También el pasado fue femenino: Gabriela Pizarro

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Gabriela Pizarro nació en Lebu el 14 de octubre de 1932. Hija de José Pizarro y Blanca Soto, su madre era músico y su nana, Elba González, cantora popular, por lo que estuvo cerca de la música desde muy pequeña. Blanca había estudiado en el Conservatorio, en Santiago, y era en Lebu una pequeña autoridad: dirigía el coro, escribía los discursos, recibía a las autoridades que visitaban la localidad y organizaba las actividades culturales. Elba González cantaba en ramadas y fiestas, y Gabriela la acompañaba en todas sus actividades.

No destacaba en el colegio: salvo por arte, canto y gimnasia, sus notas eran deficientes en todos los ramos. A los 10 comenzó a estudiar piano y años más tarde, por idea de su padre, entró al Conservatorio, donde descubrió que su vista era muy deficiente. Eso le traería dificultades durante toda la vida y truncó más de una idea: la de seguir estudios formales de ballet, por ejemplo y, luego, la de ser profesora. Estuvo a punto de recibirse: se preparó durante varios años, en la Escuela Normal 2 de Santiago, hasta que un reumatismo y los problemas de la vista la obligaron a dejar los estudios. Era el año 1954. En ese momento, y para que no se aburriera sin hacer nada, un amigo la invitó al coro en el que él participaba, el de la Universidad de Chile. Antes había intentado entrar al conjunto folclórico Cuncumén, pero había sido rechazada. "En ese tiempo era un conjunto modelo. Y bueno, había que tener ciertas medidas para entrar al Cuncumén y yo qué... no andaba ni por las tapas, era flaca, fea, con unos tremendos lentes, vergonzosa y tímida, no tenía ninguna condición: ¡olvídate!", contó a la revista Chile ríe y canta.

Fue uno de sus compañeros del coro de la Chile el que le preguntó si querría cantar en la Radio Chilena: la idea era tener un espacio de folclore, de una hora, tres veces por semana. Esto requería de un repertorio muy amplio, pero Gabriela aceptó igual: la Radio Chilena era el lugar donde cantaba Violeta Parra, y Gabriela era una gran admiradora. Inmediatamente se puso a estudiar, revisar cuadernos, consultar con su madre y su tía, para no repetir nunca una canción.

Estuvo en el coro de la Universidad de Chile durante seis años, pero esa no era su idea de lo que debía ser un coro. Gabriela quería salir a la calle a cantar villancicos para Navidad y cuecas a ramadas para el 18, pero las otras integrantes no lo aceptaban. "Entonces decidí formar un conjunto con gente que fueran trabajadores y que se interesaran por aprender lo que yo iba recopilando en el campo, que no todo tampoco le gustaba a la gente, porque encontraban muy rústicos estos bailes así, zapateados, esas cosas tan campesinas. Tenían que ser unas cosas más o menos asalonadas para que fueran aceptadas". Para satisfacer esa inquietud, en 1958 fundó el Conjunto Millaray con gente que conoció dando clases de música en la Casa de la Cultura de Ñuñoa, entre ellos Héctor Pávez, con quien más tarde se casó. El repertorio del grupo se armó con lo que ella había oído en Lebu y entre sus familiares, y estuvieron tocando por Santiago, en la calle y en fondas.

Uno de sus trabajos más importantes fue el de recopiladora. En diciembre de 1958 el Conjunto Millaray viajó a Chiloé y grabó bailes como el pavo, el cielito, la pericona y la trastasera. Este trabajo no fue fácil en ningún aspecto: al clima chilote hubo que sumarle la falta de dinero y la desconfianza de los isleños. Llevaban consigo una tetera, una olla, tazas para cada uno y todos sus instrumentos, además de una grabadora, aparato que en Chiloé nadie había visto nunca y que Héctor Pávez había robado de la escuela de medicina en la que trabajaba.

En Ancud durmieron en un paradero de micro hasta que una señora les cambió alojamiento por trabajo (pelar navajuelas y picar leña), y en Castro la única persona que quiso alojarlos fue doña Juanita, la dueña de un cabaret, quien también les aconsejó acercarse a los reos de la cárcel para conseguir más material y accedió a prestarles el local siempre y cuando terminaran su presentación antes de que ella abriera su negocio. Durante su estadía en Castro, fueron todos los días a la cárcel. Antes de irse, y gracias a la ayuda de un cura de la localidad que les ayudó a vender entradas para el show y les aconsejó no contarle a nadie que dormían en un cabaret, el Conjunto Millaray dio un recital y con el dinero que reunieron compraron treinta jabones y treinta camisas, una para cada uno de los reos con los que habían estado compartiendo en esos días. El día de la despedida fueron con doña Juanita y sus hijas, les llevaron los regalos y pasaron toda la tarde cantando y bailando. Al regresar a Santiago, presentaron las canciones recopiladas en el Teatro Municipal, y con esas mismas danzas chilotas grabaron el primer disco del Conjunto Millaray.

Gabriela Pizarro participó no en una, sino en las cuatro campañas presidenciales de Salvador Allende, y después del golpe de 1973 fue perseguida política, lo que la obligó a dedicarse a cantar en peñas folclóricas y en La Vega para vivir. Sufrió mucho con la muerte de Víctor Jara y también con la partida al exilio de su ex marido, Héctor. Fueron años de mucha pobreza: durmió al aire libre y sacó agua de los grifos. No tenía ni guitarra. Pero dice que fue una buena escuela, porque en la población La Hermida, donde vivía, aprendió mucho sobre el canto y la vida de los campesinos. Todavía vivía ahí cuando llegó a visitarla una mujer llamada Claire, agregada cultural de Francia, pidiéndole un recital. Cuenta que eso la levantó: "por mi amor propio, porque sentía que le tenía que responder a una persona del extranjero, tan importante, que me estaba pidiendo esta cuestión a mí, ¡era un compromiso!". Más tarde viajó a Francia, buscando mejor atención médica para su problema de la vista, y se presentó en la Radio de París. Esa presentación la llevó a otros lugares: primero a Suiza, luego Suecia y más tarde Inglaterra, Holanda, España, Finlandia y Canadá. En todos estos lugares visitó universidades y escuelas e impartió clases de música.

Gabriela Pizarro murió en diciembre de 1999, pero nos dejó su trabajo. Esto suele decirse de los muertos, pero en este caso es muy importante: hay danzas y canciones chilenas que, sin su labor, se hubieran perdido. La pericona de Chiloé, por ejemplo, era un baile ya casi olvidado cuando ella la grabó; solo se bailaba en lo más profundo del campo chilote y nadie lo había registrado. Su trabajo fue constante y siempre dio frutos. Ella sabía que era importante dejar algo concreto: publicó cinco discos junto al Conjunto Millaray y como solista grabó El folclor en mi escuela y Danzas tradicionales, ambos publicados en 1979 bajo el sello Alerce. En 1987 continuó con su labor de investigadora y publicó el disco Romances cantados. También dos libros: Cuadernos de terreno, apuntes sobre el romance en Chile, el que editó por sus propios medios, y Veinte tonadas religiosas, el que pudo editar en 1993 gracias a un Fondart, y muchas filmaciones, como Cantores populares (1976), un documental sobre su actividad en la Vega Central y Delgadina (1978), filmación sobre el romance, entre otras grabaciones para la televisión española y otras instituciones europeas.

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