El machismo bajo la lupa

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¿Se puede comprobar con datos que el machismo existe? ¿Se puede medir cuán machista es nuestra sociedad? Una serie de experimentos científicos demuestran que sí. Desde juegos de roles en una sala de clases, pasando por un vestido que a través de sensores mide las veces que una mujer recibe manoseos indeseados durante una noche de fiesta, hasta un profundo estudio sobre el lenguaje sexista. Los resultados son sorprendentes.




La actriz española Elisa Coll publicó en 2016, en el blog ondafeminista.com, un experimento que realizó a alumnos de primaria (entre los 6 y 12 años aproximadamente) de una escuela española. En ese momento trabajaba en una empresa que ofrecía talleres de teatro en distintos colegios.

En cada obra ella interpretaba un papel de hombre y luego pedía a tres voluntarios para que salieran a actuar: dos representaban personajes masculinos (un niño con camisa y un señor con barba) y uno femenino (una niña con camisa rosa y una florcita, muy sutil). Un día se le ocurrió hacer un pequeño cambio. Les dio a niñas los papeles masculinos y viceversa. "A ver qué pasa", pensó. "Primero hice salir a dos niñas a hacer de los chicos.

La reacción del público fue la misma que cuando sacaba a niños. Risas, caras de ilusión y manos en el aire para salir los siguientes. Pero entonces saqué a un niño, le ofrecí el papel de la chica y le dije que iba a hacer de Cindy. Una avalancha de carcajadas retumbó en la clase, tanto por parte de ellos como de ellas. Llovieron silbidos y gritos de "¡uhh, guapa!", mientras el pobre chico se moría de vergüenza", cuenta en el blog.

En ese momento les pregunté a todos por qué se reían. "'¡Es una chica', me chillaban señalándolo, como si fuera obvio. Yo respondí: 'Bueno, ¿y qué? Yo llevo haciendo de chico desde el principio. Y ellas (las niñas) también hacen de chicos, y ustedes no se rieron. ¿Cuál es la diferencia? ¿Es malo hacer de chica?". Elisa cuenta que ante esa pregunta algunos se quedaban callados, sin saber qué responder, pero otros ni siquiera la escuchaban y seguían riéndose. Repitió la experiencia en todas las clases, para ver si ocurría lo mismo. El resultado se repitió en todas.

Fue tal su impresión que probó con alumnos de secundaria. En este caso escogió a jóvenes cuyo sexo correspondía con el de su personaje, pero hizo una pequeña variación en el guion: al final de la historia se supone que la chica debe llorar, y ella añadió que el chico, al verla a ella, llora también. "En estos casos, a pesar de que las reacciones generales no fueron tan homogéneas, sí he tenido que parar el espectáculo en más de una ocasión porque de entre el público salía un grito, seguido de risotadas, que siempre era el mismo: ¡maricón!", dice en su escrito.

Si esta situación cotidiana la ponemos dentro del contexto de un experimento, recién ahí la reacción de estos niños nos sorprende. Pero ¿quién no recuerda haber vivido algo así en el colegio? La psicóloga y magíster en género Isabel Sáez lo explica así: "Los seres humanos no llegamos a un mundo neutral.

El agente cultural está desde antes del nacimiento con signos, etiquetas, categorías, etc. Los niños que participan de esta experiencia tienen ya 6 o más años de sociabilización en el lenguaje, en la educación, y su reacción evidencia que en ellos ya están operando las categorías de género. Lo bueno de este 'estudio' es que demuestra que la realidad genérica existe, no es una invención de los feministas y que desde muy pequeños reaccionamos ante el género".

El lado triste, según la experta, es que en esta construcción social el rol de lo femenino está minimizado, sometido por el poder patriarcal. "Para los hombres que están en la posición de dominio (en este caso los niños) obviamente que encarnar al sujeto débil, oprimido, es complejo, los deja en una posición de incomodidad; los despoja, aunque sea en ese momento, de sus privilegios", explica.

Verónica Aranda, socióloga y doctora en ciencias sociales y académica de la Universidad de Chile, explica que el proceso de aprendizaje más significativo en un ser humano es lo que se conoce como sociabilización primaria o temprana. "En sus primeros años los niños son como 'esponjitas' que absorben información sin tener mucha conciencia de lo que significa", dice. Y agrega: "La categoría de género se ha construido socialmente y en ese proceso de construcción muchas veces les enseñamos a los niños qué es lo que está socialmente permitido como masculino y femenino.

Por ejemplo, cuando nace un niño o una niña le llevas un color de ropa asignado, un tipo de juguete asignado; a los niños se les dice que no deben llorar porque tienen que ser fuertes o a las mujeres, que no pueden ser rudas porque tienen que ser femeninas. Con esto no quiero decir que no existen las diferencias entre hombre y mujer, obviamente somos diferentes biológicamente. El problema radica cuando esa diferencia sexual se convierte en una desigualdad que genera dominación masculina".

Para la socióloga este 'experimento' confirma la importancia del actual movimiento feminista desde el punto de vista de la educación. "En las salas de clases se están reproduciendo estas prácticas patriarcales, de dominación de lo masculino. Cuando se exige una educación no sexista se pide revisar estas prácticas. Solo como ejemplo, en uno de los petitorios se exige revisar la bibliografía que entregamos a los estudiantes; cuánto de eso está escrito por mujeres, hasta ahora muy poco. Son pequeños gestos como este los que llevarán a una deconstrucción de esta sociedad patriarcal", sentencia.

NO ME MIRES, NO ME TOQUES

"El 86% de las mujeres brasileñas ha sufrido acoso en discotecas, pero muchos hombres no ven un problema en esto". Así comienza el último video publicitario de la marca Schweppes creado por la agencia de publicidad Ogilvy para el país de la samba. El experimento consiste en un vestido con sensores que miden las veces que una mujer recibe tocamientos indeseados durante una noche de fiesta.

La información de los sensores se transmite por WiFi a un computador desde el que se puede monitorizar el acoso en tiempo real. El video muestra a tres mujeres que llevaron el vestido puesto a una discoteca y se ve la libertad con la que hombres se acercan a ellas y toman su cintura o se acercan a su cuello para abordarlas. Las cifras son claras: en 3 horas y 47 minutos los sensores registraron 157 tocamientos. O dicho de otra forma, cada hora tuvieron que aguantar ser tocadas más de 40 veces.

Tras mostrar los resultados el anuncio plantea una pregunta destinada a los hombres en la que va variando la última palabra: "¿Y si se aborda a las mujeres con elegancia/inteligencia/sentido del humor/respeto?".

Para la psicóloga Isabel Sáez esto habla de la forma en que se ve el cuerpo de la mujer. "En el ejemplo anterior, cuando los niños vieron a un hombre vestido de mujer, lo primero que gritaron fue ¡guapa!, haciendo referencia a una característica física. Eso demuestra que en esta sociedad lo femenino se construye desde el aspecto físico y el cuerpo. Por eso muchas veces se dice que la mujer es un objeto, y no cualquiera, sino aquel que define la masculinidad de los hombres", dice Isabel.

Explica además que cuando un hombre ve a una mujer atractiva -desde su clave machista- entiende que esa mujer está aceptando su rol de objeto. Los machos se sienten con el poder de acceder al cuerpo de ellas. "Es lo mismo que ocurre con una violación. Estos comportamientos masculinos son parte de lo mismo. La violación es una expresión maximalista, pero es parte de la misma clave", dice.

La socióloga Verónica Aranda explica que en estos casos operan también los llamados micromachismos. "Son maniobras o estrategias de ejercicios de poder de lo masculino sobre lo femenino, que parecen sutiles porque están absolutamente normalizadas", dice. Entre estas se encuentran, por ejemplo, los cuestionados piropos. "A propósito de las sanciones que se han puesto en algunas comunas, he escuchado comentarios indicando que estos castigos son exagerados.

Pero no se trata de ser exagerado, se trata de que entendamos que estamos en una cultura en que este tipo de gestos se han naturalizado y, por lo tanto, que suceda no significa que está bien, o mejor aun, que no podamos cambiarlo". Una buena forma de verlo es la siguiente: los piropos se los dicen hombres a mujeres cuando van solas o acompañadas de otra mujer.

No se los dicen hombres a otros hombres o a mujeres que van acompañadas de otros hombres. "Con esto se demuestra que tras ellos hay una estrategia de dominación y poder, tan normalizada que se puede ver como inconsciente, pero es una expresión que demuestra el control que los hombres piensan que tienen sobre las mujeres. Nosotras no nos sentimos capacitadas para 'piroperar' a los hombres en la calle, porque aquello no es parte de la manera en que fuimos sociabilizadas y educadas. Tiene que ver con un tema de derechos", concluye la socióloga.

SÍ, EL LENGUAJE ES SEXISTA

¿Tiene sentido hablar con lenguaje inclusivo? ¿Afecta en nuestra percepción de la realidad? Con estas preguntas la socióloga Sol Minoldo y el escritor Juan Cruz Balián, ambos argentinos, comienzan su artículo La lengua degenerada. En él demuestran, mediante diversos experimentos, que el lenguaje es sexista y que las consecuencias de la desigualdad lingüística se traducen en lo que el reconocido sociólogo francés Pierre Bourdieu define como 'violencia simbólica'. Esto sirve para comprender uno de los mecanismos que perpetúan la relación de dominación masculina y nos ayuda a comprender por qué algunas feministas proponen (y que ha espantado a muchos) hablar de 'nosotres'.

Vamos un poco más atrás. La lengua es un fenómeno social. Ocurre siempre en relación a un 'otro', a una comunidad con la que establecemos convenciones respecto a qué significan las palabras y cómo significan esas palabras. Una de las capacidades más poderosas de cualquier lengua es la capacidad de nombrar.

Poner nombres, categorizar, implica ordenar y dividir. Y desde que nacemos (incluso antes) las personas somos divididas en varones y mujeres. A esto se refiere el concepto de 'género'. "Lo que los estudios sobre el tema han teorizado y documentado es que la división de géneros no es neutral, sin jerarquías: por el contrario, las diferentes características y los diferentes mandatos que se atribuyen a una persona según su género devienen, a su vez, en desigualdades que giran en torno a una predominancia de los individuos masculinos", dice el artículo.

La académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y magíster en estudios de género Keny Oyarzún cuenta que "desde el neolítico hasta parte del siglo XX -imagínense la cantidad de años- las mujeres estuvimos excluidas, en lo grueso, de la vida en el ámbito público. Al estar excluidas, quienes circulan en lo público son fundamentalmente hombres y su visión tiende a ser la predominante en la historia". Una consecuencia de esto es el lenguaje sexista.

Con este contexto descrito podemos ir al experimento. En el artículo La lengua degenerada hay varios, todos buscan demostrar si la existencia de género gramatical para los objetos, presente en idiomas como el nuestro pero no en el inglés, tenía algún efecto en la percepción de esos objetos, como si realmente tuviesen un género sexuado.

Para ello la psicóloga bielorrusa Lera Boroditsky entrevistó a hablantes de castellano y alemán, dos lenguas que atribuyen género gramatical a los objetos, pero no siempre el mismo (o sea que el nombre de algunos objetos que son femeninos en un idioma, son masculinos en el otro). Uno de los resultados fue el siguiente: se hizo una lista de 24 sustantivos con género inverso en castellano y alemán, que en cada idioma eran la mitad femeninos y la mitad masculinos. Se les mostraron los sustantivos, escritos en inglés, a hablantes nativos de castellano y alemán, y se les preguntó sobre los primeros tres adjetivos que se les venían a la mente.

Las descripciones resultaron estar bastante vinculadas con ideas asociadas al género. Por ejemplo, la palabra llave es masculina en alemán. Los hablantes de ese idioma describieron en promedio las llaves como duras, pesadas, metalizadas, útiles. En cambio, los hablantes de castellano las describieron como doradas, pequeñas, adorables, brillantes y diminutas. A la inversa, la palabra puente es femenina en alemán y los hablantes de ese idioma describieron los puentes como hermosos, elegantes, frágiles, bonitos, tranquilos, esbeltos. Mientras que los hablantes de castellano dijeron que eran grandes, peligrosos, fuertes, resistentes, imponentes y largos.

Después de esto ¿puede comprenderse mejor la relevancia de los esfuerzos del feminismo por introducir usos más inclusivos en la lengua, como el empleo de la e como vocal para señalar género neutro? Para la experta en género Keny Oyarzún no hay ninguna duda. "Aunque no cambie la lengua (que es algo que no sabremos, porque si ocurre será cuando ya no estemos), lo que es tremendamente creativo de este movimiento es que, al decir esto, llama la atención sobre la necesidad de un cambio cultural. Pone en el escenario del país la desigualdad a raíz del género gramatical. Además no hay lengua pura, hay lengua que se usa o no se usa y, como dice el gran escritor (Julio) Cortázar, el diccionario es el gran cementerio de la lengua, ahí van a morir las palabras, no nacen en los diccionarios. Las lenguas nacen en las calles", concluye.

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