Pololear después del tercer encuentro

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Cuando conocí a JP en 2012 yo venía saliendo de varias desilusiones amorosas y mucha pena acumulada. Ninguna de las últimas relaciones que había tenido había durado más de tres meses y estaba profundamente decepcionada del amor. Luego de la cuarta relación fracasada, decidí que algo no iba bien; no eran ellos solamente, como me habría gustado pensar. Algo en mí estaba dirigiendo mal la búsqueda. Hasta entonces los hombres que me habían cautivado eran dependientes y no sabían lo que querían. Y así, yo terminaba siendo una segunda mamá que los ayudaba a salir adelante, hasta que las cosas se salían de control y la relación terminaba.

Ese había sido mi patrón hasta que decidí cambiarlo. El primer paso era resolver que no me iba a fijar más en los que usualmente me llamaban la atención. De lo contrario, temía reincidir en lo mismo de antes. Esta reflexión, además, coincidió con una película que vi en esa época y que me hizo mucho sentido. La protagonista, media bruja, hacía una lista y decretaba cómo iba a ser el hombre del cual se iba a enamorar. Dentro del punteo, salía que iba a tener un ojo azul y otro verde. Cuando lo vio en la calle, entonces, supo de inmediato que era él. Me propuse hacer algo similar; mi check list cambiaría. Y a las pocas semanas conocí a JP.

Fue en una congreso en Viña organizada por AIESEC –una ONG que busca potenciar los intercambios culturales entre estudiantes–, a la que me invitaron a dar una charla sobre el shock cultural. Yo lo había visto en el bus camino a la charla, porque cuando empezamos a jugar un juego de canciones se las conocía todas. "¿Cómo puede tener tanto conocimiento musical?", me pregunté. Lo encontré muy tierno. Y, por cierto, totalmente distinto a los que me habían gustado hasta entonces: era muy alto y muy blanco. Siempre me habían gustado los morenos. Así que ya era un buen indicio para mi nuevo check list.

Cuando me tocó exponer traté de no buscarlo en el público y me limité a mirarlo pocas veces de reojo. Pero desviaba la mirada de inmediato y seguía hablándole al resto, para que no se notara que estaba pendiente de él. Supe después que él también había estado mirando fijo y que además se había reído mucho con mi presentación. Yo, toda nerd, había hecho un Power Point con efectos antiguos, memes y brillo, y él estaba fascinado.

Después de la presentación nos tocó leer en voz alta los mensajes anónimos que nos habíamos dejado entre todos los que asistimos al evento. Una costumbre que sirve para recibir y entregar feedback y para generar una dinámica de mayor confianza. Leí un mensaje dirigido a mí que era súper halagador y me sonrojé. Todos pensaron que me lo había escrito a mí misma. Tiempo después, supe que había sido JP. Y No solo había escrito ese, sino que había escrito varios. Todos para mí y todos distintos, pero yo no tenía cómo saber quién me los había dedicado. Además, en esos tres días que duró la convención, solo habíamos interactuado dos veces. La primera fue para preguntarme si iba ir a la fiesta de disfraces que organizaba el evento. Le dije que sí, y él me dijo que lo buscara para que bailáramos, pero cuando bajé no lo vi más. Y la segunda fue para hacerme un comentario a la pasada respecto a otro expositor.

Al final del congreso había unos sobrecitos con nuestros nombres en los que podíamos dejar mensajes más personalizados. Le escribí una nota que decía: "Fue bacán conocerte. Espero que nos volvamos a ver", y firmé solamente con "Karen de Conce". No puse más que eso porque me quise hacer la misteriosa. Él, en cambio, me dejó una con todos sus datos. Esas cartitas aun las guardamos en nuestras billeteras.

Terminó el congreso y me devolví a Concepción. Él se quedó en Viña y no fue hasta un par de semanas después que decidió buscarme en Google. No tenía mi apellido, entonces solo me buscó por Karen y por el nombre de la ONG. Así me encontró y empezamos a hablar por Facebook. Primero no más de unos 15 minutos un par de días a la semana, pero con los días nos empezamos a contar todas nuestras vidas. A veces nos quedábamos hasta las 3 de la mañana hablando de nuestros sueños y aspiraciones. Estuvimos en eso durante un mes. Un mes en el que sentimos que nos conocíamos hace años. Pero solo nos habíamos visto una vez.

En ese tiempo me salió la oportunidad de ir a exponer a Viña de nuevo. Dudé en un principio, pero luego de darle un par de vueltas opté por avisarle que iba. Nos pusimos de acuerdo y me pasó a buscar al terminal de buses. Por chat ya nos habíamos dicho que nos gustábamos, pero en persona no nos habíamos vuelto a ver. Yo estaba muy nerviosa y le hablé hasta por los codos. Él solo me escuchaba y sonreía, y me fue a dejar a la casa de unos amigos que me alojaban. Quedamos de vernos al día siguiente en una fiesta de disfraces.

Al otro día en la fiesta nos costó acercarnos con la naturalidad propia que se había dado ese mes hablando en las redes sociales. Estábamos cara a cara y no lográbamos dar con esa espontaneidad. Creo que en un minuto él pensó que tenía que hacer algo para salvar la situación y no se le ocurrió nada mejor que llegar y morderme levemente el hombro mientras yo hablaba con otras personas. Fue muy chistoso y fue una manera de romper el hielo. De ahí en adelante no paramos de reírnos juntos. Al rato decidí darle un piquito, pero estaba tan nerviosa que salí corriendo. Todo se había dado de manera tan torpe y chistosa, que esta no podía ser la excepción. Él salió corriendo detrás mío.

El día después de aquella fiesta tuvimos nuestra primera cita. Era la tercera vez que nos veíamos en la vida y me pidió pololeo. No voy a negar que al principio sentí miedo e inseguridad, pero realmente me gustaba y me daba muy buena espina, entonces decidí no hacerle caso a esos nervios y dejarme llevar por mi intuición. ¿Qué podía pasar si dejaba que la situación fluyera?

No faltaron las advertencias por parte de ambas familias y los amigos, que me tildaron de ingenua. Tampoco los que pusieron en duda la viabilidad de nuestra relación. "Apenas se conocen", "¿Cómo lo van a hacer?", "Esto no va durar", decían algunos. Pero por suerte no dejamos que esos cuestionamientos nos afectaran más de la cuenta. Al mes de pololeo, JP me pidió matrimonio pero le dije que no porque no lo conocía lo suficiente. Ahora lo pienso y me río. Al año me pidió de nuevo. Y aquí estamos ahora; llevamos siete años casados y hace poco nos trasladamos a Noruega, ansiosos por partir un nuevo proyecto de vida juntos. Es linda nuestra historia porque no éramos el tipo de pareja que queríamos el uno para el otro. No nos estábamos buscando, pero de alguna manera igual nos encontramos.

Karen Piesset tiene 33 y es ingeniero comercial.

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