Cuando la muerte complica el amor

amormaternidad-04 (1)



En el 2015 conocí a Andrés. Estuvimos juntos casi tres años, de los cuales el último mes nos tomamos, por pedido de él, un tiempo. Durante ese tiempo nos seguimos viendo, hablamos permanentemente e incluso dormía en mi casa. Podríamos haber superado los obstáculos que llevaron a que nos tomáramos ese descanso, pero justo en ese periodo murió mi prima Laura. Su muerte marcó un antes y un después en mi vida y también en mi relación. Me invadió una tristeza profunda por mucho tiempo y una necesidad irreprimible de contención. Esperé, quizás erróneamente, que Andrés, al ser la persona que había estado conmigo esos últimos años –y con la que tenía muchísima confianza– cumpliera ese rol, pero no fue así.

Recuerdo con cariño la persona que era cuando conocí a Andrés. Teníamos 21 años y todos los sueños por delante. Él estudiaba ingeniería y yo historia del arte y a veces nos tocaba ir a clases en la misma facultad. Desde el día que nos conocimos, no dejamos de vernos, y en poco tiempo nos volvimos grandes compañero. Mi familia vivía en Rancagua y yo en un departamento en Santiago, y él pasaba casi todas las noches conmigo. De un minuto a otro, cuando ya llevábamos dos años juntos, empecé a notarlo distinto. No sabría decir qué fue realmente lo que pasó, pero sentí que él estaba distante e indiferente hacia conmigo, y más que eso, muy reticente a dejar su celular. Un día, cuando ya no daba más de inseguridad, cometí el error de revisar sus conversaciones de Whatsapp y descubrí que hablaba con otras mujeres y que negaba nuestra relación. Ahora que lo pienso, me arrepiento de haberlo hecho, porque ciertamente no es algo que me identifica. Pero habían muchas actitudes raras que me hicieron tomar esa decisión. Lo peor es que siempre me va quedar la duda, porque las conversaciones tampoco eran explicitas. Él, cuando lo enfrenté, me dijo que solo había sido un coqueteo, casi una manera de sentirse bien consigo mismo. Desde ese minuto, todo fue cuesta abajo.

Seguimos, pese a mis dudas, inseguridades, y mi incapacidad de restaurar la confianza al 100%, por varios meses más. Hasta que en junio del año pasado me pidió un tiempo. Según él, yo había perdido interés, y probablemente tenía razón; yo estaba decepcionada y quizás nunca volví, aunque sin saberlo del todo, a sentir lo mismo por él. Aún así lo quería y no quería dar por terminada nuestra relación. Quedé, entonces, muy confundida; me había pedido un tiempo, pero nos seguíamos viendo y hablando permanentemente. Creo que a los dos nos estaba costando mucho soltar y, pese al notorio distanciamiento progresivo, seguíamos aferrados a una idea lejana de lo que había sido nuestra relación. Salíamos mucho a comer, a bailar y a distintos panoramas, y se nos estaba haciendo igualmente difícil soltar ciertos hábitos.

Sin embargo, ese mes decidí visitar a mi familia en Rancagua casi todos los fines de semana. No iba a dejar que la confusa situación de 'estar y no estar' me afectara tanto y, por lo contrario, opté por hacer todas las cosas que había dejado de hacer por estar con Andrés. Me di cuenta que había mucho más que mi vida santiaguina junto a él, y que en Rancagua tenía a grandes amigos, entre ellos, mi prima Laura. Fue ella quien me ayudó a llevar esta etapa reflexiva y quien se propuso que yo volviera a tener mis propias actividades. Era la única que sabía que Andrés me había pedido un tiempo, porque hasta entonces, yo seguía en negación.

El último sábado de junio, mientras volvíamos de una discoteca con mi prima y dos amigas, tomamos un colectivo y en el camino un auto nos impactó. Mi primera reacción, al darme cuenta que yo estaba bien, fue ir a buscar a mi prima, que había salido disparada del auto. Estuve a su lado hasta que llegó la ambulancia, sin entender realmente que esos serían nuestros últimos minutos juntas. Esa madrugada murió en el hospital. Lo que vino después han sido los momentos más oscuros de mi vida. Traté, como hubiese hecho cualquier persona creo, de refugiarme en Andrés. Lo llamé toda esa noche pero no llegó al hospital. Se hizo presente al día después en el velorio, al que llegó con su mamá. Pero pude notar desde el primer minuto que lo vi, que no estaba reaccionando como reaccionaria una pareja o un compañero. De hecho, en vez de quedarse, se fue luego de unas horas, porque al día siguiente tenía un partido de handball. Su presencia parecía más una visita por compromiso que por una genuina preocupación.

Situaciones tan trágicas como esas hacen que uno reflexione sobre ciertas cosas. Durante mucho tiempo me pregunté "qué habría pasado si me pasaba a mí", o también me cuestionaba si habría podido hacer más para salvar a mi prima. Ese tipo de cuestionamientos creo que Andrés no los tuvo. Él se podría haber reivindicado en este tiempo, y me podría haber acompañado. Había sido, hasta entonces y pese a la última decisión de tomarnos un tiempo, mi pareja durante años. Pero eso no parecía importarle tanto. Podría incluso haber sido un reencuentro para nosotros. Pero no fue así. Por lo contrario, su incapacidad de reaccionar como yo necesitaba fue decisiva al minuto de darme cuenta que quizás él no estaba preparado para lidiar con una situación así y que, incluso si ya había tomado la decisión de no querer estar conmigo desde antes, no sería capaz de contenerme. Porque yo ni siquiera estaba pensando en relaciones amorosas, solamente necesitaba compañía y apoyo. Y él era la persona en la que más confiaba.

Nos seguimos viendo por meses después del velorio. Pero nunca me preguntó realmente cómo había sido esa noche. Incluso una vez me dijo "no sé cómo lidiar con esto, tu eres fuerte y lo vas a poder superar". Yo estaba desolada por su falta de empatía. Ahora me doy cuenta que su actuar no fue de malo o desinteresado, simplemente no se la pudo. Yo estaba con rabia y con pena, no entendía cómo me dejaba sola frente a ese dolor, pero aún así nuestra separación definitiva no fue fácil. Fueron meses en que me resistí a dejarlo ir, aún sabiendo que ya no había retorno. Se generó una situación extraña porque yo lo necesitaba pero él ya había definido, quizás hace tiempo, no querer estar conmigo. Igual, es muy distinto querer contención a querer estar con alguien en su totalidad. Yo buscaba su opinión, buscaba su apoyo, y buscaba que me escuchara. Pero no más que eso. No me daba para más.

Nunca tuvimos un cierre propiamente tal, pero fue inevitable. Me di cuenta, cuando empecé un proceso de terapia de shock, que tenía que estar sola, y que tenía que vivir el luto. No servía escudarme o refugiarme en otros; mi proceso personal era lo importante y eso solo lo podía hacer sola. Nadie está preparado para vivir estas situaciones, pero gracias a mi psicóloga, pude desplegar el dolor de la muerte de Laura y también de mi ruptura amorosa.

Ha pasado ya un año desde el accidente y me doy cuenta que la capacidad humana de sobreponerse a las situaciones más extremas es increíble. Jamás imaginé que dentro de mí existía la fuerza necesaria para salir adelante. El tema con Andrés también está resuelto. Transité por la rabia, por la frustración y la culpa, pero terminé por entender que él no era el responsable de mi duelo. Eso me tocaba a mí; es un proceso tan íntimo y personal que no podemos exigirle a otro que lo alivie, menos aún si este otro ya no siente una conexión lo suficientemente fuerte, por la razón que sea. Incluso me he puesto en su lugar y en cierto sentido he terminado por entender que haya tomado distancia de una situación que no supo cómo enfrentar. Se nos suele inculcar que la pareja es el refugio de todo, más aún en los momentos difíciles, pero no siempre tiene que ser así. Uno es responsable de la salud mental propia.

Hace un tiempo pasé por donde vive Andrés y no se despertó ningún sentimiento negativo en mí. Solo tuve un recuerdo fugaz de lo que tuvimos, que respondí con una sonrisa. También suelo pasar por el lugar del accidente y ahí, la casita blanca con una cruz me recuerda los últimos instantes que viví con Laura. Me entristece mucho pensar que esta pena es parte de mi presente y mi futuro, pero a pesar de eso, me motiva a seguir, tal como Laura hubiese querido.

Valentina Figueroa (25) estudia Historia del arte en la Universidad de Chile.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.