Que deje de importar el cómo nos vemos

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Hace seis años, cuando Valentina tenía 22, dejó de comer carbohidratos. Pesaba 48 kilos y medía 1 metro y 65 centímetros. Pero no era suficiente para ella. Sus brazos, piernas y abdomen le incomodaban. Pocas semanas después de esa restricción, había bajado dos kilos y sus amigas comenzaron a comentarle lo bien que se veía. Y eso la incentivó a perder más peso. "En esa época estaba tomando Ritalín y como me disminuía el apetito, se me hizo fácil ir cortando de a poco las comidas. En la mañana solo tomaba un té verde y comía yogurt con cereales. Almorzaba un tarro de atún con ensalada, en la tarde alguna fruta y en la noche un mix de verduras", recuerda.

Con el paso de los días, los cambios se hicieron evidentes en su cuerpo. Valentina ya estaba cerca de su meta: bajar 6 kilos. Como su energía se fue acabando, dejó de ir a algunas clases en la universidad y reuniones con amigas, sobre todo a las que incluían comida. "Me cansaba subiendo escaleras, caminando menos de una cuadra y hasta moviéndome por mi casa. Pero todavía no había tocado fondo. Un día, una compañera me vino a dejar un cuaderno para que me pusiera al día y me dijo: Vale, qué suerte, estás estupenda. Eso me alentó a seguir con mi dieta", dice.

Después de esa visita, Valentina decidió cambiar los cereales del desayuno por fruta, el acompañamiento de su tarro de atún por un vaso de agua, el snack de la tarde por cuatro galletas integrales y la comida por una pastilla para quemar grasas. "Algo le pasó a mi subconsciente que tenía una voz que me decía todo el tiempo que era mejor no comer. Que no podía comer. Me acuerdo de buscar en Google consejos para dejar de hacerlo o llenarme más rápido. Cuando la situación ya no dio para más, me llevaron al doctor y descubrieron que tenía anemia por mi desnutrición y que me podría haber dado arritmia en cualquier minuto. Luego de esa sesión, mi familia decidió quedarse sentada en la mesa hasta ver que me terminara cada plato. Mi primera comida fueron lechugas, porque tenía que empezar de a poco. Tengo grabada mi imagen sentada llorando por tener que llevarme comida a la boca, como si me estuviese pasando lo peor del mundo".

Poco a poco, y con la ayuda de un equipo médico y familiar, Valentina logró volver a alimentarse. Sin embargo, asegura que aunque haya vuelto a estar saludable, no hay día en el que no vea a una mujer más flaca y no piense que quiere ser como ella. "Esto es algo que te persigue para siempre. Todavía no logro saber bien por qué yo soy más vulnerable a este tipo de cosas. Por qué, pese a que los estereotipos de belleza estén súper limitados para todas, yo me obsesiono más con lograrlos".

Pero Valentina está equivocada en pensar que su historia es particular. Y es que aunque no todas las mujeres tiendan a enemistarse con la comida para somatizar su frustración con el cuerpo, otras lo hacen a través de diferentes maneras, como el exceso de deporte o hasta la ingesta abusiva de alimentos. Lo cierto es que esta realidad está lejos de tratarse de algo excepcional. En 2019, el colectivo feminista La Rebelión del Cuerpo, realizó una encuesta online en la que más de 3 mil mujeres y hombres, entre 14 y 45 años, dejaron en evidencia cómo se sentían respecto a su físico. Los resultados fueron alarmantes: un 86% de ellas aseguró haber dejado de hacer algo en su vida por sentirse inseguras con su apariencia, versus un 56% correspondiente a los hombres. Es decir, 9 de cada 10 mujeres y 5 de cada 10 hombres. Sobre el tiempo que pasan pensando en cómo mejorar su físico, las mujeres mencionaron 3,6 horas diarias en promedio, el doble que los hombres. Casi un tercio del día planeando estrategias para sentirse a gusto con ellas mismas. Un día de la semana. Dos meses del año.

Para la psicóloga Nerea de Ugarte, fundadora del colectivo que realizó el estudio y autora del libro Ni calladitas, ni perfectas, los grandes culpables de esto son los medios de comunicación. "Es muy difícil definirnos desde otro lugar que no sea el físico, no porque no queramos, sino porque es algo que vemos en todas partes. Las fuentes de aprendizaje de un niño son tres: la crianza, la educación formal y la comunicación de masas. El problema es que las dos primeras están permeadas por la tercera, y esta es la que va generando la idea de que nuestro físico, el que debe encajar en ciertos patrones, tiene que estar en primer plano. Así van generando deseos a propósito del ideal que van mostrando y nos crean la necesidad de reparar ciertas cosas de nuestro cuerpo para incentivar el mercado. Y nosotras las aceptamos porque queremos sentirnos parte", explica.

Pero, ¿de dónde nace la idea de que nuestra apariencia es importante? El filósofo Sixto Castro, profesor de Estética y Teoría de la Universidad de Valladolid, ubicada el norte de España, publicó un ensayo llamado Filosofía de la belleza en el que defiende la idea de que la estética humana no es propia de nuestra especie, sino que se desarrolló a partir de la estética animal. Para ejemplificarlo, explica el concepto de belleza protoestética de Darwin, que surgió por los colores de flores y frutos: "Los más llamativos atraían a los animales (insectos, aves y otros) que eran necesarios para la polinización. Es decir, la belleza se dirigía hacia algo, un algo que estaba con el concepto de reproducción". Según explica Castro, ese es el primer registro sobre la implicancia de la apariencia como una herramienta para relacionarse.

Sin embargo, a diferencia de los animales, la belleza de los humanos ha tomado tanta relevancia, que hasta se han creado manuales sobre qué encaja en este concepto y qué no. En los años 70, por ejemplo, Stephen Marquardt, investigador de la Universidad de California en San Diego, promulgó la idea de que para que una persona fuese atractiva, su rostro debía ajustarse a la proporción áurea, medida descubierta por el escultor griego Fidias, que indica la importancia de la proporción para que un producto sea estéticamente armónico.

El cuerpo, por supuesto, no ha sido la excepción a esto. Si en la prehistoria las mujeres aspiraban a tener caderas anchas y pechos predominantes porque creían que esto les garantizaba facilidades en parir, actualmente esta idea fue mutando por un cuerpo sin curvas y extremadamente delgado, provocando que historias como las de Valentina se sigan repitiendo. En Chile, de hecho, un 47% de las niñas y adolescentes declaró haber sentido presión por encajar en los patrones de belleza actuales, en una encuesta realizada por Adimark en conjunto con ONU Mujeres en 2016.

"El tema del físico nos afecta mucho más a nosotras porque desde nuestra infancia nos inculcaron que nuestra identidad tiene que ver con nuestra autoimagen. Que nos íbamos a aceptar y a querer una vez que estuviésemos conformes con nuestra apariencia. Que debemos ser lindas, flacas y deseables para otro", dice Nerea de Ugarte. Y concluye: "Creo que es momento de despertar y dejar de tolerar que nos ofrezcan productos para ocultar las canas, disimular la celulitis, quemar grasas, estirarnos el rostro. Debemos unirnos y ser más fuertes a esta corriente. No dejemos que nos sigan quitando las ganas de querernos, porque eso es lo básico para poder pararnos seguras frente al mundo. Somos el 51% de la población. Cambiemos y hagamos historia".

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