Mi rincón verde: Diego Cabrera

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"Todo este amor por las plantas se lo debo a mi madre. Me crié en Valdivia cuando chico y tengo muchos recuerdos jugando en a las escondidas en el jardín botánico de allá. Esas experiencias que me entregó ella, a mí y a mis dos hermanos, me marcaron un montón. Le agradezco hasta el día de hoy que los fines de semanas nos metiera al auto y se las ingeniera para que hiciéramos panoramas diferentes, para que nos interiorizáramos con la naturaleza.

Siempre tuve las plantas presentes, pero no era muy fanático. Me gustaban, sin embargo, sentía que era un tema más de mi mamá. A ella le encanta ir a viveros y tenía miles de especies en nuestro jardín de esa época. Y como todas sus amigas estaban al tanto de eso, le daban de regalo algo asociado a la naturaleza. Para mí eran increíbles, pero al igual que mi Nintendo. Mentiría si dijera que era un niño que pasaba todo el día afuera colgando de los árboles. Lo hacía, pero también podía estar frente a una pantalla.

A los 13 años me vine a vivir a Santiago y fue un cambio fuerte, pero que en ese momento me encantó. Quería conocer cómo era la vida en la capital. Ir al Mc Donald's –que antes solo conocía por comerciales- subirme al metro, caminar alrededor de edificios grandes. Pero con el tiempo me fui dando cuenta de que extrañaba la naturaleza, que la necesitaba.

Cuando entré a estudiar publicidad me empecé a meter más en el mundo del diseño y de la dirección de arte y aprendí que con las plantas podía mejorar cualquier espacio, darle un nuevo aire. Y apenas me fui a vivir solo, me embalé y fui llenando este lugar. Igual siempre he sido súper coleccionista y un poco TOC con eso. Cuando chico junté juguetes de Star Wars, después objetos de Futurama y ahora plantas.

Me pasa que me obsesiono un poco buscando las que sé que son difícil de encontrar. Lo veo como un desafío. Y hace poco sentí que, después de dar vueltas por los típicos viveros de Santiago, no estaba logrando llegar al paradero de ciertas especies, así que agarré a un amigo y le dije que fuésemos a diferentes lugares, sin un rumbo claro, en búsqueda de ellas. Así encontré muchas y conocí a gente experta en el tema.

Tengo una suculenta colgando que es poco común y que apenas la vi en la entrada de la casa de una señora, me propuse tenerla. Toqué el timbre durante hartos minutos pero nadie me contestó. Volví después de cinco meses y nada. Pero no me di por vencido. Agarré a mi amigo que siempre me acompaña en este tipo de travesías y logré que me escucharan. Le expliqué a la dueña y me dijo que no me la podía regalar o vender porque la tenía hace años. Le supliqué. Es que era enorme, no me interesaba tener un esqueje o algo así, yo quería esa planta. Sin embargo, me costó un mundo convencerla. Primero me dijo que me iba a vender otra, de la misma especie, pero más chica. Y cuando estaba a punto de pagar, lo intenté una vez más. Reconozco que fui bien insistente, pero valió la pena. Después de varios intentos, logré que me dijera que sí.

En menos de un año armé mi rincón verde, que ahora parece una jungla. Mi polola ya me paró los carros. Me dijo que era suficiente porque de verdad no cabe ninguna más. Pero a mí me encanta la sensación que me transmiten, sobre todo en abundancia. Me recuerdan a mi familia, a la unión de nosotros en torno al verde. Me relajan y desconectan. Y creo que igual las plantas hacen de los espacios un lugar mucho más agradable. No hay nadie que no entre acá y me comente algo positivo al respecto. Es un quiebre visual y eso es súper atractivo.

No me gusta juzgar a la gente que tiene plantas solo por un tema de moda. Sé que es innegable que esto es una tendencia, pero encuentro que es algo que hay que fomentar. Pienso que si son más las personas que optan por incluir naturaleza en su espacio, mejor. Las plantas purifican el aire y nunca van a ser algo dañino para el otro. Es una moda sana y eso es bueno.

Como tengo tantas acá, me demoro harto en regarlas. Antes llenaba un bidón y tenía que ir rellenándolo todo el tiempo, pero ahora tengo un rociador gigante que me cuelgo y es mucho más rápido. Una vez por semana las rocío a todas, sin embargo, es un trabajo de todos los días y que requiere mucha observación. Puede sonar extraño, pero yo siento cuando una planta necesita agua. Es que son súper comunicativas y uno se puede dar cuenta de cómo están según sus hojas. También me gusta regalonearlas y tratarlas como a uno le gustaría ser tratado".

Diego Cabrera tiene 29 años y es publicista.

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