No pudimos celebrar juntos nuestro décimo aniversario

Hablemos-de-amor



"A Marcel lo conocí cuando estaba en la universidad. Yo estudiaba para ser veterinaria –luego estudié enfermería– y él estaba saliendo de ingeniería informática. Nos vimos por primera vez en una fiesta y tuvimos buena onda, pero no pasó a mayores. Durante un tiempo, hablamos por Messenger hasta que decidimos juntarnos. Él estaba a punto de emprender un viaje a Nueva Zelanda por un año y quedamos en que nos veríamos a la vuelta. Lo mantuvimos en un plano amistoso; él tuvo sus cuentos y yo los míos, y cada cierto tiempos nos mensajeábamos para saber cómo estábamos. Para mi cumpleaños, de hecho, me llamó y hablamos un rato. Hasta que volvió de su viaje y nos reencontramos. Recién ahí lo empecé a mirar con otros ojos. Y desde ese minuto en adelante no nos separamos más.

El 18 de marzo pasado cumplimos 10 años juntos y el 1 de abril cumplimos tres años de matrimonio. Pero en ninguna de las dos ocasiones pudimos estar juntos. Yo trabajo en la unidad de pacientes críticos en un hospital público y él tiene una enfermedad respiratoria crónica, por lo que a partir del 16 de marzo decidimos separarnos.

Ese día me despedí de él sin saber que sería el último abrazo que le daría en mucho tiempo. Llegué al hospital y tuvimos una reunión con los profesionales médicos en la que se nos habló de la situación. El Covid-19 ya había llegado a Chile y teníamos que estar preparados. Todos habíamos estado haciendo un seguimiento de la situación en el extranjero, pero seguíamos pensando que se trataba de algo lejano.

En esa reunión, sin embargo, nos mostraron los datos de otros países y entendimos a lo que nos enfrentaríamos en poco tiempo más. Teníamos la posibilidad de adelantarnos y armar un plan de acción. Salí de ahí y lo primero que hice fue llamar a mi marido para decirle que esa misma noche tendría que irse a la casa de mis papás, que queda relativamente cerca de la nuestra. Él no quería y me propuso dormir en el segundo piso de la casa, pero le contesté que era muy riesgoso. Creo que lo asusté tanto que en la noche cuando llegué después del turno, ya no estaba. Se había llevado unos calcetines y unos shorts.

Mis colegas y yo teníamos claro que nada sería lo mismo después de esa reunión. Porque por mucho que uno se cuidara o tomara precauciones, estábamos más expuestos. Todos nos hicimos conscientes de que la situación sería difícil.

En estas tres semanas, con Marcel nos hemos visto solo cuatro veces. Afuera de la casa de mis papás hay una palmera y yo algunos días voy y le dejo ropa ahí. Lo veo desde mi auto mientras él se asoma a la ventana. Nos saludamos y mantenemos una distancia de varios metros. Luego me voy y mis papás recogen las cosas con guantes. Las conversaciones han sido a través de video llamadas. Porque no queda otra. Y me ha dado mucha pena, más que nada el no saber por cuánto tiempo vamos a estar así. A veces pienso que si me enfermo o me pasa algo no nos vamos a poder despedir .

Estos días han sido duros para todo el equipo médico porque tenemos turnos de 24 horas y luego estamos en la casa durante tres días seguidos. Muchas estamos solas y en esos tres días lo único que hacemos es idear los peores escenarios. El mejor, a ratos, parece ser el de no saber cuánto rato va durar esto. Luego volvemos al trabajo y tenemos que mentalizarnos para estar ahí. En ese momento nos damos cuenta de que no podemos estar tristes eternamente.

Por eso he tratado de normalizar las conversaciones con mi marido. Al principio me costaba mucho estar lejos de él y lo llamaba antes de ir a dormir y le decía todo lo que lo extrañaba, pero ahora enfrento los llamados como si fuesen algo más de mi rutina; hablamos en mis descansos o dejo la cámara prendida mientras cocino y nos acompañamos de esa manera. Ya no sufro tanto al escucharlo, porque no puedo permitirme estar así.

En estos días he escuchado a muchas amigas decir que se han peleado con sus maridos en esta cuarentena. Lo que daría yo por estar encerrada con el mío. Y sé que lo peor está por venir y no contamos con ninguna certeza. Lo único que sí sé es que no puedo arriesgarme a enfermarlo. Por mucho que pueda ponerme una pechera y darle un abrazo, me quedo más tranquila viéndolo a lo lejos y sabiendo que en tres o cuatro meses más volveremos a estar juntos.

Natalia Canto tiene 35 y es enfermera en un hospital de Santiago.

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