Natalia Babarovic en el MAVI

En sus pinturas, la chilena Natalia Babarovic suele construir escenas ambiguas, aparentemente insignificantes: alguien mira hacia alguna parte; un grupo de hombres conversa en una sala cualquiera; una mujer espera algo. Nunca se sabe con exactitud qué está pasando. Esa extrañeza es lo que lleva ahora al máximo en su exposición titulada Cómo desaparecer completamente, que hasta el 29 de diciembre podrá verse en el Museo de Artes Visuales.




Paula 1135. Sábado 23 de noviembre 2013.

En sus pinturas, la chilena Natalia Babarovic suele construir escenas ambiguas, aparentemente insignificantes: alguien mira hacia alguna parte; un grupo de hombres conversa en una sala cualquiera; una mujer espera algo. Nunca se sabe con exactitud qué está pasando. Esa extrañeza es lo que lleva ahora al máximo en su exposición titulada Cómo desaparecer completamente, que hasta el 29 de diciembre podrá verse en el Museo de Artes Visuales.

Son 37 cuadros que reproducen pantallazos de youtube y fotos publicadas en revistas de los 60. Fiel a la pintura, como siempre en sus más de 20 años de trayectoria, Natalia Babarovic deja claro en su última exposición individual –inaugurada el 5 de noviembre en el Museo de Artes Visuales– que es una de las artistas chilenas que ha explorado con más profundidad ese lenguaje, cosa que hace a partir de la fotografía.

Sin embargo, en esta muestra se distancia del referente fotográfico directo y ahora saca las imágenes de videos que le permiten tener acceso a un gigantesco e insospechado archivo visual y, posteriormente, seleccionar un instante particular en una escena o acontecimiento. También utiliza fotografías de performances realizadas en los años sesenta, las que extrae de revistas para llevar a su pintura. "Se trata de lejanas impresiones de acciones de arte que acontecieron en un lugar y un momento dados, de artistas como Allan Kaprow, Claes Oldenburg y Dick Higgins", explica la artista.

Aunque Natalia se mantiene dentro de la atmósfera que caracteriza su obra anterior, en estos nuevos trabajos se percibe una actitud más suelta y arrojada: las escenas adquieren un voltaje más dramático, el trazo es más rápido y decidido y los colores melancólicos y difusos asociados a la fotografía análoga en blanco y negro ahora se suman a la gama cromática que proviene de la reproducción mecánica y de la pantalla. Este nuevo enfrentamiento, sin embargo, potencia esa idea que ha estado presente en toda su obra: gran parte de la escena sucede en off, fuera del cuadro, disparando la pregunta sobre lo que pasa, lo que pasó o lo que podría pasar.

La exposición titulada Cómo desaparecer completamente ofrece un acercamiento consistente al imaginario desarrollado por la artista en casi 20 años de exploración pictórica, confirmando la madurez de una obra coherente, personal y, sobre todo, autosostenida.

Si bien en toda su obra la artista ha explorado el autorretrato y el retrato de personas cercanas, ahora captura rostros de personas desconocidas. Las expresiones cobran mayor voltaje, situando a los personajes en un punto crítico de una escena dramática.

La exposición ofrece un acercamiento consistente al imaginario desarrollado por la artista en casi 20 años de exploración pictórica, confirmando la madurez de una obra coherente, personal y, sobre todo, autosostenida.

El valor pictórico de una foto

Más allá de la representación minuciosa del referente, lo que define el arte de Babarovic es su intención de recuperar el valor pictórico que tiene una foto. Lo que le interesa transmitir es esa especie de aura que anima toda fotografía: la certeza de que el instante capturado nunca más regresará pero, al mismo tiempo, la comprobación de que está ahí, registrado, como un doble de la realidad. Las fotos que su abuelo Bosko Babarovic tomó en la década del 70 –y que ella rescató de cajas polvorientas– han sido un referente fundamental de su obra. Se trata de imágenes sin interés aparente que registran objetos, paisajes y episodios que suelen ser desechados por la estética fotográfica, como la manilla de una puerta, la perspectiva de una carretera o una piscina vacía. Esta atención sobre lo que parece aburrido, esa sospecha de que no pasa nada pero podría pasar todo, es lo que impregna sus pinturas. Muchas zonas de sus cuadros se encuentran borroneadas, apenas sugeridas, mientras que otras se definen y entregan claves de un acertijo que el observador, echando mano de su propio imaginario, deberá descifrar. Será por eso que no impactan directamente a la retina, sino que tocan el inconsciente de quien las mira, conectándolo con la familiaridad de algo cotidiano que creía olvidado.

Cargadas por el peso del tiempo –que es también un modo de referirse a su propia biografía– sus pinturas exacerban la ambigüedad de una memoria que borra más de lo que registra, en un juego permanente entre aparición y desaparición.

Un referente fundamental en la obra de babarovic son las fotos que rescató de cajas polvorientas que fueron tomadas por su abuelo bosko, la mayoría en la década de los 70.

Utilizando una solución pictórica de trazo rápido, que no se apega a la representación estricta de los detalles, Babarovic consigue exacerbar la carga emocional de sus cuadros. Los rasgos formales quedan en segundo plano ante el arrasador protagonismo del gesto.

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