Primer plano a Héctor Soto

Más de 45 años como crítico de cine y más de 10 como columnista de la actualidad política nacional. En ambas trincheras Héctor Soto da cuenta, semana a semana, de su pluma impecable e implacable. Pero, además, ha sido fundador de medios, editor y descubridor de talentos, todos méritos que han llevado a que un grupo de periodistas levante su postulación al Premio Nacional de Periodismo. En esta entrevista, Don Héctor, como lo llaman, se pasea por sus pasiones: cine, política, poder y el Chile de hoy.




Paula 1121. Sábado 11 de mayo 2013.

Héctor Soto Gandarillas (65 años), nacido y criado en Valparaíso, es periodista desde que tiene uso de razón, a pesar de que no pasó por la escuela de periodismo y, en vez, tiene el cartón de abogado de la Universidad de Chile de Valparaíso, carrera que le formateó la cabeza, pero que nunca ha ejercido. Su padre, consumidor voraz de radio y medios escritos, fue el responsable de que el niño Soto hojeara, disfrutara y comentara en casa el sinfín de publicaciones que allí llegaban: los diarios El Clarín, Puro Chile, El Mercurio; las revistas Ercilla, Vea y Ecrán. Era cosa de que apareciera un nuevo impreso para que lo devorara. En esa práctica cotidiana Soto absorbió precozmente un criterio periodístico y comenzó a seguirles el rastro a periodistas y columnistas, y a formarse una opinión contundente sobre la realidad.

Igual o más determinante fue la pasión por el cine de su padre y su madre. El matrimonio -65 años juntos, solo los separó la muerte- vivía a cuadra y media de una sala. El rito de la pareja consistía en partir varias veces por semana a la vermouth, luego regresar a casa por una taza de té y unas galletas, y de vuelta al cine, a la función de la noche. Cuando ya tenía edad suficiente, el niño Soto los acompañaba. La rutina cambió cuando nació el último hermano, y padre e hijo hicieron del ritual un asunto de a dos. Y, como en una película de temática universal, en esta historia también hay fricciones. Héctor y su padre enfrentaron los roces propios del crecimiento y solo cuando este murió pudo reconocer la potencia de su legado. "Siempre fui más apegado a mi madre, pero veo ahora que fue mi padre quien me inculcó el periodismo y el cine. También su humor, su ironía", dice.

"El poder es un plato que siempre he mirado desde lejos y, que como los chunchules, no me apetece", afirma Soto.

En el periódico La Unión, revistas Primer Plano y Enfoque, El Mercurio y actualmente en La Tercera, son 45 años dedicados a la crítica de cine. Pasó por Cauce y Paula, y fue parte del equipo fundador de las revistas Mundo Diners (hoy de culto) y Capital, donde también fue editor. A principios de 2000, en La Tercera, debutó en la columna de actualidad política. Esa curiosa doble militancia entre el cine y la política -solo comparable a la de Ascanio Cavallo- se escucha en el programa Terapia chilensis de radio Duna. Es también académico de la Universidad Diego Portales y es, precisamente, Ediciones UDP la que acaba de publicar Una vida crítica, contundente tomo de 763 páginas imprescindibles para cualquier amante del cine y la buena escritura: fluye rápido, emociona, a veces enoja y, por sobre todo, hace suplicar contar con el tiempo suficiente como para leer y, acto seguido, ver las películas reseñadas. El libro -editado por Alberto Fuguet y Christian Ramírez- es la versión ampliada y reformulada del mismo título publicado en 2007.

Te niegas a afirmar que tus críticas son literatura, a pesar de que muchísimas destacan precisamente por la escritura.

Estoy de acuerdo con que la crítica es un género, pero a mí me cuesta pensar en que sea literatura. Probablemente si uno lee a Alone es literatura, y si uno lee a grandes críticos de cine, también. Yo más bien hago una artesanía. Lo mío es un oficio humilde.

De tus críticas se desprende que eres un gran sentimental. ¿Es así?

Parece que sí. Fíjate que yo no era consciente de que mi aproximación hacia el cine estaba tan fundida con la emoción. Lo descubrí bastante tarde, a medida que fui madurando y mirando lo que ha sido mi trabajo. Me gusta que el cine apunte a la realidad, que se la juegue por la emoción y que tenga la ambigüedad que tiene la realidad. Me gusta el cine que te deja enganchado con los personajes, que cuando termina la película uno se pregunte qué irá a ser de ese personaje. El cine más intelectual, que se la juega por las ideas o por un esplendor sensorial, no me interesa tanto.

Además de su padre, clave en la carrera de crítico, fue su amigo y compañero en Derecho Hvalimir Balic, fallecido en los 90 y con quien tuvo un programa de cine en la radio Valentín Letelier, de la Escuela de Derecho. Juntos, también, escribían todos los días en el diario La Unión, en los tiempos en que en Chile se estrenaban hasta 350 películas al año y no había televisión. "Yo tenía 18 años y definitivamente comenzó a interesarme más el Periodismo que las leyes. Después, y en otra coincidencia, él terminó siendo relacionador público del banco BHC y yo del Bhif".

Fundamental también fue la amistad y apoyo de Horacio Serrano, padre de Marcela Serrano, quien lo convenció de no dejar la crítica cuando Soto comenzó a dudar. Fue Serrano quien lo introdujo a El Mercurio.

Héctor Soto tiene una foto de Balic en una mesita lateral del living junto a otros retratos de personas que quiere y ha querido. La llama "la mesa del cariño". En una repisa de su pieza se ve la de Serrano. Soltero, vive en un luminoso y pulcro departamento de Providencia. En la entrada, un limpiapies con figuras de gatos anuncian lo que vendrá: abre la puerta y aparece Panda, gato enorme que duerme sobre un chal a los pies de su amo. Es su compañero desde hace diez años.

El involucramiento de Soto con el cine es total. Aplaude y sufre. Adora a Scorsese, Hitchcock y Eastwood. De Jane Campion y Paul Thomas Anderson ha escrito ferocidades y no se ha quedado atrás con el Woody Allen de hoy, del que, asegura, ha envejecido mal, aunque agrega que "lo sigo queriendo".

¿Qué te pasa cuando un director que has admirado muere?

Creo que se empobrece el mundo. Vivo un luto.

POLÍTICOS NARCISOS

La política podría compararse con una película sin fin. Hay drama, pasiones, ganadores y perdedores.

Como en el cine, la política es una actividad en la que la representanción es importante, como espectáculo incluso. También la proyección: que nos identifiquemos. De hecho, es lo que hoy les pedimos a los políticos y no solo respecto de lo que piensan y quieren hacer, sino respecto de su identidad, carácter e historia. Y la política, como el cine, tiene mucho de tragedia; hay mucha decepción. Es una actividad medio masoquista.

Y los políticos, ¿qué te parecen como personajes?

Tienen una estructura de personalidad bien interesante. Son más bien narcisos, tienen mucha confianza en sí mismos, son un poco paranoicos y muy buenos para identificar al enemigo. Seductores. Sin la capacidad de seducir en política es mejor buscarse otro trabajo, ver algo en Correos y Telégrafos.

¿Por qué narcisos?

Porque el poder político tiene una cosa misional, de querer salvar a los demás. Hay una gran seguridad en quien pretende salvar a otros. Es bonita la idea de salvar a los demás, pero también es muy loca. Yo no necesito que me salve nadie, escasamente se salva uno mismo.

¿Qué figuras de la política te parecen especialmente atractivas?

Me gustan los políticos desgarrados. En ese sentido me parece atractiva la figura de Frei Montalva y la estructura de carácter del Presidente Lagos. No sé si son los mejores presidentes del siglo, pero son interesantes como personajes y a mí me interesa más el aspecto novelesco que el político. De hecho, si me apuras, la política me aburre un poco. Me parece atractiva Margaret Thatcher. Tenía un discurso ético inviolable. Se exigía a sí misma y le exigía a la política y a sus adversarios. Eso me gusta, una política desde la convicción. Tenía un discurso con sentido en una época dura, en una Inglaterra que se estaba hundiendo. Sabía decir "no", algo fundamental del liderazgo. Pones a esa mujer en una sociedad próspera y que está bien y queda como una vieja loca.

"Los políticos tienen una estructura de personalidad interesante. Son más bien narcisos, tienen mucha confianza en sí mismos, un poco paranoicos, y son muy buenos para identificar al enemigo. Seductores. Sin la capacidad de seducir en política es mejor buscarse otro trabajo".

¿Cómo es tu relación con el poder? ¿Llamas y te llaman?

Me considero un observador. El poder es un plato que siempre he mirado desde lejos y que, como los chunchules, no me apetece. En general, hablo muy poco con los actores del mundo político, mucho menos de lo que puedas imaginar. Sí opino y cada vez más. En alguna época sentía la necesidad de ponerme en una posición de neutralidad. Hoy creo sentirme más comodo hablando desde la centro derecha y más honesto con mis lectores. Tampoco me siento un instrumento del poder. Pretendo mantener mis espacios de autonomía e independencia. Aunque en general tengo una posición favorable con el gobierno de Sebastián Piñera, no he sido condescendiente, todo lo contrario. Este gobierno ha hecho cosas buenas y malas. Lo que más le reprocho es que no ha sabido hacer política.

Soto va más allá y agrega que "la derecha no sabe hacer política, incluso tiende a menospreciarla. Y la izquierda tiene la miopía y la limitación de pensar en que el poder solo está en el poder político. La izquierda y el centro chilenos son malos para hacer sociedad, son malos para hacer empresas, universidades, diarios, donde también se juega el poder".

¿Cómo ves el Chile de hoy?

Hace un tiempo tuve una experiencia casi epifánica. Me fui caminando desde mi casa, en estación Tobalaba, hasta las Torres de Tajamar. Estuve mirando libros viejos, luego me instalé en un cafecito a la entrada de la estación Manuel Montt. Llegaron skaters, chicos a tocar chelo, lesbianas, jóvenes de pelo amarillo, gente en bicicleta, tipos que venían del gimnasio, señoras con perros, señores con perros, malabaristas. Un Chile de gente tan autónoma. ¿Cuál era el común denominador de esa gente? No lo sé. Cada uno estaba en la suya y eso es una maravilla. Me gusta esta pluralidad.

A pesar de esa "maravilla", ¿no crees que el ambiente está crispado?

Yo veo mucha bronca contra las elites. Hace unos años fue contra los militares, después contra los políticos, los curas y los empresarios. Noto cierta subversión frente a las instancias tradicionales de disciplina social que tiene el país. Hoy la clase media emergente tiene sus instancias de liderazgo en otra parte, que no sé cuál es, y que probablemente no están siquiera en Chile. Puede ser un rockero, un líder espiritual, quién sabe. El país está en un trance con esa bronca que, asumo, debiese explicarse en función del pasado que se supone es de engaño, ocultamiento, complicidad con cosas que al Chile de hoy no le gustan. Pero al mismo tiempo la elite de esta década ha dado apertura, no ha bloqueado los niveles de participación, no ha sido un tapón.

¿Te provocan sospecha las manifestaciones callejeras?

De partida creo que aún cuando la marchas son multitudinarias no es tanta la gente que protesta en la calle. Más bien hay un problema de participación en nuestra democracia. Hay cuatro o cinco millones de jóvenes que podrían votar y no lo hacen, lo que es una contradicción. Y me provoca sospecha porque en el caso de la educación, aunque es muy popular la educación gratis y el fin del lucro, es una nube de gas, porque no está bien definido de qué estamos hablando cuando hablamos del fin del lucro.

SOTO CANDIDATO

Junto con su extensa trayectoria periodística, Héctor Soto tiene ojo de águila para detectar talentos y sacarles brillo. No sería exagerado decir que ha sido un gran promotor de Alberto Fuguet y, junto a él, fue quien descubrió el potencial de Patricio Navia, quien primero escribió sobre libros de actualidad en Capital, para luego dedicarse al análisis de la actualidad política. Hay unos cuantos nombres más, entre ellos Ernesto Ayala, Paola Doberti y Sergio Paz.

¿Cómo recibes la postulación de tu nombre al Premio Nacional de Periodismo?

Es una idea un poco afiebrada surgida del cariño de un grupo de amigos. No sé qué decir. Me emociona el gesto, me conmueve la tradición del premio, pero siento que me queda grande el traje.

¿Qué te parece el panorama actual del periodismo?

La estructura de medios que hay en Chile es poco plural. Sin embargo, también ha ido creciendo un cierto control de audiencia sobre los medios de comunicación, que tiende a equilibrar las cosas.

¿A qué te refieres con control de audiencia?

Creo que Carlos Peña, por ejemplo, es columnista de El Mercurio no porque necesariamente lo quiera su propietario o el director del diario, sino que ellos saben que sin Peña el diario perdería. Las radios se abren a opiniones cada vez más diversas y, en general, los medios ya no están para un periodismo que pase por el rayado de muralla. Ahora, cada medio le habla a su público. Lo importante es que no queden muchos sectores sin sentirse interpretados.

A propósito de Carlos Peña, ¿qué opinas de él?

Es el columnista con más pólvora que hay en Chile, lejos. Es admirable su mirada a la contingencia semanal desde los prismas más fríos y teóricos de las relaciones de poder en una sociedad. Le echa mano al sicoanálisis, a la filosofía, a la frenología, incluso: observa los rasgos de un político –los ojos demasiado grandes, el mentón demasiado duro– y desde ahí lo condena o salva. Es notable.

Llegó Bachelet y le dio entrevistas a The Clinic y a un programa de TVN conducido por un periodista que no es especialista en política. ¿Han perdido valor los medios tradicionales?

No, yo veo más bien que Bachelet no tiene mucha amplitud informativa. Ella es dueña de hablar con quien quiera, pero se ve que prefiere hablar con interlocutores más cariñosos, más complacientes. No le gusta exponerse, es una estrategia y le ha ido bien con eso. Pero la encuentro un poco peligrosa: pocas veces en la historia política chilena alguien ha acumulado tanto poder y yo prefiero siempre que el poder esté diluido. Por eso me gusta más un sistema parlamentario que uno presidencialista. Prefiero que nadie tenga mucho poder.

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