Cómo hablar de la muerte con los niños

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Hace tres años murió mi abuela de una forma apacible, mágica, a su tiempo debido y en su casa. Preciosa, en su cama, con su perro "el Niño", su colchita blanca y su pelo plateado. Estaban todos sus hijos, nietos y familia rodeándola en el segundo de su último respiro. Sus hijos decidieron velarla en la casa y a todos nos encantó la decisión porque era más familiar, calentito y recogido.

Durante ese primer día ella seguía en su cama, peinada, con sus manos cruzadas y un ramo de flores. Y venía el momento de contarles a mis niños, de cuatro y siete años, lo que había pasado. Los llevé a la casa de mi abuela y decidí no solo contarles, sino que llevarlos a la pieza que ellos ya conocían y en la que siempre la veían. Primero la miraron detenidamente, luego se acercaron y la tocaron. Hicieron preguntas y comentarios como ¿por qué está tan fría?, ¿está durmiendo?, ¿dónde se van los muertos?. A los diez minutos la situación ya les parecía normal. Sacaron la caja de legos y se pusieron a jugar en su pieza como si nada.

Vino el momento en que la trasladamos al ataúd y la llevamos al comedor para ser velada. Mis niños y sus primos acercaron sillas para poder mirar a la bisabuela adentro de esta caja con vidrio. Ahí aparecieron otra cantidad de preguntas, algunas divertidas como ¿está adentro de agua? La miraban con mucha atención, curiosidad, y le analizaron cada una de sus arruguitas y manchas de las manos. Parecían calmados y se les veía como que entendían –incluso mejor que los adultos-, que esto es parte de la vida.

Los niños fueron parte del funeral y del entierro. Miraban nerviosos tratando de entender, porque evidentemente éramos varios los que llorábamos. Mi hijo de cuatro años trataba de procesar la información, de entender cómo si las personas que se mueren se van al cielo, nosotros estábamos enterrándola bajo tierra.

En los siguientes días hubo lluvia de preguntas, muchos momentos tristes y de confusión. Pero fue un proceso sano, transparente y muy conversado. Vieron la muerte en persona, vieron lo que le pasaba a un cuerpo sin vida y vivieron su primer funeral. Y aunque esta fue mi experiencia y cada uno puede decidir cuánto y cuándo le muestra a un hijo de la muerte, hay cosas que podemos hacer, porque aunque no se muera nadie cercano, es un tema que va a despertar en ellos a una edad específica.

Alrededor de los tres años y medio o cuatro, el tema de la muerte comienza a suscitar interés en los niños. Ahí es aún algo temporal e incluso pueden creer que es reversible. Empiezan a ver que existe la muerte en algunas películas y quizás en algún cuento. Entre los cinco y los nueve ya comienzan a ser capaces de entender que todas las cosas vivientes se mueren y que esa muerte no tiene vuelta, pero de alguna manera aún es muy lejana y no es algo que crean que les va a pasar a ellos, es más como un esqueleto que los aterroriza y les puede causar pesadillas, algo tan real. De los nueve años en adelante ya son capaces de entender que la muerte es irreversible y que ellos también van a morir algún día.

Cuando comienzan las primeras preguntas sobre la muerte es importante contestarles con la verdad. Una verdad simple, pero práctica y real. Con las palabras que corresponden. No entrar en detalles ni tratar de explicar cosas que son demasiado inentendibles, pero sí hablar de verdad. Decirles que cuando una persona muere deja de respirar, de comer, de caminar y de sentir. Que el cuerpo deja de funcionar y no se puede echar a andar nunca más. No es ideal usar frases como "ahora se fue a un lugar mejor" para así evitar la palabra muerte, ya que eso puede ser muy confuso para un niño.

Las primeras experiencias o cercanías de un niño con la muerte generalmente tienen que ver con la muerte de una mascota, y en mi opinión, es mejor decirles que se murió y que no va a estar más con nosotros. No inventarles que el perrito se fue a vivir al sur donde vive su familia, ya que son los primeros aprendizajes y experiencias que tendrán en torno a la muerte y éstas irán haciendo que la vean como algo real y normal, que nos pasará a todos y con lo que tenemos que aprender a vivir.

Es esperable tener que hablar muchas veces sobre la muerte si es que la vivieron con un ser querido o si es un tema del que están interesados. Los niños aprenden por repetición, y probablemente necesiten hablar este tema muchas veces. Quizás necesiten verificar con nosotros cosas que escuchan en otras partes y van a querer nuestra explicación.

Es probable que puedan experimentar cierta ansiedad al pensar que podemos ser nosotros, sus padres y cuidadores más cercanos los que vamos a morir, y eso puede generarles miedo y ansiedad, por lo que es importante verbalizar ese miedo y asegurarles que siempre van a estar cuidados. Que no tenemos intención de morirnos, pero si eso ocurriera, van a estar los tíos, abuelos, primos, hermanos y el otro padre o madre para cuidarlos siempre.

En el caso de la muerte de algún familiar cercano, donde estamos en la duda de si llevarlos al funeral o no, creo que es importante tomar en cuenta la edad del niño. De los cinco en adelante podemos darles a ellos la opción de ir, con previa explicación de lo que es un funeral. Podemos decirles que es un momento muy triste, donde probablemente habrá mucha gente llorando y que va a haber un ataúd con la persona que se murió adentro para que ellos se anticipen a lo que está porvenir y para que puedan pensar si de verdad quieren ir o no.

Creo que es sano que vean llorar a otros por la pena de una muerte. Es normal, es real y les da permiso a ellos de sentir diferentes emociones, unas más fuertes que otras, pero que está bien expresarlas. Cuando comienzan estas preguntas difíciles o que muchas veces nos incomodan, es importante primero escuchar atentamente lo que nos dicen y no interpretar nada, ya que muchas veces nos apresuramos a contestar, de puro nervio, y resulta que la pregunta de los niños era mucho más simple, pero terminamos entrampados en una respuesta dificilísima. También es válido no saber algo o no saber cómo responderles. Les podemos contestar con mucha honestidad que no sabemos la respuesta, que vamos a pensar y averiguar más y lo hablamos en otro momento. También hacer contra preguntas para saber cuánto saben ellos, e incluso aclarar algo que puedan saber pero que estén confundidos. Ideal también es que no nos vean incómodos contestando sus preguntas, ya que les traspasamos que es un tópico del que no debiéramos conversar. Y siempre intentemos usar respuestas reales, con la verdad y palabras simples y claras.

En el caso de la muerte de una mascota tratemos el acontecimiento como parte de la vida. No tratemos de evitarles el dolor de la pérdida escondiendo el cadáver o haciendo como que la mascota se perdió. Hagamos el ritual de hacerle un funeral o despedida a esa mascota querida y dejémosles un espacio para sentir esa tristeza, llorar su pérdida y vivir el primer encuentro con la muerte.

Les dejo un par de libros preciosos que tocan el tema de la muerte y que nos pueden ayudar a hablar del tema con nuestros hijos: "El árbol de los recuerdos" de Britta Teckentrup (para niños entre tres y seis años), "Yo siempre te querré" de Hans Wilhem (para niños entre seis y nueve) y "Jack y la muerte" de Tim Bowley y Natalie Pudalov (para niños entre nueve y doce años). Y por último, la película Coco, maravillosa forma de explicar y vivir la muerte.

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