El placer de envejecer

Diana Athill fue una de las editoras más importantes de Inglaterra y desde que se retiró en 1993, a los 75, no ha dejado de escribir sobre el oficio de terminar de vivir plenamente: Antes de que esto se acabe es su libro más certero y divertido.




Paula 1128. Sábado 17 de agosto 2013.

Diana Athill fue una de las editoras más importantes de Inglaterra y desde que se retiró en 1993, a los 75, no ha dejado de escribir sobre el oficio de terminar de vivir plenamente: Antes de que esto se acabe es su libro más certero y divertido.

Diana Athill, que sabe mucho de libros, se dio cuenta de que existen bibliotecas enteras dedicadas a la juventud y a la procreación, pero muy pocos volúmenes que se ocupen sobre "ese arrastrarse hacia la muerte" que aterra tanto al ser humano. A su juicio es tal el pavor que provoca dicho cometido, que son pocos los escritores que se encargan de la última fase de la vida: pone como ejemplos literarios de esa negación a la genial novelista Jean Rhys, que se inundó de tristeza y alcohol en sus últimos años sin jamás admitir su declive, y a Elías Canetti, a quien Athill con asombrosa desfachatez trata de estúpido –una herejía para cualquier lector serio de filosofía política– por tener el atrevimiento de "rechazar la muerte". Muy por el contrario, Athill se instala a observar atenta el fin que va llegando como si fuera un placer, y escribe en Antes de que esto se acabe (Duomo) un ensayo biográfico memorable.

"Cuando una empieza a hablar de la vejez se encuentra con su propio rechazo ante la idea de resultar deprimente para los demás e incluso para una misma, con lo cual tiende a concentrarse en los aspectos más agradables que reviste: hacer las paces con la muerte, gozar de la presencia constante de los jóvenes, descubrir nuevas aficiones y tareas", escribe Athill.

La vejez, dice, le llegó cuando cumplió 70 años –hoy tiene 95, sigue publicando memorias y valiosa correspondencia con escritores–, y reconoció que era hora de hacerse a la idea. Tuvo que ver con dejar de sentirse un ser sexuado. A partir de allí arranca un relato en el que reflexiona sobre la situación de la mujer en la tercera edad, desde la ropa y el maquillaje –que por suerte han mejorado tanto en variedad y calidad, dice–, hasta la renovación de las relaciones afectivas y, lo más importante, la capacidad de cuidar a los amigos que van enfermando y extinguiéndose, además de la necesidad de ser cuidada. "Cuando una empieza a hablar de la vejez se encuentra con su propio rechazo ante la idea de resultar deprimente para los demás e incluso para una misma, con lo cual tiende a concentrarse en los aspectos más agradables que reviste: hacer las paces con la muerte, gozar de la presencia constante de los jóvenes, descubrir nuevas aficiones y tareas", escribe. "Sin embargo, debo decir que una parte considerable de mi tiempo la dedico por entero a hacer otras cosas o (peor aún) a no conseguir hacer otras cosas para personas mayores".

El ánimo y el talento de Athill son admirables, pues nada es trágico en su enfrentamiento con el fin: muy pragmática y clara, es capaz de pensar con crudeza sobre la irrelevancia de los viejos en la sociedad hasta dar detalles de cómo es clave, a esas alturas, lidiar con el trabajo de la memoria y con el cuidado de las plantas del jardín, que para ella no son cosas muy diferentes. Se trata de no abandonar jamás la sensibilidad y el apego a lo que ha vivido –desde las anécdotas deliciosas hasta las rutinas más prosaicas– y la alegría ante lo que aún se tiene que vivir.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.