Tres viajes con John Waters

Al pontífice del trash y uno de los directores de cine de culto más clásicos y demenciales de Estados Unidos, le propusieron cruzar su país a dedo. Hizo tres versiones: imaginar lo mejor, luego lo peor y al final contar lo que realmente sucedió. Un genio lanzado a la aventura.




Paula 1179. Sábado 1 de agosto de 2015.

Al pontífice del trash y uno de los directores de cine de culto más clásicos y demenciales de Estados Unidos, le propusieron cruzar su país a dedo. Hizo tres versiones: imaginar lo mejor, luego lo peor y al final contar lo que realmente sucedió. Un genio lanzado a la aventura.

Director de cine, actor, comediante, escritor, artista, activista, total y abiertamente gay: la obra de John Waters comienza en los 70 con películas en las que actuaban criminales y actrices porno –las más famosas son Pink Flamingos y Hairspray–, y hoy sigue dando prueba de su genialidad en Carsick (Caja Negra), el recién lanzado relato –imaginario primero y real después– de un viaje desde su casa en Baltimore,

en la costa Atlántica, hasta su departamento en San Francisco. Son cuatro mil kilómetros a dedo por la franja más ancha de Estados Unidos, un recorrido hilarante en el que articula, homenajea y destroza la cultura del país a través de personajes tan corrientes como peculiares.

"¿Concebir y dirigir quince películas y escribir seis libros no me hace sentir realizado? Mis sueños profesionales ya se cumplieron hace años, y ahora todo marcha sobre ruedas. ¿No debería jubilarme en lugar de salir a mostrar el dedo pulgar? Aunque, ¿jubilarme para hacer qué? ¿Hundirme en la demencia?". Que un hombre rico, famoso, de 66 años, viaje a dedo parece tan innecesario como irrelevante. Pero es John Waters, un fabulador sin límites que, para eliminar cualquier probabilidad de aburrimiento, agota todas las posibilidades de entretención.

Al inventar las escenas del buen viaje lidia con un traficante de marihuana que financiará su película más demencial, un piloto de carreras destructivas que le exige masturbarlo, una señora enfurecida porque le preguntan si está contra el aborto. En el mal viaje, un borracho casi lo mata, la madre de un fan lo acosa, una mujer enganchada al sexo con adictos lo insulta por homosexual. Y la realidad es solo un poco menos estimulante: lo confunden con un vagabundo, la esposa de un pastor se apiada de él, un policía que pretende arrestarlo al fin lo protege de la lluvia torrencial que no deja de caer. Como dijo Woody Allen parafraseando a Oscar Wilde, la realidad prueba que la vida no imita al arte, sino a la mala televisión. En manos de Waters, en todo caso, es tan fascinante el ejercicio de oponer situaciones ficticias y verídicas que no solo divierte con punzante sorpresa, sino que enseña que su humor y delirio no tienen nada que ver con el absurdo, sino que es apenas un punto más nítido que la realidad, siempre un poco más aburrida y menos colorida, pero igualmente rara y fascinante.

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