Un genio autobiográfico

El noruego Karl Ove Knausgård es la sensación literaria del momento: los seis volúmenes de su saga autobiográfica Mi lucha –ironía fuerte del nazismo–, lo han llenado de elogios y convertido en un Proust contemporáneo. La muerte del padre y Un hombre enamorado son las dos primeras partes traducidas por Anagrama, donde el autor narra su vida hasta dejar sin aliento y con ganas de más.




Paula 1149. Sábado 07 de junio de 2014.

El noruego Karl Ove Knausgård es la sensación literaria del momento: los seis volúmenes de su saga autobiográfica Mi lucha –ironía fuerte del nazismo–, lo han llenado de elogios y convertido en un Proust contemporáneo. La muerte del padre y Un hombre enamorado son las dos primeras partes traducidas por Anagrama, donde el autor narra su vida hasta dejar sin aliento y con ganas de más.

Tras las hipnóticas primeras cincuenta o cien páginas de las quinientas que suma La muerte del padre uno se pregunta por qué unas reflexiones normales sobre el horror a la muerte, seguidas del recuerdo de escenas de frialdad familiar, del temor juvenil, más retratos del aburrimiento típico de la vida y de lo difícil que resulta criar a los niños, se vuelven deslumbrantes. La respuesta parece simple: aunque demasiados escritores hablan de su propia vida, pocos son capaces de contarla tan minuciosamente, sin poetizar ni tramar nada, logrando que el tiempo de la lectura se parezca al de la vida, y que las palabras se acerquen sin mediaciones, sin ninguna figura, a la verdad inabarcable que implica una voz privada que se quiere ver entera.

Karl Ove Knausgård (1968) emprendió esta escritura en plena crisis vital: su padre murió alcoholizado, su vida matrimonial con tres hijos se volvía rutinaria y quejosa, no podía escribir. Entonces se propuso describir todo eso. Desde 2009 hasta 2011 terminó la saga autobiográfica de seis libros a la que tituló Mi lucha. Aunque ya era un novelista conocido y premiado, se volvió un fenómeno: en Noruega vendió más de 500 mil libros (en un país con 5 millones de personas), uno tras otro, tan rápido como una serie de televisión. Apenas se tradujo a otras lenguas se lo llamó el Proust nórdico. La comparación es evidente, pues se trata de un libro enorme y extenso sobre la memoria, el deseo y el tiempo perdido. Pero mientras el gran autor francés descubre el sentido de la pérdida en epifanías rotundas y en la incapacidad de conocer a otros al verlos en su infinitud, Knausgård más bien articula una inquietud de ser imparable desde la disección de la banalidad como pura incapacidad, crueldad, ambición.

Su empresa no es un simple autoanálisis ni un alarde de estilo: se trata de comprender una ética de vida que lucha desde los malos sentimientos, desde el error común. Esa es su lucha, tan totalizante y perturbada como la del Führer –el último libro, aún sin traducir, tiene un ensayo sobre los nazis de 400 páginas–, pero aquí no hay ningún ideal ni nada que imponer a nadie, y desde el comienzo se sabe que la liberación bien puede terminar en el horror.

Cuando empezó esta obra, Knausgård dice que comenzó a sentir repulsión por la ficción, por los personajes –él mismo había escrito sobre seres angélicos y otras fantasías–, por toda literatura que no fuera diario o ensayo, "que solo consisten en una voz, la voz de tu propia personalidad, una vida, una cara, una mirada que puedes ver". Sacar su voz con toda su torpeza es la hazaña, y leerla se vuelve una adicción, casi un deber. Después de La muerte del padre, aparece su vida como padre en Un hombre enamorado. Y vendrán cuatro libros más, ojalá rápido.

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