Mami, quiero mi teléfono

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Fue cuando esta niña aún usaba pañales que descubrí el poder sedante de la televisión. Un berrinche repentino, la necesidad de un momento de calma para trabajar o ese cansancio de madre de preescolar… Nada había como la tele para socorrerla a una. Luego vinieron el celular y el famoso mundo touch. Pareciera que los niños aprenden a manejar esa tecnología en su vida anterior, o en el vientre materno. Mi mayor impresión vino de la mano de Instagram, cuando descubrí que mi hija le había sacado una foto a uno de sus dibujos, había abierto la aplicación, escogió un filtro y subió la imagen de su autoría a mi cuenta. Tenía 5 años. Más tarde me enseñó a mandar mensajes de voz por WhatsApp. Lo sé: escalofriante. Y el asunto se puso peor cuando decidí comprar una tablet. Objeto de su devoción instantáneo.

Por supuesto, con los años el asunto se puso más intenso y mi estrategia ha sido navegar entre las normas prohibitivas y la flexibilidad, no con el éxito que me gustaría, porque el embrujo de la pantalla es cada día más difícil de contener. Me pregunto si ya es hora de comprarle su teléfono inteligente. Si bien no es la única de sus amigas -todas de 10 años- que aún no reciben el suyo, siempre pensé que una edad apropiada eran los 12. También lo cree así la sociedad americana de pediatría, y tiene sentido si consideramos la larga lista de atroces consecuencias de la exposición de niños a celulares: alteraciones en el aprendizaje, control de impulsos, rendimiento, depresión, obesidad y más.

Algunos colegios están empezando a incluir protocolos para el uso de pantallas en sus salas de clases, aunque no hay consenso acerca del mejor camino a seguir para cuidar a nuestros niños en su aproximación a la tecnología. Están los prohibicionistas y están los que abogan por incluir los aparatos en el aprendizaje, como hicieron en Canadá, donde varios establecimientos los están usando como herramienta educativa. Muchos también han optado por prohibirlos en clases y permitirlos en el recreo, lo que para la psicóloga Vinka Jackson es la peor de todas las decisiones. "Si ya las jornadas son excesivas y las pausas muy magras entre bloques de clases, el reducido tiempo para interactuar con los compañeros termina siendo reducido a las pantallas", escribe en su web www.vinkajackson.com, donde además propone crear un contrato cariñoso con nuestros hijos a la hora de comprarles su teléfono inteligente, donde se establezcan con claridad los límites y compromisos necesarios para asumir la nueva responsabilidad.

Leyéndola recordé lo que menos me gusta de esta nueva niñez conectada: cómo la energía que se pone en lo virtual es robada del tiempo al aire libre, del juego, de la bicicleta. Pero también me aterra todo eso que vive más allá de las pantallas, esa infinitud de información e imágenes sin atajo, ese túnel que no se sabe a dónde puede conducir.

Supongo que nos pasa a todos. Lo más sabio sería acomodarnos a los tiempos. Es nuestro deber como sociedad conocer los contenidos a los que se pueden ver expuestos nuestros hijos, no queda otra. Y más aun si consideramos que esto no va a parar de crecer y que nosotros, los adultos, ya somos parte del problema.

Mi hija me ve sonreírle a la pantalla, sacar fotos, revisar las vidas de otras personas, buscar información, mandar mails. Si siempre ha buscado hacer las cosas que yo hago, era ridículo pensar que esta vez sería diferente.

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