Mi vida después de enviudar

viuda



Con Iván nos conocimos en 1960, el año del terremoto. Él trabajaba en una tienda en calle Picarte y había llegado hace solo unos meses a Valdivia. Me lo presentó una compañera de curso, pero yo ya lo había visto en la plaza. Me invitó a salir después de ir a mi casa a pedirle permiso a mi papá. Yo tenía 17 y estaba en primer año de universidad. Salimos poco tiempo y nos pusimos a pololear. Casi un año después de habernos conocido, decidimos casarnos.

La ceremonia fue en la Catedral de Valdivia y celebramos con una linda fiesta, a la que invitamos a nuestros amigos y familia. Después del matrimonio, nos fuimos a vivir solos. Recuerdo que lo pasábamos muy bien juntos. Salíamos a caminar, a bailar. Íbamos mucho a ver películas al cine y hacíamos panoramas con amigos. Nuestra relación era muy buena. Tuvimos períodos en los que vivimos separados por temas de trabajo y nos veíamos sólo los fines de semana, pero eso no nos distanció. Tuvimos cuatro hijos y lo seguíamos pasando bien. Nos gustaba hacer paseos los fines de semana con los niños. Él siempre fue un hombre alegre y activo. Le encantaba hacer deporte, y su gran pasión era jugar básquetbol. Ese gusto se lo transmitió a sus hijos y nietos. Gracias a ese deporte, él tuvo la oportunidad de viajar por todo Chile con su equipo. En ese momento de mi vida yo no conocía tantos lugares, pero Iván siempre me incentivó a viajar y a conocer.

Cuando cumplimos 40 años de matrimonio, nuestros hijos nos regalaron un viaje a Buenos Aires. Era la primera vez que íbamos juntos al extranjero. Recuerdo que tomamos clases de tango porque él era bueno para bailar. Yo siempre fui tiesa, pero igual lo intenté. Nos reímos mucho haciéndolo. Ese viaje fue el empujón final que necesitábamos. Y al año siguiente yo me jubilé; habíamos decidido que queríamos viajar juntos. También lo hicimos para disfrutar de ser abuelos y de que nuestros hijos ya todos tenían sus propias familias y eran independientes. El primer plan era visitar a una de nuestras hijas, que vivía en ese tiempo en República Dominicana.

Todo iba bien, hasta que un sábado de agosto mi viejo había decidido no ir a jugar básquetbol pero le avisaron que faltaban jugadores para formar el equipo, así que partió. Al rato, me llamaron para decirme que había tenido un infarto. Murió de golpe, haciendo algo que disfrutaba mucho. Yo no me lo esperaba. Jamás lo habría pensado.

Recuerdo que después del funeral me dediqué varios días a repartir tarjetas de agradecimiento a la gente que había ido a la misa o que había enviado flores. Lo de las tarjetas ya casi no se usaba, ya que era una costumbre más bien antigua, pero las envié igual porque sentí que era lo último que iba a poder hacer por mi viejo. Sé que fui yo la que repartí esas tarjetas, pero al mismo tiempo no era yo. Estaba muy triste. Sentí que junto con él se habían muerto muchas cosas. Nada me interesaba. Fui a un par de sesiones con un siquiatra, pero me dijo que no era necesario que tomara medicamentos. Lo que tenía que hacer era llorar y llorar. Y eso hice.

Al principio todo se me hacía difícil. Me casé muy joven y mi marido siempre se hizo cargo de las cosas prácticas, como pagar cuentas y hacer reparaciones en la casa. Yo me encargaba de otras cosas porque nos complementábamos mucho. Recuerdo, por ejemplo, que cuando íbamos a algún lugar yo ni me preocupaba de orientarme porque él me guiaba. Después de que murió, tuve que aprender a guiarme sola, en todo sentido.

Después de su muerte, mis hijos me animaron para que continuara con el plan de viajar a República Dominicana, a pesar de que ya no podría hacerlo con mi viejo. Y como Iván siempre me incentivó a viajar, decidí irme. Algunos meses después de ese primer viaje, partí a las Torres del Paine con un grupo de ex colegas y desde entonces no he parado. He tenido la oportunidad de conocer diferentes países y me quedan muchos más que aún quiero visitar. He viajado con mis hijos, con amigas y con mis nietos.

Mi marido siempre me transmitió mucha seguridad, y en estos años me he aferrado a eso para empezar nuevos proyectos que me hagan sentir realizada y feliz. Sigo siendo una mujer activa y pongo mucho esfuerzo en seguir aprendiendo y conociendo a nuevas personas. Por eso desde que quedé viuda he tomado muchas clases y cursos. He aprendido desde bisutería y trabajos manuales hasta hidrogimnasia y estrategias para mejorar la memoria. Me siento contenta y conforme con lo que he logrado, y sigo teniendo muchos planes. Me gusta organizar paseos y sigo yendo al cine, como lo hacía con mi marido. Para eso me ayudó mucho tener un grupo de amigas con quienes compartir estas experiencias. Con algunas nos conocemos de toda la vida. Viajamos harto juntas y nos apoyamos.

El próximo mes tengo planes de ir por primera vez a Isla de Pascua con un grupo de amigas de un taller al que asisto. Ese viaje lo estoy organizando yo misma, porque hace tiempo que tengo ganas de conocer Rapa Nui. El próximo año quiero visitar Dubai. A pesar de que decidí seguir adelante con mi vida y no quedarme en la pena de haber perdido a mi compañero, él sigue siendo el amor de mi vida. Y por lo mismo nunca ha pensado en buscar una nueva pareja. Mi viejo y yo íbamos a envejecer juntos. Creo que he tenido fuerza para reconstruir mi vida sin él, y he podido enfrentar cosas que no creía que podía hacer sola.

Sonia Ojeda tiene 76 años, es profesora de Historia, le encantan los viajes y resolver crucigramas.

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