Volver a confiar

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Conocí a Miguel hace 14 años cuando los dos trabajábamos en un taller automotriz. Dos años antes había terminado una relación muy larga con el papá biológico de mi hija, que se marchó cuando yo tenía siete meses de embarazo y nunca más –salvo el día que nació nuestra hija y pasó rápidamente a la clínica– se apareció. Estaba aun muy dolida por esa situación y veía imposible volver a confiar en un hombre, ni hablar de encontrar el amor. Miguel, por su lado, también venía saliendo de una relación de 18 años, de los cuales 10 estuvo casado. Tampoco habían terminado de la mejor manera y él estaba muy desilusionado. Nos encontramos justo en ese momento de profunda decepción con el amor y nos hicimos, eventualmente, muy cómplices y amigos. Hasta que, dos años después, empezamos una relación. Hoy llevamos 12 años juntos y hemos creado una familia: ha pasado a ser el padre de Camila y hemos construido todo lo que tenemos juntos. Sin embargo, a mis 44 años yo nunca he estado casada y me hace mucha ilusión casarme con él. Sé que no es más que un contrato, pero para mí es simbólico y significaría mucho. Miguel me ha demostrado su amor en acciones concretas todos los días desde que estamos juntos, pero no ha vuelto a creer en la institucionalidad del matrimonio y no quiere volver a casarse. Quizás no me lo dice explícitamente, para no herirme, pero sé que él ya creyó en esa ilusión y fue defraudado.

Volvamos atrás. Cuando el padre de Camila me dejó, me costó mucho recuperarme. Yo vengo de una familia bastante conservadora en la que, de las seis hermanas, soy la única que no se ha casado con su primer hombre. Cuando yo descubrí, a los siete meses de embarazo que Víctor –el padre de Camila– me estaba engañando y lo enfrenté, mi mamá me dijo que lo pensara dos veces. Me dijo que todos los hombres eran así y que a la larga, iba a ser mejor quedarse con él que criar a una hija sola. Por suerte no la escuché, aunque admito que mi primer impulso también fue el de perdonarlo. En cambio, decidí que sería valiente y que me las arreglaría de cualquier modo. Estar con alguien que me había mentido no era la opción. Él, por su lado, me lo negó, pero cuando vio que ya no había vuelta atrás, se fue con la otra mujer y armó familia. Nunca más volvió a hacerse presente con su hija. Yo agradezco haberlo enfrentado, pero no voy a decir que fue fácil. Quedé profundamente herida y no fue hasta que conocí a Miguel, que por lo demás también se tuvo que esforzar harto, que volví a confiar en los hombres.

Con Miguel he aprendido muchas cosas. Y fuimos sinceros el uno con el otro desde el primer día. Yo le dije, por la influencia conservadora de mi familia que aun me pesaba, que no volvería a tener hijos con otra persona. Y él me dijo que habían intentado tener hijos con su ex mujer y que ninguno de los dos podía y que de ahí en adelante la relación decayó. Dieron paso a una relación muy tortuosa y ella lo engañó. Y por todo esto, ya no creía en el matrimonio. Acordamos ceder y respetarnos en eso. El estaba dolido y aun así jamás nunca me ha hablado mal de ella. Porque él es la persona más buena y noble que conozco. Pero en estos días, me ha surgido más que nunca la ilusión de casarme con él. Estamos básicamente casados, todo es de los dos, y él ha asumido el rol de padre de Camila. Solo nos falta ese paso. Soy consciente de que es solo un contrato, y que no asegura nada. También soy consiente de que las cosas no son siempre como aparentan ser. Hay millones de parejas casadas que se muestran felices pero en realidad están aburridos y obligados. En cambio nosotros con Miguel tenemos algo muy real. Y nadie nos obliga a tenerlo. Es porque queremos. Él siempre me dice: "qué más necesito hacer para demostrarte mi amor, estoy aquí todos los días sin obligación, y es porque las amo realmente". Y claro, eso es mucho más genuino que hacerlo por un contrato. Pero aun así, me quiero casar. No niego que hay una presión social también, de la que no he logrado desprenderme, pero más que eso, hay unas ganas inmensas de querer compartir todo con él y dar paso a algo simbólico.

Hace unos días leí una de estas columnas en la que una chica le pedía matrimonio a su pareja y decidí, después de pensarlo mucho, que compartiría mi historia y, en nuestras próximas vacaciones, le pediría matrimonio a Miguel. A lo más me dice que no y volvemos a lo que ya tenemos, que de por sí es hermoso. Camila, mi hija, ha decidido ayudarme en esto. Ellos se adoran e incluso, muchas veces, la he visto diciéndole que es entendible que esté dolido y con un trauma, pero que es otra la persona que lo dañó, no yo. También me ha ayudado a medir su dedo mientras duerma, porque ya está totalmente convencida de esta idea. No niego que me asusta mucho y que, incluso, implica más de lo que uno podría pensar: para mí este es un acto reivindicativo. Es como salirme de ciertos estereotipos y de lo que mi familia espera de mí. Porque además ¿por qué tengo que esperar a que él lo haga en vez de hacerlo yo? Y bueno, como dijo la chica que escribió la columna antes que la mía: si no cruzo el río, nunca voy a saber que habría pasado.

Jacquelinne Llantén (44) es liquidadora de siniestro.

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