Mi querida Virginita,

5.2



Después de haber sido amigas por casi 80 años, he tenido que aprender a desprenderme de ti. No ha sido fácil, te recuerdo todo el tiempo, y aunque se supone que la vejez nos prepara para esto, anhelo todos los días volver a verte. Cuando te fuiste, en 2014, 11 meses después también emprendió vuelo mi Panchito. No sabes cómo me hiciste falta en ese momento. Conversar contigo, escuchar tus sabios consejos.

La última vez que te vi fue durante el periodo en el que Pancho estaba hospitalizado. No te despegaste de mi lado. Yo sé que lo hacías porque ustedes dos se querían mucho, pero también porque querías asegurarte de que yo estuviese bien. Recuerdo que al despedirte, me dijiste: "Elianita, así es la vida, tenemos que conformarnos". Tú ya estabas acostumbrada a cargar con la muerte de tu marido y yo siempre te admiré por eso.

Mi comadre, cuando me enteré de que habías fallecido no lo pude creer. No nos veíamos hace un par de años porque Renatito, tu hijo, no quería que yo me enfrentara a la pena de verte. La maldita amenaza de la demencia senil se hizo una realidad y probablemente no me hubieses reconocido. El 2016 me encontré con él mientras estaba almorzando con mi familia y le dije: "hijo, te tengo que tirar bien las orejas porque tu mamá se fue y no me avisaste, sabiendo que yo era su mejor amiga. Tengo pena, tengo rabia". Pero yo sé que él solo hizo para protegernos, como siempre. Fue una vecina tuya, de la Villa Frei, la que me contó que ya no estabas.

Nuestra amistad es una de las cosas que más atesoro de estos largos años. Y le doy gracias a la vida por haber sido compañeras de colegio desde chiquititas y sobre todo porque después estudiamos juntas pedagogía en la Normal Nº 1. No sé si alguna vez fui capaz de demostrarte todo el agradecimiento que siento por haberme dado el apoyo que necesitaba en ese momento. Tú sabes la angustia que me daba despedirme de mi familia los domingos, para internarnos toda la semana en la escuela, así que siempre estabas ahí esperándome para recibirme con tu contagiosa energía. Si tuviese que guardar un solo recuerdo de nuestra amistad, elegiría las noches que nos quedábamos conversando de cama en cama, bien calladitas para que nuestras otras compañeras no se despertaran, sobre las películas que cada una veía cuando iba al teatro con su familia los fines de semana. Yo te ponía al día con la mía y tú con la tuya.

Virginita, yo soy una de las pocas que queda viva. Con una de nuestras amigas prometimos mantenernos al tanto de las partidas, así que nos llamamos por teléfono para avisarnos de cualquier novedad. De las 30 compañeras que éramos en la Normal, vamos quedando unas cinco. Pero tampoco es fácil poder enterarse de todas las que ya se fueron, ya que cuando envejeces, la gente tiende a alejarte de la muerte para protegerte. Esto me impidió poder despedirme de ti, al igual que del resto de nuestras amigas.

Todavía tengo guardado los preciosos tejidos que te encantaban hacer. En mi pieza tengo uno de esos muñequitos y mis hijas aún guardan los chalecos que les regalabas. Eras tan cariñosa y dedicada. Extraño colgarme al teléfono a copuchar contigo y que Panchito diga: "ya están hablando las comadres". Aunque nos molestaba, yo sé que a él le encantaba nuestra amistad. Y cómo no, si era una que nos hacía tan bien.

Amiga mía, te hablo todos los días. No sé si me escuchas, pero el hacerlo me calma la ansiedad. Te cuento cómo va mi vida, cómo están mis hijos, los nietos. ¡Y hasta mis cinco bisnietos! La vida está pasando muy rápido y aún me queda energía para gozarla. Quiero aprovechar al máximo cada minuto porque sé que, de un momento a otro, me uniré a la fiesta que debes estar armando allá arriba".

Eliana (87) es madre de cuatro, abuela de 11 y bisabuela de 5.

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