Salir a bailar    

BAILAR CATALINA INFANTE

Columna de Catalina Infante Beovic. Editora, escritora y una de las dueñas de Librería Catalonia.




Paula.cl

Estoy en una fiesta en el Barrio Franklin atiborrada de zombies del barrio alto. Bailo junto al carro luminoso donde un conocido DJ le pone soundtrack a una casa que se cae a pedazos. Me muevo siguiendo la música mientras miro los ojos dilatados y las mandíbulas nerviosas de quienes se acercan de vez en cuando a saludar. Imagino, mientras bailo, que visito el infierno, una fiesta eterna y divertida en la que nunca encontraré nada. Me pongo, como todos, una armadura en el pecho, un escudo que cierra cualquier atisbo de honestidad. Bailo porque me gusta bailar. Me muevo como sacudiendo todas esas voces que me recuerdan lo que jamás podré ser.

Un escritor de unos 40 años se acerca. Es la segunda vez en el año que nos presentan, pero él no lo recuerda. La primera me dijo que mi peinado era horrible y esta noche me dice que le gusta. "Solo existen dos peinados posibles para tu cara, el que llevas es uno". Paso. Otro amigo se acerca, hablamos un rato, me dice que su inteligencia es superior y que sabe cómo manipular a las personas. "Mi técnica es mirar a los ojos para que la gente crea que me importa". Paso. Mi amiga baila al lado con un chico de cara tierna. Le pregunta qué hace y él contesta que es exitoso. "Hay tantas mujeres y los hombres somos tan pocos que no tengo que esforzarme en nada". También pasa.

Me quedo sola. Voy al baño porque el vacío me da miedo. Hago una fila inmensa donde escucho conversaciones que a nadie le importan. Veo pasar a R. con sus ojos dulces, pero ante la posibilidad de que no me salude yo tampoco lo hago. Pienso en pedir un Uber e irme a mi casa. La fiesta está llena, la música es buenísima, hay pintores, músicos, escritores y yo solo pienso en un refugio donde sacarme esta armadura y poder respirar. Desisto de la fila del baño y doy más vueltas, intento conversar con algunos conocidos, pero estoy igual de turbada que todos y solo digo cosas falsas. El escritor de 40 años regresa. Me hace un coach sobre las cosas que debo cambiar de mi cuerpo para llegar bien a los 40. Lo miro directo a los ojos para que crea que me importa.

Mientras observo lo que podría ser la mejor fiesta en lo que lleva del año, trato de recordarme a mí misma por qué estoy aquí. Por qué cada fin de semana hago este rito que comienzo tan entusiasta y termino siempre encerrada en mis propias voces debatiendo sobre el sentido de la vida y la existencia. Me acuerdo del diálogo de una película italiana donde una monja le dice al protagonista (un bueno pa' la fiesta) que solo come raíces porque las raíces son lo importante. Vuelvo al carro luminoso y bailo, porque a eso vine. Me gusta bailar, me muevo como sacudiendo todas esas voces que me recuerdan lo que jamás podré ser.

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