de enseñanza media del colegio Larraín. La noticia de la muerte del pediatra Francisco Ramírez y de sus tres hijos no solo impactó fuertemente al curso, sino a toda la comunidad escolar. "La misma noche en que ocurrió, nos enteramos todos. Curicó es chiquitito, todos los papás están conectados y se empezaron a enviar mensajes, me llamaron por teléfono apoderados y alumnos. A la mañana siguiente la mayoría de los niños llegaron al colegio sabiendo", dice un miembro de la directiva del colegio Larraín, que prefiere mantener en reserva su nombre. Esa mañana hicieron una liturgia y dieron la tarde libre, por duelo. "Fue algo tan impensable. Muchos alumnos tenían a Francisco Ramírez como pediatra, las profesoras llevaban a sus niños a su consulta. Tanto él como Pilar eran unos padres involucrados, siempre apoyando a su hijo mayor, que tenía problemas de aprendizaje. Se veían como una familia normal. José Miguel nunca dijo nada que nos alertara, lo veíamos llegar contento al colegio. Los más impactados son los más niños: los chiquititos de tercero a quinto básico preguntan cómo es que un papá asesinó a sus hijos; una pregunta para la que ningún profesor o padre está preparado para responder".

El colegio está entregando ayuda especializada que llegó desde el mismo círculo escolar. La sicóloga infanto-juvenil y ex alumna del colegio Larraín, Gloria Gajardo, se ofreció para elaborar una estrategia de intervención con el segundo medio, el curso de José Miguel. Ya tuvo una primera reunión con los alumnos justo cuando se cumplía una semana de la muerte de su compañero. "A su edad el grado de amistad que tienen es como de hermandad, por eso esta pérdida tan traumática ha sido muy difícil para su curso", dice Gloria Gajardo. "Se encuentran en la etapa de no aceptación, preguntándose mucho ¿por qué? Conversamos sobre eso y se dieron cuenta de que no iban a lograr entender el porqué, al menos ahora. Que en esta etapa es mejor enfocarnos en los recuerdos bonitos de su amigo. Esto es un proceso que recién está comenzando", afirma.

Pesadillas en la noche

Han sido demasiados golpes en poco tiempo. Agosto fue un mes de pesadilla para Curicó. El primer suceso que perturbó a los curicanos ocurrió el 2 de agosto, cuando el capellán de la Iglesia de la Merced encontró bajo el pilar más cercano al altar un bolso deportivo. Cuando lo abrió, descubrió una guagüita muerta, todavía con su cordón umbilical. Aún no se sabe quién es la madre. Después, el domingo 19 de agosto, Jorge Fuentealba, un joven prófugo de 25 años, asesinó a tres personas en 12 horas en las afueras de Curicó. La ciudad de 140 mil habitantes aún no se recuperaba de estos crímenes en serie, cuando el miércoles 29 de agosto ocurrió el parricidio de los tres niños Sebastián, Juan José y José Miguel y el suicidio de su padre Francisco Ramírez. "Han sido demasiados golpes juntos. La gente en Curicó está consternada y se pregunta el porqué de toda esta violencia", dice Mauricio Jacques, vicario episcopal de Curicó.

El sacerdote ha sido amigo de la familia Merchak hace años, y desde la noche que ocurrió el parricidio, ha visitado a Pilar Merchak en la casa de sus padres. "Voy a rezar con ella, a darle la comunión. Ha sido tremendamente duro lo que pasó", dice Jacques y agrega que se siente preocupado por el impacto que esto ha causado en los menores. "A los niños en los colegios es urgente contenerlos y consolarlos, porque esto les causa mucha incertidumbre. Pueden preguntarse '¿si mi papá se enoja conmigo también me va a matar?'. Nuestra tarea como Iglesia es acompañar, llamar a la reflexión y a acercarnos a Dios".

La investigación de la Fiscalía está en pleno proceso y al cierre de esta edición la pregunta de qué llevó a Francisco Ramírez a asesinar a sus hijos antes de suicidarse, sigue siendo un misterio. Responderla no es solo un asunto judicial o de morbo mediático. Los especialistas en salud mental señalan que tener una respuesta que explique los hechos, ayudaría a calmar la angustia que hoy afecta a adolescentes y niños.

Juan José y Sebastián Ignacio, los hijos menores que fueron asesinados el pasado 29 de agosto, estudiaban en el colegio Orchand College, en el exclusivo sector de Zapallar. Cursaban octavo básico y segundo medio. Sus compañeros, que los conocían desde el prekínder, están muy afectados. "Han tenido todo tipo de reacciones. Algunos han reaccionado con rebeldía hacia sus padres, a otros les cuesta dormir o tienen pesadillas, y algunos de cursos más chicos incluso se han pasado a la cama de sus papás", señala el médico Guillermo Torrealba, apoderado del colegio y cuya hija era compañera de Sebastián. El colegio tuvo que implementar un plan de contención, el que es liderado por una sicóloga experta en crisis de la Universidad Católica. "Una de las recomendaciones que nos dio a los padres, fue bajar la presión académica, no exigir tanto en esta etapa, para que se generen los espacios para que los niños hagan su duelo".

Torrealba era amigo de Francisco Ramírez y se declara sorprendido por lo que pasó. "Francisco fue el pediatra de mis cinco hijos, era de nuestra total confianza y nunca imaginamos que algo así iba a suceder. Además, mi hija María Jesús era compañera de Tatán, el menor de los hijos de Francisco. Su curso, el octavo básico, ha compartido en estos días momentos de llanto y de pena, porque Tatán era un compañero muy afectivo y cariñoso. Han tenido un proceso de maduración que me ha llamado mucho la atención, a pesar de tener 13 años, los niños han sido muy adultos en su forma de llevarlo: los que están mejor ayudan a los que están más afectados", dice.

Torrealba describe a Francisco Ramírez como un padre dedicado. "Él estaba siempre en primera fila en todos los actos de sus hijos, tomando fotos. A mí me costaba llegar a las reuniones por mi quehacer médico y él se las arreglaba. Por eso, nuestra sorpresa y pena fue mayúscula y ha sido tan difícil responder a mis hijos por qué ocurrió esto. La sicóloga que está asistiendo al colegio nos recomendó explicarles la situación a los niños desde la perspectiva de que lo que ocurrió fue producto de una enfermedad, que no es algo frecuente ni significa que esto vaya a afectar a otro papá", acota.

Las señales que nadie leyó

La neurosiquiatra infanto-juvenil Amanda Céspedes, autora de los libros Niños con pataletas, adolescentes desafiantes y Educar las emociones, educar para la vida, tuvo como paciente a José Miguel, el hijo mayor de Francisco Ramírez y Pilar Merchak, desde que el niño tenía 8 años. "Todo este tema ha sido muy doloroso. Quiero mucho a José Miguel y con la mamá tengo una relación de profundo cariño. También del papá tengo un buen recuerdo. Nunca me hubiera esperado lo que pasó", afirma. José Miguel llegó a su consulta por una dislexia y un déficit atencional. "Era un niño amoroso, que tenía una muy buena imagen de ambos papás. Se sentía protegido por su mamá y tenía una relación igualmente cercana con el papá, pero más de respeto. Lo veía como una autoridad, el que ponía las normas en la casa. La imagen que proyectaba a José Miguel era de un papá severo, exigente con las notas, pero muy cercano y afectuoso".

En el Parque Cementerio de Curicó, la lápida con los nombres de los tres hermanos es visitada en las tardes por escolares, amigos de las víctimas, y la polola del mayor de los hermanos. Siempre hay flores frescas.

La última sesión con el adolescente fue en mayo pasado. "Él decía que la relación de sus padres no estaba bien y creía probable una separación entre ellos. Él lo describía como una tensión. Decía que si se separaban, quería quedarse con su mamá y le preocupaba cuánto le podía afectar esto al papá", explica. La especialista subraya que un padre que quería tanto a sus hijos tome esa decisión, genera una incertidumbre enorme en los jóvenes de sus edades, y una inseguridad respecto a los adultos. "Creo que a los compañeros de José Miguel y de sus hermanos les ha cambiado la vida bruscamente y como adolescentes quieren saber por qué un papá pudo hacer una cosa así.

La única respuesta posible es porque estaba muy enfermo. Y la pregunta más natural que surge de los niños es ¿por qué nadie se dio cuenta? Eso es una responsabilidad enorme para los adultos, darnos cuenta cuando las parejas y personas cercanas están mal. Aquí tres niños perdieron la vida y por eso es tan importante aprender a leer las señales antes de que estas tragedias ocurran. Yo diría que las que deberían causar más alerta son los cambios inexplicables de conducta. No estoy diciendo que hayan estado presentes en este caso en particular pero son, en general, señales que deben alertar. Si una persona que siempre fue afable comienza a mostrar mucha irritabilidad, impaciencia, intolerancia, silencio, tendencia a cerrarse, podría tratarse de una entrada en un cuadro depresivo severo. Cuando ocurren hechos como este, la explicación más probable es que esa persona siente que la única salida que tiene es la muerte y eso los lleva a perder la noción de la realidad y ponerse en riesgo a ellos mismos y a sus seres queridos", dice Amanda Céspedes.

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